miércoles, 3 de septiembre de 2025


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a CARINA SEDEVICH

(Publicado en la página de Facebook el 04 de diciembre de 2024)

Carina Sedevich nació en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina, en 1972. Poeta, Comunicadora Social especialista en Semiótica.

(Crédito de la foto: Laura Bellomo)

En la entrevista, Carina, dice:

« El compromiso es con la poesía, con esa materia que me permitió habitar el mundo y sobrevivir en él. Es tratar de hacer la poesía para continuar un ciclo infinito, un diálogo entre almas.»

SELECCIÓN DE SU OBRA

Con una gota de agua puede empezar el invierno

Un hombre pasa a mi lado.
Se te parece.
Fuma.
Es de piedra mojada
el paño gris de su saco.
Huele a sombra de pino
su barba pura.

*

Sonrío en mi falaz evocación.
La escarcha vive cuando el sol la tornasola.

La eufórica luz de los membrillos

1

Alcancé tu mano por primera vez
como una niña
tocaría un membrillo entre las ramas.
Cítrica, cruda,
era la ofrenda de tu mano muda.

2

Porque esa noche pude tocar tu mano
hoy que vuelve la escarcha
yo me amparo
en la eufórica luz de los membrillos.

3

Quiero abrazar un arpa y que sus cuerdas
dejen caer las voces de los pájaros
que merodean el árbol de membrillos.

4

-Y si un membrillo por azar se cae
podré mirarlo como miré tu mano:
aquella dulce materia sobrehumana.-

5

Existe una manera limpia
en cada gesto de tus manos finas.
Miro con pena como el aire oxida
la carne dura del membrillo roto.

6

Tarde de octubre. Fascinada
-bajo el lapacho que arrasó el granizo-
en una oración por el membrillo
repito el fragor del amarillo.

De «Un cardo ruso»

*

Canción de cuna
Para Isabella

Escuché los latidos en el vientre de mi hermana.
Fueron corcheas, apenas: do, do, do.

Afuera ya se dormían los tordos entre los álamos.
Dormía el calor de mayo. Pero nuestra sangre no.

Un silencio rodó lento, como ruedan los destinos.
Rodó como rueda un canto: sol, sol, sol.

Amor

De una materia turbia y demorada
son los días.

La ternura es posible
y la tristeza
un pan administrado con justicia.

De «Klimt»

*

Unas láminas de sarro se desprenden
y golpean las paredes de mi jarra.

Pienso en brillantes filamentos de mica
ocultos en la arena de los ríos.

Pienso en las mangas mojadas
que los poetas chinos
prefieren nombrar para no hablar
de sus lágrimas.

De «Gibraltar»

*
Antonia era mi abuela

Tu mujer quiere llamar a tu hija Antonia
y no sabe que Antonia era mi abuela
que además heredaba el nombre de su madre
para dárselo también a la menor de sus hijas.

Antonia era mi seudónimo
en los concursos de poemas.

Te recuerdo que mi abuela Antonia
se murió de tristeza
el año antes de que yo naciera.
Te recuerdo que era pobre y era enferma.

Te recuerdo que yo escribo desde mi caverna
como un hombre viejo:
que sólo el vino me anima
y la soledad me da paz.

Te recuerdo que perdimos a Mateo
y que cuando sangré tu última hija
Antonia era uno de sus nombres.
Te recuerdo que me dejaste sola
con mi sangre de Antonia
una mañana.

Llamala Antonia como en una novela.
Y acunala. Llamala Antonia en la plaza
y en la escuela. Y retala: “¡Antonia, no hagas eso!”
“¡Comé, Antonia!”, “¡Antonia, se hace tarde!”.
Tengo toda su vida en mi cabeza.

Porque Antonia era mía: era bisnieta
de aquella Antonia que bordaba.
Era nieta de mi madre, que te extraña
todavía.
Era hija de la loca que escribía.

Llamala Antonia, que será justicia.
Justicia de mis muertos que la esperan.
Justicia de la vida que la trajo.
Justicia para este pobre poema.

De «Escribió Dickinson»

*
Víspera de Navidad, junto al río
No te merecí. Pero recuerdo tus brazos
como el viejo que evoca un paraje querido
en el que anduvo durante muchos años,
mudo, como transita uno las certezas.
No te merecí. Pero recuerdo tus brazos
tan pálidos, tus dulces vellos oscuros.
Palermo, Buenos Aires
El viento mueve las hojas de los árboles
como señales de luz intermitente
junto al sendero donde sé que vive
el hombre aquel, que yo quería tanto.
Vuelve su nombre, cada vez más raro,
como una caja que se quedó vacía.
*
No voy a verlo.
Cae la semilla de los plátanos.
Vuelan los pájaros,
demasiado bajo.
Mujeres hermosas
pasan muchas.
Más que los copos
que caen de las ramas
o la bandada
de palomas locas.
*
Yo envejezco.
*
Estoy lejos de todo.
De la Belleza,
de la Inmensidad.
Ahora que Comprendo
y Compadezco,
ahora que cualquier lugar
es bueno,
estoy arribando siempre tarde.
*
Pasan los hombres sin Misterio
sobre mi corazón sin Inquietud.
*
Sólo cuando lo olvido todo
el tiempo se mueve, intempestivo.
Profundamente,
como un atentado.
*
-Estas flores blancas que se abren
sobre los árboles, para Navidad,
parece que lo hicieran a propósito.-

De «Cuadernos de Lolog»

*

Canción para tener mi hija

1

Hija: algo tienen que ver las campanas con dios.
Los monjes azotan sus badajos en la torre más alta de la iglesia.
El aire se vuelve luminoso en el grito opaco del metal.
El cielo reverbera, más humano.

*
-Aquí, tu pobre madre, como el valle,
posee apenas dos vestidos.

*
Hija: es el viento.
Mueve las flores amarillas.
Se entibia en esa incandescencia.
Los pájaros parece que sonrieran,
siguiéndolo.
Es el viento de la primavera.
Hoy me puse
ese perfume antiguo en las muñecas.
Extraño el tiempo de las cosas nuevas.
Mi vientre está hinchado
pero sólo de pena.
Yo quería mostrarte las semillas
de las primeras sandías del verano.
Ya pasó, querida, nuestro tiempo.
Tu madre tiene canas y se cansa
pero querría escucharte cada día.
Es el viento, hija. Va a llover.

*
Quisiera mostrarte las grandes piedras.
Las aguas grandes, también las pequeñas.
Y, más allá, toda la arena.
Pero qué pena, hija: sale el sol.

*
-Cuando me juzgues que sea como al valle
que cambia de vestido pocas veces.

2

Algo en el fondo de los otros
me repele íntimamente:
el reflejo de mi propia humanidad.

*

Sin embargo, hija,
estoy bendita:
la materia de tu alma
ya me es propia.
El hombre aquel
que me leyó las manos
pudo verlo,
como hoy te veo
en el cabello
de otros niños.
Te escucho enumerar
los grillos cada noche.

*
Así
mi revulsiva humanidad
consigue mantenerme viva.

3
A mi hija le regalo
las hojas de mi cuaderno nuevo.
Las miramos despacio disolverse
en el agua tibia de la fuente.
Se agiganta el silencio
en nuestro patio.
Se ríe dios.
Los pájaros se ríen.
Los caireles,
los grillos,
las hormigas.

De «Lavar a la madre»

*

Kárhozat o La condena

El hombre conoce el filo del cuchillo que le raspa la cara
por el sonido espeso y gris. Cae la lluvia sobre el bar
y la mujer que canta dentro tiene el pelo húmedo.
Cada película del húngaro es una caja de música.
Los diálogos son innecesarios, pero en un momento
alguien dice: “todas las historias son de desintegración”.
El protagonista vacía la copa de un trago y yo me ahogo.

*
Bronisława Wajs

Un sol como el que Papusza quería
para limpiar la tierra y los pulmones
de las criaturas, sube. Entonces
recibo tus palabras como si pronunciaras
otro idioma. —¿En qué lengua te escribí
durante años?— Muevo los labios
como la gitana al negar sus versos.

*
And all I loved, I loved alone (Poe)

Después de mucho tiempo, llueve. El agua alcanza la tierra
con la gravedad de una visita en el patio de los solos.
No me alegra el resplandor de la naranja en el vértice
del plato —a mí, que amaba el agua—. Ahora, él estará lejos,
despertando a sus hijos, sin necesitar pensar en nada.
*
José Watanabe
Como en un campo helado corre el ruido de la noche.
Pocas figuras dispersas en un tiempo plástico, que
se extiende como por reacciones químicas. Un
silencio apenas salpicado. Preferiría, como el
haijin, no tener que escribirlo. Pero estoy sola.

De « Cuando la muerte sorprendió a Fassbinder»

*

Quien no llena su mundo de fantasmas se queda solo.
Antonio Porchia

Vidrios rotos sobre el muro de Montale.
Rosados cuerpos de pinos de la Ajmátova.
Limones de Soffici en el hospicio. De Sereni
el sonido de las lonas en los palos de su barco.
De Brecht un damasquero que se hiela. De Ungaretti
cruces. De Quasimodo una lira colgando de los sauces.

*

De Ungaretti/ cruces

Contra las últimas luces se recorta
el metal de las terrazas.
Delicado.
Más que jaulas
efigies de sus pájaros.
Se pega a mis ojos
mi alma
como queriéndose ir.

*

Rosados cuerpos de pinos de la Ajmátova

Es invierno, hermana, todavía. Pero el calor extemporáneo
da ánimos y andamos con las caras descubiertas.
Comemos en la misma mesa. Nos vendamos los ojos
y nos perseguimos. Las voces suenan fantasmales,
como desde adentro de una acequia.
Y nuestras risas nos devuelven
no al último verano sin catástrofe, sino a un sitio
a dónde cuando éramos felices no llegamos.

Sobre el foco apagado de la calle
una paloma saja
la roja claridad de la mañana.

*

Limones de Soffici en el hospicio

Entre las ramas secas se transforma
mansamente el último amarillo
como si algo lo hubiera lastimado.

*
Conjura el frío
un crepitar de hojas
que arrastra el viento.

*

Algo de llama tienen los pájaros que vuelan contra el cielo de la tarde.
Y los árboles también.
Y algo de alambre
al que desnuda el fuego.
El mundo entero se consume como una barca sobre un lago
quieto
para dejar su cadáver suave.

De «Rosados cuerpos de pinos »

*

I. Cinco amarillos engrillados vivos
A Irina

Los espacios oceánicos modulan el amor.
Jacobo Fijman
1

El recuerdo, ese borde contra el cual me he pegado tanto tiempo,
se disuelve. O el tiempo ha perdido su materia
pringosa, gruesa, y ahora es seco en el aire, como la tierra.

Los pájaros negros se persiguen en la hierba.

Me voy sabiendo que el punto más cercano entre dos almas es el silencio.

*

Estás entre los seres blandos, indefensos,
labrados piel adentro.

Pero la mañana es sucia.
La ropa les empieza a quedar chica.
Las palabras hermosas nunca son suficientes.

De «El dios de los vacíos»

*
No importa por qué camino viaje
estoy yendo a casa.
Shinsho

1
Estos son mis jardines sombreados, a los que acudo
para sentir el cielo sobre mi cabeza, la tierra bajo mis pies.

Si el Bodhidharma me pidiese que le enseñara mi mente
le hablaría del río.
La vida no es el espacio infinito.
Es apenas el cielo que uno alcanza a ver.

*

2
Para los álamos que empiezan a ralear
el verano ha durado el tiempo justo.

*

Mi pelo cada vez más blanco.
En el camino
pienso en aquellos que pasaron ya.

*

Profundas gotas de rocío
debajo de las hojas
caídas de las moras.
Todo esto
ha llegado antes que yo.

De «Un pez en un cauce que mengua»

*

No quiero cargar con otra cosa
que la fina lámina del cielo
que mis ojos pueden alcanzar.*

Estoy en esos versos que escribí,
donde también
elijo las palabras que pudieran salvarme.

Cualquier palabra dura más que una vida.

*En Escribió Dickinson, 2014

*

Amé” significa “amaré” (…)
pararse en un bosque que será
cada vez más alto (…)
Bronisław Maj

Con un pájaro llega la mañana.
Nos nombramos para asegurar el alma
del otro
en el cuerpo que abrazamos.

Nunca es la primera vez, nunca es la última.

Un pájaro que resucitó llega a un momento
que ha resucitado.
No somos dos ni somos
pasado. Somos luz detenida junto a un pájaro.

*

La materia de lo recordado y del presente
ahora se parecen. Como el sonido de las hojas
al viento que las anima, el crujir a los metales,
el vapor al agua, la madera al árbol florecido.

*

En la calma más pura del día menos oscuro,
no llega a ser recuerdo lo que cruza mi mente.

Y todavía me alumbra lo que éramos juntos.

De «Krishnamurti »

ENTREVISTA CON LA AUTORA

Gilgamesh: Carina, escucho, al leerte, la belleza cruda de este mundo, «el dolor de existir» desde «el recodo más íntimo» y la sutileza del decir y del hacer. ¿En qué momento de tu vida aparecen la escritura como trabajo con la palabra poética, la poesía como derrotero existencial?

Carina Sedevich: Creo que la poesía me interesó desde antes de poder leer o escribir. Hablo de la poesía que llegaba a mí a través de versitos infantiles que me repetía mi mamá, de los discos de María Elena Walsh, de lo que sonaba en la radio: boleros, tangos, zambas, hasta publicidades que usaban la rima como recurso. Después, cuando pude leer, sentí que el sentido del mundo se multiplicaba. Todavía recuerdo esa sensación. Había más, no sólo era lo que me tocaba vivir, había un montón para descubrir dentro de los libros, y también en carteles, revistas, cuadernitos, folletos. Cualquier signo lingüístico que se cruzaba en mi camino, los nombres de las calles, las patentes de los autos, todo me hablaba. Prefería el mundo de los símbolos al mundo que conocía hasta el momento -creo que, de un modo diferente, me sigue pasando-. Leía todo el tiempo, todo lo que me caía en las manos. Supongo que un día me di cuenta de que yo también podía hacer algo con eso. Escribir quise siempre, me parece, pero narrar me aburría. Las “redacciones” que me pedían en la escuela las hacía sin esfuerzo ni entusiasmo, me pasaba lo mismo con el “diario íntimo”, ese cuadernito que nos regalaban a las nenas en aquella época. Me parecía un embole ponerme a contar en prosa. Sé que a los 9 o 10 años ya escribía poesía, porque recuerdo que corría 1982 y un día, en la puerta de la cocina, me paré cuadernito en mano para leerle a mi mamá un poema que había escrito sobre las Malvinas. Mi mamá me escuchó con el delantal puesto y sentenció que le parecía demasiado dramática mi producción. Sentí mucho enojo y me juré que jamás iba a volver a leerle una poesía mía a esa mujer. Viene otro recuerdo, más o menos de la misma época. Estábamos sentados a la mesa con familia que nos había venido a visitar desde lejos. Se hacía una sobremesa forzada. Fui a buscar mi cuadernito, volví a la mesa y me puse a escribir. Mi papá hizo volar mi cuadernito de un manotazo. Quizás yo le parecía muy rara y no quería que la otra gente de la familia se diera cuenta. En ese momento lo que sentí fue vergüenza y tristeza. Tratando de responder a tu pregunta, supongo que desde el principio la poesía fue mi forma de encontrar un refugio, un lugar habitable. La poesía no me dejaba sola, en la poesía podía ser yo y crear mi propio mundo.

Gilgamesh: Comenzaste a editar en 1998 con «La violencia de los nombres» y en octubre de 2024 estás presentando «El dios de los vacíos». ¿Podrías sintetizar este recorrido de casi tres décadas y veintiún poemarios? ¿Estamos ante una obra que insiste en formas y temas en cada libro o de búsquedas propias en cada uno de ellos?

Carina Sedevich: Siempre digo que los temas son muy pocos e ineludibles. No puedo escribir sobre otra cosa que no sea la vida. Supongo que mis libros al final son una especie de diario, pero en poesía. Si mi hijo se va a vivir al otro lado del planeta, si mi hermano resucita, si mis arbolitos sobreviven al viento de agosto, si me descubrieron algo raro en el corazón, si mi gata envejece, si la maleza del patio es más hermosa y más fuerte que las rosas, si los pájaros vienen a picotear lo invisible… No sé, creo que de todo esto trato de hablar como si el lenguaje se hubiese acabado, como dijo Montalbetti. Porque el lenguaje es un muerto muy vivo, un muerto que no para de nacer. Es fascinante trabajar con esa materia que muta constantemente, como la vida. Es impresionante pensar que la cadena significante es infinita y que nuestra mente es infinita y que no podemos abarcar todo ese infinito ni imaginarlo. Todo lo que podemos hacer es el trabajo de intentar encontrar y dar sentido. Es un trabajo que no termina nunca, que nunca está completo, que no puede decirse si está ni bien o mal: sólo nos mantiene vivos.

Gilgamesh: ¿Cómo fue la experiencia, qué significó y sigue significando la antología editada por Eduvim, «Los budas y otros poemas»?

Carina Sedevich: Todos mis libros son muy significativos para mí. Cada uno es un pedacito de un trabajo continuo para sobrevivir del modo que sé, que me es posible, como te contaba antes. Es un trabajo que no se hace así como así, es un trabajo muy gozoso y muy duro. Un trabajo que muy pocos valoramos. En este caso en particular, aprecié, por supuesto, el hecho de que una editorial universitaria me convocara para una integrar una colección de poesía. Ojalá esas cosas pasaran más a menudo.

Gilgamesh: Oriente y Occidente están convocados en tu escritura. ¿Cómo habitás esas tradiciones en tu obra? ¿Se puede escribir y ser un buen poeta, un buen escritor, desconociendo la propia tradición?

Carina Sedevich: Suelo sentir, como cantaba Facundo Cabral, que no soy de aquí ni soy de allá. Me gusta eso. Me nutro de todo aquello con lo me tropiezo y, de alguna manera, me toca. Mis influencias son variopintas y se mezclan de maneras misteriosas. Y disfruto de que ocurra así. Creo, como dijo algún sabio poeta oriental, que al final no hay nada que entender.

Gilgamesh: ¿En qué genealogía poética anclarías tu poesía? ¿Hay una generación poética en la que te sientas incluida?

Carina Sedevich: Supongo que, como en la vida, ando medio desfasada. Tampoco me queda claro que opinan al respecto quienes me leen, porque no me encasillan, por suerte. O si lo hacen no sé, no me doy cuenta. Eso me parece liberador. Me encanta no saber dónde estoy parada ni a dónde voy.

Gilgamesh: ¿Qué biblioteca te acompaña a la hora de escribir? ¿Qué autores fueron mojones en tu educación sentimental-poética? ¿Qué escrituras son fundamentales hoy?

Carina Sedevich: Algunos de los nombres que me han influido pueden encontrarse en los epígrafes que elijo. Y en general retorno, por épocas, a los mismos autores. Es raro que algo nuevo me deslumbre, de un tiempo a esta parte. De todos modos, por suerte siempre algo aparece o reaparece. Es vital poder seguir dialogando con otras escrituras y otras materias significantes, es vital sentir que hay otros en el camino, que no estamos solos.

Gilgamesh: ¿Cómo te relacionás con los lectores? ¿Hay un lector presente a la hora de la escritura?

Carina Sedevich: Sé que los lectores harán su trabajo cuando sea el momento. No sé quiénes serán, no me los puedo imaginar. A la hora de la escritura intento decir lo que tengo que decir de la mejor manera posible. Me leo, me corrijo, me leo, me corrijo. Lo hago muchísimas veces hasta que suena la música que siento que tiene que sonar, la mejor que pude conseguir. Es un proceso que podría ser infinito, pero en un momento hay que parar para dejar ir eso que se pudo hacer en esa instancia. Y empezar de nuevo.

Gilgamesh: ¿Y con el ambiente literario? ¿Qué opinión te merece la proliferación de ciclos de lectura, de convocatorias, de festivales, talleres? ¿Es indispensable, para la circulación de la obra, el trabajo de constante exposición del autor?

Carina Sedevich: En el “ambiente literario” me muevo muy poco, tengo algunos conocidos y conocidas que aprecio mucho. He encontrado también personas que irradian más oscuridad que luz. Ando como por cualquier otro lugar, viendo qué onda, procurando compartir con aquellos que me parecen amables, amorosos, con sentido del humor y sentido común: gente que me inspira confianza. He aprendido a no esperar nada de nadie, como en la vida, así que es difícil que me decepcione. Igual me pasa de vez en cuando, hay personas que logran sorprenderme para mal. Trato de hacer circular yo misma mi escritura, porque creo que en general no le importan mucho a nadie más y porque prefiero, si es posible, no pedir ni comprometer a otros. Y procuro no hablar si no tengo nada bueno para decir. En realidad, trato de aplicar -no siempre me sale, por supuesto- aquello que recomendó algún otro sabio oriental y fijarme si lo que estoy por decir es necesario, es bueno y es verdadero. Es difícil que se cumplan esos tres requisitos. Sobre todo para alguien que cree que “la” verdad no existe.

Gilgamesh: Vida y obra, ¿van de la mano? ¿Qué compromiso es ineludible a la hora de escribir?

Carina Sedevich: El compromiso es con la poesía, con esa materia que me permitió habitar el mundo y sobrevivir en él. Es tratar de hacer la poesía para continuar un ciclo infinito, un diálogo entre almas. Yo recuerdo cada vez que un verso de otro me atravesó por completo y sentí que no estaba sola. Recuerdo que eso que leí me habilitó a mí a escribir y a vivir, de alguna forma. Me mostró que se podía. Si algo parecido pasa con un verso que yo escribo, si toca a alguien de esa forma, entonces el ciclo sigue, el diálogo continúa, la vida se sostiene. Cuando alguien viene y me dice que siempre recuerda tal verso de tal libro o postea ocasionalmente un poema que escribí es porque ese verso, ese poema, consiguieron algo milagroso, algo que me excede, que nos excede a todos: tocar, habilitar, destrabar, descubrir. El lenguaje, que es un equívoco, un cerrojo, incluso una condena, también puede hacer todas esas cosas ciertas y liberadoras en la poesía.

Gilgamesh: ¿De qué modos, en este contexto que nos atraviesa, «Alrededor de ese fuego/ hay que danzar»?

Carina Sedevich: El sentido siempre lo construye quien lee. En ese verso y en todos.

Gilgamesh: Cuando sentís que el libro está terminado, ¿se te impone la necesidad de la edición? ¿Cómo ha sido tu camino a la hora de editar?

Carina Sedevich: Necesito soltar el libro terminado para poder seguir escribiendo. Me ha pasado de todo en los diferentes procesos de edición. Es muy triste decir que no todas las experiencias fueron buenas y que algunas han sido decididamente malas, que hay editores que maltratan al poeta, a la obra y al lector, y que incluso los estafan o intentan estafar de diferentes formas: económica, moral, artísticamente. Me ha tocado pasar, y sigo pasando, momentos muy amargos. Por otro lado, también he encontrado excelentes editoras y editores en el camino, personas que han demostrado que respetan y valoran el trabajo de quienes escribimos. Personas que le dan un trato amoroso a la obra, al autor y al lector. Me guío por mi intuición al poner un libro nuevo a consideración de una editorial, pero a veces la intuición falla.

Gilgamesh: ¿Nos contarías sobre la Revista Ardea?

Carina Sedevich: Ardea https://ardea.unvm.edu.ar/ es una revista digital que hacemos desde la Secretaría de Comunicación Institucional de la Universidad Nacional de Villa María. Desde hace ya seis años abordamos temas vinculados al arte, la ciencia y la cultura en clave periodística. Invito a los lectores de Gilgamesh a conocerla, es el resultado del trabajo de un equipo de profesionales muy capacitados y comprometidos. La recepción de material para ser puesto a consideración del comité editorial está siempre abierta y disfrutamos de promover la diversidad de voces y temáticas.

Gilgamesh: Tu poesía ha sido reconocida con premios sino también siendo traducida a varios idiomas. ¿Cómo gestionás esos reconocimientos?

Carina Sedevich: Siempre son una gran alegría. Como ya mencioné, escribo en principio como modo de habitar el mundo y hacerlo un poco más habitable para otros. En otras palabras, escribo para participar del ciclo de la poesía, ciclo que incluye inexorablemente al lector. Y las traducciones, los premios, las invitaciones a festivales, son cuestiones que ayudan a que el ciclo fluya. Además, a quién no le hace bien una palmadita en el hombro, un gesto de reconocimiento. De todas formas, para mí es importante no perder de vista que operan muchísimos factores, muy difíciles de evaluar, que posibilitan que esos reconocimientos lleguen o no. Hay mucho de azaroso en la cuestión, también. Intento estar dispuesta a que esas cosas pasen o no pasen, tener presente que en definitiva no le mueven la aguja a la poesía y que tampoco van a hacer que deje de escribir o que escriba cosas que no me interesa escribir.

Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas
y quizá, también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?

Carina Sedevich: Tal vez críticos literarios o investigadores sociales podrían responder a esa pregunta de manera interesante. De mi parte, no me siento demasiado cómoda analizando la poesía desde ninguna perspectiva en particular.

NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA

Carina Sedevich nació en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina, en 1972. Su obra poética ha sido publicada en diversos países de Europa, Asia, Norteamérica y Latinoamérica y traducida al inglés, al chino, al portugués, al italiano, al polaco y al catalán. Entre otras distinciones, recibió el Premio de Poesía José Pedroni 2022 por su libro Un pez en un cauce que mengua. Se graduó en Ciencias de la Comunicación y se especializó en Semiótica. Dirige Revista Ardea, publicación digital de arte, ciencia y cultura, desde la Secretaría de Comunicación Institucional de la Universidad Nacional de Villa María, Córdoba, Argentina.

Libros publicados

La violencia de los nombres (Lítote, Santa Fe, 1998)
Nosotros No (Lítote, Santa Fe, 2000)
Cosas dentro de otra cosa (Lítote, Santa Fe, 2000)
Como segando un cariño oscuro (Llanto de Mudo, Córdoba, 2012)
Incombustible (Alción, Córdoba, 2013 | Karakartón, Mallorca, España, 2013)
Escribió Dickinson (Alción, Córdoba, 2014)
Klimt (Club Hem, Buenos Aires | Suburbia, Gijón, España, 2015)
Gibraltar (Dínamo, Córdoba, 2015)
Un cardo ruso (Alción, Córdoba, 2016 | Moinhos, Belo Horizonte, Brasil, 2019)
Flor cineraria (De Todos Los Mares, Córdoba, 2016)
Los budas y otros poemas (Eduvim, Córdoba, 2017)
Cuadernos de Lolog (Postales Japonesas, Córdoba, 2017)
Lavar a la madre (Buena Vista, Córdoba, 2017)
Lejanas bengalas estallan (Del Dock, Buenos Aires, 2018)
Grandes metales oscilantes crujen (Delaire, Santa Fe, 2019)
Cuando la muerte sorprendió a Fassbinder (Tanta Ceniza, Neuquén, 2020)
Rosados cuerpos de pinos (Aparte, Arica, Chile, 2021)
Krishnamurti (El Vendedor de Tierra, Buenos Aires, 2022)
Un pez en un cauce que mengua (Premio José Pedroni, Ministerio de Cultura de Santa Fe, 2023) Junto al agua que el sol constela, blando (Palabrava, Santa Fe, 2024)
El dios de los vacíos (Alción, Córdoba, 2024)

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