jueves, 4 de septiembre de 2025


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a JUAN CARLOS MOISÉS

(Publicado en la página de Gilgamesh el 14 de mayo de 2025)

Juan Carlos Moisés nació en Sarmiento, Chubut, en 1954. Vive en Salta desde 2017. Es poeta, dramaturgo y dibujante.

En la entrevista, Juan Carlos, dice:

« Es el poema el que me dice que quiere ser escrito. Algunas veces el poema surge ya hecho, pero cada vez menos. Siempre tengo que trabajar mucho, y descartar más. El poema es menos una cuestión de palabras que de lenguaje. »

SELECCIÓN DE OBRA

APOLLINARE Y YO

tuvimos ese único encuentro
y todo lo hice mal muy mal
después de haberlo reconocido en las calles
de París le pisé un pie
cuando me acerqué para saludarlo
le rompí una uña al tenderle
mi mano con euforia
quise decirle algo importante
algo que valiera la pena
algo que le impresionara
y empecé un leve tartamudeo que me avergonzó
le hice volar el birrete
cuando señalé que yo vivía muy lejos
en un país sudamericano
y en ese torpe movimiento
el dedo índice de mi mano derecha se enredó
en el vendaje de su cabeza
quise sacarlo con rapidez y me quedé
con el vendaje en la mano
entonces intenté disculparme
comenzar todo de nuevo
decirle algo concreto decirle soy Moisés

pero él ya se iba huía
desaparecía entre la gente
y lo único que alcancé a decirle
gritando fue me gustan
mucho sus poemas

nunca supe si me escuchó

EN UN MOMENTO DEL DÍA

Hay un camino que recorrer para llegar a la piedad.
Marcel Schwob

Sólo fue cuestión de retener
por un momento
el humo de las casas,
el olor de las frituras, los gritos
de unos chicos que corrían sin parar
detrás de cuatro galgos flacos.

Unas mujeres tendían ropa lavada
en el último hilo del alambrado:
el alambre de púas.
Miraban como miran quienes esperan
que ocurran los milagros.
Caminé a la par de la alameda
haciendo equilibrio en el borde
angosto del canal y seguí
hasta el final del sendero
donde un viejo huraño, pies en el agua,
seguía de reojo a una vieja india
que se acercaba callada al caserío
con un atado de leña sobre los hombros.
Ella le hizo una mueca,
le sonrió al viejo chimango.
Y debió de haber sido
la única vez que sonreía
en lo que iba del día.

FLAMENCOS EN LA LAGUNA

Esos flamencos todo
el día al sol sumergen
la cabeza movediza en el agua
apoyados en el firme equilibrio
de una de sus patas; están clavados
en la laguna, tallados en el aire.
Cada tanto rompen la monotonía,
curvan el fino pescuezo, el pico se levanta,
estiran la pata encogida y dan un paso largo
y lento que se hunde y se clava
como la pata anterior,
que ahora se pliega y espera
mientras bajan la cabeza a bucear.
Todo el interés está ahí, en la turbiedad
del fondo, en los pequeños hallazgos nutritivos.

Ninguno de esos actos minuciosos
me incluye, ni soy de la familia de esas aves;
tampoco soy lo que se dice trigo limpio
para acercarme a refrescar mis pies
sin que algo no deseado ocurra
en el plan trazado por los flamencos.

Y aunque no son mis ojos los que ven bajo esa agua
ni tengo plumas rosadas, no me aguanto: mordido
por las hormigas de la curiosidad
me acerco a la orilla
todo lo que más puedo,
hasta que en el límite de la confianza
los flamencos levantan vuelo
con tres o cuatro aletazos,
las flacas patas colgando sobre la laguna.

Si yo fuera ellos
daría un rodeo largo y sin pausa
con la esperanza de que se fuera el entrometido
y entonces volvería con las alas desplegadas
a posarme otra vez en medio de la laguna,
una sola pata apoyada
en la turbiedad del fondo.

Pero se ve que esos flamencos
tienen otros planes para resolver el dilema,
y acribillados inútilmente
por la doble intención de mi mirada
siguen adelante y se pierden en el cielo
capaces como son de ver a lo lejos
adónde lleva el camino.

OTROS VEINTE AÑOS

a Néstor Milton Jones

Y bueno, ya entraste;
los botines con barro dejan la marca,
la visita deja la marca, el invierno
deja la marca; después barremos, pasamos
el trapo húmedo, lo pasamos.
No será la última vez
que dejes una marca en el piso.
¿Unos mates, un vino tinto?
Nada, mates no, vino tampoco.
¿Un té, galés, inglés, en hebras, en saquito,
lo que sea? Ni un té, nada entonces;
¡qué clase de galenso, galés, eh galés, ah
una manzana!
Bueno, una manzana es algo.
Una manzana es algo más, no hay duda.
La edad no perdona nada, nadie perdona,
no perdonamos.
Mejor comamos unos bifes
a la plancha, vuelta y vuelta, jugosos.
Ahora sí el vino. ¿No? No querés
hablar de más, querés estar sobrio,
ver lo que pasa, no dar vuelta
la cara, no dejar que crezca
el bigote en la cara, que no
se te pegue la tristeza en la cara,
no querés tapar con la gorra la mano
ni tapar con la mano la cara,
querés tener los ojos bien
abiertos, la boca
en guardia.

Pasaron veinte años.
Volvamos a tener veinte años,
nada más, volvamos, volvámonos.
Creo que estoy hablando mucho.
Si estoy hablando mucho avisame,
tenés que avisarme
antes de que pasen otros veinte años.

CAJA DE PANDORA

Una poesía de propuestas
o una poesía de poesía,
una poesía de filiaciones
o una mirada destructiva sobre las lilas blancas,
un cielo sin ángeles
o un revólver frío como la noche,
una poesía sin palabras
o una poesía de dientes de ajo,
una poesía de respuestas
o una poesía de personas,
una nube pasajera bajo las constelaciones
o un viento del sur,
una escritura automática
o una lapicera clavada en el cuerpo de tu enemigo.
HABLA EL CAPITÁN AHAB

Sépanlo: cuando por fin un día
alguien desprevenido encuentre
a la invencible ballena Blanca
varada, seca, muerta de vieja
en una playa perdida
de los mares del sur,
va a ser posible reconocerla
no por su color ya desvanecido,
no por el gran tamaño de su esqueleto,
ni por su ferocidad ahora inexistente,
sino por mi cadáver limpio
de carnes, pura osamenta,
aún aferrado con uñas y dientes
a su gran cuerpo vencido.

LINTERNAS

Un conejo dice —Quiero ser una cabra,
Una cabra dice —Quiero ser un conejo.
Las palabras son las linternas del deseo.
Pienso en lo que vemos y en lo que no vemos.
Me subo al árbol y después me bajo,
pero el atajo no consiste en disponer
de una finalidad que acierte
sino de insistir con el riesgo.
El que busca encuentra, no siempre
lo mismo que busca, como el suelo
que a veces no se encuentra
donde siempre estuvo el suelo.

Hay maneras de ir más allá con las palabras:
ver un conejo y decir conejo, y que sea cierto,
ver un conejo y decir cabra, y que sea cierto.

CHIMANGOS

Salís a caminar y me decís que ves
chimangos con sus picos largos, curvos,
y que oís sus gritos agudos.
¿Chimangos? ¿Dónde?
Yo también debería verlos.
Decís que son dos chimangos
que chillan en el cielo
y que no se quedan dando vueltas
en el aire sin sentido, que sobrevuelan
tus ojos y escarban bajo tu pelo
con picotazos breves, certeros, repetidos,
decís que uno es macho, la otra, hembra,
y que lo más probable es que aniden
y se queden a empollar los pichones
en tu cabeza, y yo lo creo.

POEMA ESCRITO SIN PALABRAS


Olvidé mi lapicera en el banco de una plaza.
Volví a buscarla: alguien había dejado
una hoja en blanco a modo de respuesta.
¿Quién ideó esa provocación
a mi provocación involuntaria?
¿O fue el azar que la trajo planeando en el aire?
Me miré en esa hoja lisa y muda.
Debía de tener algo especial que decirme.
Yo no tenía nada para decirle a esa hoja.
Era una pregunta y pedía una respuesta:
la única posible fue dejar la lapicera sobre la hoja.
Algo en la hoja se dio por aludido, fue evidente.
Pero un hecho después de otro hecho
es una conversación: no demoré en volver.
Alguien había quebrado la lapicera
y había dejado los pedazos sobre el papel.
Hay conversaciones que no terminan nunca.

Cartas

1 – Carta de Groucho Marx

Es sumamente grato saber
que una persona como usted
se ríe con nuestras películas,
ese alivio momentáneo para el espectador
que me hace sentir
un enfermero de celuloide.

Doy una pitada larga y respiro
la breve vanidad que me permiten
sus elogios;
y aunque no lo parezca
estamos juntos en esto,
porque mientras usted sostiene
que la existencia es un film
que siempre termina mal,
yo lucho grotescamente contra la nada
tratando de superar
algunas dudas malditas
que no me dan respiro.
Es que a fuerza de vivir sin resignar
la pizca de placer que significa
permanecer dentro de este esqueleto personal,
hay días en que no puedo superar el horror
de pensar que sólo soy una hormiga
frágil y ridícula
que entretiene a la multitud.

(Lástima que un film no dura una vida,
sólo unos pocos y rápidos gags)

Agradecidamente suyo,
Groucho Marx.

2 – Carta a Groucho Marx

Verá, hago esfuerzos
para que el bigote me crezca
lo suficiente
y los ojos reboten saltarines
en las órbitas,
intento pensar en mujeres bonitas
y caminar ágil y flexionado
sin que el habano
se me caiga de la boca,
pero es inútil, no me sale,
y es obvio
porque el ilusionista es usted
para quien lamentablemente un film
no dura toda la vida.

Respecto de su comentario final
permítame decirle, a manera de consuelo
pero sin ninguna clase de suspicacia,
que entre un hombre y una hormiga
me quedo con la hormiga,
especialmente si yo soy el hombre.

¿Un libro merece mejor suerte?

Atentamente, su admirador
Franz Kafka.

3 – Carta a Franz Kafka

Amigo mío
(prefiero llamarlo así
para no inquietar su modestia,
pero no crea que mi ingratitud
se olvida de agradecer lo que involuntario
o compasivo hizo por mí)
es hora de escribirle, y también
por qué no, a través de su persona,
llegar a los que tienen un ojo
atento baboseando el papel,
los queridos lectores,
o como quieran llamarse
o ser llamados
(pero no por mí);
un nombre, después de todo,
no es poca cosa, ni siquiera lo es
una letra, una sola,
y menos que eso es esto que soy,
uno más entre los muchos seres vivos sin mañana:

a todos quiero decirles
que se está bien en este cuerpo,
casi tanto mejor que en el otro.

Para qué voy a mentir en esta condición,
ni a usted ni a mí ayudaría.
Piense lo que quiera;
ser el que ahora soy
tiene sus ventajas.

La verdad es que no me dan ganas
de volver a ser el que fui.

Gregorio Samsa ya no es más mi nombre.

ENTREVISTA

Gilgamesh: Juan Carlos, hay un rasgo que pude leer en tu obra, un desasirse "de lo que se suponen temas poéticos" y otro, el juego con el humor y la ironía. Una apuesta poco habitual, un trabajo con la lengua, con las palabras para «decir» lo íntimo, lo familiar, la infancia. ¿Cómo y cuándo empieza esa búsqueda y el encuentro de tu voz poética?

Juan Carlos Moisés:
Entre mis 17 y 20 años hice los primeros palotes con la poesía leyendo a los poetas que estaban a mi alcance. Todos de algún modo me nutrieron, imité y copié a varios. Eran los modelos, entre la poesía clásica y las vanguardias de entonces. Advertí que no podía seguir por ese camino. Quería escribir algo que fuera propio. ¿Pero qué era “lo propio”? Quemé todo lo que tenía escrito y volví a empezar. A tientas fui descartando la metáfora, la excesiva adjetivación, los neologismos, la escritura intrincada, yendo a una escritura más flaca, más descarnada. Necesitaba tener mayor cercanía con el lenguaje y con los temas. Ahí estaban las voces de mi pueblo, mi infancia, mi pequeña realidad cotidiana. Y la época, la trágica pasión argentina, con su confusión, su violencia, sus fantasmas. Fue una intuición “desasirme” de lo que en aquel momento se suponían temas poéticos o modos de escribir “lo poético”. El humor, la ironía, me ayudaron a poner distancia con “lo poético” establecido. El libro fue escrito en el 76. El poeta Jorge Isaías, con quien nos escribíamos desde el 73, leyó los originales y me propuso publicarlo en la pequeña colección “La hoja voladora”, de “La Cachimba”. Salió en enero del 77. Si acaso, había encontrado algo que, con suerte, podía llamarse “mi voz poética”.

Gilgamesh: En este camino «de ir más allá con las palabras», ¿cómo surge el poema?

Juan Carlos Moisés:
Es ese mundo cercano, cosas y hechos de la experiencia emocional y sensorial, que “presiona desde los pies” y quiere salir en forma de palabras. Es el poema el que me dice que quiere ser escrito. Algunas veces el poema surge ya hecho, pero cada vez menos. Siempre tengo que trabajar mucho, y descartar más. El poema es menos una cuestión de palabras que de lenguaje.

Gilgamesh: Tu poesía circula, editada, desde 1977 con «Poemas encontrados en un huevo». ¿Qué significó y qué significa ese primer libro?

Juan Carlos Moisés:
Fue entrar en el mundo de la poesía rápido y sin darme cuenta. Nunca pensé que ese primer libro tan breve, casi un tartamudeo, podía tener la aceptación que tuvo. Me dio confianza en lo que hacía, y me indicó un camino y un posible registro. Le guardo un cariño especial. Raúl Gustavo Aguirre, poeta que yo había leído con atención y que al cabo me brindó su amistad entrañable, hizo mucho para que el libro se leyera y se lo tuviera en cuenta. También me ayudó a desbrozar algunos poemas inéditos que conformarían el segundo libro, que salió meses después de su muerte y dediqué a su memoria.

Gilgamesh: En los poemarios que siguieron, hasta «El viento que hay acá afuera» de 2021, ¿encontrás períodos definidos, un mismo libro que se extiende en los siguientes, preguntas y, acaso, respuestas, que se perpetúan?

Juan Carlos Moisés:
Sin alejarme de la escritura despojada, nunca volví a escribir el mismo libro. A partir del segundo y tercero, del 83 y 88, respectivamente, me fui soltando, con avances y retrocesos. Los libros han tenido que ver con la época en que fueron escritos. En algunos aspectos, uno va dejando de ser la misma persona. Sí, hay temas que se repiten, pero ha ido variando el tratamiento o el punto de vista, por curiosidad, por necesidad, o porque fue inevitable.

Gilgamesh: ¿Qué autores, qué lecturas acompañaron y acompañan tu escritura? ¿Qué imagen de lector?

Juan Carlos Moisés:
Fui y soy un lector a saltos de mata. Algunas de las varias primeras lecturas de poetas de la lengua que me orientaron: Vallejo, Macedonio, Girondo de “Espantapájaros”, Pizarnik de “Árbol de Diana”, Aguirre, Bayley, Canton, F. Gandolfo, Veiravé, Giannuzzi, Cardenal de los “Epigramas”, Parra.
En traducciones: Catulo, Kavafis, Pavese, Montale, Pessoa, Cendrars, Pound, Frost, Stevens, Cummings, Auden, W. C. Williams, M. Moore, Levertov, Bandeira, Drummond de Andrade. Hoy, además de los nombrados y de algunas nuevas lecturas, me detengo en Quevedo y Borges, Szymborska y Mary Oliver, Larkin y Strand.
Cercanos, muchos y muy buenos: un arco amplio que va de Santiago Sylvester y Fernando Kofman a Santiago Espel y Darío Villalba. Trato de estar al día con la poesía escrita en la Patagonia, donde nos conocemos y nos leemos. Artola y G. Cros fueron las primeras lecturas con las que sentí afinidad. Así fueron llegando las voces más jóvenes, y muy buenas.

Gilgamesh: ¿Cómo conviven y se influencian el poeta, el narrador, el dramaturgo? ¿Y el dibujante?

Juan Carlos Moisés:
El poeta, el narrador y el dibujante, llegaron juntos, alrededor de mis 18 años. En 1973, en mi pueblo hicimos una revista literaria, editada con mimeógrafo, en la que salieron mis primeros trabajos. En el número 1 publiqué mi primer dibujo, mis primeros poemas y mi primer cuento. Y así sigo desde entonces. Se ayudan y se sostienen entre sí, como si uno necesitara del otro. El teatro surgió después. De manera incipiente desde los años 80, escribiendo y trabajando pequeñas obras con alumnos, y más consciente, casi a tiempo completo, a partir de 1990, con el grupo de teatro que ese año formamos en el pueblo, que nos permitió recorrer gran parte del país. La escritura teatral fue un sacudón muy fuerte para mi poesía. Y más lo fue después de leer y ver en escena las obras de Samuel Beckett, que influyó en mis tres últimas obras. En los dieciséis años que estuve sin publicar, desde mi tercer libro (1988) al cuarto (2004), tuve muchas dudas con la escritura de poesía. Pude no haber sobrevivido como poeta. Si bien seguí escribiendo poesía, decidí no publicar hasta ver claro. Y así ocurrió. Con todo, el trabajo dramatúrgico y la dirección teatral, se nutrieron del poeta, del narrador, del dibujante. Solo que en el teatro abordé temas menos intimistas.

Gilgamesh: De Chubut a Salta, por fuera del centralismo de Buenos Aires, en estos bordes periféricos, ¿cómo se ubica el escritor con respecto a la obra, a la difusión de la misma, a las influencias y pertenencias?

Juan Carlos Moisés:
Antes de conocer poetas de mi provincia, salvo una amiga y un amigo de mi pueblo que también estaban comenzando a escribir, mi primer contacto literario, muy fuerte y sostenido, fue con los poetas de Rosario, de las revistas «La Cachimba» y «El Lagrimal Trifurca», donde se publicaron mis tres primeros libros. No busqué poetas en Rosario, la pura maravillosa suerte los puso en mi camino. El contacto y amistad con poetas de Buenos Aires ocurrió, o fue ocurriendo, después de haber publicado.
La Colonia Ideal, Colonia Sarmiento, Sarmiento, como fue mudando de nombre, es mi pueblo natal donde viví sesenta años, y no es la periferia, sino la periferia de la periferia. No tenía opción. En esa realidad, limitada pero “poderosa” como la infancia, escribí poesía. Sigo escribiendo desde un lugar tan real como imaginario que siempre está felizmente descentrado. El poeta Gerardo Burton, de Neuquén, habló de una “cultura cimarrona”, fragmentada y descentralizada. Y el poeta Raúl Artola, de Viedma, definió a la periferia como nuestro centro. Esto es, no tenemos otra posibilidad que apropiarnos de lo que está fuera de la gran mesa de la literatura.

Gilgamesh: ¿Qué genealogía poética te acompaña como escritor y como lector? ¿Te sentís parte de una generación poética?

Juan Carlos Moisés:
En el país, la primera identificación fue con la generación del 50. También me sentí cercano al movimiento modernista de Brasil. Pero aprendí de todos, sobre todo lo que no debía hacer en poesía. Siento alguna pertenencia a la generación que comenzó a publicar en los 70 en Rosario. Y por edad pertenezco a la generación poética del 80. Esto es: después del surgimiento de la poesía coloquial/social y antes de la poesía objetivista de los 90. En la Patagonia, de los poetas que comenzaron a editar a partir de la segunda mitad de los 80 y principios de los 90.

Gilgamesh: En las dinámicas de circuitos de ciclos de lectura, ¿cuál es tu recorrido? ¿Y en el campo de la edición?

Juan Carlos Moisés:
No me atrae leer en público. Aun así, las lecturas siempre fueron una muy buena posibilidad de conocer poetas de otros lugares y países. ¿En la edición? Lo hice como pude, siempre marginal, salvo dos publicaciones de amplia distribución: una obra de teatro por el INT/Argentores y una antología de poesía por el Ministerio de Educación.

Gilgamesh: Tu obra está presente en antologías señeras Antología de la Poesía Argentina, de Raúl Gustavo Aguirre, 1979; Nueva Poesía Argentina, de Leopoldo Castilla, España, 1987; Cantos Australes, Poesía Argentina (1940-1980), de Manuel Ruano, Venezuela, 1995. Una antología de poesía argentina, de Jorge Fondebrider, Santiago, Chile, 2008; 200 años de poesía argentina, de Jorge Monteleone, Buenos Aires, 2010; Patagonia literaria VI, Antología de poesía del sur argentino, por Claudia Hammerschmidt y Luciana A. Mellado, Alemania, 2018). ¿Cómo trabajás en este ámbito? ¿Qué significa a nivel de reconocimiento y de exposición?

Juan Carlos Moisés:
No hago nada fuera de lo común. En la medida que puedo, y puedo poco, difundo mis libros. Antes se podía hacerlo a bajo costo. Hoy es imposible. Estoy muy agradecido a la inclusión en antologías, ha sido un estímulo. En cuanto a la exposición, siempre he tratado de ocupar poco espacio y los últimos lugares de la fila.

Gilgamesh: ¿Qué opinión te merecen las redes sociales? ¿Qué permiten, qué habilitan a la hora de mostrar tu trabajo artístico? ¿Cómo ves el panorama poético desde este entorno que no comparte el modo, los tiempos de lectura y escritura, sobre todo, de la poesía?

Juan Carlos Moisés:
Para estar en las redes sociales hay que sentirse cómodo. Y para sentirse cómodo hay que tener cierto autocontrol del “medio ambiente” de las redes. En lo personal, me permite difundir algunas de las cosas que hago, o de amigos, o de quienes aprecio la obra, a la vez que estar enterado de publicaciones, eventos, leer, descubrir a poetas que no conozco (en grageas, es cierto), interactuar con viejas, buenas, y nuevas amistades, y por ejemplo estar en Salta y en mi pueblo natal de Chubut al mismo tiempo. Con todo, el libro en papel es irremplazable, como las relaciones personales con otros poetas.

Gilgamesh: ¿Cómo se escribe, cómo se tramita lo poético, en un mundo donde la crueldad y los horrores del pasado vuelven con total impunidad? Adorno y su pregunta, ¿cómo después de Auschwitz?; hoy, ¿cómo después de Gaza?, ¿cómo después de los (des)gobiernos que nos someten?

Juan Carlos Moisés:
No estoy de acuerdo ni en desacuerdo con el dictum de Adorno, sino todo lo contrario, diría Parra. En fin, mi respeto y admiración por su obra, y tanto más por las víctimas de las barbaries del nazismo. Después de Auschwitz la poesía ya no podía ser la misma. ¿Y después de los genocidios de la conquista de América, qué haber dicho? La poesía también piensa. Y donde la filosofía necesita aplicar frialdad, la poesía levanta temperatura.
Se escribe como uno puede, donde puede, si puede, o si necesita hacerlo, bien o mal. Después de la tragedia de Gaza, después de, o durante, los gobiernos que someten a los pueblos, es cuando más hay que expresarse, sea o no sea con la poesía. Ya le gustaría al Poder, cualquiera sea, una afasia colectiva y duradera.

Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?

Juan Carlos Moisés:
La gran dicotomía: poesía para unos pocos o para muchos. Blas de Otero dedicó un libro a la “inmensa mayoría”, una poesía para todos. Juan Ramón Jiménez, a su vez, dedicó un libro a la “inmensa minoría”, queriendo para sí un lector más especializado. No tengo la respuesta. Los poetas intentamos responderlo o ponerlo en cuestión en nuestras obras. Hay momentos menos favorables para que fermenten estas esperanzas. Y estamos viviendo uno de esos momentos.
Como anécdota alentadora, me tomo el atrevimiento de transcribir un texto de whatsapp que en estos días me envió una profesora de la provincia de Santa Cruz, que coordina talleres y círculos de lectura en una biblioteca popular: “En Caleta Olivia y Pico Truncado hay agrupaciones de gente muy joven, adolescentes incluso, que se reúnen, motu proprio, en bares o en bibliotecas para hacer recitales de poesía. Es un fenómeno reciente que me llama mucho la atención”.

NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA

Juan Carlos Moisés nació en Sarmiento, Chubut, en 1954. Vive en Salta desde 2017. Publicó «Poemas encontrados en un huevo» (1977), «Ese otro buen poema» (1983), «Querido mundo» (1988), «Animal teórico» (2004), «Museo de varias artes» (2006), «Palabras en juego» (2006), «Esta boca es nuestra» (2009), «El jugador de fútbol» (2015), «Conversación con el pez» (Antología, 2017), «El viento que hay acá afuera» (2021). Notas sobre poesía: «Una lucha desigual con las palabras» (2016). Cuentos: «Baile del artista rengo» (2012) y «La velocidad de la infancia» (2018). Teatro: «Desesperando» (2007); «Pintura viva», «El tragaluz», «La oscuridad» (2013). Dirigió el elenco «Los comedidosmediante» (1990/98), con el que participó en las Fiestas Nacionales de Teatro de 1993, 1994 y 1997. En 1994 presentó «El tragaluz» en el Teatro Nacional Cervantes.
Fue incluido, entre otras, en: «Antología de la Poesía Argentina», de Raúl Gustavo Aguirre, 1979; «Nueva Poesía Argentina», de Leopoldo Castilla, España, 1987; «Cantos Australes, Poesía Argentina» (1940-1980), de Manuel Ruano, Venezuela, 1995. «Una antología de poesía argentina», de Jorge Fondebrider, Santiago, Chile, 2008; «200 años de poesía argentina», de Jorge Monteleone, Buenos Aires, 2010; «Patagonia literaria VI, Antología de poesía del sur argentino», por Claudia Hammerschmidt y Luciana A. Mellado, Alemania, 2018.

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