miércoles, 15 de octubre de 2025


 

GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a ESTELA ZANLUNGO

(Publicado en la página de Facebook el 15/10/2025)

Estela Zanlungo nació en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, docente y Técnica Superior en Coreografía e Interpretación de Tango.


En la entrevista, Estela, dice:


«El arte, en cualquiera de sus formas, supura – deja salir, por suerte – lo que la lengua consciente no se atreve a poner en palabras.»


SELECCIÓN DE SU OBRA


De «Gerli», Lago editora, 2021.



Octubre del 55


La primera puntada

en el vestido de novia de mamá

se hundió en la tela una tarde de junio

mientras la fuerza aérea bombardeaba la plaza.


Las tías habían elegido una organza finísima

que haría onditas de godette

en la pollera forrada de tafeta.


Al final de una noche de principios de octubre

mi madre y su vestido flamearon en un vals,

cuyo estribillo preguntaba

por qué te niegas al olvido,

hasta que en un momento todos levantaron las copas

y ellos huyeron de la fiesta

sucios de arroz

se fueron alejando de las zanjas de Gerli

ahí van,

ahí van,

decían las vecinas

que los habían visto jugar en la vereda.


Entonces alguien gritó

¡Viva los novios!

Y desde el fondo otro dobló la apuesta:

¡Viva Perón!


Paró la música

y se escuchó un silencio de lenguas amputadas

justo un segundo antes

de que empezaran a volar las sillas.


*


Verano del 68


Mami, ese bicho se va a quemar las alas

si sigue cerca de la luz,

va a lastimarse

si no interrumpe el desquiciado

aleteo contra los azulejos.


¿Qué esperamos las dos,

que deje de brillar?


¿Le abrimos los postigos?

¿Apagamos las lámparas?

¿Nos tropezamos con los muebles

al darle caza con un repasador?


¿Lo vas a acorralar para que zumbe

como un viejo agitado

hasta que caiga limpia su sombra

contra el hule?


La suave noche del jardín

es toda para los alguaciles, insistías.

Yo escuchaba esa historia

y sabía que llegaba la lluvia.


Ahora que somos dos mujeres

alguien dirá: esa es la madre.

La madre es siempre la que sostiene la ventana.


Yo soy la que recuerda el patio de Lanús

cuando volvíamos de la vereda con sillas en la mano

y repetía

como quien cuenta corderitos

alguacil

alguacil

hasta que me dormía con la boca

pesada de libélulas.


*


La casa de la calle Bouchard


Las tías de mi madre se fueron a morir,

justo cuando empezaban a intrigarnos

las cosas que los grandes

nombraban entre dientes.


Días enteros

las habíamos visto ovillar

de la lengua a la lana

con paciencia infinita.


Una tía soltera no llega a vieja

sin una historia colgando de la enagua:

puntillas al crochet,

los bordados difíciles

cuando la noche es una flor

a punto de estallar,

inmaculada para el novio

que se murió en las sierras

antes de curarse.


Solterona, decía mi mamá,

y me gustaba imaginarme un camisón

de mangas largas, con el canesú alto

sobre la jaula de los huesos.


*


Gerli

a Héctor y Elena


Si alguna vez me fuera concedido un deseo imposible,

contaría las horas que faltan

para bajar del tren en la estación,

caminar las dos cuadras,

dar con la casa,

golpear las manos,

abrir la puerta,

los abuelos sentados

en la penumbra del vestíbulo,

mirando el noticiero de las ocho.


Entonces me quitaría el saco,

apoyaría la cartera en la mesa, les diría,

queridos,

no es del todo verdad después de treinta años

que ustedes estén muertos:

Ya ven cómo distraen

las apariencias.



De «Los hijos de la jauría» (Vuelta a casa, 2020)



Los hijos de la jauría


Otra vez han venido a dormir

bajo el alero frente a la ventana.


Desde adentro espiamos,

a veces nos reímos de cosas que no sabemos explicar,

genuinamente nos reímos

como haciendo de cuenta que hay un incendio

pero en alguna parte vieja de la casa

que se desploma y carga el aire de una arena

que no termina de matar.

Entonces barremos los escombros

nos achicamos

llevamos inventario de lo que va quedando en pie.


Los animales afuera

se arriman entre ellos cuando se hace de noche:

esa facilidad para enroscarse y contagiar

la idea de un cuerpo duro plegado sobre sí.


Estos no son de acá, no son como el perdido

que esperaba a su dueño

y le mojaba de baba la camisa.

Estos no temen nada,

toman la calle como propia y de día se van.

Siempre hay algún vecino

que arrima un plato con las sobras de anoche;

será por eso que vuelven al tinglado

o por si llueve.


Tampoco hay que ser perro para reconocer

por el olor los días que se vienen, algunos

ya van sobre los huesos,

se refriegan los lomos

hasta que sangra o deja de picar.


Yo me traería uno, le pegaría un baño,

que se quedara sentadito en el porch

mirando a los de enfrente

con el pescuezo un poco erguido

y rascara la puerta para entrar a dormir.


Ahora seguro están haciendo tiempo

en el semáforo,

donde los autos se detienen con las puertas trabadas

y ellos aspirarán profundo el aire

o lo que tengan a mano, volverán

al alero cuando no quede nada

por morder

por perder

lo primero que pase.


*


Levadura


Crece la hiedra cuando no la ve nadie,

la luna mínima en los charcos

como una nena en la que se insinúan formas pequeñas.

Crece la probabilidad de que se encuentren

los que se están buscando

cuando los días se hacen cortos

sobre el fuego celeste de la hornalla.


Es pura lógica:

todo lo que la sombra distorsiona

vuelve a su forma elemental con la primera luz,

la boca que una vez mordió el fruto guarda

la sensación y reconoce el gusto

aunque se haya quedado sin la lengua.


Aquí mientras dormimos crecen

las cosas que parecían estancadas:

una masa de pan que desborda la fuente

como de rabia contenida,

el bollito tapado con el repasador a cuadros.

Yo espero que algo ocurra,

pero no hay tiempo, digo,

me veo en sueños golpear puertas,

pedir agua

saltar sobre las ruinas

de lo que fue una calle.


Mi pie se acaba de cortar ahora

con el borde afilado de la sábana

y nadie sale a ver qué necesito,

aunque la sangre tiña de negro el mármol

de los umbrales.


*


Horda


Aún no ha amanecido y

afuera hay una seda grave

que virará al balancearse las copas de los fresnos,

sólo para que el ojo entienda el equilibrio

de lo que está ocurriendo

cuando da la impresión de que no pasa nada.


Después, con la gata durmiendo sobre el hule,

la casa detenida en el pulso de las teclas,

hay algo que desafina lejos

como un golpe asestado en el tímpano de otro.


Sin embargo

en la luna menguante que me quedé mirando anoche

a través de la copa medio llena de vino,

no se ve nada que haga prever un desenlace,

cuando los que han perdido todo caigan

sin avisar,

pidan permiso y guarden

una ración de nuestras vísceras

para saciar la hambruna de los niños

de la jauría.


*


Cadalso


Con alegría entrego el diezmo y no

pregunto qué hay a cambio.

Voy a tu abrazo a celebrar

el brillo de la hoja que caerá donde deba,

su tajo imprescindible, su perfume a mejor.


Te he dado mi cosecha: ahí fue

la lengua del abuelo

su traza de inmigrante

el nombre del vecino y la sombra

del perro pegada a la pared.


Sé que no hay daño en la cosquilla

de un filo sobre un cuello:

es cortar por lo sano, y si rodara una cabeza

de hermano

que hubiera compartido

el olor de la sopa, si fuera necesario

hundir el instrumento como último recurso,

lo harías con cuidado, para no desgarrar

la carne si no es imprescindible.


Por el momento el trato es hasta aquí.

Me guardo los huesitos de mis hijos

como un as en la manga

por si no terminara de alcanzar

esta muestra de fe

para entrar en el reino.



De «Los días del buitre, La mariposa y la iguana» (2018)


Hasta que aclare


Aquí el festejo es resistir,

que la mañana suba como antes

sobre el anillo de fuego en la cocina.


En un ojo el festejo,

el brindis en la mesa, la comida caliente,

en el otro el amor,

una estampita o algo desesperado en qué creer.


Me digo: un pueblo que

no entiende de qué color se pinta el traje el lobo

es un cordero terminal.


La letra entrará tarde con sangre;

lástima o coincidencia,

siempre se pierde pie de este lado del mundo.


Yo me pongo zapatos

de bailar para la fiesta y

flores de batalla que bajan por el pelo

a los puños

al ruedo de la enagua.


*


Deudor


Un animal dañado en lo más alto de su hueso

se lame

sin entender de dónde viene el golpe.

El horizonte está planchado

como un chico que duerme y se sueña caballo

con el pie afuera de la sábana.


De acá a cien años alguien tendrá que despertarlo.

No va a creer que resistimos.


*


Preguntamos


¿Alguien sabe qué será de la vida de Santiago,

si anoche durmió bien,

dónde pasó la tarde,

en quién pensó mientras trataba de cruzar el río,

si tiene un par de medias secas para cambiarse?


¿Alguien lo vio volver a casa,

prender el fuego para entrar en calor, llenar

la pava a la mitad,

tirar la yerba de ayer en una bolsa?


Dice mi madre que no hay nada peor

que irse a dormir con los pies fríos.


Mamá,

un hombre solo frente a un ejército

está desnudo para siempre.

*


Corderos



Todos los días me despierto pensando

en escribir sencillamente,
como quien pone a hervir una manzana en un una ollita,

un poema que explique qué está pasando afuera.


Me digo: la poesía no está

obligada a esclarecer

por qué se muere de un invierno tan lento

en una tierra de lombrices

profundas ni a consentir la idea

de que puertas adentro estamos bien.


El aire se está volviendo irrespirable
aunque pronto lo entibie el cambio de estación
y falta un tiempo difícil de medir

para entender si se espera de nosotros

una prueba de amor

que exige ofrecerse a los lobos

por el cuello.


*


Septiembre


El poema decía que el cambio de estación

entibiaría el aire.

Debe ser cierto, porque el gato de enfrente

viene temprano a chuparse una

astilla de luz en la esquina del patio.


Yo tengo tiempo para mirar

al gato que se lame la punta de la pata

y se da vuelta cada tanto en este

cuadradito del vidrio

que me revela cosas inasibles.


De ser verdad,

si el gato vuelve mañana y repite el ritual de estirarse

para que yo lo mire,

pronto estaré cambiando la lana en el placard

por vestidos floreados y sandalias.


En Buenos Aires a estas horas

a uno también le dan ganas de asolearse

como si aquí no hubiese sido necesario salir

a preguntar, que digan qué le hicieron

y todo fuese mudar a los estantes altos ropa de abrigo,

como si se pudiese poner un pibe al sol

y revivirlo y decirle a la madre

aquí lo tiene, señora,

no estaba muerto:

sólo esperaba que fuese primavera

para cruzar el río.



De Casa de buey

(El andamio ediciones 2022)

La hora del ángel


1. Ruptura de un orden

Una mujer escarba con las manos,

quita la mala hierba,

como quien pone a salvo

de la peste un vaso de agua del océano.

Ahora se endereza y aparta un mechón de la frente,

se estira el delantal.


En el extremo opuesto del jardín,

sobre la sombra austera de los lirios,

un gato se acicala.


Casi no hay luz,

y esa morosidad del movimiento

filtrada por una veladura azul

de última hora de la tarde

necesita otra manera de ser dicha.


Yo me imagino que el volumen del aire

viene de otro lugar,

como una escena antigua dibujada en un lienzo.


Cuidado, jardinera, una paloma

va a estrellarse

contra los altos cielos de tu casa

y en cuestión de segundos,

el estallido

te sacará de sabe Dios

qué pensamientos.


*


2. La presa


El gato acaba de llevarse

la paloma entre los dientes.


Su amor de carne blanca se irá saciando,

a medida que horade

la seda de la pluma alrededor del corazón.


Nosotras, la jardinera y yo,

sólo atinamos a gritar,

antes de hacer el ademán de disuadirlo

con lentitud de estatua

congelada en el sueño.


Volvamos al principio,

la mujer con el gato, cada uno en lo suyo. Ella

que se retira el pelo de la cara,

mi ojo atrás del ventanal va

del gato que se lame

al gesto de la mano enguantada de barro.


¿Qué fue primero?

¿El estallido del pecho contra la trampa de los vidrios?

¿La confianza del pájaro sesgada por la luz

de la hora del ángel,

que desdibuja los contornos?


Querida, en el mínimo cielo de tu patio

pasan las mismas cosas que en el vasto universo,

sólo que la distancia

mitiga las secuelas de la ferocidad.


*


3. El equilibrio restaurado


Tras la detonación,

antes del peso muerto contra el suelo,

antes del gato arquéandose,

ella levanta la mirada

y ve en el aire a la paloma

que enciende el precipicio

donde blanquean las flores de la rúcula.


¿Acaso ese trayecto vertical

del cuerpo suspendido entre dos planos,

la cabeza ladeada

como un sombrero del revés,

no es una imagen inquietante?


Repaso la secuencia:

el estallido,

la interrupción de todo pensamiento,

la caída en picada,

el presente absoluto de la muerte

y la vida,

como dos hemisferios unidos por un istmo.


Ah, la tentación de hacer

del pequeño infortunio

la alegoría del jardín infinito.


*


Fértil


¿No querías un bosque?

¿No lo deseaste tomando tu casa por asalto

mientras se dilataba el canto de la luna?

¿No lo viste venir en la humedad suntuosa

del patio, después del riego de la tarde?


Crecía a tus espaldas,

cuando te desnudabas atrás del sosegado velador,

después de haber colgado el vestido,

y al soltarte

con la seda de fondo del tren de medianoche.


Entonces el roce de las sábanas te pulía las piernas,

y se enterraban las raíces

un poco más,

un poco más,

en el irrefrenable corazón de la tierra caliente.


Ahora que te sangran los dedos

cuando arrancás los brotes de la pared del cuarto,

pensás que apenas se insinuaban

con el café del desayuno.


Debiste haber previsto

que lo que se persigue con el cuerpo

termina dando flores

de una frondosidad indómita.



*

El insomnio


En esta casa se nos rompen las copas

con curiosa frecuencia,

vienen los gatos de todos los vecinos

a olerse la lujuria,

cada mañana me quito un brote

que el sol ha madurado.


Yo digo que se nos rompen cosas

como si aquí hubiese alguien más,

y algunas veces me tapo la cabeza

porque los gatos gritan

a punto de morir.


Hoy esperé a que se pusiera el sol

y me interné en la selva;

le hice frente, le dije:

¿Ves? Vengo sola a mi patio

con una bolsa negra y el cuchillito de cocina.


Cuando alcé el puño con la raíz adentro

como a un recién nacido,

la selva hizo el silencio que se espera de un hombre,

y es eso,

el humor vegetal

que gotea en el fondo de la bolsa,

lo que me tiene sin pegar un ojo.


*

El invierno


Esta mañana

aparecieron mojados por adentro

los vidrios de la ventana que da al sur.


La mitad de la casa ha empezado a exudar

un olor rancio,

por eso estoy atenta a los cambios de luz,

busco el mejor rincón donde tender la ropa.


Desde aquí mismo veo

la carne verde de los tallos

estirarse en el patio como cuellos de cisne,

directo a su porción de resolana.


Del otro lado del jardín,

una pared soporta el peso

de toda la intemperie,

y las marcas de moho le dibujan encima

trazos a mano alzada,

del tamaño de una cabeza de animal.


Ay,

haber nacido con el sol generoso

como el costado apacible de una casa.


De Soñar con agua, (del Dock, 2014)



A nado


me abrazo a la corriente


y entro en la trama de la espuma;


una cadencia antigua dispone por mí,


voy sumergida desde el vientre.




Del otro lado ya es de noche.


Una mujer y un hombre hacen fuego


y se sientan a mirar.




Yo los veo ablandarse


mínima llama


rojos


sin el lastre del cuerpo.




El ronronear del agua


distorsiona las voces;


los oigo decir cosas innombrables.


*


Sobre el lomo del agua


voy desviviéndome por alcanzar


la orilla.




¿De qué profundidades emerge esta corriente


que nos empuja hasta la playa?




Al desprenderme de mi flor,


se abre un resquicio en el oleaje


por el que apenas paso yo.




Con el último aliento


un aleteo


lo liso de las piedras




me desmorono.


*


En la ola del sueño alguien me está buscando:


un desesperado abrir de puertas


todas a la


nada.




El aliento contenido,


la presa,


sobre la nuca un animal enfermo guiado por su olfato.




Flamea suave el ruedo de mi vestido


clavada a la pared de la


cornisa.



ENTREVISTA CON LA AUTORA


Gilgamesh: Estela, tu poesía sueña el agua, se hace eco de las vivencias cotidianas, toma partido ético, estético de la realidad que te atraviesa (que nos atraviesa), ruje y ríe. Quisiera saber cómo fue ese tránsito poético desde los inicios hasta hoy.


Estela Zanlungo: Yo creo que en sus mejores momentos, la poesía recoge la relación que uno va teniendo con el entorno. A veces pienso que hay una especie de radar, como una antena que capta, cuando uno está atento y conectado, lo que importa en ese momento de la vida, tal vez lo que hay para aprender en esa instancia, o lo que conmueve, o lo que lastima.

Escribí «Soñar con agua» a través de los años, después de una intensa experiencia personal, por momentos dolorosa, de la que salí fortalecida, como la flor de loto que crece en el barro. Soñar con agua fue una verdadera sorpresa: durante el tiempo que duró su gestación, más de diez años, no se me pasaba por la cabeza publicar, ni participar de encuentros literarios, ni leer en voz alta para otros. Era algo mío, de mí para mí, que por cuestiones ajenas a mi decisión – el premio del FNA (Fondo Nacional de las Artes)– terminó llegando al papel.

Tiempo después, hacia fines de 2015, signada por la oscuridad socio-política de la hora, creo que pude atravesarla poniendo en clave de palabra poética una decepción que enseguida descubrí no era sólo mía y que reflejaba un desconcierto colectivo. En ese contexto, esta vez sí teniendo como premisa que mi tarea era compartir con otros, nació «Los días del Buitre» (2018) y desde el mismo impulso, «Los hijos de la jauría» (2020).

La etapa siguiente me encontró repartida entre esa energía social y política que había calado hondo y algo que ya asomaba de costado en «Soñar con agua», y que entendí estaba necesitando expresarse enteramente en un libro propio. «Gerli» (2021) es esa nostalgia de barrio de infancia, que aún tiene cosas por decir, en las que sigo dando vueltas ahora.

Mi último libro publicado, «Casa de buey» (2022) vuelve a situarse en la intimidad de un universo femenino, tal vez con algo aquel «Soñar con agua», pero más maduro y más cotidiano, y en ese sentido, en diálogo con algunos rasgos de «Los hijos de la jauría» en su costado más personal.

Gilgamesh: Leyéndote, escuchándote leer, la ironía se impone como recurso en tus poemas. ¿Qué podés decir al respecto?


Estela Zanlungo: Claro, es a partir de los años en que escribí «Los días del buitre», cuando yo tenía cosas atragantadas para decir, tan abrumadoras, que no podían ser puestas en palabras en el tono original que me estaba atravesando, cuando encontré algunos recursos que contribuyeron a moderar ese estado de desasosiego. Porque justamente la poesía no admite literalidad, porque lo unívoco la pervierte y la desmerece, había que ir por otro lado, nunca directo, había que rodear “la cosa por decir” para tomarla desde otro costado, y uno de ellos hizo pie en la ridiculización de lo evidente.

Ese tono, que incluye la ironía a modo de pincelada, se me fue haciendo propio y se extendió a lo largo de la escritura de «Los hijos de la jauría» casi como un modo de defenderme de una realidad que yo quería poner sobre la mesa, sin cargar las tintas, como velada detrás del tul del refrenamiento.

Creo que algo de eso quedó como sedimento en los libros posteriores, ciertamente de otro modo, ya no para aplacar al monstruo, sino más bien como una especie de juego, tal vez para correrme de un tono de dramatismo que prefiero no frecuentar.

Gilgamesh: Desde «Soñar con agua» hasta «Casa de buey», ¿qué búsquedas o encuentros aparecieron?


Estela Zanlungo: Después de «Soñar con agua», quiero decir de su inesperada irrupción en mi vida como libro, como ya no mío, ya no en papel carta, sino en manos de lectores, una piedra fundante, una especie de brújula diciendo “es por ahí, no dudes”, sobrevino el año 2015, se terminaba una época donde era posible imaginar un mundo menos cruel, de cara a la infinita tristeza colectiva de saber que lo que vendría nos iba a costar caro.


De modo tal que la escritura de los poemas que irían a integrar «Los días del buitre» aparecieron más como una necesidad que como una búsqueda. Era escribir para no morirse de dolor, como el antídoto a un veneno del cuerpo social del que soy parte, como una forma de no quedarme paralizada frente a la injusticia o un modo de resistencia activa ante la realidad demoledora.


Tanto en «Los días del buitre» como en «Los hijos de la jauría», el desafío fue desembarcar en los anegadizos territorios de lo político-social, sin pisar el palito del panfleto. Y la verdad es que hoy, a la luz de las actuales circunstancias, puedo leer en voz alta cualquiera de esos poemas, que tranquilamente pasarían por haber sido escritos la semana pasada.


Después, «Gerli» y «Casa de buey», cada cuál con su impronta, uno más evocativo, el otro más atravesado por el aquí y ahora de la mujer que soy, distintos en el tono, me pusieron en otro tipo de aprietos en relación al lenguaje, a mi noción de lo poético, desafíos que me gusta encarar para no repetir recetas.


Gilgamesh: El poema, el libro, ¿cómo empiezan a manifestarse? ¿Hay recurrencias, rituales, epifanías?


Estela Zanlungo: A mí el poema empieza a llegarme mientras ando en otra cosa, por lo general algo en lo que no estoy poniendo la cabeza, como hacer el jardín o cualquier otra actividad cotidiana, doméstica, ocupando las manos, el cuerpo, pero sin exigencias, sin apuro. Por eso es en verano, cuando mis días transcurren sin rutinas laborales y las noches pueden extenderse hasta la madrugada, cuando una idea que ya estaba incubándose empieza a tomar forma, siempre con algo de música en las palabras, o mejor dicho, con la música de las palabras como punto de partida.


Después, una vez que el poema tomó forma, la idea del libro, si es que se presenta, empieza a levar como una masa que crece sobre la mesada, cubierta con un repasador a cuadros: es el momento de hundir las manos, ensuciarse el vestido de harina – de tinta – y armar bollitos mientras se prende el horno, se lee en voz alta, se corrige hasta altas horas.


Pero el tiempo de un libro no entra dentro del ámbito en que se mide el resto de las cosas. El libro transcurre en un sin tiempo, una dimensión paralela, nunca sujeto a fórmulas anteriores ni a necesidades mías que no le son inherentes. Su lógica, la de cuándo termina de escribirse, es independiente de algún modo de mi decisión, de las imposiciones de la mente lineal, de lo que conviene.


Gilgamesh: Me encantaría saber sobre tu experiencia en la Clínica de Poesía de la Biblioteca Nacional de la cual surgieron hermosas antologías.


Estela Zanlungo: Me acerqué a la Clínica de poesía de la Biblioteca en 2008. Yo había escuchado a Liliana (Lukin) en un encuentro en Quilmes, años atrás, y recuerdo que su lectura me atravesó de un modo que yo no conocía. Tal fue el impacto que pronto me sabía de memoria algunos de sus poemas, así como uno canta las canciones que más le gustan.

Fue en la Clínica que se armó la maqueta de lo que después sería «Soñar con agua», en un ámbito cuidado, con un grupo de compañeros con los que aún estoy vinculada desde el cariño.

Las dos Antologías, 2008/2009 y 2010/2011 fueron mis primeras experiencias de publicación, y aún conservo esos borradores, con sus tantas reescrituras y las marcas de Liliana que atesoro.

Gilgamesh: ¿Y tu experiencia como coordinadora de talleres de escritura? 


Estela Zanlungo: En 2015 dejé la escuela oficialmente – soy profesora de inglés y maestra de grado- y a partir de ese momento el taller se convirtió en la prolongación del aula tan amada. Tengo alumnos de los primeros años, alumnos nuevos, gente que se ha ido y vuelve varios años después, una comunidad que me acompaña a lo largo del tiempo. Durante la pandemia nos hicimos virtuales, con lo cual se incorporaron personas de distintos puntos del país, toda una red de la que aún hoy quedan afectos cercanos.

Por supuesto, leemos poesía, dedicamos tiempo a escribir a partir de consignas, pero disfruto mucho el trabajo con cuentos, bucear entre los sentidos de lo dicho y lo sugerido, en las entrelíneas, ir descubriendo el tono en la pluma de cada autor, un desafío fascinante.

Gilgamesh: ¿Cómo es tu relación con el ambiente literario? ¿Sos parte de lecturas, festivales? ¿Te presentás a concursos y convocatorias?


Estela Zanlungo: El primer certamen en el que presenté una obra fue el del Fondo Nacional de las Artes en el año 2012. Yo tenía entre manos «Soñar con agua», no lo terminaba de cerrar y me propuse como meta mandarlo a concurso, como un aliciente para ponerle punto final. Para ese entonces, mi relación con el ambiente literario se limitaba a mis compañeros de la Clínica, no conocía a nadie y nadie me conocía.


Cuando me enteré del premio, durante varios días, tuve la fantasía de que me llamarían para pedirme disculpas por el error: no podía ser cierto.


Los dos libros siguientes los corregí con Masín, una preciosa experiencia, y como la temática socio política ameritaba una pronta publicación, los concursos pasaron de largo.


Después de casi diez años, en 2021, volví al ruedo mandando «Casa de Buey» al Fondo, donde obtuvo Mención honorífica, y esa vez no dudé de que era de verdad.


Desde 2014, cuando salió mi primer libro, he venido participando de festivales y lecturas en el país y en el exterior, lo cual me resulta altamente disfrutable por dos razones: el gusto por la lectura en voz alta (ahora sé que me hubiera encantado estudiar locución) y porque en casi todos los eventos me encuentro con gente que se vuelve cercana en el afecto.



Gilgamesh: En un momento del país y del mundo de tanta crueldad, ¿qué lugar le otorgás a la poesía, al arte?


Estela Zanlungo: En un poema de «Los hijos de la jauría», Nochebuena, digo “es que por algún lado tiene que supurar tanto callarnos”. El arte, en cualquiera de sus formas, supura – deja salir, por suerte – lo que la lengua consciente no se atreve a poner en palabras.

Lo no racional, lo que sale de las tripas y se traduce en línea, en color, en movimiento, en verso, prosa o cualquier otra manifestación del alma humana, pone incómodo al poder, lo cuestiona desde un lugar al que la crueldad no tiene llegada, no sabe cómo ingresar.

Por eso, siempre que los sectores de poder real tuvieron la chance, embistieron contra el arte popular, porque ellos saben bien que un pueblo que conoce y ejerce su identidad a través de la profunda manifestación de lo artístico, es más difícil de dominar.

Basta con observar la propaganda que denostó a nuestra música popular, el tango, a partir de 1955, para entender hasta qué punto los que cortan el bacalao dan importancia a las expresiones genuinas de un pueblo y no escatiman recursos para defenestrarlas.

Gilgamesh: ¿Qué lector imaginás para tu poesía? ¿Hay lectores amigos a los que confiás tu obra en proceso?


Estela Zanlungo: Ciertamente, creo que a la hora de sentarse frente a la hoja en blanco uno no piensa, en el sentido de escribir con intención, en un lector determinado.

Yo escribo para darme el gusto, como cuando bailo, sin que me importe el que mira de afuera, no por restarle importancia, sino porque en el acto de escribir, en el de bailar, sólo hay sitio para el propio placer.

Ahora bien, una vez concluido el proceso de creación, cuando ya se ha corregido y vuelto a corregir, se ha descartado lo que debía y se ha depurado lo que valía la pena y los textos salen de mi universo personal para tomar forma de libro, entonces ahí sí, la idea del lector tiene cabida.

Recuerdo una vez, cuando fui invitada a leer en un taller que funcionaba en un club de una zona retirada, un grupo de mujeres sencillas, señoras de barrio sentadas en la segunda o la tercera fila, recuerdo sus rostros atentos, la expresión de los ojos, la conexión entre mi voz y la escucha que me estaban ofreciendo. Recuerdo al final, una de ellas se acercó con un poco de vergüenza y de verdad sentí que valía la pena, si yo podía tocar esa sensibilidad virgen, algo de esa maquinaria inexplicable que es el poema, de verdad se estaba poniendo en movimiento.

En relación a compartir el libro en proceso, sí. Y me gusta hacerlo con amigos poetas y otros que no pertenecen al ámbito literario. Ojos distintos, diferentes aportes.

Gilgamesh: ¿Qué lectura fueron piedra de toque en tu formación intelectual? ¿Qué lecturas acompañan tus procesos creativos?


Estela Zanlungo: Yo tengo el recuerdo de mi madre recitándome poemas desde muy niña. Por supuesto eran poemas rimados “Es la mañana; lirios y rosas/mueve la brisa primaveral”. Canción infantil, de Rafael Obligado, es el primero y más nítido de todos, pero también algunas rimas en inglés “Humpty dumpty sat on a wall…” Hickory, dickory dock…”. Me digo ahora que esa música cotidiana de las palabras que ella debió transmitirme tal vez desde su vientre, ha sido una semilla poderosa, el ritmo de una oralidad que configura una manera de estar en el mundo.

Pienso que las lecturas que vinieron después, apenas empecé a leer, Dickens, Mark Twain, no hubieran sido posibles sin esa cadencia, ese decir, como una fertilización de la tierra para que se encendiera la chispa del placer por la lectura.

Gilgamesh: ¿Qué nuevos proyectos te tienen ocupada?


Estela Zanlungo: Desde hace meses estoy en la etapa de revisión de un libro que me entusiasma (más allá de que siempre me he sentido atraída por el último). En este caso, se trata de un poemario que aborda una época, la de los años sesentas, a partir de los nombres de los que fuimos niños por aquel entonces. La idea ha sido abordar ese recorte de la realidad a través de un ojo irónico no exento de nostalgia.


Por supuesto, esas generalizaciones – las Mirtas a los doce fumaban en el baño/las Normas parecían de veinte a los catorce – se presentan deliberadamente arbitrarias, y proponen un abordaje que ya se plantea en el título: «Todas queríamos ser Laura». Es que jugar con algo tan serio como nuestros orígenes, amerita un tono que desafía cierta solemnidad, algo que con frecuencia le cae a la poesía como un corset demasiado ajustado.


Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y quizá,
también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?


Estela Zanlungo: Yo te puedo hablar de mi propia experiencia, que sólo atañe a mi escritura, con lo cual estoy diciendo que no pretendo decirle a nadie cuál es la mejor manera de abordar el oficio. Dicho esto, creo que sí hay un lazo perdido, no sólo para el gran público, sino en relación a artistas de otras disciplinas, como la plástica, el teatro, la danza o la música, por nombrar algunas, que en gran medida se mantienen alejados de la poesía.


A mí me encanta leer en voz alta, me gusta mucho memorizar el poema y mirar al público a los ojos, ver lo que se enciende o se apaga en los rostros, tomarle el pulso a la atención que genera ese decir, medir la dimensión del lazo, por eso esta cuestión me resulta pertinente.


Me interesa plantear el problema en estos términos: si para llegar a los lectores, esa mínima platea que los poetas estamos en condiciones de atraer, es necesario acudir a un texto lineal, ampuloso, desbocado o unívoco, entonces no hay trato. La intensidad del poema, su condensación, su misterio, su refrenamiento me resultan innegociables.


¿Es posible entonces traspasar la frontera de leernos entre nosotros sin lastimar la condición del poema? ¿Es compatible un sentido accesible con un trabajo en el lenguaje, en el tono, en las imágenes que terminen convergiendo en delicada síntesis? Yo creo que justamente ahí reside el desafío, en ir moviéndose en una zona de riesgo que siempre está a punto de hacernos perder pie, puesto que el equilibrio es una condición que se malogra al menor descuido, especialmente cuando uno comete el error de querer ir por el camino más corto.


NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA



Estela Zanlungo nació en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, docente y Técnica Superior en Coreografía e Interpretación de Tango (Edta).

Publicó:

«Soñar con agua» (del Dock, 2014). Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2012.

«Los días del Buitre» (La mariposa y la iguana, 2018), declarado de interés municipal en Lomas de Zamora, 2018.

«Los hijos de la jauría» (Vuelta a casa, 2020), declarado de interés municipal en Lomas de Zamora, 2021.

«Gerli» (Lago editora, 2021).

«Casa de buey» (El andamio ediciones, 2022), Mención Honorifica Fondo Nacional de las Artes 2021.

Formó parte de las Antologías 2008/2009 y 2010/2011 de la Clínica de Poesía de la Biblioteca Nacional.

Sus poemas han sido publicados en antologías nacionales e internacionales, en revistas culturales y en ciclos literarios.

Ha participado de encuentros de poesía en el país y en el extranjero.

Coordina talleres de escritura literaria.



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