«GILGAMESH, POESÍA Y POÉTICAS» presenta a CLAUDIO ARCHUBI
(Publicado en la página de Facebook el 6 de octubre de 2021)
(Secuencia de los nueve poemas iniciales pertenecientes al
poemario La Máquina de las alegorías)
Duratio o del árbol en la rueda
1.
Cuando mi árbol del conocimiento se parecía a mi corazón, y era apenas un arbusto torcido y joven creciendo hacia cualquier parte, yo avanzaba por sus ramas blancas y yermas dibujando garabatos. Vinieron entonces los primeros frutos, equivocados y amargos, a pudrirse en mis manos.
2.
El error es un insecto que crece con nosotros, come de nuestro árbol, aletea por la noche llamándonos al silencio de la escucha; ha salido de esos frutos para sobrevolar a ciegas nuestro cuerpo confundido.
Cúbrete con ella.
3.
Pero el corazón golpea, siempre, hasta rasgarla. Sale el insecto de él, rodea nuestro cuerpo que busca protegerse con retazos.
4.
La conciencia, rápida rueda bajo luces intermitentes, siempre parece girar hacia atrás, en busca de esa primera mentira: óyela zumbar.
La rueda es el insecto, lo que significa: el corazón es la rueda; la inabarcable rueda que tiembla en su eje de Nada.
5.
Giraba la rueda sin palabras, me hablaron rostros queridos. La rueda se llenó de símbolos, creí que aprendía a girar con ella, pero todo fue oscureciéndose bajo una nube de polvo.
6.
Calla, siéntelo: chocas, construyes con los restos.
Oh dínamo, y tu silencio, alrededor de la Duratio.
Oh tú, máquina de fabricar escombros.
Virtus o de la casa de viento
1.
Crecí en una ciudad de viento.
Me rodearon mis compañeros, inquietos, sin entender por qué ante ellos algo frágil, sin virtud, casi como una advertencia, ofendía la solidez de sus cuerpos bajo los neones del verano. Porque a la fiesta violenta de la juventud hasta mis amigos entraban, como turistas en las olas, a contraviento.
Habían aprendido a resistir.
2.
Raimundo, dijiste: …el hombre es producido de la nada, por cuyo motivo tiene inclinación al pecado, que es nada…
Viejo Maestro, defensor de las grandes creencias, a ti que has cruzado el mar, yo te confieso: nunca pude aprender.
Mi padre intentó ayudarme. Me condujo hasta la playa y me detuvo en la arena:
–Acá está tu pequeño médano. Te corresponde defenderlo.
Pero era un día de viento.
Durante horas, centinela torpe, sentí la arena dúctil desapareciendo bajo mis pies.
Agua en la grieta, techo roto, sal y sudestada, habían aprendido a resistir.
3.
Mi madre intentó ayudarme.
Abrió ventanas y puertas para mostrarme cómo una cosa podía entrar en otra sin mellarla.
Pero eran días de viento.
Crecí enfermizo en una casa atravesada por corrientes de aire. Cuanto más fuertes, tanto más firme el rostro de mi madre, que así intentaba enseñarme a respirar.
Miraba hacia afuera y, al volverse, parecía decirme:
–Ahí está tu médano. Aprende.
4.
Intenté imitarla.
Decidí alimentarme del viento. Lo miré de frente. A medida que las ráfagas entraban mi solidez desaparecía.
Mi cuerpo iba transformándose en un recinto de viento.
Ahí, el remolino más intenso, el mejor bastión.
Ahí, para que ella respire siempre, su primer huésped.
Pero ella se volteó con tristeza:
–Has deshecho tu médano.
5.
Me dirigí a mis compañeros.
Hacia ellos conduje mi casa de viento. Giré y giré, pero no me vieron.
Quisieron atravesarme sin entender por qué, llegados al sitio, algo más allá de toda resistencia obligaba a dar vueltas, a retirarse.
Y tú, que dijiste: …desciende al elemento del fuego, el cual calienta el aire para poder multiplicar y destruir a su enemigo, que es el agua...
Sal marina para las heridas, pero cuánto arde la cura, soplando solo, en busca de un espíritu hermano con el invierno adentro.
6.
Ahora la ciudad está cerrada para mí, he soplado sobre los años, aguardo: sueño un día quieto.
Bonitas o del encuentro con la Bondad
Y delante de aquella visión indeleble, y envuelto en la inmensa y suave bondad
difusa de la tierra verde, del cielo clemente y del pálido mar,
involuntariamente uno cae de hinojos y de su boca sale aquella exclamación que
salía de la boca de Ramon Lull, tal como la representan las viejas xilografías:
«¡Oh bondad!» .
(Raimundo Lulio. Francisco F. Billoch, Temas españoles No 90)
1.
Un día Ella me condujo hasta la playa y me mostró lo que había por hacer.
–Afuera hay un mundo –me dijo, –está lleno de nieve. Con tu aliento debes derretirla.
Yo no comprendí. Era invierno, pero apenas una fija llovizna desaparecía sobre la arena deshabitada.
Me di vuelta y, desde entonces, sólo así pude verla: de rodillas y quieta, ofreciéndome su espalda.
2.
–Mi cuerpo no importa –decía cada vez más fría bajo mis dedos. –Toca la nieve y aprende a atravesarla.
Yo no comprendí.
Miré en derredor, busqué en la llovizna el rastro de la nieve.
Intenté apartar la arena –nuestra segunda piel, tan áspera.
Pero estaba en nuestro aliento.
3.
Me dije: para encontrar –suelen decir– hay que cerrar los ojos.
Y pensé en nieve tras la nieve.
Y sospeché de una tercera nieve y de un camino.
4.
Grandes acontecimientos picaron mi cuerpo, pusieron su fría espuma y su llovizna, desplazando lo no crecido.
Yo insistía.
5.
Años se perdían bajo mi mano. Livianos, blancos.
Cosas pequeñas deshechas en lo abierto.
Ella permaneció ahí, atravesada por el cansancio de haber visto.
¿Veía en mí la nieve?
6.
Durante tanto tiempo estuve con los ojos cerrados, adormecido, intentando alcanzarla.
Pero mi quietud era distinta: se apartaba hacia la Verdad.
Voluntas o de las velocidades
1.
Lenta, cruzaba la hormiga el umbral del corredor. Parado sobre una silla, yo la observaba. Mi madre siempre me vestía con ropa demasiado grande.
Paciencia –me dijo mientras cosía mis largas piernas–. Con el tiempo vas a llenarlo.
Luego me abrazó con su centímetro inmortal.
2.
Mi madre era firme.
Una y otra vez yo intentaba crecer para alcanzarla.
Mi infancia era lenta.
–Comé, no te entregues nunca; de nosotros vas a heredar esta materia dura y poderosa.
3.
Yo me estiraba, comía de los años como la hormiga de su hoja. Y lo que ganaba en longitud lo perdía en extensión, y el espesor perdido se llenaba de ecos del intento, cada vez más fuerte, inquebrantable, tardío como un viaje a pie.
4.
Cargo mi hoja tan verde, tan grande.
5.
Vengo de la lentitud y voy hacia ella. Antiguo maestro: cuántas palabras salían de tu
boca, más rápida que tu época. Cuán pocas de la mía, tan lenta. ¿Puedes comprenderlo?
Mi época cruza entre uno y otro de mis movimientos. Cada vez que doblo un dedo, y el siguiente, el eterno mimo ya me ha repetido hasta cansarse, ha hecho sus cabriolas y se ha desplazado hacia otra parte.
Cierro mi mano; bajo la manga ya todo aconteció.
6.
Arrastro las botamangas.
La distancia aumenta. Mi ropa no cae. Pienso, y se sostiene.
Murmuran:
–¿Dónde está él?
Floto en el centro.
7.
Cargo mi hoja invisible. Voy hacia ella.
8.
He crecido, sí, pero ¿dónde está el borde de la tela?
Del otro lado mi madre espera.
9.
Camino el diminuto pasillo por donde cruza la Historia, junto al viento.
Sapientia o de la lección de manejo
1.
Padre.
Vayamos en el auto.
La ruta abre la noche para nosotros. A tu lado está mi madre. Como la ruta, como
la noche –siempre en todas partes– Ella velará para que construyas atento nuestra meta.
Sigamos la línea blanca.
2.
La ciudad se abre en todas direcciones. Nosotros no. Vamos en el auto.
Hay que evitar entrecruzamientos, combustiones innecesarias, cambios bruscos, me
dijiste.
A veces sobreviene el error. Tu cuerpo se detiene al borde de las vibraciones
ígneas. Mi cuerpo recibe los ecos. ¿Cuándo ha girado la Imagen?
Soy tu contratapa. Desprendamos las páginas, giremos para encontrarnos.
3.
Intercambiaremos los asientos, pero cada uno respetará su sitio.
En derredor, la ciudad se abre confusa. Nosotros no.
Igual seremos vencidos.
4.
Me has recortado en cartulina, pero tu sangre equivocó el camino.
Me has remontado al viento y ahora no desciendo.
Desde tu sitio señalaste algo. Creíste que podía verlo mejor.
He viajado más allá y ahora no desciendo.
He visto lo que nunca verás; pero nunca podré ver lo que siempre viste.
5.
¿Tiene la gran Máquina una respuesta?
Ahora giremos con cuidado, hacia la semejanza.
Construiremos lentamente: vos mi imagen, yo la tuya.
Tierra y Viento pueden girar en consonancia.
«Soñemos juntos»: ah, la equívoca frase.
Construyamos, y acaso toquemos ese límite.
6.
Un día la lluvia era profunda, la ruta opaca. Íbamos todos de regreso a la casa. Manejaste con el limpiaparabrisas roto. Me enseñaste que aun así debíamos continuar.
Te pido que me esperes.
A ciegas, de regreso, hago ese viaje todavía.
Veritas o de la primera cita con la Verdad
La dama, para librarse de una vez de tanta porfía, se descubrió
un pecho y lo mostró roído por un cáncer. (Raimundo Lulio. Francisco
F. Billoch, Temas españoles No 90)
1.
Era luminoso dentro de la casa, como en la cima de un monte simple.
La pared resplandecía al lado de tu rostro.
–Afuera hace frío, así son las cosas –dijiste, madre, en la cima de un monte simple.
2.
Madre, el reloj sigue empujando.
Madre, abre tus cortinas. Déjame ver.
Aléjame del otro, del más frío escenario de las cosas.
Aléjame del cansancio y el tiempo.
3.
Poco a poco dejo de sentir el vidrio. Poco a poco.
No porque me hayas salvado con tu lumbre, sino que está abierta la ventana, y descubierto por el viento, entreví de la Belleza su pecho espinoso. Lo he tocado, he ascendido a la cima de un monte simple, el más yermo.
Magnitudo o de la inmensidad
1.
Maestro, he conocido la arquitectura del error.
Pero de ruta a costa, la ciudad apuntaba hacia el mar.
2.
Imaginé sobre este suelo, otro techo, base de un próximo espacio aún más amplio.
Pero la ciudad crecía conmigo, se abría hacia el mar.
3.
Grandes escaleras prometían la tristeza de un espacio tan amplio que allí no cabían los
míos, un espacio que no daba lugar.
Mientras subía, oí el eco del agua.
La ciudad se comunicaba con el mar.
4.
Había construido otra ciudad sobre la primera y otra, aún por encima de esta, pero el
agua seguía oyéndose por todas partes.
Mi progresión llegó a un espacio tan vasto que mis cosas no cabían en él.
5.
El mar se oía por todas partes.
Mi progresión llegó a un espacio tan vasto que ni yo cabía en él.
6.
Desde afuera, vi que mi progresión llegó a un espacio tan vasto y filoso como la punta de un alfiler.
Potestas o de las nueve preguntas
1.
Plegado en mí estaba aquello que sería, y aún me preguntaba: ¿quid?, ¿qué sería?
Mano abierta mi cuerpo, que no aprendió a bailar al compás de lo posible.
Mano abierta mi alma y su primer manojo de espinas.
2.
¿De quo? ¿De qué están hechas las palabras?
Y tú, Raimundo, que dijiste: … no te juzgues salvado sólo por tu inocencia…
3.
Dije la palabra “amor”; creí que podía con ella, pero la palabra pudo en mí, raspando, raspando con su pregunta hasta el hueso:
¿Quando? ¿Cuándo es aquello que es?
Siempre. Pero lastima.
4.
¿Quare? –¿Por qué la ironía en todo esto? –preguntó ella.
–Y esta bofetada es el límite de tu ironía –dijo.
¿Quo modo: cómo la Verdad gira en soberbia?
¿Ubi: cómo y dónde, la duda en vicio?
5.
Concordatia sub-sum contrarietas, pensé.
Donde termina el amor empieza el conocimiento.
Donde termina el conocimiento empieza el amor.
Principium Equalitas Potestas
Cuando empieza el conocimiento empieza el amor.
Cuando empieza el amor empieza el conocimiento.
Pero ella continuó de espaldas.
6.
Por otro lado, ¿quale: cuál es la media vuelta de la Verdad a la Belleza?
Así ella se giró para mirarme.
Así, su mano tibia y lenta regresó a mi cara para decir Tú.
Gloria
… Apetece ascender más al entendimiento para adquirir más ciencia y saber
a dónde va (o a qué se reduce) la llama cuando la vela se apaga…
(El libro del ascenso
y el descenso del entendimiento. Raimundo Lulio)
1.
Un mundo que brilla sin bordes. Oh Gloria.
Corrí con los pies desnudos sobre un colchón de ortigas.
2.
No obstante corrí bien rápido, porque era rápido.
Viejo Maestro, dijiste: …el quemar y causar dolor son también actos de la llama…
Fuego ascendente, mi corazón; lluvia mi espíritu, para apagarlo. Y el
viento del Este confundiéndolo todo, cuando el sol se hunde del otro lado de
los cuerpos, y las palabras se dan vuelta como bolsas de nylon con la Nada en
su interior.
Vuela liebre, vuela como una simple palabra, más rápida, más leve que mi
corazón de llama, viento, frío y ceniza.
Yo, detrás hasta morderla, descubrí que era de trapo.
3.
Y tú, Raimundo: …la llama ilumina el aire, porque el aire recibe la similitud de
la llama (esto es, su lucidez)…
Retorica Potestas Gloria
Ah, el sabor de un sueño cumplido: la primera sinécdoque.
Ahora, que en estas torpes alegorías caiga la noche. Descansa.
Pero entonces un pensamiento se abre por obra y gracia de la tristeza:
Gloria es la de los perros, cuando aúllan a la luna.
Eso diría mi abuelo, gran cazador, hombre de campo, hombre concreto en busca de oídos concretos.
Dos poemas de Arca rota jardín de nadie
(Padre e hijo)
–He visto a mi caracol trepar por la pared blanca.
–El cuerpo es la pared blanca.
–Lo he visto subir insistente durante todo un día.
–El tiempo es la pared blanca.
–Quemado por el sol ascendía a ninguna parte.
–El amor es la pared blanca.
–Escuchaba el mar iba a ninguna parte.
–El sentido es la pared blanca.
–¿La pared es un espejo?
–Te separa del futuro.
–La cruza el mar, la cruza el viento, la cruzan el día y la noche.
–Rumoroso es el futuro.
–Durante tanto tiempo lo cuidé en la oscuridad: debía descender.
–Debía subir, siempre.
(Madre e hija)
–¿Qué es la Verdad?
–Una muñeca de trapo.
–¿La que está en el rincón?
–Una arrojada hace muchísimo tiempo.
–¿La que está rota?
–Una enterrada para siempre, intacta, unida a la tierra de abajo.
–¿Está escondida?
–Su tamaño crece hasta que pisas sobre ella.
–¿Y qué es lo que dice?
–Escucha y oirás.
Secuencia
inicial perteneciente al poemario Cielo al revés (Metafísica de la imagen de
“Teresa” soñando el Sur)
Entrada a la ciudad
Yo, Beatriz*, soy quien te hace caminar;
vengo del sitio al que volver deseo
(La divina comedia. Dante Alighieri)
Estoy creando la imagen de Teresa. Está enferma.
Pienso: he dado vida. Pero ella dice que está muerta.
Estoy creando la imagen de Teresa. Hago que se mueva poco a poco.
Pienso: debo ayudarla. Pero ella dice: no se puede sanar a una sombra.
Estoy creando la imagen de Teresa. Comienza a moverse y yo con ella.
(Ella ha puesto su cara contra mi cuerpo: en el cuarto frente a la vibrante autopista he sentido el tiempo temblar contra el vidrio he sentido a sus constructores he sentido la velocidad del amor, y lo que una vez declaré mío contemplé cómo crecía en la triple flecha del tiempo cómo se marchitaba golpe tras golpe hasta desaparecer. Toda una noche a través de los años ella y yo en lo que éramos y en lo que seríamos huella tras huella soñamos nuestro tango que tiembla.
Flor pesada este mundo flor vibrante en un cuarto ajeno el florero que cae y la luna que sube sobre los vidrios para iluminar lo que nunca estuvo ahí.
Brillaba tanto que ambos nos apartamos para contemplarlo).
(*Toda imagen puede transmutar: Beatriz o Virgilio cuando el cielo se da vuelta).
Estoy creando la imagen de Teresa: está enferma.
Con los ojos aún cerrados ella dice:
Te perderás en mí.
La aguja de tu pensamiento apuntará al Sur.
Sueño el Sur.
La ciudad irrumpe en mi cuerpo como un
animal de aguas profundas y tristes: desbordada, sucia y densa (no de plomo, de
chapas y cartones húmedos y libros de páginas amarillas que se abren hacia el
Norte vi hecha esta ciudad. No de plomo la mano sino la moneda depositada en
ella para hundirla*).
Giro la cabeza. Pero el río emerge en los barrios más elegantes.
Nos atraviesa de las maneras más inapropiadas.
Muñecote de la gastada tradición: ¿Por qué me has engañado?
Bailarín de la calle: ¿Por qué me has engañado? Hemos llegado al paredón del Sur.
(*Oh Caronte, el peso de la apariencia es uno de los castigos más severos en esta ciudad).
Estoy creando la imagen de Teresa. Bajo las vendas brilla el sol.
Abre los ojos y dice:
Estás creándome.
Mi cuerpo es tu mapa.
Pero es mi historia la historia del Sur.
Soñamos el Sur.
Constitución: aquí el cielo no está sobre la iglesia, le digo, están las autopistas.
La ciudad se curva bajo su propio peso como se curva bajo el peso de los camiones el cemento de los puentes, se anudan los mundos fluyen unos en los otros, se regalan sus
demonios que aprovechan para mestizarse antiguos y cansados pero muy rápidos
entre la iglesia, la estación y los incontables locales de baratijas.
Constitución: aquí el cielo no está sobre
la iglesia, está por todas partes.
Lo ven brillar sobre los charcos sucios
los travestis las prostitutas que se preparan para la noche lo ve el niño en la
teta luminosa de su madre sentada en una esquina lo ve el borracho tirado en la
plaza con los ojos cerrados e intenta
mostrármelo el negro, reflejado en los
relojes que dice que son de oro.
Constitución: viento del deseo* maqueta de la ciudad.
Todo va al cielo a la velocidad de lo nunca pensado al cielo de arriba y al cielo de abajo.
Caminamos hasta escuchar el aleteo de nuevas categorías. ¿O son palomas que se desbandan cuando corre por la plaza el punga?
Ah viejo Adorno, apareciste en el siguiente sueño, decrépito como una ruina, y ellas te decían: si la Obra es pura totalidad sin síntesis, vení a mamar a Constitución de la partida fuente de la belleza.
(*El segundo círculo es inevitable)
Estoy creando la imagen de Teresa. La despierto poco a poco.
Tiene fiebre. Tiene miedo.
Doy forma a su mirada y me obliga a mirar con ella:
Existe la otra ciudad.
Retiro: en esa veleta que gira con el viento vemos crecer la otra ciudad.
Rosa de los vientos bulle la vida bajo tu chapa más difícil.
Bulle entre lo más alto y lo más hondo, sin puertas protectoras, sucia de amor y de odio, hacia ninguna parte.
Bulle y nosotros con ella, nadie en su lugar verdadero, sentenciosos, impacientes porque creemos que vamos hacia ahí.
Había una vez una princesa de barro y un castillo pero también una escoba en el polvo de los años, y un príncipe con la espalda torcida, cambiando, frente al río.
Ellos sabían querían olvidar.
Rosa giratoria de los vientos de la otra ciudad: nos escapamos de tu espina metálica.
Estoy creando la imagen de Teresa.
Dama de los apósitos, surge entre gasas, se aleja poco a poco de las cirugías de la mente.
Estoy creando la imagen de Teresa.
Su belleza es infecciosa.
Doy forma a su dolor y ella dice:
Mi cuerpo está herido. Mirá.
Por su herida crece el Sur.
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