GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a DIEGO MUZZIO
(Publicado en la página de Facebook el 24 de agosto de 2022)
Hombre en desorden
1993
La sombra
No mía
de otro
es esta vida que
de otro el aire,
la urgencia,
este miedo
mis muertos.
Yo sólo soy
un hombre viejo
en un cuerpo aún joven;
los días
me embisten o me huyen
y me consumo
entre las rosas calientes del viento.
No mía
de otro
es esta vida
de otro la sombra
secreta
que se ahonda...
Cruces
Profundo, en la sangre,
vive el árbol de cada uno;
de esa íntima madera
será la cruz.
Ultimátum y otros poemas
1996
Ultimátum
“Yo te bautizo con agua pero el que viene bautizará con fuego”,
dice sobre el altar de San Juan Bautista,
una iglesia a la que entré
a escuchar el silencio.
Sentado en un banco
frente a una imagen de Cristo crucificado
miro los charcos de luz y sombra
sobre el piso.
Pero aquí no hay silencio.
Algunas personas rezan
diseminadas como médanos
y de tanto en tanto escucho
palabras cortadas,
como la cabeza del bautista -pienso-
cortada y rodando sobre
la bandeja de plata;
después, las manos de la princesa
se hundieron en la pelambre grasienta
y su lengua de lava recorrió los helados labios.
Como los dioses,
lo que ella no pudo tener vivo
lo tuvo muerto.
Una mujer se levanta,
camina, muy lentamente, hacia mí.
Se detiene frente al Cristo.
Detrás de la cruz, sobre la pared,
hay una grieta diminuta
y una hilera de hormigas entra y sale,
buscan los pétalos de flores
marchitas a los pies
del crucificado.
Una hormiga pierde el rumbo y
camina sobre el blanco muslo
de la pierna derecha.
Rezo todos los días por mi hija enferma
pero no me escucha,
dice la mujer.
Después se acerca a la imagen,
toma la hormiga en la palma de su mano,
la deja suavemente sobre la pared.
Y la hormiga se une a sus compañeras.
Hoy, ya se lo dije a Él, es la última vez que vengo.
Yo me quedé callado: ¿qué podía decir?
“El que viene bautizará con fuego”,
dice en letras doradas, negras,
sobre el altar de San Juan Bautista.
Tao Ch’ien
Cuando llega la hora, has de irte y te vas.
Tan simple como hundir las manos en el agua.
Las manos en el agua, bajo el agua
y el sol abriendo
escamas de luz sobre la piel mojada.
Cuando llega la hora, has de irte y te vas.
Y un pez que roza apenas los dedos.
Y el viento, en la mañana,
tibio sobre el rostro y entre las ramas
y los pies tocando la tierra.
Cuando llega la hora, has de irte y te vas.
La tierra.
Mirar una vez más todo esto.
Sólo una vez más.
a Daniela Bogado
La carta de Yu Cheng
Cuánto tiempo tardarán mis palabras
en llegar a ti,
tan lejos, en Mien
Cuando las escribí, junto al río,
eran palabras frescas
como las hojas de las ramas
que rozan la corriente.
Como los tigres que se aparean
en el cañaveral llovido.
Eli Lama Sabacthani
1996-2001
Sheol Sheol
Barco en la oscuridad hacia Tarsis
vuestra tierra está destruida,
vuestras ciudades puestas a fuego
Isaías 1, 7
¿a quién elevaré mi plegaria?; luego del tiempo frente a nínive rodeada de espejos, en
espera de fuego y destrucción; luego de huir, de lo oscuro hacia lo oscuro,
aullar e implorar, el ojo de la luz arrebatado, en el silencio; frente a lo
ruina sobre ruina
y entre los huesos murmullos del polvo
...
recuerda: el árbol que crecía a la sombra de un muro, en
una casa más allá del mar, hojas que el viento empujaba hacia los charcos; mujer arrulla un hijo; bajo el manto, senos empapados huelen a trigo; y también aquel lugar en las montañas; sobre la senda de las cabras, entre las piedras, crecía el tomillo y, mirando hacia abajo, podíamos ver la aldea abrazada de viento; ahora, junto a la luz, cae también la ceniza; sólo una
pálida hoguera para significar tiempo consumido, consumación;
ruina sobre ruina
y entre los huesos murmullos del polvo
arde también jerusalén, en la memoria, y tarsis, jope,
donde me senté a llorar ; arde la mujer que en la tarde acarició mi pelo; arde
el cielo bajo el mar, el mar bajo el desierto; peces y hombres, un incendio
perpetuo extendido de orilla a orilla; a quién elevaré mi plegaria?; y aún
cuando luego mi plegaria fuera atendida, adónde habría de huir?; sólo hacia
adelante, hacia el polvo, en línea recta, entre manadas de noches a la deriva
en las cámaras del mar;
hacia lo perdido; el dorso de la mano roza la frente
cansada; los marineros arrojan piedras sobre la cubierta;
¿qué oficio tienes y de dónde vienes?; sólo recuerdo una
casa, mujer arrullando un hijo, sombra de árbol sobre charcos de lluvia;
ruinas son éstas sobre más ruinas;
y aún me persigue tu sombra como un mar vertical de carne viva
tiempo y palabra echados a perder; tiempo vaciado de
tiempo, palabra privada de sentido; redes arrojadas al aire y arena sobre las
piedras de una ciudad extranjera;
¿quién soy yo para profetizar muerte?; de aquellos que
caímos, paralizados por la belleza, esto queda: viejos inclinados lamiendo el
gemido de una estrella, implorando por más tiempo; y las manadas de noches
abandonadas en la costa, abiertas como reses y sangrando: pueda yo arrastrarme
hasta allí y beber, bajo la luz que cae y la ceniza
hacia el fin del verano y entre los frutos podridos de la
calabaza, me he sentado a esperar la muerte;
en silencio, frente a la hoguera inmóvil: hueso de
hombre, hueso de mujer, huesos de árboles y muchos animales;
la casa está destruida antes de ser levantada;
la madre mece polvo entre sus brazos;
¿a quién elevaré mi plegaria?
Tratado sobre la ejecución de animales
1998-2000
Me comí tus muslos. Corté
la pierna derecha arriba
de la rodilla; luego la izquierda
y eran blancos tus muslos como
tinajas de nieve, frescos, tibios
en mi paladar. Sangre espesa
corría por mis labios hacia abajo
corría como un río subterráneo
río en el preciso
momento del deshielo
cuando la superficie se quiebra
y salta el agua liberada. Los peces
truchas y salmones que durmieron
en el fondo frío, saltan también,
reciben la caricia del sol
y de noche el zarpazo de la luna.
Truchas y salmones son
los peces más sabrosos
pero no pueden compararse
con tus muslos: colibríes
desquiciados en la sangre.
La sangre es miel:
cuando chorrea sobre mis manos
hundo los dedos en la boca
la lengua lame la lava
que circula dentro de los cuerpos.
Las abejas danzan en el aire
se confunden con las gotas
de sangre suspendidas
en el rayo oblicuo del sol.
Pero las gotas caen:
ahora brotan sobre el prado
pequeñas flores rojas.
Y mientras yo descanso
de mi árido trabajo
llevan las abejas
sangre a las colmenas.
Hieronymus Bosch
2001-2002
Malleus Maleficarum
Tampoco hay que encerrar demonios en un frasco
si se desea librarse del brazo secular.
Nicolau Eim
Manual de los Inquisidores
Cómo me gustaría mirar viejas películas para siempre,
los dos en la cama, bajo mantas amarillas, con grandes
tazas de café y el invierno tejiendo su escarcha entre
techos y torres como un
Pero la Fama, abandonando su palacio de bronce sonoro,
reclama mi presencia en los estrados de Rialto, o lejos
en Monte Spinato, o aún más lejos en Blakulla, y debo atender
a mis asuntos porque, amor: estamos perdiendo la perspectiva.
Estamos perdiendo la partida de ajedrez contra la sombra.
Cuando salgo a caminar y me demoro en algún bar y
oigo los postreros saxos del desmembramiento
o mientras espero al gondolieri que me lleve
a la otra orilla del Canale della Misericordia:
si tus ojos vieran lo que ven mis ojos, entonces, amor,
debería excomulgarte, colgarte de tu pelo rojo,
hundir tu pulmón de oro en el pájaro de sangre de la lluvia.
Ayer a la mañana: ¿no estábamos de buen humor?
¿No reíamos y retozábamos entre las reliquias,
no pesaba yo tus senos como dos cabezas
de gemelos que salieran de tu tórax, no buscaba,
tembloroso, orando por las dudas, el tercer pezón
que alimenta los rebaños de espíritus inmundos?
Pero hoy estás tan triste... El biper no deja de sonar,
mientras tus manos ordenan, amorosas, los instrumentos
en la maleta de terciopelo negro, regalo del Dux
en reconocimiento a la quema de brujas en Bolonia.
Tengo dos entradas para el cine. Esa es la sorpresa.
Y reservas para un largo viaje más allá de los canales,
más allá de San Michele y el regno della morte gente.
Amor: no te aflijas. Nuestras acciones suben sin cesar
en los cofres de la Jerusalén celeste. Somos inmortales.
Y estamos en el mejor momento de nuestras vidas.
El rinoceronte
Cuántos Cristos cargando la cruz y cuántos
San Sebastián y Descensos a la Tumba
habremos visto en nuestra breve vida,
Domenico, en Florencia, aquí en Venecia,
colgando iluminados de los rascacielos o
interrumpiendo las aéreas cañerías que
siembran el semen de la masturbación
en el lago de limo de los limbos.
Mi amigo, mi amadísimo Domenico:
he conocido una mujer, ayer, cerca del agua.
Su pelo negro y su vestido demasiado amplio
dejaban en el viento un perfume indescifrable.
Caminamos. Bebimos vino. Más tarde
me guió a los altos de una casa en Cannaregio.
La noche me empapó las manos. Al amanecer,
sin que ella lo pidiera, le mostré la foto
de mi óleo más logrado: Ascenso del Calvario.
Ella lo miró con indiferencia. Y luego,
Domenico, escucha..., luego se levantó
y enseguida regresó con el dibujo
torpe y desproporcionado de un rinoceronte.
La imbecilidad del tema y su peor factura
convocaron a mis labios la sonrisa, y ella dijo:
éste es el espíritu acosado que no sabes pintar.
Me vestí. Salí de allí. Espero no volver a verla.
El sistema defensivo de los muertos
2010
Katmandú
El hombre enterrado bajo esa lápida, y que había sido su padre, era más joven que él..., algo había ahí que escapaba al orden natural y, a decir verdad, ni siquiera tal orden existía, sino sólo locura y caos en el momento en que el hijo era más viejo que el padre.
Albert Camus
El primer hombre
De todos modos, éramos tan
Franz Kafka
Carta al padre
I
Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre
tu muerte nunca dejé de escribir sobre
tu muerte siempre rondé alrededor de
tu muerte un átomo de sueño expulsado
de su propio sistema de intuiciones
olfateando tu muerte entre las ruinas quemadas de la madrugada soñando que no habías muerto que regresabas a una casa para mí
desconocida inclinada y al verte atravesar la puerta te
odiaba te abrazaba te estrechaba como un hombre estrecha a
otro contra su pecho
tengo 33 años la edad de tu
muerte en cada músculo en cada
hueso y en los días previos a tu muerte
yo me preparaba a tomar la comunión en
una ciudad al sur una ciudad hundida
en una depresión muy marcada del terreno
a cuya entrada se levantaba el cementerio los muros blancos construidos con sal y
leche endurecida y al pie de los muros
crecían cardos tijeras telares y
detrás de los muros se elevaban
sesgados en el viento los
cuellos verdes de los pinos verticales
cisnes vegetales
pero el mundo estaba en orden
la ruta descendía hacia el cráter circular el cementerio era un espejismo acaso una gran casa abandonada allí por el
azar mientras conducías el auto hacia
la ciudad donde nos esperaba a todos otra casa una casa real en una calle real en la vida real y en la casa había un perro con el nombre
de un dios griego un jardín tajeado
por el ir y venir de las hormigas un
living la cocina tres cuartos y el baño
donde una mañana te desmoronaste bajo el agua hirviente de la ducha donde te vi desmoronado desnudo
puro movimiento de carne enmarañada buscando una saliente en el
precipicio un clavo en la pared el cuerno ancho y gastado de un
rinoceronte algo el borde de la tina el respaldo de una silla y tu mano mojada era un insecto enterrado
en la profunda oscuridad de la tormenta
pero aún no estabas muerto te
acostamos en tu cama y en la alfombra
del pasillo crecieron tendones delgados como juncos que dejaban en el aire suspendida una baba incandescente y sobre la mesa de la cocina brotó un bosque
petrificado ratas de miel un desierto vertical y el mar de cal reptó dentro de mi
pecho y aún lo cargo en algún lugar
entre las costillas en el espacio que
separa los pulmones mar de cal que
gotea lentamente y deja caer en el
fondo del tórax yunques barcos fetos
de orina endurecida aún no estabas
muerto y cuando los tendones se
disolvieron y el teléfono comenzó a
sonar mientras el agua de la ducha
continuaba cayendo y el pequeño baño
se llenaba de vapor de una bruma que
lentamente ascendía hacia los panales incrustados en el techo entonces
recién entonces me llamaste a
la habitación en donde yacías y con
una sonrisa preguntaste: ¿te asustaste?
y yo asentí
yo asentí luego abandoné la
habitación y esa fue la última vez que
te vi vivo esas fueron las últimas
palabras que me dirigiste te llevaron
en una camilla altísima tu nariz
rozando el cielo raso oliendo
acumulados restos de pretéritas comidas
humos antiguos patas de cordero
incrustadas en el techo goteando grasa
y sangre sobre tu frente entre el
vapor que el diminuto baño expulsaba
esa gran máquina que había comenzado a fabricar la muerte entre cepillos de dientes jabones esponjas
toallas pelos en el desagüe de la
tina y ese primer ataúd
improvisado blanco dentro del cual todas las mañanas te
deshacías bajo el agua hirviente del hondo caballo que en sueños te
arrastraba a la desaparición
Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre
tu muerte nunca dejé de escribir sobre
tu muerte siempre rondé alrededor de
tu muerte o me interné en ella como en un río un salmón enfermo nadando contra la
corriente saltando brevemente fuera
del agua sólo por momentos bajo el sol viajando hacia el gran mar imperecedero de
tu muerte el corazón bombeando sangre
quemada y resollando en el esfuerzo
inútil de alcanzar la ola detenida dentro de la que yacías horizontal vaciándote pero llamándome por las noches en
susurros e incluso a lo largo del día
sobre el cual me arrastraba como una
hormiga con una enorme carga a cuestas
tengo 33 años la edad tu
muerte tu edad en cada músculo en cada hueso y desde hace 23 años leo sin cesar porque tres meses antes de morir me
obligaste a leer un libro te sentaste
una noche a la mesa y dijiste: desde mañana vas a leer este libro, un
capítulo por día y me extendiste
el libro y yo no comprendía cuál era la
falta que había cometido para merecer ese castigo un capítulo por día mientras afuera el sol derramaba su
espesor sobre pastos quemados por las heladas
y la tarde era tibia y en la
calle me esperaban amigos para torturar animales indefensos sapos lagartijas caballos muy mansos o clavar mariposas en tablas hasta la caída
de la noche y en ese libro había horas
de encierro acumuladas cada letra era
una hormiga que yo deseaba aplastar con la yema de mi dedo y se extendían a lo largo de páginas y
páginas cargando cada una un breve
sonido oboes tubas trompetas
oxidadas amontonándose bajo la
lengua espectrales instrumentos de
tormento y me obligaste a leer a repetir en voz alta cada sílaba en la
soledad del cuarto y cada página era
una montaña que debía escalar y al
llegar a la cima otra montaña se
elevaba y ahora era yo el animal
torturado el cráneo atravesado por el
clavo inamovible de tu orden
¿te asustaste?
¿comprendí entonces el significado de tu pregunta? una sombra un sonido inesperado en el silencio
verde proyectando sobre la carne aquel
levísimo temblor nada importante y el fin de semana siguiente iríamos a
pescar a la charca asfixiada de juncos
los dos aferrando una caña inservible
y la boya roja y blanca se enredaría inevitablemente en la cabellera
ondulante de la charca nuestros pies
hundidos en el barro una charca donde
seguramente no había ningún pez sino
larvas renacuajos líneas enredadas en el fondo entre estatuas estáticas en el porvenir de
nuestros cuerpos el tuyo inclinándose hacia la podredumbre y el mío
creciendo entre libros
aterrorizado
sí tuve miedo y al abandonar tu habitación me acerqué a
la pecera iluminada en un rincón del living
había un pez negro otro
rojo algas de plástico alguien llegó tu madre quizás mientras una ambulancia guiaba tu cuerpo
hacia la inmaculada selva de los hospitales
y en la casa se instalaba un múltiple núcleo de silencio el corazón de un buey abandonado en el
centro de la mesa y llegaban
familiares desde lugares remotos cargando valijas inflamadas de insomnio y había conciliábulos susurros
tules que dividían fatalmente los ambientes rosarios tintineantes golosinas
coronas de espinas que súbitamente aparecían dentro de las ollas o ensangrentadas sobre platos en el
interior de la heladera o colgando de
las ramas de los árboles gente que
deambulaba por la casa construyendo una gran máquina de súplica que abarcaba la
totalidad del espacio disponible
incluso el jardín donde el
perro con el nombre de un dios griego olfateaba la mancha de ceniza de un
pretérito fuego a cuyo calor poco
tiempo antes habíamos asado un cordero
en cruz y el perro se complacía en
lamer la grasa helada que aún perduraba en forma de diminutas esquirlas entre
la ceniza
pero la máquina de súplica funcionaba ya ajustadamente y durante la semana en que tu agonía se
prolongó la casa fue invadida por
ángeles decrépitos que exhibían en sus rostros los estragos de la lepra y grandes cargamentos de cruces llegaban en
camiones hasta la puerta como si allí
se organizara una mudanza invertida
hacia el más allá y los
operarios los santos bajaban cajas de clavos martillos
lanzas esponjas tinajas de
vinagre y uno en cuclillas junto a la puerta del
baño escribía día y noche frente a una
balanza la descripción precisa de cada
uno de tus actos y posaba colibríes en
un plato de la balanza semillas de
mostaza en el otro y a sus pies ardía
una paloma desollada cubierta de espuma
y una noche en que me levanté para ir al baño en el cual perduraba la bruma
amarillenta en el cual rugía aún la
verdadera la gran maquinaria de tu
muerte el escribiente susurró unas
palabras que no comprendí y regresé a
la cama y oré para que vivieras o murieras
Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre
tu muerte nunca dejé de escribir sobre
tu muerte siempre rondé alrededor de
tu muerte un espía con la misión
precisa de seguirte a través de los bosques nevados de la ausencia filmando en la memoria cada uno de tus
gestos cada palabra escribiendo las pruebas de tu desaparición
en largas tiras de papel que luego ocultaba en distintos rincones de la
casa como un dipsómano que esconde sus
botellas en el fondo de las alacenas
en el botiquín detrás de
paquetes de algodón dentro del
horno entre trozos de carbón y terrones
de tierra que exudaban el olor de los nidos apretados bajo las axilas del
pederasta
tengo 33 años la edad tu
muerte tu edad en cada músculo en cada hueso y desde hace 23 años leo sin cesar a pesar de que en nuestra casa no había
biblioteca ni libros salvo un viejo diccionario y una enciclopedia escolar y el libro que estabas leyendo antes de
desmoronarte bajo el hirviente de la ducha
antes de que el hondo caballo te arrastrara y desmembrara y sembrara tus
pedazos como lagos a lo largo de los años
y que luego vi sobre tu mesa de noche
Los caminos de Katmandú Barjabel
y todos estos años supuse que era un policial o una novela de
espías un best seller en todo
caso escrito entre el 31 de marzo y
el 13 de septiembre de 1969 fechas
que encierran casi en su centro equidistante mi propio nacimiento y traducido por Enrique Molina un poeta al que leí y conocí años después una tarde en la Biblioteca Nacional luego de una conferencia sobre surrealismo
23 años más tarde leo el libro que leías mientras el delgado hilo del
ovillo estaba a punto de cortarse
mientras el tic-tac de la bomba incrustada en la pared de tu
cráneo seguía impasible su conteo y
los negros submarinos se aprestaban a emerger en el jardín y avanzaban los camiones por la ruta
desierta con su carga de cruces y de santos
y leo el libro obligado como aquella primera vez y advierto que es un pésimo libro pero que oscuramente tiende un cordón umbilical entre mi hundimiento y
el feto insatisfecho de tu muerte una
novela escrita a la luz del oportunismo
y que oportunamente utilizo para vomitarte a la cara esta manada de
palabras que jamás podrás leer una
novela que comienza con una violación
y en la que los hijos abandonan a sus padres y escapan a buscar la
Iluminación bajo la sombra líquida y dispersa de los Himalayas y en la que un hijo viaja en busca de un
padre que lo abandonó para organizar safaris de caza en lo profundo de una
selva y en la que una hija le grita a
su padre: ¡Te odio! ¡Te haría fusilar!
¿tu muerte me violó? ¿derramó
tu muerte el espeso semen que luego recorrió mis venas y formó en el centro exacto de mi cráneo la corrosiva certidumbre de mi
mortalidad? ¿qué clase de animal en
perpetua descomposición engendró tu muerte dentro de mi cuerpo? ¿te odio te haría fusilar? ¿amasaría con
mis propias manos tus cenizas para someterlas a una prolongada sesión de
tortura en la penumbra? ¿invocaría la
dispersa arquitectura de tu espíritu con el fin de derruirla? ¿esperaría agazapado en un rincón del
cuarto apretando entre mis manos un
hacha una maza la súbita aparición de tu espectro junto a
mi cama? ¿para convertirme en
qué? ¿en Hamlet en Ahab? ¿te destruiría o te abrazaría como todavía te abrazo en sueños como un hombre estrecha a otro contra su
pecho mientras caen mis dientes como una
nieve roja desde la concavidad de mis encías?
un año antes de tu muerte compraste un revólver y una carabina y los
fines de semana ibas a cazar y los
domingos al caer el sol depositabas sobre la mesada de mármol de la
cocina una bolsa de plástico con las
piezas cobradas perdices liebres
vizcachas y la sangre chorreaba de la
bolsa sobre el mármol lentos hilos de
sangre que bajaban sobre la blancura y
a veces dentro de la bolsa empapada y
semiabierta yo veía el ojo de una
perdiz clavado en el terror de la consumación
el fin inesperado en pleno vuelo
y mi cara se reflejaba en la opacidad de ese ojo o rozaba
con dos dedos la patas rígidas
de una liebre el pelaje muy suave como una nube helada y parda y luego la familia devoraba esa carne que
se servía en grandes fuentes ovaladas
y ahora pienso intuyo que quizás esa era una forma de traer la
muerte a la mesa para que comenzáramos
a saber qué sabor tenía
Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre
tu muerte nunca dejé de escribir sobre
tu muerte siempre rondé alrededor de
tu muerte una ola carcomida por la lepra de los mares girando alrededor de un barco que
irremediablemente naufraga pero que nunca termina de hundirse la bodega repleta de ataúdes y dentro de cada ataúd tu cuerpo en la oscuridad tendido
soportando el mudo roer de las estrellas envuelto en los huesos traslúcidos de los
jilgueros observado por los ojos muy
abiertos opacos de esas perdices que matabas en pleno
vuelo cuando un abanico de perdigones
destrozaba la quietud del aire y la
sangre del ave caía como un latigazo sobre tu mejilla
tengo 33 años la edad de tu
muerte tu edad en cada músculo en cada hueso y esta manada de palabras que jamás podrás
leer es la única defensa plausible que
encuentro para apartarte para hacerte
a un lado para olvidarte como se
olvida un viejo baúl en una estación de trenes desierta un baúl a simple vista inofensivo pero que en su interior esconde refinados instrumentos de tortura la luz de la charca donde pescábamos tu espalda el vaso de vidrio azul y grueso donde
bebías vino con agua un manojo de
cartas ajadas escritas con tu letra diminuta
regular tus pies en la arena
junto a un cangrejo la orden duradera
de leer como si antes de desaparecer
hubieses querido dejar a mi alcance
una multitud de mundos donde es sencillo perderse hundirse
una multitud de mundos los
infinitos universos que nacen y mueren y flotan en las aguas insondables semejantes a una procesión de hormigas
avanzando en una columna de cuatro metros de anchura
pero ahora en este cuarto
repleto de libros en este cuarto donde
una multitud de mundos se amontona:
¿qué es lo que se hunde cuando poso mi mano sobre la mesa y permanezco
inmóvil oyendo lo que se hunde o se
derrumba masticando el helado barro
del terror que engendra la certeza de tu ausencia y de mi ausencia? ¿qué es lo que se hunde ahora en este
cuarto entre cosas que se hunden unas más veloces que las otras pero
hundiéndose todas todas en disímiles
estados de hundimiento? ¿me hundo
yo? ¿se hunde mi pie mis dientes? ¿se hunde la tarde en que enterré al perro
con el nombre de un dios griego la
sonrisa de un desconocido el fugaz
movimiento de un vestido que miré al pasar una noche de mucho viento? ¿me estoy hundiendo? ¿es
agua helada lo que trepa por mi pierna izquierda? ¿se hunden los pájaros con enormes senos
que vienen por la noche a devorar mi sueño?
hemipléjico durante los siete
días en los que se prolongó tu agonía
esa parte de tu cuerpo muerta
esa mitad que se había adelantado a explorar el territorio de la
sombra ese pedazo de tu cuerpo que ya
se separaba estirando los cables y la
delgada vía por la cual goteaba el suero
la droga de lo real lo
tangible esa parte helada de tu cuerpo ¿era yo?
¿era mi cuerpo que arrastrabas con vos hacia la noche devoradora? ¿o yo era la parte todavía viva que movía
el brazo en busca de algo a lo que aferrarse
un clavo en la pared el borde
de una mesa un libro el cuerno áspero y gastado de un
rinoceronte? ¿qué visiones te
visitaban mientras permanecías en el fondo del iceberg del coma? ¿cuál fue la última línea que leíste de ese
libro que yo leo ahora Los caminos
de Katmandú una pésima novela
donde los hijos abandonan a los padres
y los padres a los hijos y los
hijos los buscan o buscan la Iluminación y las visiones de la droga en una
ciudad erizada de templos de monos de
cerdos de vacas de cuervos de flores de
estiércol?
la noche previa a tu muerte oré para que vivieras o murieras y cuando desperté mi plegaria había sido atendida: estabas
muerto tu cadáver fue transportado a Buenos Aires en una ambulancia la ambulancia escaló el camino ascendente del pozo circular en el fondo del cual había sido construida aquella ciudad del sur debe haber pasado junto al cementerio los muros blancos construidos con sal y leche endurecida y al pie de los muros cardos tijeras telares y detrás de los muros sesgados en el viento los cuellos verdes de los pinos verticales cisnes vegetales pero nosotros viajamos en avión y allí arriba entre las nubes no pensé una sola vez en vos en el motivo de aquel viaje a miles de metros de altura y de la ruta sobre la cual tu cuerpo era conducido paralelo a los alambres que impiden el derramarse del campo los cables de alta tensión que en estos años se estrecharon hasta convertirme en el único habitante del ghetto de tu ausencia
Los lugares donde dormimos
2010-2019
Carne
florece porque florece
Angelus Silesius
Un hombre con media res al hombro
cruza una calle bajo la lluvia.
El hombre, vestido de blanco,
doblado bajo la carne, trabaja;
concentra la fuerza de sus músculos vivos
en soportar el peso de la carne muerta.
Desde donde estoy, el hombre parece
uno de los ángeles que asoló Sodoma,
y la res que carga otro hombre
cuya carne será pasto del fuego.
Hombre y ángel, res y hombre
pueden confundirse, mirados desde aquí,
y uno puede pensar que ciertas escenas
son signos de un alfabeto oscuro.
Hombre y ángel, res y hombre
pueden confundirse.
La lluvia y la carne pueden confundirse,
también, en sus últimos gestos:
la lluvia
cae porque cae.
Spitfire
Quien quiera derribarte,
tu enemigo,
vendrá del lado del sol.
Desconfía de la luz,
y teme la tiniebla.
Que tus ojos vaguen
libres en el cielo,
pero que tu corazón sea
oscuro y terrible
como un gato muerto.
Lo más importante
se reduce a esto:
debes predecir
el advenimiento del relámpago.
Solo en ese momento verás
lo que te sea dado ver.
Halcones, huracanes, luz de luna,
tifones o trompetas de Jericó,
que otros usen eufemismos
para enaltecer sus máquinas;
guarda secreto
el nombre de la tuya.
Cuando despegues no te despidas,
ni te exhibas al aterrizar.
El fuego se somete a la tierra
y es tu derecho regresar con él.
Lo que destruyas en el aire,
pertenece al aire.
Ciervos
Deer, death is near…
Frederick Seidel
Durante la brama de otoño
los jóvenes ciervos luchan entre sí
pero los viejos machos son solitarios
como solitarios eran los místicos,
y mientras unos descienden de las montañas
a los bosques y valles para aparearse,
los otros se alejan a lugares elevados.
La poesía llega a veces con dificultad,
muy lentamente; con la misma lentitud
ascienden los viejos ciervos la montaña,
deteniéndose a menudo, inclinando
sus largos cuellos hacia la tierra
con tal humildad y sosiego que nadie
podría decir si rumian o rezan.
Predilección por las cosas pequeñas
Esta mañana, después de un invierno
demasiado prolongado, mi hijo y yo
salimos a pasear por el bosque.
El iba cantando y juntando ramitas,
hollando apenas las hojas
mientras yo pensaba en los años
que había pasado sin escribir poesía,
enterrado en la prosa de ser padre.
De pronto, mi hijo se detuvo y gritó:
¡papá, un perro, un perro!
Al levantar los ojos, vi un pequeño ciervo
huyendo sobre el sendero, entre los árboles.
Si la arquitectura de su fuga se desmoronara,
y al final del día sólo me quedara
el silencio tumultuoso de su paso,
el agua del tiempo inclinada hacia la noche:
¿Regresará mañana? ¿Encontraré en mi sueño
el movimiento capaz de retenerlo?
¿Cómo explicarle a mi hijo
que tantas cosas dependen de un poema?
Los lugares donde dormimos
Los muertos se amontonan a mirarnos
en la noche dentro de otra noche oblicua, inclinada.
Los oigo hurgar como topos, murmurar
las últimas palabras que en vida pronunciaron,
en distinto orden. Pero si siembra la sombra su sueño
en los lugares donde dormimos y aun así soñamos,
si ellos, los muertos, veloces como nubes
o altísimos incendios
se internaran laterales en la ola:
¿no habrá una forma de organizar esa arquitectura ausente,
alguna manera de ordenar las palabras?
Escucho el tren, en la madrugada, cuando nadie
ha despertado aún. Viene de lejos, de mi infancia,
cargado de caballos mojados y libros amarillos.
Esta es tu casa; éste, tu cuerpo.
Aquí mora tu espíritu.
ENTREVISTA CON EL AUTOR
Gilgamesh: Diego, vemos reflejada en tu poética la teoría de Flaubert, la del «mot juste». En tus textos hay una armonía, una cadencia, una precisión que nos hacen pensar en un trabajo minucioso en el cual cada palabra se pesa, se mide, se escucha antes de bajar al papel. ¿Cómo te llevás con la página en blanco? ¿Cómo trabajás el poema? ¿Ya lo pensás como parte de un libro cuando comenzás a escribirlo?
Diego Muzzio: No, no pienso cada poema como parte de un libro. El poema aparece cuando quiere. Es inútil querer forzar la escritura de un poema. A veces, aparecen cuando no estoy frente a la computadora o a mi libreta de notas, mientras camino, por ejemplo; algún verso asoma tímidamente, como un animal que apenas se deja ver, y a partir de ahí prospera o no. Luego, una vez escrito el poema, viene la instancia de la corrección, tan importante como el trabajo de escritura en sí. Paso mucho tiempo corrigiendo, a veces corrijo durante años. Mientras el texto no esté publicado, siempre puedo seguir puliéndolo.
Gilgamesh: Desde la publicación de tu primer libro en 1991, «El hueso del ojo», hasta «Los lugares donde dormimos» (Llantén, 2020), ¿qué búsquedas estéticas se sostienen? ¿Cómo fuiste gestando cada uno de tus libros?
Diego Muzzio: en mis comienzos adherí a una poética muy marcada por el surrealismo, en donde prevalecía sobre todo la imagen. Después, fui descubriendo otras estéticas, leyendo a poetas como Ungaretti, Quasimodo, Pavese… Pero creo que los poetas que más me marcaron fueron Dante y T.S.Eliot. También la lectura de los místicos. Por supuesto, hay muchos otros, muchas otras lecturas. Podría citar a Molina, Pizarnik, Neruda, Ginsberg, O’Hara, Pound, Vallejo, Viel Temperley, Giannuzzi, Aulicino, y tantos otros. Uno no puede dar cuenta de todas sus influencias, de cómo repercute en nosotros la lectura de otros poetas. Siempre queda algo resonando en alguna parte, una riqueza casi escondida, de la que seguramente no podríamos dar cuenta. A medida que uno descubre nuevos poetas, nuevas estéticas, de alguna manera los va incorporando a su propia caja de herramientas.
Gilgamesh: La muerte, la paternidad y la cuestión del mal son temas recurrentes en tu obra. ¿Cómo llegás a estos tópicos? ¿La poesía es un conjuro contra la muerte?
Diego Muzzio: Llego a estos tópicos por mi historia personal. Seguramente la muerte de mi padre, cuando yo tenía diez años, fue lo que me empujó hacia la lectura de una manera casi obsesiva. Leer me arrancaba de la realidad, me permitía habitar otros mundos. La lectura me salvó, al menos en parte, de la violencia y el sinsentido de la vida. Respecto al tópico del mal o de la muerte, tuve una educación católica, aunque pienso que estos temas -como cualquiera de las problemáticas esenciales del hombre-pueden ser explorados por fuera del marco que imponen las religiones. ¿Qué ser humano no se ha interrogado alguna vez sobre estos temas? Estas problemáticas formas parte de la esencia misma del hombre…
Gilgamesh: La Biblia es un libro que entra en tu poética y que permite cruces no solo en lo temático, sino también en lo formal. ¿Podrías hablarnos sobre tu relación con ese texto en tu obra?
Diego Muzzio: En alguna época leí mucho la Biblia. Fue en un momento en que me peguntaba si aún era posible escribir poesía religiosa, y cómo hacerlo. La lectura de la Biblia me permitió, en lo formal, encontrar el ritmo, la cadencia que estaba buscando. Claro que esta explicación es retrospectiva. En aquel momento se trataba más bien de una exploración a ciegas, y la lectura de la Biblia se fue mezclando con otras lecturas, como la Gottfried Benn, por ejemplo, y no solo con lecturas, sino también con ciertas pinturas y pintores, como la obra de Francis Bacon, y todo ese magma y esa exploración dio por resultado los textos religiosos de Sheol Sheol, Getsemaní y Gabatha.
Gilgamesh: Además de poeta, sos narrador y, dentro de la narrativa, escribís literatura para chicos. ¿Cómo hacés coexistir estos géneros? ¿Hay temas que solo tratás en la poesía, en la narrativa, en los libros infantiles? ¿Cómo empezaste a escribir para un público infantojuvenil?
Diego Muzzio: Empecé a escribir para chicos gracias a un encargo que me hicieron de un diario, escribir un cuento infantil para un suplemento dominical. En efecto, escribí el cuento, y la experiencia me gustó tanto que después de ese primer texto escribí un segundo, y un tercero, y al cabo de unos días tenía un libro, La asombrosa sombra del pez limón. Y después seguí escribiendo para chicos y jóvenes, cuentos y novelas. Escribir poesía, narrativa y narrativa juvenil son experiencias totalmente distintas; cada una exige una energía y una predisposición diferente. No creo que haya temas exclusivos para chicos; se puede escribir sobre cualquier tema, la diferencia reside en cómo se trata el tema en cuestión. Por otro lado, escribir poesía y narrativa son ya experiencias muy diferentes. La poesía requiere un estado de atención especial, un estado de alerta, como lo llamo yo. La narrativa depende más de la voluntad de sentarse a escribir y avanzar con el proyecto que tengamos entre manos. Lo bueno de escribir para públicos tan diferentes es que siempre tengo algún proyecto, algún libro empezado, y que cuando me empantano con un trabajo puedo dejarlo descansar y seguir con otro.
Gilgamesh: Anne Carson decía en una entrevista que «si la prosa es una casa, la poesía es un hombre en llamas que la atraviesa rápidamente». ¿Cómo ves esta afirmación?
Diego Muzzio: Es una imagen muy hermosa y muy sugerente, un juego al que se prestan a veces los poetas. En algún texto, yo mismo he caído en la tentación de comparar el trabajo del poeta con el de pescador inclinado hacia el agua, a la espera de ese momento mágico en que la línea se tensa y sabemos que allá abajo, en lo profundo, algo se mueve, aunque no lo veamos. Sin embargo, desconfío de cualquier intento de definición de la poesía. Como Borges, pienso que podemos reconocer de inmediato un poema, pero la poesía escapa siempre a cualquier intento de definición. Yo no sé lo que es la Poesía, y para ser totalmente franco no me interesa saberlo. Puedo reconocer un poema y disfrutarlo, puedo, a veces, dar cuenta de una emoción en particular que me transmite el poema, apreciar la música de las palabras, y en una etapa posterior analizarlo, si fuera necesario. Pero no mucho más…
Gilgamesh: ¿Podés situar tu obra dentro de una generación poética? ¿Qué escritores marcaron el camino hacia tu escritura? ¿Qué escritores estás descubriendo, redescubriendo?
Diego Muzzio: No, no puedo situar mi obra dentro de una generación. Los escritores que me marcaron son muchos, algunos de ellos ya los he nombrado: Dante, T.S.Eliot, Ezra Pound, Gottfried Benn, Pavese, Neruda, Vallejo, Pizarnik, Giannuzzi, Viel Temperley… Y seguramente muchísimos más. No me gusta mucho citar autores, uno siempre olvida algunos, que comete una injusticia al no citarlos.
Gilgamesh: Actualmente vivís en Francia. ¿Cómo decidiste este cambio de geografía? ¿Vivir en otro país ha cambiado tu relación con tu lengua materna? ¿Cómo es tu relación con el medio intelectual argentino?
Diego Muzzio: Mi mujer es francesa, y en algún momento tuvimos que elegir un lugar donde vivir. Hicimos varias idas y vueltas entre Argentina y Francia, y finalmente decidimos quedarnos en Francia, al menos por ahora. Mi relación con la lengua materna no ha cambiado; y si hubo algún cambio, yo no lo advierto. Siempre escribí en español y sigo haciéndolo. Mi relación con el medio intelectual argentino es básicamente virtual, a través de las redes. Antes iba a Buenos Aires todos los años y aprovechaba la ocasión para encontrarme con otros escritores, amigos, gente que aprecio. Pero, desde la pandemia, todo se ha vuelto más complicado.
Gilgamesh: Muchos de tus libros han recibido importantes distinciones. «Sheol Sheol» obtuvo el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, 1996; «Gabatha», el Primer Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, 2000; «Hieronymus Bosch», el Segundo Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, 2004. ¿De qué modo han influido esos premios en tu obra?
Diego Muzzio: En mi obra no han influido, pienso, pero sí en mi forma de vida, sobre todo el primero, el premio del FNA; ese premio me convenció de que debía dedicar todo el tiempo posible a la escritura.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variaciones, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y, quizá, también leída por algunas de sus amistades… Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para recuperar en alguna medida esa pérdida?
Diego Muzzio: Muchas veces encuentro gente que dice: “yo no leo poesía porque no la entiendo”. Yo creo que el malentendido empieza aquí. La poesía se construye con palabras, de manera que queremos comprenderla, entender el “mensaje”. No le pedimos lo mismo a la música o la pintura. Nunca escuché a nadie quejarse porque no entendía el Requiem de Mozart o Los girasoles de Van Gogh. Yo no pretendo comprender el poema. Primero el poema debe golpearme, procurarme un disfrute estético, sacarme de ese espacio de conformismo donde una fruta no es nada más que una fruta, un árbol solo árbol, el viento nada más que viento. La etapa del análisis, o de la “comprensión”, si se quiere, es posterior, y ni siquiera estamos obligados a emprenderla. El poema no es un mensaje publicitario, no tiene vocación de ser comprendido. Yo no escribo un poema para que alguien lo entienda, lo escribo porque no puedo no escribirlo.
RESEÑA BIOBIBLIOGRÁFICA
Diego Ignacio Muzzio nació en Buenos Aires en 1969. Es narrador y poeta. Actualmente vive en Francia. En 1991 publicó su primer libro de poemas, El hueso del ojo. En 1996 obtuvo el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes (Jurado: María Rosa Lojo, Francisco Madariaga y Santiago Sylvester) por su libro Sheol Sheol, publicado en 1997 por el Grupo Editor Latinoamericano. En el 2000 recibió el Primer Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz (Jurado: Adolfo Castañón, Juan Gustavo Cobo Borda y Hugo Gutiérrez Vega) por Gabatha, publicado en México por la editorial Práctica Mortal, en el 2001. También ha publicado: Hieronymus Bosch, Segundo Premio de Poesía, Fondo Nacional de las artes, año 2004 (Ediciones del Dock, 2005), Tratado sobre la ejecución de animales (Honoarte, 2008), y El sistema defensivo de los muertos (Hilos editora, 2012) y Los lugares donde dormimos (Editorial Llantén, 2020).
Como autor de literatura infantil y juvenil publicó La asombrosa sombra del pez limón (SM, 2005), Un Tren hacia Ya casi casi es navidad (SM, 2008), Galería universal de malhechores (Selección White Raven 2011, Munich, y Alija 2011, Editorial Norma, 2010), , El faro del capitán Blum (Editorial Pictus, 2010), La guerra de los chefs (Editorial Estrada, 2011), Lobo Buenaventura y los tres chanchitos (SM, 2014), Úrsula, domadora de ogros (SM, 2015), Elefantes telefónicos (Editorial Estrada, 2015), El año del corredor solitario (SM, 2017), El hombre que compró un planeta (Atlántida, 2016).
También ha publicado narrativa para adultos: Mockba (Primera Mención del Fondo Nacional de las Artes, año 2001), Las esferas invisibles (Entropía, 2015), Doscientos canguros y El ojo de Goliat (Entropía, 2022).
Poemas, ensayos y reseñas críticas suyas han sido publicados en los siguientes diarios y revistas: Clarín, La Prensa, Revista Clepsidra, Sr. Neón, Terciopelo, Sólo Sal, Boomerang Norte, Andares, Hablar de poesía, La Guillotina, Los rollos del mar muerto, Fénix, La Guacha, Revista Literaria Babel (Venezuela), Barbaria (Revista publicada por el ICI, Instituto de Cooperación Iberoamericano), La gaceta del Fondo de Cultura Económica (México), Amigos de lo ajeno (Costa Rica), La Nación (Costa Rica), Diario La República (Costa Rica).
Ha brindado recitales de poesía en: Instituto Goethe, Feria del Libro de Buenos Aires (años 2000 y 2001), Feria del Libro Córdoba (2004), Instituto de Cooperación Iberoamericano, Teatro Municipal General San Martín, Casa de la Poesía Evaristo Carriego, Teatro Lavarden (Rosario), Festival de Poesía de Copiapó (Chile, 2004) y en distintos Cafés Literarios de la ciudad de Buenos Aires.
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