GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a CARLOS ALDAZÁBAL(Publicado en la página de Facebook el 23 de abril de 2025)
Carlos Aldazábal nació en Salta, en 1974. Es poeta, editor y Licenciado en Ciencias de la Comunicación.
En la entrevista, Carlos, dice:
«Sin observación, sin mirada, sin registro, no hay poesía, pero sin búsqueda formal, sin innovación, sin pretensión de “originalidad”, tampoco.»
SELECCIÓN DE OBRA
De «Paraje»
El que tiró la flecha (Thokwfwaj)
En mis ojos escupió la palabra, y así se abrieron para ver.
Fue cuando las flechas cayeron de las nubes
y el agua vivía en el yuchán, padre de los peces.
Era el árbol una promesa.
Pero el dueño de las flechas, impaciente,
acertó en el yuchán al pez dorado
y el agua se derramó haciendo la promesa realidad.
Todo lo supe cuando la palabra escupió en mis ojos,
y fue entonces cuando vi al que lanzó la flecha
imponiendo su filo para dejarme ver,
y así contemplé el río, y la cabellera del arquero
ondeando en sus remansos, agua derramada del yuchán
en la emboscada de flechas impacientes.
Ahora que veo invoco al dueño de las flechas,
su osadía impertinente y torpe, pero generosa al fin.
Invoco al arquero padre del río ahora que el río
susurra bajo el sol
el misterio de su vida de laguna,
cuando sus peces estancados desafiaban el filo,
y la flecha apuntaba con sagaz pericia al corazón del yuchán.
Dador de vida vuelto agua,
dueño de las flechas al que puedo ver
ahora que la palabra escupió en mis ojos:
que tus dardos de agua no enfurezcan al río,
que tus dardos de agua apacienten la tierra
y florezca el yuchán y brote el monte.
Carancho (Ahutsaj)
¿Era yo ese cadáver que te alimentaba
en el camino polvoriento?
Recuerdo el juego de esconder el corazón,
el juego de correr hasta perdernos en el monte.
¿Éramos nosotros bajo las garras del carancho?
Quise asustar la soledad apostando mi nombre,
y mi nombre secreto apareció en tu boca
y tu nombre me fue dicho en esa niebla
hasta que te revelaste, cazadora furtiva en este juego.
Ahora, desde un árbol somos observados
y nuestros cuerpos yacen bajo la sombra del incienso,
ofrendas en el monte para el pico y las garras,
para los ojos que miran y que ven
el perfecto equilibrio de la vida y la muerte.
Luna (Iwela)
Otra vez la palabra escupió en mis ojos
y entonces vi a la luna, ladrona de almas,
reteniendo la risa de los niños,
la pena de los niños,
los huesos de los niños
y también sus canciones.
Entonces le imploré:
“Luna, señora de luz blanca,
ese niño que lleva de la mano,
ese niño que lleva del pescuezo,
esa mujer llorona y desvalida,
ese anciano quejoso,
esas almas que pueblan sus praderas,
deben volver, Señora”.
Y todas las almas cantaron a la luna
para que la luna duerma,
y fue pesado el sueño de la luna,
y fue sutil la marcha de las almas.
Entonces viste el mundo,
pequeña bendición salvada de la luna.
En los brazos de tu madre pudieron verte todos,
y en mis ojos abiertos de palabra tu risa iluminó mi oscuridad.
De «Mauritania es un país con nieve»
ANIVERSARIO
Igual que un judas, padre,
me entregaste tu muerte.
Yo solo me escondí bajo la tierra,
cuando llegó ese viento
que bajaba del norte.
Fui negado por vos
treinta y tres veces,
para plantar, sin más,
piedras de nada,
monedas sin valor,
papel dorado,
precio de un corazón
que ya no late,
herido por la sal.
Igual que un judas, padre,
me entregaste tu muerte,
y no hubo redención
y no hubo madre,
ni abrazo fraternal,
ni buena suerte,
ni ganas de luchar,
ni convicciones.
Solo tu muerte, padre,
solo la muerte,
y la vendimia anual
de los recuerdos,
el vino sin pudor,
la voz cascada,
el sainete infeliz de las derrotas.
Tu cadáver soy yo,
pobre sombra de sombra a la que nadie invita
en otro aniversario de su muerte.
CELEBRACIÓN
Todo
será reducido
a las cenizas,
igual que mi camisa
de la suerte
acribillada
por fuegos de artificio
en Año Nuevo.
Este es el principio de la nada:
cenizas en el viento
y un botón calcinado.
El viento y las cenizas,
el rapaz homicida
que hoy mismo
ha despeinado un trigal,
antes de incinerar
mis esperanzas.
Otra cosa es el agua.
Cuando las cenizas
formaban una prenda,
llegaba un temporal
al tendedero
y era un júbilo ver
las gotas que caían.
Pero agua y cenizas
se mezclan en el barro,
como un cadáver terco
que pretende quedarse,
cenizas en el mar
para engordar los peces,
hollín de un río muerto
por donde nadie pasa.
Luego sale el sol,
seca la mancha,
y adherida al cemento
un pedazo de tela,
y un tizne algo marrón
de lo que fue un recuerdo:
«Aquí yace el pasado»,
se piensa ingenuamente,
insólita ilusión
de renovar la vida,
celebrar lo que nace,
olvidar un momento
la irreversible fuga,
constatando en el fuego
la voz del calendario,
confundiendo el azar
con el destino.
De «Camerata carioca»
El aplauso del agua
Y entonces vino el agua para aplaudir los techos.
La ciudad era un diamante, y por los cerros caían las palabras,
desguazadas en cascabel de cantos, aluvión de tristezas, bandoneón de risas.
La imagen que se vio fue de Lituania:
Jean-Paul Sartre caminando por una playa,
sabiendo que la inmortalidad puede venir de un ojo,
y que los ojos configuran a los fotógrafos, pero también a los poetas,
y que los poetas son aplaudidos por la lluvia cuando en la ciudad
suenan las campanas de las iglesias y los coros entonan loas
a los profetas de bastón y barba larga, ilusión de los versos
que dignifican las favelas y los bancos de los parques,
donde los desocupados leen los diarios o imploran limosnas.
Río de Janeiro era un precipicio, y la música coral una laguna.
Los poetas, bajo la luz del bandoneón, saltaban charcos de melancolía,
y en los laberintos de las calles se desbocaban las palmeras bajo el agua,
empeñada en continuar su aplauso, humedad en los vidrios, encanto de
la noche.
Estatua de poeta frente al mar
Hombre pensando el poema,
masticando el poema con los sesos.
“¿Para qué sirve esta boca?”, pregunta,
asqueado de mascar.
Explicación del poeta
Donde dice “alma” escriba
“un cuerpo oprimido entre vocales”.
En “un lugar común” coloque “espanto”.
En el punto final
agréguele algún fósforo que arda.
La casa del poeta
Tan insignificante como un grano de sal.
Allí vivió Tamborini y escribió su poema más hermoso,
donde la insignificancia transmutaba en piedras preciosas.
Ahora, que nadie recuerda esos versos,
su impunidad es absoluta.
Resucitado, deambula frente al mar con aprehensión al agua.
Resucitado, escribe su epitafio una y otra vez:
“No es eso lo que siente un poeta”.
“No es eso lo que debería sentir un poeta”.
De «Nadie enduela su voz como plegaria »
Lola
I
Cánteme niña
la canción de su pueblo:
ahora el cazador está en su boca.
¿Recuerda las vocales, el aire frío
calentándose entonces sin hogueras?
¿Recuerda la oración de cacería
que a las montañas apuntaba su canto?
El cielo era un color necesitando un nombre,
un disparo certero hacia la altura,
algún ruido soltado para siempre.
Y vino el cazador en auxilio del cielo.
El arco era un murmullo decidido,
una tierna plegaria, una frágil verdad
estirando su cuello, escupiendo la flecha.
Ahora cace usted, que está perdida,
huerfanita de pueblo, por la ventana abierta
ejercite su canto:
el nombre huella,
el nombre corazón desamparado,
el nombre del color parecido a la nieve,
el nombre de los selknam,
el nombre de la muerte
que celosa del cielo se llevó al cazador.
Cánteme niña su flecha más filosa.
Hay que clavar un nombre en el silencio.
II
El amor no es un recuerdo
que se piensa en la aurora
sino la tempestad que lava sangre
para hacerla vivir.
Hablar despacio,
demorar las vocales,
acariciar el aire,
dibujar los contornos:
son los actos de amor en el sonido
que inventa la canción, el amor que se dice
con la canasta firme que acaba de tejerse.
La tempestad que lava las ausencias,
la aurora que se piensa
cuando la noche extiende sus dominios
llamándose vejez.
Es un acto de amor,
querida Lola,
huerfanita de pueblo,
fénix que canta,
tormenta en el olvido lava sangre.
De «La soberbia del monje»
Dogma
Y es que para crear
hay que llevar un cuerpo donde asirse,
un par de piernas, largas como cintas,
un vientre de papel garabateado,
un ojo en el terror, bocas distintas,
y la belleza múltiple de un coro de tiranos,
torturadores leves de masas voluptuosas,
despellejadores del sueño en que vivimos.
Y es que para crear
hay que escupir un mundo.
Poética
En el escaparate
el libro bosteza su nostalgia de polvo.
Un fantasma estornuda. Yo escribo.
De «Por qué queremos ser Quevedo »
Pregunta
¿Cómo es posible
que el aire transporte
crustáceos del destino
que el horizonte pese
sobre las costillas de la luna
que el descuido nos engañe
con la planificación de nuestras vidas
que el crecimiento sea un embudo
cobrándonos peaje
que el amor parezca escoba
barriendo sueños
que el recuerdo nos junte
cuando la lejanía nos tortura
que la soledad nos muerda en la barriga
que te seque mares
robándote el silencio
después de haber estado pegado a tus entrañas
escuchando la pregunta que te hago?
De «El caserío »
1
Llegamos del Perú.
Mesetas fabulosas
anunciaron el valle.
Mi padre fue guerrero,
también fue capataz,
y ahí donde lo ven,
creciendo en bronce,
sus manos aserraron
el árbol de mi cuna.
Llegamos del Perú.
Abuelo y sus caballos
ascendieron al cielo como Elías
para darle otro nombre a nuestro viento.
(¿Es que cantas, doncella de la noche,
arremetes el río con tus manos
y me lavas el alma por los ojos?
¿Alimentas mi boca con tu seno?
¿Es tu leche este líquido
que me ahoga de pronto
cuando pienso en mi abuelo y sus caballos?)
Mi hermano está domando:
tiene un negro alazán
que ha comenzado a aceptar su montura.
Primero corcoveos, después trote,
luego galope fuerte como el tiempo que pasa
levantando polvillo del recuerdo.
De «Por qué queremos ser Quevedo»
La higuera
Cuando el argumento lo exigía
yo era el que despertaba a los fantasmas
y llamaba a los ovnis
para viajar en el torrente sanguíneo
de lo absurdo.
Las runas se trazaban
sobre las axilas,
las esquinas de los barrios
que escondían duendes ostrogodos,
y así la invocación surtía efecto.
La higuera era el buque pirata
que conducía a la selva del fondo,
la máquina del tiempo que me acercaba
al dinosaurio perro
que me mordió una tarde
y terminó ahorcado por el vecino,
el malo de la jungla
al que yo bombardeaba
con piedras de Hiroshima
para reírme de la radioactividad
que se elevaba
sobre el tejado de sus cejas.
Cierto día el buque se hundió:
mamá decidió parquizar el fondo
y eliminar las malezas
que afeaban las fuentes de las ninfas,
seres de yeso
que se comieron la tierra de las parras
y confabularon con el vecino
para terminar con mi reinado
sobre la higuera.
ENTREVISTA CON EL AUTOR
Gilgamesh: Carlos, tu poesía está atravesada por un paisaje, por una geografía que, lejos del regionalismo y lo pintoresco, hace de lo ancestral una «profesión de fe», un aleph en el que mundo y sus afanes persiste «en el monte,/ sin resignarse al fuego, a las cenizas». ¿Cuándo supiste que la escritura era «tu destino»?
Carlos Aldazábal: Empecé a escribir en la infancia, a eso de los 8 años, y extrañamente versos, a pesar de ser sobre todo un lector de novelas de aventuras y de historietas. Pero había una estructura musical en mi cabeza que me dictó esos versos (que estuvieron custodiados celosamente por mi madre por muchos años, hasta que sucesivas mudanzas hicieron que desaparezca “la prueba del delito”). Después, ya de manera consciente, las lecturas de Vallejo y Lorca, en mi adolescencia, fueron determinantes para darme cuenta de ese llamado, de ese “destino”.
Gilgamesh: Desde «La soberbia del monje» (1996) hasta «Paraje» (2021), ¿qué búsquedas insisten, qué nuevos caminos te fueron habitando?
Carlos Aldazábal: Siempre intento nuevas búsquedas formales en mis libros, y de un poemario a otro siempre hay mutaciones. Pero hay una cadencia musical, un fraseo, que siempre está presente, y supongo que por ahí va eso que llaman “estilo” o “voz propia”. En líneas generales, parte de mi poesía es autobiográfica, pero especialmente en dos libros, Nadie enduela su voz como plegaria (2003) y Paraje (2021), esa autobiografía muta en una experiencia de “poesía antropológica”, un decir desde las culturas de dos pueblos indígenas, el pueblo selknam de Tierra del Fuego (Nadie enduela…) y el pueblo wichí, de Salta (Paraje). De todos modos, como sabemos de Rimbaud a esta parte gracias a su “yo es otro”, toda poética del yo es una máscara, y en los textos que se enmascaran en las voces de la otredad siempre hay un yo, con lo que quizá podríamos pensar que toda poesía es antropológica.
Gilgamesh: Me gustaría detenerme en el primero y el último de tus poemarios, «La soberbia del monje» y «Paraje». ¿Cómo fue el proceso creativo en cada uno de ellos? ¿Difieren los modos de abordaje de uno a otro libro?
Carlos Aldazábal: La soberbia del monje (1996) fue mi primer poemario publicado. Ya tenía otros en borrador, pero fue el primero que cerró como libro. Esa escritura, completamente autobiográfica, se fue armando alrededor de lecturas como Perlongher, Gelman o Pizarnik, que acompañaron mi mudanza a Buenos Aires para estudiar en la Universidad (yo tenía 22 años cuando se publicó). Ese libro tuvo la suerte de ser seleccionado en una convocatoria organizada por la Fundación Antorchas, una institución privada que hoy desapareció, y gracias a eso, salió por la editorial Último Reino, que en ese entonces dirigía el poeta Víctor Redondo. La soberbia del monje obtuvo el Primer Premio regional, por el NOA, de la Secretaría de Cultura de la Nación, un premio en el que concursaban libros éditos, agrupados por regiones, y que tenía la virtud de tener una mirada realmente federal. Creo que esa fue la última vez que se hizo, gracias a los sucesivos “ajustes” de los gobiernos neoliberales de esa época. Paraje (2021), por otra parte, fue el resultado de una Beca a la Creación del Fondo Nacional de las Artes que gané en 2016, y que proponía escribir un poemario alrededor de la cultura y la mirada del pueblo wichí, del mismo modo en que lo había hecho, como te conté antes, con el pueblo selknam en Nadie enduela su voz como plegaria. Para eso, a lecturas centrales como las novelas de Federico Gauffín (un narrador salteño leído en la secundaria que escribió una saga de novelas de aventuras que ocurrían en territorio wichí), o la novela Eisejuaz, de Sara Gallardo, sumé la experiencia de un viaje a la localidad salteña de Santa Victoria Este, para poder participar de la experiencia de ese paisaje cultural. El resultado fue este poemario, que terminó ganando el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2021.
Gilgamesh: ¿De qué manera abordás el proyecto escritural de un nuevo libro?
Carlos Aldazábal: No tengo fórmulas fijas, en cada libro hay algo que le da una unidad, puede ser una respiración, una cadencia, puede ser un tema, puede ser una experiencia. Lo que hay siempre es un deseo de escritura que le va dando forma al nuevo libro. Luego que esa pulsión, ese proyecto, ya se volvió algo real, algo ordenado y con forma, viene el momento de la corrección, que es lo que de verdad transforma cualquier proyecto en poemario, y que en general, es lo que lleva más tiempo.
Gilgamesh: Como poeta argentino, ¿dentro de qué tradición y generación te ubicarías? ¿Y como poeta en lengua española?
Carlos Aldazábal: Bueno, la tradición poética de la provincia de Salta, en mi caso es constitutiva, ya desde poetas de la generación del 40 como Raúl Aráoz Anzoátegui o Manuel Castilla, pasando por maestros como Jacobo Regen, Walter Adet, Teresa Leonardi, Santiago Sylvester o Leopoldo Castilla, sin dejar de mencionar la influencia de esa forma de poesía popular tan significativa para la región, que es la copla. En mi caso personal, eso se juntó con lecturas tempranas de poetas de las vanguardias hispanoamericanas como Vallejo y Lorca. Tengo muchos y muchas poetas de mi generación a quienes respeto y admiro, tanto del país como de Hispanoamérica. Como mi primer libro se publicó en 1996, supongo que pertenecería a la generación del 90, que también, en el caso argentino, puede entenderse como la generación de la post dictadura. De todos modos, prefiero dejar el interés clasificatorio a la crítica, si es que en poesía aún existe tal cosa.
Gilgamesh: ¿Cómo fue tu «educación sentimental-poética»? ¿De qué manera fuiste reconociendo/armando tu biblioteca ideal?
Carlos Aldazábal: Creo que mi “educación sentimental poética” empezó en la infancia, con una higuera que tenía en el fondo de mi casa. Esa higuera era el lugar de la imaginación, porque yo la imaginaba barco pirata, nave espacial, y todo lo que quisiera. Quizá ese árbol fue la primera “antena” que me permitió vivir la experiencia de la poesía, que para mí no es solo literatura. El asombro, tan importante en la infancia, es imprescindible para que la poesía suceda, sin esa inocencia del asombro no hay poesía posible. Después llegaron las lecturas, primero en forma de novelas (Salgari, Verne) y luego versos, y luego cine, teatro, dibujos, pinturas, historietas, canciones. Todo eso que alimenta la creación y que nos habla cuando escribimos.
Gilgamesh: Sos parte de antologías como «Poesía Joven del Noroeste Argentino» y «El Canon abierto. última poesía en español». ¿Cómo leés tu producción dentro de estos espacios compartidos? Como antologador, ¿con qué poetas te gustaría dialogar en las páginas de ese hipotético libro?
Carlos Aldazábal: Las leo como un generoso acto de lectura por parte de quienes hicieron esas antologías. No sé si hoy, en esta sociedad de redes e hipermediatizada, una antología en libro tiene algún sentido, pero si me pusiera en la tarea de antologador, supongo que lo haría como un modo exploratorio para conocer las voces de las y los poetas jóvenes que están escribiendo ahora. Pero no es una tarea sencilla, porque en una antología, la omisión, a veces justa, a veces injusta, siempre arbitraria, puede generarte enemigos gratuitos.
Gilgamesh: ¿Cómo llegaste a la edición de tu primer poemario? ¿Qué experiencias has tenido a la hora de traspasar la barrera de lo inédito?
Carlos Aldazábal: Como te adelanté en otra pregunta, fue gracias a un concurso organizado por la Fundación Antorchas. Muchos y muchas de quienes empezamos a publicar en esa década, lo hicimos gracias a los subsidios que otorgaba esta Fundación. Hoy, quizá ese rol, lo cumpla el Fondo Nacional de las Artes, pero la realidad es que en el país nos quedan muy pocas instituciones (estatales y privadas) que alienten la escritura y la edición de poesía.
Gilgamesh: Me gustaría saber cómo surge y cómo sigue «El suri porfiado», otra instancia de tu obra, de tu escritura. ¿Cómo armás el catálogo, qué priorizás a la hora de convocar a los autores? ¿Qué significa ser editor en este contexto de nueva crisis nacional?
Carlos Aldazábal: El Suri surgió como un proyecto de poesía federal, donde intervinieron, además de mí, poetas como Sergio de Mateo (La Pampa), Tomás Watkins (Neuquén) o Emiliano Bustos (Buenos Aires). La pretensión fue mostrar un lado B de la poesía argentina de esa época, a la que veíamos un poco frívola y sesgada. Por eso reivindicamos a poetas de la generación del 60, como Alberto Szpunberg y a poetas de nuestras tradiciones de provincias como Bustriazo Ortiz, Liliana Ancalao o Canal Feijóo, incluyendo, también, a voces nuevas. Con el tiempo, el proyecto se amplió a una mirada hispanoamericana y pudimos publicar a grandes poetas de México, como Marco Antonio Campos, o Ecuador, como Margarita Laso, por nombrar solo dos nombres al azar, en un catálogo con más de 200 títulos, y que apuesta fuerte a la diversidad y a la calidad poéticas. En este contexto, publicar poesía (y te diría que con la escritura pasa lo mismo) es más que nunca un acto de porfía, de insistencia. Es resistir, sabiendo que detrás de esa resistencia no hay ambición económica posible: nadie se dedica a la poesía porque quiere fama y riqueza, En todo caso, parafraseando al Rilke que le escribe al joven poeta, muchos y muchas lo hacemos porque es inevitable. Esa idea de “destino” que aparecía en tu primera pregunta.
Gilgamesh: ¿Cómo viviste, cómo vivís el (des)centralismo del sistema literario entre Salta y Buenos Aires? ¿Qué de tu escritura mutó en ese tránsito? ¿Qué te llevó a Buenos Aires? ¿Volverías a Salta?
Carlos Aldazábal: Como ya dije, yo vine a Buenos Aires a estudiar en la Universidad, en la misma Facultad donde actualmente doy clases (la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA). Con la crisis del 2001, mi familia directa se mudó de Salta a Chubut, con lo que mi estadía porteña se hizo permanente. Pero de un modo u otro, siempre estoy volviendo a Salta, y de manera explícita o implícita, en mis poemarios, aunque hablen de Mauritania o Río de Janeiro, alguna referencia, algún guiño, siempre hay.
Gilgamesh: ¿Cómo llegás a coordinar el «Espacio Literario Juan L. Ortiz en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini? ¿Qué lugar ocupa este trabajo con respecto a tu trabajo de escritor?
Carlos Aldazábal: Fue por una invitación de Juano Villafañe, a quien conocí, gracias a Nicolás Rosa, cuando presenté mi segundo libro, Por qué queremos ser Quevedo (1999). En el 2006, Juano nos invitó a Emiliano Bustos y a mí a coordinar un ciclo en el Espacio Literario del CCC (la programación literaria de ese Centro Cultural, que lleva el nombre del gran poeta entrerriano), y con el tiempo ese ciclo devino en la producción de un festivalito de poesía y en una revista digital, Excéntrica, que en estos momentos estamos por relanzar, Mi participación en el CCC es más una tarea de gestor, pero al mismo tiempo, y al igual que la tarea de edición que hago desde el Suri, la veo como una expresión de resistencia y militancia.
Gilgamesh: «Para crear hay que escupir un mundo» «para los ojos que miran y que ven». ¿Qué significa crear en el ámbito poético, en las condiciones que se nos presentan? ¿Qué mundo seguirás escupiendo? ¿Quiénes son, dónde se encuentran los que miran y ven?
Carlos Aldazábal: En Camerata carioca (2016) tengo un poema que se llama “El aplauso del agua”, y que compara la mirada de la poesía con el registro fotográfico, Aquí, nuevamente aparece esa idea del asombro, y la idea de la creación también como registro. Sin observación, sin mirada, sin registro, no hay poesía, pero sin búsqueda formal, sin innovación, sin pretensión de “originalidad”, tampoco. Es a lo que remite Bloom cuando habla de la “angustia de las influencias”, y que en términos más prácticos remite a la famosa “voz propia”: cómo digo algo nuevo, cómo soy “yo” en esa lengua, en ese idioma tan bien utilizado ya por los poetas del siglo de oro español (Quevedo, Góngora). Hoy todos y todas somos máquinas que miran y registran y, al mismo tiempo, somos el resultado del registro. La poesía transforma este presente de la Sociedad de Control (donde el registro es efímero y volátil) en arte, en creación. Los mundos, como la “riqueza abandonada” del poema de Bayley, son infinitos.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de
entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas
y quizá, también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Carlos Aldazábal: Quizá a Steiner le faltaba leer a más poetas latinoamericanos, donde aparece muy fuerte “la memoria histórica de los pueblos”. Pienso en un poeta mapuche como el chileno Elicura Chihuailaf, pienso en Juan Gelman o en la poesía del salvadoreño Jorge Galán, donde las atrocidades de la guerra civil son retratadas de un modo cruel y conmovedor. En estos tiempos postmodernos, la poesía puede ser lírica, puede ser narrativa, puede ser lo que quiera, como lo demuestra la copiosa cantidad de textos que circula en las redes y que se etiqueta como “poesía”. En todo caso ese “lazo perdido” habla del paso de la modernidad a la postmodernidad, entendiendo esto como nuevos modos de leer, nuevas circulaciones y configuraciones del mercado. La poesía, que siempre ha sido poco apropiada para el capitalismo (de ahí la famosa frase de “la poesía no se vende porque no se vende”), sin embargo, llega al “gran público” en forma de canciones, o en momentos geniales de grandes novelas. La lectura de poetas por poetas responde a la otra lógica mercantil, la del “nicho”, la misma que hace que el algoritmo sepa lo que queremos porque “escuchó” una palabra, y a eso lo tradujo en un aviso publicitario que parece adivinar nuestras intenciones. El único modo de contrarrestar la forma empobrecedora de la cultura mercantilizada es mediante políticas públicas de fomento y de formación, una educación que incluya también las artes. Sin ese contrapeso necesario (y en sociedades empobrecidas como las latinoamericanas eso es evidente) la poesía se crea, circula y se difunde por voluntad de las y los poetas. En el capitalismo, el mercado, como el sol, siempre está, pero para la poesía esto nunca fue, y menos ahora, importante.
NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
Carlos J. Aldazábal. (Salta, 1974). Magíster en Comunicación y Cultura. Licenciado en Ciencias de la Comunicación (FCS-UBA). Como poeta obtuvo, entre otros, el Primer Premio del II Concurso “Identidad, de las huellas a la palabra”, organizado por Abuelas de Plaza de Mayo, y el Premio Alhambra de Poesía Americana (Granada, España). Publicó los poemarios «La soberbia del monje» (1996), «Por qué queremos ser Quevedo» (1999), «Nadie enduela su voz como plegaria» (2003), «El caserío» (2007), «Heredarás la tierra» (2007), «El banco está cerrado» (2010), «Hain. El mundo selk´nam en poesía e historieta» (2012),
«Piedra al pecho» (2013), «Las visitas de siempre» (2014), «Nadie enduela su voz como plegaria» (2016), «Camerata carioca» (2017), «Mauritania es un país con nieve» (2019) y «Paraje» (2021). Su ensayo «El aire estaba quieto. Cultura popular y música folclórica» obtuvo el primer premio en el género del Fondo Nacional de las Artes. Junto a otros poetas de su generación es responsable del proyecto editorial «el suri porfiado». Coordina el «Espacio Literario Juan L. Ortiz» en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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