martes, 7 de mayo de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a DIEGO MUZZIO

(Publicado en la página de Facebook el 24 de agosto de 2022)

Diego Muzzio nació en Buenos Aires en 1969. Es narrador y poeta.

En sus respuestas a nuestra entrevista, Diego, dice:

« Yo no escribo un poema para que alguien lo entienda, lo escribo porque no puedo no escribirlo».


SELECCIÓN DE SU OBRA

Hombre en desorden

1993

 La sombra

No mía

de otro

es esta vida que


de otro el aire,

la urgencia,

este miedo

mis muertos.

Yo sólo soy

un hombre viejo

en un cuerpo aún joven;

los días

me embisten o me huyen

y me consumo

entre las rosas calientes del viento.

No mía

de otro

es esta vida

de otro la sombra

secreta

que se ahonda...     

                                         

Cruces

Profundo, en la sangre,

vive el árbol de cada uno;

de esa íntima madera

será la cruz.

Ultimátum y otros poemas

1996

Ultimátum

“Yo te bautizo con agua pero el que viene bautizará con fuego”,

                        dice sobre el altar de San Juan Bautista,

una iglesia a la que entré

a escuchar el silencio.

Sentado en un banco

frente a una imagen de Cristo crucificado

miro los charcos de luz y sombra

sobre el piso.

Pero aquí no hay silencio.

Algunas personas rezan

diseminadas como médanos

y de tanto en tanto escucho

palabras cortadas,

como la cabeza del bautista -pienso-

cortada y rodando sobre

la bandeja de plata;

después, las manos de la princesa

se hundieron en la pelambre grasienta

y su lengua de lava recorrió los helados labios.

Como los dioses,

lo que ella no pudo tener vivo

lo tuvo muerto.

Una mujer se levanta,

camina, muy lentamente, hacia mí.

Se detiene frente al Cristo.

Detrás de la cruz, sobre la pared,

hay una grieta diminuta

y una hilera de hormigas entra y sale,

buscan los pétalos de flores

marchitas a los pies

del crucificado.

                  Una hormiga pierde el rumbo y

camina sobre el blanco muslo

de la pierna derecha.

Rezo todos los días por mi hija enferma

pero no me escucha,

dice la mujer.

Después se acerca a la imagen,

toma la hormiga en la palma de su mano,

la deja suavemente sobre la pared.

Y la hormiga se une a sus compañeras.

Hoy, ya se lo dije a Él, es la última vez que vengo.


Yo me quedé callado: ¿qué podía decir?

“El que viene bautizará con fuego”,

dice en letras doradas, negras,

sobre el altar de San Juan Bautista.


Tao Ch’ien


Cuando llega la hora, has de irte y te vas.

Tan simple como hundir las manos en el agua.

Las manos en el agua, bajo el agua

y el sol abriendo

escamas de luz sobre la piel mojada.

Cuando llega la hora, has de irte y te vas.

Y un pez que roza apenas los dedos.

Y el viento, en la mañana,

tibio sobre el rostro y entre las ramas

y los pies tocando la tierra.

Cuando llega la hora, has de irte y te vas.

La tierra.

Mirar una vez más todo esto.

Sólo una vez más.

a Daniela Bogado

La carta de Yu Cheng


Cuánto tiempo tardarán mis palabras

en llegar a ti,

tan lejos, en Mien

Cuando las escribí, junto al río,

eran palabras frescas

como las hojas de las ramas

que rozan la corriente.

Como los tigres que se aparean

en el cañaveral llovido.


 

Eli Lama Sabacthani

1996-2001

Sheol Sheol

 


 

Barco en la oscuridad hacia Tarsis

vuestra tierra está destruida,

vuestras ciudades puestas a fuego

Isaías 1, 7

¿a quién elevaré mi plegaria?; luego del tiempo frente a nínive rodeada de espejos, en

espera de fuego y destrucción; luego de huir, de lo oscuro hacia lo oscuro,

aullar e implorar, el ojo de la luz arrebatado, en el silencio; frente a lo

perdido y a la hoguera inmóvil: hueso de hombre, hueso de mujer, huesos de árboles
y muchos animales; ¿a quién elevaré mi plegaria entre estas ruinas?

...

ahora, junto a la luz, cae también la ceniza; no de la ciudad a la que prometiste una lenta

marea de fuego, no ceniza del mar, ni de árboles inclinados; alrededor de lo
perdido y de la hoguera inmóvil; recuerda: ¿cuál era tu nombre?; de aquel que
una vez huyó entre las olas, o bajo las manos derrumbadas del día, esto queda:
un viejo lamiendo, en la penumbra, el gemido de una estrella; restos de un
aullido que aún cuelga de la lengua, hacia la oscuridad del mar;


ruina sobre ruina

y entre los huesos murmullos del polvo

...

recuerda: el árbol que crecía a la sombra de un muro, en

una casa más allá del mar, hojas que el viento empujaba hacia los charcos; mujer arrulla un hijo; bajo el manto, senos empapados huelen a trigo; y también aquel lugar en las montañas; sobre la senda de las cabras, entre las piedras, crecía el tomillo y, mirando hacia abajo, podíamos ver la aldea abrazada de viento; ahora, junto a la luz, cae también la ceniza; sólo una

pálida hoguera para significar tiempo consumido, consumación;


 

ruina sobre ruina

y entre los huesos murmullos del polvo


...

  arde también jerusalén, en la memoria, y tarsis, jope,

donde me senté a llorar ; arde la mujer que en la tarde acarició mi pelo; arde el cielo bajo el mar, el mar bajo el desierto; peces y hombres, un incendio perpetuo extendido de orilla a orilla; a quién elevaré mi plegaria?; y aún cuando luego mi plegaria fuera atendida, adónde habría de huir?; sólo hacia adelante, hacia el polvo, en línea recta, entre manadas de noches a la deriva en las cámaras del mar;


adónde habría de huir?; sólo hacia adelante, hacia el polvo, en línea recta, o
avanzando en círculos estrechos como el barco en la oscuridad, o el gallo ciego
que en la bodega tropezaba con bolsas de trigo, agitando inútilmente las alas,
perseguido;


hacia lo perdido; el dorso de la mano roza la frente cansada; los marineros arrojan piedras sobre la cubierta;


¿qué oficio tienes y de dónde vienes?; sólo recuerdo una casa, mujer arrullando un hijo, sombra de árbol sobre charcos de lluvia;


 ruinas son éstas sobre más ruinas;

y aún me persigue tu sombra como un mar vertical de carne viva

...

  tiempo y palabra echados a perder; tiempo vaciado de

tiempo, palabra privada de sentido; redes arrojadas al aire y arena sobre las piedras de una ciudad extranjera;


¿quién soy yo para profetizar muerte?; de aquellos que caímos, paralizados por la belleza, esto queda: viejos inclinados lamiendo el gemido de una estrella, implorando por más tiempo; y las manadas de noches abandonadas en la costa, abiertas como reses y sangrando: pueda yo arrastrarme hasta allí y beber, bajo la luz que cae y la ceniza

...

arden las ciudades más allá del mar, y ciudades que esperan ser construidas; no la ciudad

de piedra que aún perdura, jerusalén, tarsis, jope, aferrándose con garras a un
pedazo de tierra, sino la otra, de imágenes disueltas en el viento: mano que de
un pozo saca agua, mujer que gime, pájaro y hombre enredados en un cuerpo fugaz
que resbala sobre la superficie de un ojo; y luego también la ciudad de piedra
lanza un último suspiro y se hunde en la tiniebla; frente a lo perdido y a la
hoguera inmóvil, nosotros, que miramos nuestras manos sin asombro: ¿adónde
habríamos de huir, en la estrechez de un día que se derrumba?


  hacia el fin del verano y entre los frutos podridos de la

calabaza, me he sentado a esperar la muerte;


en silencio, frente a la hoguera inmóvil: hueso de hombre, hueso de mujer, huesos de árboles y muchos animales;


la casa está destruida antes de ser levantada;

la madre mece polvo entre sus brazos;


¿a quién elevaré mi plegaria?

 Tratado sobre la ejecución de animales

1998-2000


Asesinato de una mujer

Me comí tus muslos. Corté

la pierna derecha arriba

de la rodilla; luego la izquierda

y eran blancos tus muslos como

tinajas de nieve, frescos, tibios

en mi paladar. Sangre espesa

corría por mis labios hacia abajo

corría como un río subterráneo

río en el preciso

momento del deshielo

cuando la superficie se quiebra

y salta el agua liberada. Los peces

truchas y salmones que durmieron

en el fondo frío, saltan también,

reciben la caricia del sol


y de noche el zarpazo de la luna.

Truchas y salmones son

los peces más sabrosos

pero no pueden compararse

con tus muslos: colibríes

desquiciados en la sangre.


Asesinato de un apicultor


La sangre es miel:

cuando chorrea sobre mis manos

hundo los dedos en la boca

la lengua lame la lava

que circula dentro de los cuerpos.

Las abejas danzan en el aire

se confunden con las gotas

de sangre suspendidas

en el rayo oblicuo del sol.

Pero las gotas caen:

ahora brotan sobre el prado

pequeñas flores rojas.

Y mientras yo descanso

de mi árido trabajo


llevan las abejas

sangre a las colmenas.

 Hieronymus Bosch

2001-2002

 Malleus Maleficarum

 

Tampoco hay que encerrar demonios en un frasco

si se desea librarse del brazo secular.

Nicolau Eim

Manual de los Inquisidores

Cómo me gustaría mirar viejas películas para siempre,

los dos en la cama, bajo mantas amarillas, con grandes

tazas de café y el invierno tejiendo su escarcha entre

techos y torres como un

Pero la Fama, abandonando su palacio de bronce sonoro,

reclama mi presencia en los estrados de Rialto, o lejos

en Monte Spinato, o aún más lejos en Blakulla, y debo atender

a mis asuntos porque, amor: estamos perdiendo la perspectiva.

Estamos perdiendo la partida de ajedrez contra la sombra.

Cuando salgo a caminar y me demoro en algún bar y

oigo los postreros saxos del desmembramiento

o mientras espero al gondolieri que me lleve

a la otra orilla del Canale della Misericordia:

si tus ojos vieran lo que ven mis ojos, entonces, amor,

debería excomulgarte, colgarte de tu pelo rojo,

hundir tu pulmón de oro en el pájaro de sangre de la lluvia.

Ayer a la mañana: ¿no estábamos de buen humor?

¿No reíamos y retozábamos entre las reliquias,

no pesaba yo tus senos como dos cabezas

de gemelos que salieran de tu tórax, no buscaba,

tembloroso, orando por las dudas, el tercer pezón

que alimenta los rebaños de espíritus inmundos?

Pero hoy estás tan triste... El biper no deja de sonar,

mientras tus manos ordenan, amorosas, los instrumentos

en la maleta de terciopelo negro, regalo del Dux

en reconocimiento a la quema de brujas en Bolonia.

Tengo dos entradas para el cine. Esa es la sorpresa.

Y reservas para un largo viaje más allá de los canales,

más allá de San Michele y el regno della morte gente.

Amor: no te aflijas. Nuestras acciones suben sin cesar

en los cofres de la Jerusalén celeste. Somos inmortales.

Y estamos en el mejor momento de nuestras vidas.


El rinoceronte

Cuántos Cristos cargando la cruz y cuántos

San Sebastián y Descensos a la Tumba

habremos visto en nuestra breve vida,

Domenico, en Florencia, aquí en Venecia,

colgando iluminados de los rascacielos o

interrumpiendo las aéreas cañerías que

siembran el semen de la masturbación

en el lago de limo de los limbos.

Mi amigo, mi amadísimo Domenico:

he conocido una mujer, ayer, cerca del agua.

Su pelo negro y su vestido demasiado amplio

dejaban en el viento un perfume indescifrable.

Caminamos. Bebimos vino. Más tarde

me guió a los altos de una casa en Cannaregio.

La noche me empapó las manos. Al amanecer,

sin que ella lo pidiera, le mostré la foto

de mi óleo más logrado: Ascenso del Calvario.

Ella lo miró con indiferencia. Y luego,

Domenico, escucha..., luego se levantó

y enseguida regresó con el dibujo

torpe y desproporcionado de un rinoceronte.

La imbecilidad del tema y su peor factura

convocaron a mis labios la sonrisa, y ella dijo:

éste es el espíritu acosado que no sabes pintar.

Me vestí. Salí de allí. Espero no volver a verla.

  El sistema defensivo de los muertos

2010

Katmandú

El hombre enterrado bajo esa lápida, y que había sido su padre, era más joven que él..., algo había ahí que escapaba al orden natural y, a decir verdad, ni siquiera tal orden existía, sino sólo locura y caos en el momento en que el hijo era más viejo que el padre.

Albert Camus

El primer hombre


De todos modos, éramos tan

diferentes, y tan peligrosos el uno para el otro en esa diferencia, que si
alguien hubiese querido calcular anticipadamente  cómo habíamos de comportarnos, yo, el niño de
lenta evolución, y tú, el hombre hecho, habría podido conjeturar que tú me
aplastarías bajo tus pies, que de mí no quedaría nada.


Franz Kafka

Carta al padre

I

Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre

tu muerte    nunca dejé de escribir sobre tu muerte    siempre rondé alrededor de tu muerte    un átomo de sueño expulsado de su propio sistema de intuiciones    olfateando tu muerte entre las ruinas quemadas de la madrugada    soñando que no habías muerto    que regresabas a una casa para mí desconocida    inclinada    y al verte atravesar la puerta te odiaba    te abrazaba    te estrechaba como un hombre estrecha a otro contra su pecho

tengo 33 años    la edad de tu

muerte    en cada músculo en cada hueso    y en los días previos a tu muerte yo me preparaba a tomar la comunión    en una ciudad al sur    una ciudad hundida en una depresión muy marcada del terreno    a cuya entrada se levantaba el cementerio    los muros blancos construidos con sal y leche endurecida    y al pie de los muros crecían cardos tijeras telares    y detrás de los muros se elevaban    sesgados en el viento    los cuellos verdes de los pinos    verticales cisnes vegetales      

pero el mundo estaba en orden   

la ruta descendía hacia el cráter circular    el cementerio era un espejismo    acaso una gran casa abandonada allí por el azar    mientras conducías el auto hacia la ciudad donde nos esperaba a todos otra casa    una casa real    en una calle real    en la vida real    y en la casa había un perro con el nombre de un dios griego    un jardín tajeado por el ir y venir de las hormigas    un living la cocina tres cuartos y el baño    donde una mañana te desmoronaste bajo el agua hirviente de la ducha    donde te vi desmoronado   desnudo    puro movimiento de carne enmarañada buscando una saliente en el precipicio    un clavo en la pared    el cuerno ancho y gastado de un rinoceronte    algo    el borde de la tina    el respaldo de una silla    y tu mano mojada era un insecto enterrado en la profunda oscuridad de la tormenta            

pero aún no estabas muerto    te

acostamos en tu cama    y en la alfombra del pasillo crecieron tendones delgados como juncos que dejaban en el aire    suspendida    una baba incandescente    y sobre la mesa de la cocina brotó un bosque petrificado    ratas de miel    un desierto vertical    y el mar de cal reptó dentro de mi pecho    y aún lo cargo en algún lugar entre las costillas    en el espacio que separa los pulmones    mar de cal que gotea lentamente    y deja caer en el fondo del tórax    yunques barcos fetos de orina endurecida    aún no estabas muerto    y cuando los tendones se disolvieron    y el teléfono comenzó a sonar    mientras el agua de la ducha continuaba cayendo    y el pequeño baño se llenaba de vapor    de una bruma que lentamente ascendía hacia los panales incrustados en el techo    entonces    recién entonces    me llamaste a la habitación en donde yacías    y con una sonrisa preguntaste: ¿te asustaste?    y yo asentí

yo asentí    luego abandoné la

habitación    y esa fue la última vez que te vi vivo    esas fueron las últimas palabras que me dirigiste    te llevaron en una camilla altísima    tu nariz rozando el cielo raso    oliendo acumulados restos de pretéritas comidas    humos antiguos    patas de cordero incrustadas en el techo    goteando grasa y sangre sobre tu frente    entre el vapor que el diminuto baño expulsaba    esa gran máquina que había comenzado a fabricar la muerte entre    cepillos de dientes jabones esponjas toallas    pelos en el desagüe de la tina    y ese primer ataúd improvisado    blanco    dentro del cual todas las mañanas te deshacías    bajo el agua hirviente    del hondo caballo que en sueños te arrastraba a la desaparición

Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre

tu muerte    nunca dejé de escribir sobre tu muerte    siempre rondé alrededor de tu muerte    o me  interné en ella como en un río    un salmón enfermo nadando contra la corriente    saltando brevemente fuera del agua    sólo por momentos    bajo el sol    viajando hacia el gran mar imperecedero de tu muerte    el corazón bombeando sangre quemada    y resollando en el esfuerzo inútil de alcanzar la ola detenida dentro de la que yacías    horizontal    vaciándote    pero llamándome por las noches en susurros    e incluso a lo largo del día sobre el cual me arrastraba    como una hormiga con una enorme carga a cuestas  

tengo 33 años    la edad tu

muerte    tu edad    en cada músculo en cada hueso    y desde hace 23 años leo sin cesar    porque tres meses antes de morir me obligaste a leer un libro    te sentaste una noche a la mesa y dijiste: desde mañana vas a leer este libro, un capítulo por día    y me extendiste el libro   y yo no comprendía cuál era la falta que había cometido para merecer ese castigo    un capítulo por día    mientras afuera el sol derramaba su espesor sobre pastos quemados por las heladas    y la tarde era tibia    y en la calle me esperaban amigos para torturar animales indefensos    sapos lagartijas caballos muy mansos    o clavar mariposas en tablas hasta la caída de la noche    y en ese libro había horas de encierro acumuladas    cada letra era una hormiga que yo deseaba aplastar con la yema de mi dedo    y se extendían a lo largo de páginas y páginas    cargando cada una un breve sonido   oboes tubas trompetas oxidadas    amontonándose bajo la lengua    espectrales instrumentos de tormento    y me obligaste a leer    a repetir en voz alta cada sílaba en la soledad del cuarto    y cada página era una montaña que debía escalar   y al llegar a la cima    otra montaña se elevaba    y ahora era yo el animal torturado    el cráneo atravesado por el clavo inamovible de tu orden             

¿te asustaste?   

¿comprendí entonces el significado de tu pregunta?    una sombra    un sonido inesperado en el silencio verde    proyectando sobre la carne aquel levísimo temblor    nada importante    y el fin de semana siguiente iríamos a pescar a la charca asfixiada de juncos    los dos aferrando una caña inservible    y la boya roja y blanca se enredaría inevitablemente en la cabellera ondulante de la charca   nuestros pies hundidos en el barro    una charca donde seguramente no había ningún pez    sino larvas    renacuajos    líneas enredadas en el fondo    entre estatuas estáticas en el porvenir de nuestros cuerpos    el tuyo   inclinándose hacia la podredumbre    y el mío    creciendo entre libros    aterrorizado

    tuve miedo    y al abandonar tu habitación me acerqué a

la pecera iluminada en un rincón del living    había un pez negro   otro rojo    algas de plástico    alguien llegó    tu madre quizás   mientras una ambulancia guiaba tu cuerpo hacia la inmaculada selva de los hospitales    y en la casa se instalaba un múltiple núcleo de silencio    el corazón de un buey abandonado en el centro de la mesa    y llegaban familiares desde lugares remotos cargando valijas inflamadas de insomnio    y había conciliábulos    susurros    tules que dividían fatalmente los ambientes    rosarios tintineantes    golosinas    coronas de espinas que súbitamente aparecían dentro de las ollas    o ensangrentadas sobre platos en el interior de la heladera    o colgando de las ramas de los árboles    gente que deambulaba por la casa construyendo una gran máquina de súplica que abarcaba la totalidad del espacio disponible    incluso el jardín    donde el perro con el nombre de un dios griego olfateaba la mancha de ceniza de un pretérito fuego a cuyo calor    poco tiempo antes    habíamos asado un cordero en cruz    y el perro se complacía en lamer la grasa helada que aún perduraba en forma de diminutas esquirlas entre la ceniza              

pero la máquina de súplica funcionaba ya ajustadamente    y durante la semana en que tu agonía se

prolongó    la casa fue invadida por ángeles decrépitos que exhibían en sus rostros los estragos de la lepra    y grandes cargamentos de cruces llegaban en camiones hasta la puerta    como si allí se organizara una mudanza invertida    hacia el más allá    y los operarios    los santos    bajaban cajas de clavos    martillos   lanzas esponjas    tinajas de vinagre    y uno    en cuclillas junto a la puerta del baño    escribía día y noche frente a una balanza    la descripción precisa de cada uno de tus actos    y posaba colibríes en un plato de la balanza    semillas de mostaza en el otro    y a sus pies ardía una paloma desollada cubierta de espuma    y una noche en que me levanté para ir al baño    en el cual perduraba la bruma amarillenta    en el cual rugía aún la verdadera    la gran maquinaria de tu muerte   el escribiente susurró unas palabras que no comprendí    y regresé a la cama y oré para que vivieras o murieras       

Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre

tu muerte    nunca dejé de escribir sobre tu muerte    siempre rondé alrededor de tu muerte    un espía con la misión precisa de seguirte a través de los bosques nevados de la ausencia    filmando en la memoria cada uno de tus gestos    cada palabra    escribiendo las pruebas de tu desaparición en largas tiras de papel que luego ocultaba en distintos rincones de la casa    como un dipsómano que esconde sus botellas en el fondo de las alacenas    en el botiquín    detrás de paquetes de algodón    dentro del horno   entre trozos de carbón y terrones de tierra que exudaban el olor de los nidos apretados bajo las axilas del pederasta 

tengo 33 años    la edad tu

muerte    tu edad    en cada músculo en cada hueso    y desde hace 23 años leo sin cesar     a pesar de que en nuestra casa no había biblioteca    ni libros    salvo un viejo diccionario    y una enciclopedia escolar    y el libro que estabas leyendo antes de desmoronarte bajo el hirviente de la ducha    antes de que el hondo caballo te arrastrara y desmembrara y sembrara tus pedazos como lagos a lo largo de los años    y que luego vi sobre tu mesa de noche     Los caminos de Katmandú    Barjabel    y todos estos años supuse que era un policial o una novela de espías    un best seller en todo caso    escrito entre el 31 de marzo y el 13 de septiembre de 1969    fechas que encierran    casi en su centro   equidistante    mi propio nacimiento    y traducido por Enrique Molina    un poeta al que leí y conocí    años después    una tarde en la Biblioteca Nacional    luego de una conferencia sobre surrealismo

23 años más tarde leo el libro que leías mientras el delgado hilo del

ovillo estaba a punto de cortarse    mientras el tic-tac de la bomba incrustada en la pared de tu cráneo seguía impasible su conteo    y los negros submarinos se aprestaban a emerger en el jardín    y avanzaban los camiones por la ruta desierta con su carga de cruces y de santos    y leo el libro   obligado    como aquella primera vez    y advierto que es un pésimo libro    pero que oscuramente tiende    un cordón umbilical entre mi hundimiento y el feto insatisfecho de tu muerte    una novela escrita a la luz del oportunismo    y que oportunamente utilizo para vomitarte a la cara esta manada de palabras que jamás podrás leer    una novela que comienza con una violación    y en la que los hijos abandonan a sus padres y escapan a buscar la Iluminación bajo la sombra líquida y dispersa de los Himalayas    y en la que un hijo viaja en busca de un padre que lo abandonó para organizar safaris de caza en lo profundo de una selva    y en la que una hija le grita a su padre: ¡Te odio! ¡Te haría fusilar!  

¿tu muerte me violó?    ¿derramó

tu muerte el espeso semen que luego recorrió mis venas y formó    en el centro exacto de mi cráneo    la corrosiva certidumbre de mi mortalidad?    ¿qué clase de animal en perpetua descomposición engendró tu muerte dentro de mi cuerpo?    ¿te odio te haría fusilar? ¿amasaría con mis propias manos tus cenizas para someterlas a una prolongada sesión de tortura en la penumbra?    ¿invocaría la dispersa arquitectura de tu espíritu con el fin de derruirla?    ¿esperaría agazapado en un rincón del cuarto    apretando entre mis manos un hacha    una maza    la súbita aparición de tu espectro junto a mi cama?    ¿para convertirme en qué?    ¿en Hamlet en Ahab?    ¿te destruiría o te abrazaría    como todavía te abrazo en sueños    como un hombre estrecha a otro contra su pecho    mientras caen mis dientes como una nieve roja desde la concavidad de mis encías?

un año antes de tu muerte compraste un revólver y una carabina    y los

fines de semana ibas a cazar    y los domingos   al caer el sol    depositabas sobre la mesada de mármol de la cocina    una bolsa de plástico con las piezas cobradas   perdices liebres vizcachas    y la sangre chorreaba de la bolsa sobre el mármol    lentos hilos de sangre que bajaban sobre la blancura    y a veces    dentro de la bolsa empapada y semiabierta    yo veía el ojo de una perdiz clavado en el terror de la consumación    el fin inesperado en pleno vuelo    y mi cara se reflejaba en la opacidad de ese ojo    o rozaba    con dos dedos    la patas rígidas de una liebre    el pelaje muy suave   como una nube helada y parda    y luego la familia devoraba esa carne que se servía en grandes fuentes ovaladas    y ahora pienso    intuyo    que quizás esa era una forma de traer la muerte a la mesa    para que comenzáramos a saber qué sabor tenía      

Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre

tu muerte    nunca dejé de escribir sobre tu muerte    siempre rondé alrededor de tu muerte    una ola  carcomida por la lepra de los mares    girando alrededor de un barco que irremediablemente naufraga pero que nunca termina de hundirse    la bodega repleta de ataúdes    y dentro de cada ataúd tu cuerpo    en la oscuridad    tendido    soportando el mudo roer de las estrellas    envuelto en los huesos traslúcidos de los jilgueros    observado por los ojos muy abiertos    opacos    de esas perdices que matabas en pleno vuelo    cuando un abanico de perdigones destrozaba la quietud del aire    y la sangre del ave caía como un latigazo sobre tu mejilla

tengo 33 años    la edad de tu

muerte    tu edad    en cada músculo en cada hueso    y esta manada de palabras que jamás podrás leer    es la única defensa plausible que encuentro para apartarte    para hacerte a un lado    para olvidarte como se olvida un viejo baúl en una estación de trenes desierta    un baúl a simple vista inofensivo    pero que en su interior esconde    refinados instrumentos de tortura    la luz de la charca donde pescábamos    tu espalda    el vaso de vidrio azul y grueso donde bebías vino con agua    un manojo de cartas ajadas escritas con tu letra diminuta    regular    tus pies en la arena junto a un cangrejo    la orden duradera de leer    como si antes de desaparecer hubieses querido dejar a mi alcance    una multitud de mundos donde es sencillo perderse    hundirse   una multitud de mundos    los infinitos universos que nacen y mueren y flotan en las aguas insondables    semejantes a una procesión de hormigas avanzando en una columna de cuatro metros de anchura

pero ahora    en este cuarto

repleto de libros    en este cuarto donde una multitud de mundos se amontona:    ¿qué es lo que se hunde cuando poso mi mano sobre la mesa y permanezco inmóvil    oyendo lo que se hunde o se derrumba    masticando el helado barro del terror que engendra la certeza de tu ausencia y de mi ausencia?    ¿qué es lo que se hunde ahora en este cuarto    entre cosas que se hunden    unas más veloces que las otras pero hundiéndose todas    todas en disímiles estados de hundimiento?    ¿me hundo yo?    ¿se hunde mi pie mis dientes?    ¿se hunde la tarde en que enterré al perro con el nombre de un dios griego    la sonrisa de un desconocido    el fugaz movimiento de un vestido que miré al pasar una noche de mucho viento?    ¿me estoy hundiendo?    ¿es  agua helada lo que trepa por mi pierna izquierda?    ¿se hunden los pájaros con enormes senos que vienen por la noche a devorar mi sueño?  


hemipléjico    durante los siete

días en los que se prolongó tu agonía    esa parte de tu cuerpo muerta    esa mitad que se había adelantado a explorar el territorio de la sombra    ese pedazo de tu cuerpo que ya se separaba    estirando los cables y la delgada vía por la cual goteaba el suero    la droga de lo real    lo tangible    esa parte helada de tu cuerpo    ¿era yo?   ¿era mi cuerpo que arrastrabas con vos hacia la noche devoradora?    ¿o yo era la parte todavía viva que movía el brazo en busca de algo a lo que aferrarse    un clavo en la pared    el borde de una mesa    un libro    el cuerno áspero y gastado de un rinoceronte?    ¿qué visiones te visitaban mientras permanecías en el fondo del iceberg del coma?   ¿cuál fue la última línea que leíste de ese libro que yo leo ahora    Los caminos de Katmandú    una pésima novela donde los hijos abandonan a los padres    y los padres a los hijos    y los hijos los buscan o buscan la Iluminación y las visiones de la droga en una ciudad erizada de templos    de monos de cerdos de vacas de  cuervos de flores de estiércol?         


la noche previa a tu muerte oré para que vivieras o murieras    y cuando desperté    mi plegaria había sido atendida: estabas

muerto    tu cadáver fue transportado a Buenos Aires en una ambulancia    la ambulancia escaló el camino ascendente del pozo circular en el fondo del cual había sido construida aquella ciudad del sur    debe haber pasado junto al cementerio    los muros blancos construidos con sal y leche endurecida    y al pie de los muros cardos tijeras telares    y detrás de los muros     sesgados en el viento    los cuellos verdes de los pinos   verticales cisnes vegetales    pero nosotros viajamos en avión   y allí arriba    entre las nubes    no pensé una sola vez en vos   en el motivo de aquel viaje a miles de metros de altura  y de la ruta sobre la cual tu cuerpo era conducido    paralelo a los alambres que impiden el derramarse del campo    los cables de alta tensión    que en estos años se estrecharon    hasta convertirme en el único habitante del ghetto de tu ausencia 

Los lugares donde dormimos

2010-2019


Carne

 florece porque florece

Angelus Silesius


Un hombre con media res al hombro

cruza una calle bajo la lluvia.

El hombre, vestido de blanco,

doblado bajo la carne, trabaja;

concentra la fuerza de sus músculos vivos

en soportar el peso de la carne muerta.

Desde donde estoy, el hombre parece

uno de los ángeles que asoló Sodoma,

y la res que carga otro hombre

cuya carne será pasto del fuego.

Hombre y ángel, res y hombre

pueden confundirse, mirados desde aquí,

y uno puede pensar que ciertas escenas

son signos de un alfabeto oscuro.

Hombre y ángel, res y hombre

pueden confundirse.

La lluvia y la carne pueden confundirse,

también, en sus últimos gestos:

la lluvia

cae porque cae.


Spitfire


Quien quiera derribarte,

tu enemigo,

vendrá del lado del sol.

Desconfía de la luz,

y teme la tiniebla.

Que tus ojos vaguen

libres en el cielo,

pero que tu corazón sea

oscuro y terrible

como un gato muerto.

Lo más importante

se reduce a esto:

debes predecir

el advenimiento del relámpago.

Solo en ese momento verás

lo que te sea dado ver.

Halcones, huracanes, luz de luna,

tifones o trompetas de Jericó,

que otros usen eufemismos

para enaltecer sus máquinas;

guarda secreto

el nombre de la tuya.

Cuando despegues no te despidas,

ni te exhibas al aterrizar.

El fuego se somete a la tierra

y es tu derecho regresar con él.

Lo que destruyas en el aire,

pertenece al aire. 


Ciervos

Deer, death is near…

Frederick Seidel

Durante la brama de otoño

los jóvenes ciervos luchan entre sí

pero los viejos machos son solitarios

como solitarios eran los místicos,

y mientras unos descienden de las montañas

a los bosques y valles para aparearse,

los otros se alejan a lugares elevados.

La poesía llega a veces con dificultad,

muy lentamente; con la misma lentitud

ascienden los viejos ciervos la montaña,

deteniéndose a menudo, inclinando

sus largos cuellos hacia la tierra

con tal humildad y sosiego que nadie

podría decir si rumian o rezan.


Predilección por las cosas pequeñas

Esta mañana, después de un invierno

demasiado prolongado, mi hijo y yo

salimos a pasear por el bosque.

El iba cantando y juntando ramitas,

hollando apenas las hojas

mientras yo pensaba en los años

que había pasado sin escribir poesía,

enterrado en la prosa de ser padre.

De pronto, mi hijo se detuvo y gritó:

¡papá, un perro, un perro!

Al levantar los ojos, vi un pequeño ciervo

huyendo sobre el sendero, entre los árboles.

Si la arquitectura de su fuga se desmoronara,

y al final del día sólo me quedara

el silencio tumultuoso de su paso,

el agua del tiempo inclinada hacia la noche:

¿Regresará mañana? ¿Encontraré en mi sueño

el movimiento capaz de retenerlo?

¿Cómo explicarle a mi hijo

que tantas cosas dependen de un poema?


Los lugares donde dormimos

Los muertos se amontonan a mirarnos

en la noche dentro de otra noche oblicua, inclinada.

Los oigo hurgar como topos, murmurar

las últimas palabras que en vida pronunciaron,

en distinto orden. Pero si siembra la sombra su sueño

en los lugares donde dormimos y aun así soñamos,

si ellos, los muertos, veloces como nubes

o altísimos incendios

se internaran laterales en la ola:

¿no habrá una forma de organizar esa arquitectura ausente,

alguna manera de ordenar las palabras?

Escucho el tren, en la madrugada, cuando nadie

ha despertado aún. Viene de lejos, de mi infancia,

cargado de caballos mojados y libros amarillos.

Esta es tu casa; éste, tu cuerpo.

Aquí mora tu espíritu.


ENTREVISTA CON EL AUTOR


Gilgamesh: Diego, vemos reflejada en tu poética la teoría de Flaubert, la del «mot juste». En tus textos hay una armonía, una cadencia, una precisión que nos hacen pensar en un trabajo minucioso en el cual cada palabra se pesa, se mide, se escucha antes de bajar al papel. ¿Cómo te llevás con la página en blanco? ¿Cómo trabajás el poema? ¿Ya lo pensás como parte de un libro cuando comenzás a escribirlo?

Diego Muzzio: No, no pienso cada poema como parte de un libro. El poema aparece cuando quiere. Es inútil querer forzar la escritura de un poema. A veces, aparecen cuando no estoy frente a la computadora o a mi libreta de notas, mientras camino, por ejemplo; algún verso asoma tímidamente, como un animal que apenas se deja ver, y a partir de ahí prospera o no. Luego, una vez escrito el poema, viene la instancia de la corrección, tan importante como el trabajo de escritura en sí. Paso mucho tiempo corrigiendo, a veces corrijo durante años. Mientras el texto no esté publicado, siempre puedo seguir puliéndolo.

Gilgamesh: Desde la publicación de tu primer libro en 1991, «El hueso del ojo», hasta «Los lugares donde dormimos» (Llantén, 2020), ¿qué búsquedas estéticas se sostienen? ¿Cómo fuiste gestando cada uno de tus libros?

Diego Muzzio: en mis comienzos adherí a una poética muy marcada por el surrealismo, en donde prevalecía sobre todo la imagen. Después, fui descubriendo otras estéticas, leyendo a poetas como Ungaretti, Quasimodo, Pavese… Pero creo que los poetas que más me marcaron fueron Dante y T.S.Eliot. También la lectura de los místicos. Por supuesto, hay muchos otros, muchas otras lecturas. Podría citar a Molina, Pizarnik, Neruda, Ginsberg, O’Hara, Pound, Vallejo, Viel Temperley, Giannuzzi, Aulicino, y tantos otros. Uno no puede dar cuenta de todas sus influencias, de cómo repercute en nosotros la lectura de otros poetas. Siempre queda algo resonando en alguna parte, una riqueza casi escondida, de la que seguramente no podríamos dar cuenta. A medida que uno descubre nuevos poetas, nuevas estéticas, de alguna manera los va incorporando a su propia caja de herramientas.

Gilgamesh: La muerte, la paternidad y la cuestión del mal son temas recurrentes en tu obra. ¿Cómo llegás a estos tópicos? ¿La poesía es un conjuro contra la muerte?

Diego Muzzio: Llego a estos tópicos por mi historia personal. Seguramente la muerte de mi padre, cuando yo tenía diez años, fue lo que me empujó hacia la lectura de una manera casi obsesiva. Leer me arrancaba de la realidad, me permitía habitar otros mundos. La lectura me salvó, al menos en parte, de la violencia y el sinsentido de la vida. Respecto al tópico del mal o de la muerte, tuve una educación católica, aunque pienso que estos temas -como cualquiera de las problemáticas esenciales del hombre-pueden ser explorados por fuera del marco que imponen las religiones. ¿Qué ser humano no se ha interrogado alguna vez sobre estos temas? Estas problemáticas formas parte de la esencia misma del hombre…

Gilgamesh: La Biblia es un libro que entra en tu poética y que permite cruces no solo en lo temático, sino también en lo formal. ¿Podrías hablarnos sobre tu relación con ese texto en tu obra?

Diego Muzzio: En alguna época leí mucho la Biblia. Fue en un momento en que me peguntaba si aún era posible escribir poesía religiosa, y cómo hacerlo. La lectura de la Biblia me permitió, en lo formal, encontrar el ritmo, la cadencia que estaba buscando. Claro que esta explicación es retrospectiva. En aquel momento se trataba más bien de una exploración a ciegas, y la lectura de la Biblia se fue mezclando con otras lecturas, como la Gottfried Benn, por ejemplo, y no solo con lecturas, sino también con ciertas pinturas y pintores, como la obra de Francis Bacon, y todo ese magma y esa exploración dio por resultado los textos religiosos de Sheol Sheol, Getsemaní y Gabatha.

Gilgamesh: Además de poeta, sos narrador y, dentro de la narrativa, escribís literatura para chicos. ¿Cómo hacés coexistir estos géneros? ¿Hay temas que solo tratás en la poesía, en la narrativa, en los libros infantiles? ¿Cómo empezaste a escribir para un público infantojuvenil?

Diego Muzzio: Empecé a escribir para chicos gracias a un encargo que me hicieron de un diario, escribir un cuento infantil para un suplemento dominical. En efecto, escribí el cuento, y la experiencia me gustó tanto que después de ese primer texto escribí un segundo, y un tercero, y al cabo de unos días tenía un libro, La asombrosa sombra del pez limón. Y después seguí escribiendo para chicos y jóvenes, cuentos y novelas. Escribir poesía, narrativa y narrativa juvenil son experiencias totalmente distintas; cada una exige una energía y una predisposición diferente. No creo que haya temas exclusivos para chicos; se puede escribir sobre cualquier tema, la diferencia reside en cómo se trata el tema en cuestión. Por otro lado, escribir poesía y narrativa son ya experiencias muy diferentes. La poesía requiere un estado de atención especial, un estado de alerta, como lo llamo yo. La narrativa depende más de la voluntad de sentarse a escribir y avanzar con el proyecto que tengamos entre manos. Lo bueno de escribir para públicos tan diferentes es que siempre tengo algún proyecto, algún libro empezado, y que cuando me empantano con un trabajo puedo dejarlo descansar y seguir con otro.

Gilgamesh: Anne Carson decía en una entrevista que «si la prosa es una casa, la poesía es un hombre en llamas que la atraviesa rápidamente». ¿Cómo ves esta afirmación?

Diego Muzzio: Es una imagen muy hermosa y muy sugerente, un juego al que se prestan a veces los poetas. En algún texto, yo mismo he caído en la tentación de comparar el trabajo del poeta con el de pescador inclinado hacia el agua, a la espera de ese momento mágico en que la línea se tensa y sabemos que allá abajo, en lo profundo, algo se mueve, aunque no lo veamos. Sin embargo, desconfío de cualquier intento de definición de la poesía. Como Borges, pienso que podemos reconocer de inmediato un poema, pero la poesía escapa siempre a cualquier intento de definición. Yo no sé lo que es la Poesía, y para ser totalmente franco no me interesa saberlo. Puedo reconocer un poema y disfrutarlo, puedo, a veces, dar cuenta de una emoción en particular que me transmite el poema, apreciar la música de las palabras, y en una etapa posterior analizarlo, si fuera necesario. Pero no mucho más…

Gilgamesh: ¿Podés situar tu obra dentro de una generación poética? ¿Qué escritores marcaron el camino hacia tu escritura? ¿Qué escritores estás descubriendo, redescubriendo?

Diego Muzzio: No, no puedo situar mi obra dentro de una generación. Los escritores que me marcaron son muchos, algunos de ellos ya los he nombrado: Dante, T.S.Eliot, Ezra Pound, Gottfried Benn, Pavese, Neruda, Vallejo, Pizarnik, Giannuzzi, Viel Temperley… Y seguramente muchísimos más. No me gusta mucho citar autores, uno siempre olvida algunos, que comete una injusticia al no citarlos.

Gilgamesh: Actualmente vivís en Francia. ¿Cómo decidiste este cambio de geografía? ¿Vivir en otro país ha cambiado tu relación con tu lengua materna? ¿Cómo es tu relación con el medio intelectual argentino?

Diego Muzzio: Mi mujer es francesa, y en algún momento tuvimos que elegir un lugar donde vivir. Hicimos varias idas y vueltas entre Argentina y Francia, y finalmente decidimos quedarnos en Francia, al menos por ahora. Mi relación con la lengua materna no ha cambiado; y si hubo algún cambio, yo no lo advierto. Siempre escribí en español y sigo haciéndolo. Mi relación con el medio intelectual argentino es básicamente virtual, a través de las redes. Antes iba a Buenos Aires todos los años y aprovechaba la ocasión para encontrarme con otros escritores, amigos, gente que aprecio. Pero, desde la pandemia, todo se ha vuelto más complicado.

Gilgamesh: Muchos de tus libros han recibido importantes distinciones. «Sheol Sheol» obtuvo el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, 1996; «Gabatha», el Primer Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, 2000; «Hieronymus Bosch», el Segundo Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, 2004. ¿De qué modo han influido esos premios en tu obra?

Diego Muzzio: En mi obra no han influido, pienso, pero sí en mi forma de vida, sobre todo el primero, el premio del FNA; ese premio me convenció de que debía dedicar todo el tiempo posible a la escritura.

Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variaciones, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y, quizá, también leída por algunas de sus amistades… Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para recuperar en alguna medida esa pérdida?

Diego Muzzio: Muchas veces encuentro gente que dice: “yo no leo poesía porque no la entiendo”. Yo creo que el malentendido empieza aquí. La poesía se construye con palabras, de manera que queremos comprenderla, entender el “mensaje”. No le pedimos lo mismo a la música o la pintura. Nunca escuché a nadie quejarse porque no entendía el Requiem de Mozart o Los girasoles de Van Gogh. Yo no pretendo comprender el poema. Primero el poema debe golpearme, procurarme un disfrute estético, sacarme de ese espacio de conformismo donde una fruta no es nada más que una fruta, un árbol solo árbol, el viento nada más que viento. La etapa del análisis, o de la “comprensión”, si se quiere, es posterior, y ni siquiera estamos obligados a emprenderla. El poema no es un mensaje publicitario, no tiene vocación de ser comprendido. Yo no escribo un poema para que alguien lo entienda, lo escribo porque no puedo no escribirlo.

RESEÑA BIOBIBLIOGRÁFICA


Diego Ignacio Muzzio nació en Buenos Aires en 1969. Es narrador y poeta. Actualmente vive en Francia. En 1991 publicó su primer libro de poemas, El hueso del ojo. En 1996 obtuvo el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes (Jurado: María Rosa Lojo, Francisco Madariaga y Santiago Sylvester) por su libro Sheol Sheol, publicado en 1997 por el Grupo Editor Latinoamericano. En el 2000 recibió el Primer Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz (Jurado: Adolfo Castañón, Juan Gustavo Cobo Borda y Hugo Gutiérrez Vega) por Gabatha, publicado en México por la editorial Práctica Mortal, en el 2001. También ha publicado: Hieronymus Bosch, Segundo Premio de Poesía, Fondo Nacional de las artes, año 2004 (Ediciones del Dock, 2005), Tratado sobre la ejecución de animales (Honoarte, 2008), y El sistema defensivo de los muertos (Hilos editora, 2012) y Los lugares donde dormimos (Editorial Llantén, 2020).
Como autor de literatura infantil y juvenil publicó La asombrosa sombra del pez limón (SM, 2005), Un Tren hacia Ya casi casi es navidad (SM, 2008), Galería universal de malhechores (Selección White Raven 2011, Munich, y Alija 2011, Editorial Norma, 2010), , El faro del capitán Blum (Editorial Pictus, 2010), La guerra de los chefs (Editorial Estrada, 2011), Lobo Buenaventura y los tres chanchitos (SM, 2014), Úrsula, domadora de ogros (SM, 2015), Elefantes telefónicos (Editorial Estrada, 2015), El año del corredor solitario (SM, 2017), El hombre que compró un planeta (Atlántida, 2016).
También ha publicado narrativa para adultos: Mockba (Primera Mención del Fondo Nacional de las Artes, año 2001), Las esferas invisibles (Entropía, 2015), Doscientos canguros y El ojo de Goliat (Entropía, 2022).
Poemas, ensayos y reseñas críticas suyas han sido publicados en los siguientes diarios y revistas: Clarín, La Prensa, Revista Clepsidra, Sr. Neón, Terciopelo, Sólo Sal, Boomerang Norte, Andares, Hablar de poesía, La Guillotina, Los rollos del mar muerto, Fénix, La Guacha, Revista Literaria Babel (Venezuela), Barbaria (Revista publicada por el ICI, Instituto de Cooperación Iberoamericano), La gaceta del Fondo de Cultura Económica (México), Amigos de lo ajeno (Costa Rica), La Nación (Costa Rica), Diario La República (Costa Rica).
Ha brindado recitales de poesía en: Instituto Goethe, Feria del Libro de Buenos Aires (años 2000 y 2001), Feria del Libro Córdoba (2004), Instituto de Cooperación Iberoamericano, Teatro Municipal General San Martín, Casa de la Poesía Evaristo Carriego, Teatro Lavarden (Rosario), Festival de Poesía de Copiapó (Chile, 2004) y en distintos Cafés Literarios de la ciudad de Buenos Aires.


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