GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a CELINA FEUERSTEIN
(Publicado en la página de Facebook el 17 de septiembre de 2025)
Celina Feuerstein nació en Buenos Aires en 1959. Poeta, Licenciada en Psicología, psicoanalista.
En la entrevista, Celina, dice:
«Yo no sé si la poesía es, para todos, un medio para exorcizar recuerdos y activar la memoria, pero sin duda lo es para mí. No tanto exorcizar, más bien transformar en otra cosa.»
SELECCIÓN DE OBRA
De «Pequeñas prosas blancas»
Dicen que el blanco es la presencia de todos los
colores. No sé qué significa eso. Blanquísima
es la nieve y esta luna tan redonda.
Sola yo en las altas cumbres es blanco. Cuánta
luz.
O de noche sola. Entre las sábanas.
*
La lluvia que no para. La primavera que no
llega. Los autos no dejan de avanzar.
Miro por la ventana y escribo. Podría decir
también: las palabras no llegan. Escribo esa
ausencia y las gotitas de lluvia.
Los árboles aún invernales. La grúa gigante.
Algunas flores rosadas. Algún paraguas.
*
Segundo grado. Siete años. La señorita Amalia
me encarga la escritura de la obra para el día
de la madre. Sale de una composición que nos
hace escribir.
Eso supongo.
Las madres árboles de las hijas flores. Madres
bosque hijas ramas. Las madres queridas. Sin
ambivalencia a los siete.
Es un cuento corto. No me acuerdo de qué se
trata, pero sí mi orgullo. Llegan las mamás y
la maestra dice que es una obra de mi autoría.
De «La velocidad de la luz»
desde el cristal un resplandor
ríos y puentes fosforecen
¿qué ves en ese cielo anaranjado?
¿y en estas manchas violetas?
aturdida recorro las calles
ciudades lejanas envueltas en luz
¿es camino eso que veo?
¿o túnel?
¿es mar y arena?
afuera el color del fuego
¿está lejos o se acerca?
*
En Nueva York
Siempre me parece que revivo acá. Esta ciudad
vibra adentro mío. Las calles que recorro y me
recorren. Pelos de colores en Grand Central. Caras
que no sé qué dicen. Oh Nueva York. Nueva yo.
Nueva, nuevísima yo.
¿ves esa mujer sentada en la vereda?
el cuello tan largo
parece una muñeca de trapo
así torcido el cuello
está a punto de caer sobre la piedra
shh no la despiertes
qué sueño profundo el de la mujer
su cuerpo erguido y en la boca un cigarrillo
ceniza a punto de unirse a la tierra
¿la ves dormir o ya está muerta?
hace rato yace la dama
del cuello largo de jirafa
mi hijo dice que es un hombre
pero yo veo
a una mujer
eso no importa
en esta ciudad nadie mira
a nadie le interesa
un cuello que crece hacia abajo
como rama de sauce
vení mirá
el cuello torcido
de la mujer que duerme en la vereda
las luces en Times Square
la envuelven y la hacen brillar
como una luciérnaga gigante
todo el ruido cabe en un segundo
el día y la noche caben en un segundo
confluyen mil lenguas en una sola
cuando bajamos del subte
una señora con el cuello muy largo
duerme en la vereda sobre un escalón
la cabeza le cuelga sobre un hombro y
parece en paz mientras la miramos
del otro lado de la calle una mujer bella
luce sus piernas
viste de negro y collar de plata
mira distante
no sé qué mira no sé qué ve
entre los caminantes no hay espacio casi
somos un cuerpo enorme y sobrenatural
yo camino y camino
dejo que se prendan las luces de la noche
y aún sigo caminando
esto hago
un paso y otro y otro paso
paseando pasando
las voces me envuelven como una manta
en las calles de Manhattan
de Brodway a la Quinta Avenida
del Moma al Lower East Side
o hacia los colores del mercado en Chelsea
voy sin aliento
nuevas comarcas
a la velocidad de la luz
y de pronto una inquietud
que la tierra ya no sea redonda
que se acabe la gran calle y yo caiga
para siempre
expulsada del planeta
De «de qué se trata el otoño en mi ventana »
Súper 8
Cierro los ojos y aparece, la oscuridad
trae a los fantasmas. Abro los ojos y no está. Cierro
los ojos y voy, atravieso en un caballo volador
el espacio que me separa de sus manos. Abro
los ojos y mis dedos largos tocan el vidrio
de la ventana. Cierro los ojos y un campo
con flores violetas y amarillas se extiende como
un colchón en el que me dejo caer. Abro los ojos y es
la mañana de un lunes nublado. Cierro los ojos
y cada costado del viento es mi cuerpo. (El viento
no tiene costados. El cuerpo sí). Abro los ojos
y cada costado de mi cuerpo es el viento. Cierro
los ojos y los veo, nos veo, jóvenes y sonrientes. Abro
los ojos y sonrío. Cierro los ojos y el auto viejo
un Valiant 3 o un Valiant 4, entorna sus puertas para que
bajen. Abro los ojos y no puedo correr
a su encuentro. Cierro los ojos y es la dulzura
de la infancia. Abro los ojos y es la dulzura ahora
mirando por la ventana el lunes nublado ¿o son mis ojos
los que se nublan? Cierro los ojos y la niñita que fui
da vuelta la cabeza y mira por la luneta del auto
buscando algo. Quiero preguntarle qué mira, qué busca,
pero no me escucha. El auto se aleja por la carretera.
si recuerdo es porque también olvidé
por ejemplo tu voz
padre
viene de la sombra
y tu risa madre
liviana como una hoja
se desprende y baja
del árbol
me hace cosquillas
vienen
risas y voces
a decirme que ya es tiempo
de encontrarnos
y celebrar
*
así transcurría nuestra infancia
entre arroyitos y piedras nos dejábamos llevar
por una vida dulce que olía a lavandas
ay ese perfume lila de mis vacaciones en las sierras
el perfume del limón y de la peperina
el olor a sulky y a tierra de los caminos
que se perdían en la montaña y llegaban al cielo
el mismo cielo que hoy miro y me trae las voces
canta mi padre habla mi madre ríen mis hermanos
abuela y abuelo suenan inconfundibles
entre sapitos y grillos cantan esas voces
canta mi padre habla mi madre ríen mis hermanos
abuela y abuelo suenan inconfundibles
entre sapitos y grillos cantan esas voces
que no se olvidan como los olores
¿por qué dicen que las voces se olvidan?
ENTREVISTA CON LA AUTORA
Gilgamesh: Celina, tu poética ancla en la genealogía íntima, familiar y se bifurca en las geografías que elegís recorrer para espejarte en lo otro y regresar con lo propio. Me gustaría saber cuándo y cómo empieza esta travesía con la escritura. ¿Es la poesía un puente para exorcizar los recuerdos, para activar la memoria?
Celina Feuerstein: La travesía con la escritura empezó cuando era muy chica. Vaciando la casa de mis padres, encontré una libretita con pequeños versos infantiles. Siempre escribí, de hecho en el último libro cuento que la maestra de segundo grado, “la señorita Amalia”, me pidió escribir algo para el día de la madre. Y fueron pasando los años…
En la adolescencia escribía también, poemas o cuentos cortos (algo así), papeles que quedaron por ahí o se perdieron, cuadernos. Mi mamá sabía de mi interés por la poesía y me compraba libros. Y acá están en mi biblioteca las preciosas antologías que sacaba la librería Fausto. Un acto de amor, el de mi madre.
Ah, y “Pequeñas prosas blancas”, el último libro, comienza así: “Pablo murió y yo escribí. Poemas y pensamientos que me venían, lo que fuera. Eso atenuaba el dolor. Cuando llegó el certificado de defunción salió un poema. Certifican, se llamaba”.
Me preguntás sobre poesía y memoria, y creo que ahí tocás algo del hueso de mi escritura. La casa vacía nace de un duelo, y coincide también con el momento en que empiezo a asistir a un taller de escritura poética.
Yo no sé si la poesía es, para todos, un medio para exorcizar recuerdos y activar la memoria, pero sin duda lo es para mí. No tanto exorcizar, más bien transformar en otra cosa. Hacer de los recuerdos poema no es sacar o liberar demonios, por así decir, sino más bien traer todo eso y convertirlo en algo diferente. Escribir es resignificar, entonces es volver a escribir de otra manera eso guardado. Se activa, sí. Se hace viva esa memoria.
Gilgamesh: ¿Nos contarías el proceso creativo de «La casa vacía»? ¿Qué significa hoy ese primer libro editado?
Celina Feuerstein: Siguiendo con lo que decía antes, mis muertos queridos vuelven y cantan en los poemas. Reviven, sí, susurran en mis oídos, me acompañan.
“La casa vacía”, como te conté, nace de un duelo, o de muchos. La muerte de mis padres, el final de una relación amorosa. Y de vaciar la casa familiar, un proceso que llevó un año. Cada sábado nos encontrábamos en “Ocampo” (así la llamábamos) con mis hermanos. Cada sábado una especie de búsqueda del tesoro, un viaje a la infancia.
“La casa vacía” fue una forma de ordenar los recuerdos y cicatrizar el dolor. Mis padres y todos mis muertos volvieron a ser velados. Reencontrados y vueltos a velar se hicieron poema. Jugando con las palabras diría: Mis muertos se revelaron, se dejaron ver. Y yo les di la bienvenida en el libro. A su vez tiene también un valor especial por ser el primero. Aún recuerdo la emoción de la presentación, la alegría inmensa de que saliera a la luz.
Gilgamesh: Los poemarios que siguieron, «De qué trata el otoño en mi ventana» y «A la velocidad de la luz», ¿fueron pensados como una continuación o una ruptura con ese primero?
Celina Feuerstein: “De qué se trata el otoño en mi ventana” es, sin duda, continuación del anterior. Escribía mucho en esa época, y en algún momento tenía que poner un punto final a “La casa vacía”. Alguna vez dije que se cerró una puerta y se abrió una ventana. Y por esa ventana poética entraban y salían recuerdos y versos y más versos. Esos dos primeros libros tienen mucho en común, los poemas del antes y los de ese momento, y también aquellos sobre lo más amado: mis hijos y la escritura.
“A la velocidad de la luz” es un libro diferente. Como dije también alguna vez, son poemas viajantes, paseanderos. Poemas sorprendidos por la belleza del mundo.
No hay duelo allí, sino una voz poética maravillada por esos paisajes, pequeños pueblos, ciudades. Versos deslumbrados por colores, sonidos, esa luz que muestra y oculta lo bello cada vez.
Gilgamesh: En uno de tus poemas decís que «escribir es amar y yo...». ¿Qué se juega entre ese sentimiento, esas emociones y ese yo poético?
Celina Feuerstein: ¡Oh, el poema que cierra “La casa vacía”! Lo releo y pienso en tu pregunta. Y se me ocurre que es un poema verdaderamente enamorado. Emociones que atraviesan cuerpo y alma, versos que tiemblan y se erizan. Un yo poético tomado por un amor arrasador y a la vez sanador, un yo poético que cae en el remolino de una ola y sale a flote y vuelve a respirar.
Así el amor y la poesía. Así la escritura, un acto de amor.
Gilgamesh: ¿Qué rituales te acompañan a la hora de la escritura? ¿Y al momento de la lectura?
Celina Feuerstein: No sé si tengo rituales a la hora de escribir. A veces aparece algo y lo escribo en las notas del celular, para no olvidarme. Pero escribo en la computadora, aunque me encantaría poder decir que lo hago en cuadernitos preciosos que compro o me regalan.
Y en relación a la lectura, casi siempre leo en un sillón en el living de mi casa, o en un silloncito en la terraza en verano. Y a veces voy a leer a un bar, me encanta eso.
Gilgamesh: ¿Hay lecturas que acompañan el trabajo de tus libros?
Celina Feuerstein: Hay lecturas que inspiran más bien. A veces busco inspirarme, pero en general eso sucede o no sucede. Quiero decir, algo debe entrelazarse entre esa lectura y la escritura, pero si es así no me doy cuenta, no soy consciente, digamos.
Como dice aquella famosa frase: “Yo no busco, encuentro”.
Gilgamesh: ¿Qué sucede cuando te enfrentás a la página en blanco y el poema no acontece, cuando «las palabras no llegan»? ¿Son tus lecturas disparadores para tu escritura?
Celina Feuerstein: Ay, eso sucede muy seguido últimamente, y hablo mucho de la página en blanco en el último libro, “Pequeñas prosas blancas”. Quedarse sin palabras, quedarse en blanco.
Cuando eso pasa dejo la computadora. Muchas veces me pongo a leer, sí. Busco poetas que me conmueven, me interpelan.
Leer siempre es inspirador, y más que eso. No puedo imaginar escritura sin lectura
Gilgamesh: ¿Tu trabajo como psicoanalista influye en tu trabajo como poeta? ¿Y en tus lecturas?
Celina Feuerstein: Yo no sé si mi trabajo psicoanalítico influye en mi escritura. Pero sí encuentro relaciones entre escritura, poesía y psicoanálisis. Escuchar a un sujeto, sus relatos, su padecimiento. Se trata también, entre otras cosas, de palabras. Recuerdo en este momento un libro que leí hace tiempo, “El caso Anne”, de Gustavo Dessal. Allí él habla del analista como un cazador de palabras. Reconocer el vuelo de las palabras y atraparlas en el aire, dice. Atraparlas y que después sigan volando, renovadas. Me pareció muy linda la imagen, y muy acertada. ¿Y no es eso también lo que hace un poeta? Atrapar palabras. Mirar y dejarse tomar por eso que viene de afuera. El analista escucha. El poeta también escucha, y mira. Resonancias en la poesía y en un análisis. Hacer con las palabras, ser tocado por ellas.
Si tomo la idea de Poiesis, de creación, de hacer con la propia lengua, cómo no pensar que poesía y psicoanálisis se entrelazan, dialogan. Nos encontramos cada vez con esa distancia entre lo que se quiere decir y lo que se dice, y cómo se dice.
Termino de responder a esta pregunta citando los versos de Alejandra Pizarnik: “Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”. O estos otros: “no/ las palabras/ no hacen el amor/ hacen la ausencia”.
Gilgamesh: ¿De qué manera hacés circular tu obra? ¿Qué incidencia tienen los concursos, talleres de escritura, lecturas públicas?
Celina Feuerstein: Los talleres son muy importantes para mí. Leer, leerse con otros, escribir y que eso resuene o no en los otros. Desde el 2015 siempre estuve en talleres literarios, que además me dan mucha alegría, casi diría una especie de felicidad. Bueno, eso es que circule la obra, aunque no esté terminada, convertida en libro.
En relación a los concursos, a veces son motivadores, ¿no? Y si obtenés algún premio o mención, bueno, es lindo ese reconocimiento…Y las lecturas también son inspiradoras. A mi me da mucha alegría cuando me invitan a leer. Todas estas son maneras de circular, y de hacer circular tu obra.
Después está el tema de las redes, claro. Que la poesía circule allí. Bueno, y ver tu libro en las librerías es genial, aunque siempre están por ahí medio perdidos los libros de poesía.
Gilgamesh: ¿Qué tipo de literatura te interpela en estos momentos? ¿Qué tipo de literatura te hizo lectora y escritora?
Celina Feuerstein: En este momento estoy leyendo dos libros de poesía que me tienen conmovida y atrapada. Ya sus títulos invitan a sumergirse y quedarse allí. Uno es “Después de doce días de lluvia”, de Dorianne Laux, una autora norteamericana que no conocía y que me recomendó mi maestra, Andi Nachon. El otro es “Guardé el anochecer en el cajón”, de Hang Kang. De ella leí hace poco su novela “La vegetariana” que también me gustó mucho.
No sé decirte qué tipo de literatura me hizo lectora o escritora (siempre siento que me queda grande ese título, prefiero decir que escribo, sacar el SER). Yo leí siempre, desde chica. Libros que me compraba mi madre, otros que no me dejaba leer porque “eran para grandes”, y que yo sacaba de la biblioteca y leía a escondidas. Pero no sabría ahora decirte nombres de ante, sí de poetas o novelistas que leo y releo: Mark Strand, Denise Levertov, Sharon Olds…Ah, compré hace poco “Léxico familiar”, de Natalia Ginzburg, a ella la leía de jovencita! Y sigo: Ocean Vuong me deslumbró, su poesía y su novela. Agota Kristof me maravilla, “Claus y Lucas” es una novela tremenda, increíble. Tatiana Tibuleac me gustó mucho, sobre todo la novela “El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes”. Podría seguir pero paro acá…
Gilgamesh: ¿Estás en algún nuevo proyecto de escritura?
Celina Feuerstein: Sí, estoy trabajando en un libro sobre mi padre. Él pasó la segunda guerra mundial y perdió a su familia en Auschwitz. Su historia es muy fuerte y me marcó a fuego. Escribo sobre eso, y sobre la memoria. Memoria y olvido, dos significantes que me rondan constantemente. Espero poder cerrarlo este año, es un libro que me cuesta especialmente.
Gilgamesh: ¿Qué relación entablás o te gustaría entablar con los lectores?
Celina Feuerstein: No sé qué responder a esta pregunta. Cuando recibo comentarios de alguien que me lee o leyó y que no conozco, siempre me sorprendo. ¿Cómo decirlo? Me parece increíble cuando recibo un mensaje de algún lector, o cuando alguien que no sé quién es comparte mis poemas. ¿Cómo es que rodaron y rodaron mis versos, y adónde llegaron?
Eso me da alegría, que la poesía vuele por ahí y descubra nuevos rincones…que se desprenda de mí y haga su camino…
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en
entrevista.
En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más,
palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado
esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la
memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la
poesía es escrita y leída por poetas y quizá,
también leída
por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado «gran
público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a
esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario en tu opinión,
para
reparar en alguna medida esa pérdida?
Celina Feuerstein: Mm, no sé, ¿alguna vez la poesía fue materia del ”gran público”? ¿Es la poesía una cuestión de o para las masas? Ese “lazo perdido” supone que alguna vez hubo algo que ya no está. La verdad es que no sé sobre eso, pero pienso, intuyo que la poesía se mueve de otra manera, con otro ritmo, en otra cadencia diría jugando con las palabras.
“La poesía nada tiene que ver con lo útil, como dice Diana Bellessi en “La pequeña voz del mundo”: La voz del poema, la voz que el poeta cree su voz. Fondo y figura moviéndose fugaces bajo el tambor del corazón. Las tareas de esta voz: permanecer atenta a lo inútil, a lo que se desecha, porque allí, detalle ínfimo, se alza para ella lo que ella siente epifanía. Las tareas de esta voz: deshacer las cristalizaciones discursivas de lo útil y tejer una red de cedazo fino capaz de capturar las astillas de aquello que se revela. Atención y artesanía. Las tareas de esta voz: desatarse de lo aprendido que debe previamente aprenderse, y disminuir así los ecos de las voces altas para dejar oír la pequeña voz del mundo”.
O como dice María Teresa Andruetto en su ensayo “Libertad condicional”: “La intensidad hace a la poesía y nos permite diferenciarla de todos los otros modos de la palabra. En el poema, las palabras —más que en ninguna otra forma de lo oral o de lo escrito— dejan de ser funcionales a la construcción de una historia, se «olvidan» de ser útiles, se ponen a hacer «otra cosa», como hacen «otra cosa» los gestos en el teatro o los sonidos en la música”.
Y dice también: “Así, la intensidad del poema se define entonces por el vigor con que el habla se impone a la lengua que es oficial y que está muerta o agoniza en su obediencia, en su rigidez y en su previsibilidad. El vigor con que nos incomoda, se desacata y se desadapta logra imponerse sobre lo que se adapta, acata y se acomoda y de ese modo se vicia y se vacía”.
Entonces, volviendo a la pregunta, y en mis palabras: ¿Es posible reparar esa pérdida? No puedo pensar en el “gran público”, quizás sea deficiencia mía, pero creo que todo esto queda bastante claro y muy bellamente dicho en las palabras de estas dos poetas argentinas que admiro.
NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
Celina Feuerstein nació en Buenos Aires en 1959. Es Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y trabaja como psicoanalista. Algunos de sus poemas se publicaron en la Antología de Poesía Federal de la Ciudad de Buenos Aires. En marzo del 2018 publicó el libro de poemas La casa vacía, por la editorial Caleta Olivia. Participó en el poemario Martes verde, del colectivo Poetas por el derecho al aborto legal. En 2020 publicó De qué se trata el otoño en mi ventana (poesía), por Modesto Rimba y en 2022 A la velocidad de la luz, poemario publicado por la editorial Tren Instantáneo. Participó en el libro de Ediciones Arroyo Bajé para respirar. En 2021 formó parte de la Antología Jardín (100 poemas sobre flores), de Editorial Camalote, y en 2022 de Campo, de la misma editorial. En 2024 salió Pequeñas prosas blancas, por la editorial La mariposa y la iguana.
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