martes, 21 de mayo de 2024


 «GILGAMESH, POESÍA Y POÉTICAS» presenta a CLAUDIO ARCHUBI

(Publicado en la página de Facebook el 6 de octubre de 2021)

Claudio Archubi nació en 1971 en Mar del Plata, Argentina. Es Doctor en Física, trabaja en el IAFE (Instituto de Astronomía y Física del Espacio), es docente de la Universidad de Buenos Aires y poeta.
Foto del autor por Carlos Alberto Rosales Purizaca

SELECCIÓN DE SU OBRA

(Secuencia de los nueve poemas iniciales pertenecientes al poemario La Máquina de las alegorías)

 

Duratio o del árbol en la rueda

 

 

1.

 

            Cuando mi árbol del conocimiento se parecía a mi corazón, y era apenas un arbusto torcido y joven creciendo hacia cualquier parte, yo avanzaba por sus ramas blancas y yermas dibujando garabatos. Vinieron entonces los primeros frutos, equivocados y amargos, a pudrirse en mis manos.

 

 

2.

 

            El error es un insecto que crece con nosotros, come de nuestro árbol, aletea por la noche llamándonos al silencio de la escucha; ha salido de esos frutos para sobrevolar a ciegas nuestro cuerpo confundido.

Contempla la duración de una idea, de la primera involuntaria mentira que nos salva del
dolor, esa que un cuerpo trasmite a otro antes de la primera palabra.

Cúbrete con ella.

 

 

3.

 

            Pero el corazón golpea, siempre, hasta rasgarla. Sale el insecto de él, rodea nuestro cuerpo que busca protegerse con retazos.

 

 

4.

 

La conciencia, rápida rueda bajo luces intermitentes, siempre parece girar hacia atrás, en busca de esa primera mentira: óyela zumbar.

La rueda es el insecto, lo que significa: el corazón es la rueda; la inabarcable rueda que tiembla en su eje de Nada.

 

 

5.

 

            Giraba la rueda sin palabras, me hablaron rostros queridos. La rueda se llenó de símbolos, creí que aprendía a girar con ella, pero todo fue oscureciéndose bajo una nube de polvo.

           

 

6.

 

            Calla, siéntelo: chocas, construyes con los restos.

Oh dínamo, y tu silencio, alrededor de la Duratio.

Oh tú, máquina de fabricar escombros.


Virtus o de la casa de viento

 

 

1.

 

            Crecí en una ciudad de viento.

Me rodearon mis compañeros, inquietos, sin entender por qué ante ellos algo frágil, sin virtud, casi como una advertencia, ofendía la solidez de sus cuerpos bajo los neones del verano. Porque a la fiesta violenta de la juventud hasta mis amigos entraban, como turistas en las olas, a contraviento.

Habían aprendido a resistir.

 

 

2.

           

            Raimundo, dijiste: …el hombre es producido de la nada, por cuyo motivo tiene inclinación al pecado, que es nada

Viejo Maestro, defensor de las grandes creencias, a ti que has cruzado el mar, yo te confieso: nunca pude aprender.

Mi padre intentó ayudarme. Me condujo hasta la playa y me detuvo en la arena:

Acá está tu pequeño médano. Te corresponde defenderlo. 

Pero era un día de viento.

Durante horas, centinela torpe, sentí la arena dúctil desapareciendo bajo mis pies.

Agua en la grieta, techo roto, sal y sudestada, habían aprendido a resistir.

 

 

3.

 

            Mi madre intentó ayudarme.

Abrió ventanas y puertas para mostrarme cómo una cosa podía entrar en otra sin mellarla.

Pero eran días de viento.

Crecí enfermizo en una casa atravesada por corrientes de aire. Cuanto más fuertes, tanto más firme el rostro de mi madre, que así intentaba enseñarme a respirar.

Miraba hacia afuera y, al volverse, parecía decirme:

Ahí está tu médano. Aprende.

 

 

4.

 

            Intenté imitarla.

Decidí alimentarme del viento. Lo miré de frente. A medida que las ráfagas entraban mi solidez desaparecía.

Mi cuerpo iba transformándose en un recinto de viento.

Ahí, el remolino más intenso, el mejor bastión.

Ahí, para que ella respire siempre, su primer huésped.

Pero ella se volteó con tristeza:

Has deshecho tu médano.

 

 

5.

 

            Me dirigí a mis compañeros.

            Hacia ellos conduje mi casa de viento. Giré y giré, pero no me vieron.

            Quisieron atravesarme sin entender por qué, llegados al sitio, algo más allá de toda resistencia obligaba a dar vueltas, a retirarse.

            Y tú, que dijiste: …desciende al elemento del fuego, el cual calienta el aire para poder multiplicar y destruir a su enemigo, que es el agua...

            Sal marina para las heridas, pero cuánto arde la cura, soplando solo, en busca de un espíritu hermano con el invierno adentro.

 

 

6.

 

            Ahora la ciudad está cerrada para mí, he soplado sobre los años, aguardo: sueño un día quieto.


Bonitas o del encuentro con la Bondad

 

Y delante de aquella visión indeleble, y envuelto en la inmensa y suave bondad difusa de la tierra verde, del cielo clemente y del pálido mar, involuntariamente uno cae de hinojos y de su boca sale aquella exclamación que salía de la boca de Ramon Lull, tal como la representan las viejas xilografías: «¡Oh bondad!» .

 (Raimundo Lulio. Francisco F. Billoch, Temas españoles No 90)

 

1.

 

Un día Ella me condujo hasta la playa y me mostró lo que había por hacer.

  Afuera hay un mundo –me dijo, –está lleno de nieve. Con tu aliento debes derretirla.

Yo no comprendí. Era invierno, pero apenas una fija llovizna desaparecía sobre la arena deshabitada.

Me di vuelta y, desde entonces, sólo así pude verla: de rodillas y quieta, ofreciéndome su espalda.

 

 

2.

 

            –Mi cuerpo no importa –decía cada vez más fría bajo mis dedos. –Toca la nieve y aprende a atravesarla.

Yo no comprendí.

Miré en derredor, busqué en la llovizna el rastro de la nieve.

Intenté apartar la arena –nuestra segunda piel, tan áspera.

Pero estaba en nuestro aliento.

           

 

3.

 

            Me dije: para encontrar –suelen decir– hay que cerrar los ojos.

Y pensé en nieve tras la nieve.

Y sospeché de una tercera nieve y de un camino.

 

 

4.

 

            Grandes acontecimientos picaron mi cuerpo, pusieron su fría espuma y su llovizna, desplazando lo no crecido.

            Yo insistía.

 

 

5.

 

Años se perdían bajo mi mano. Livianos, blancos.

Cosas pequeñas deshechas en lo abierto.

Ella permaneció ahí, atravesada por el cansancio de haber visto.

¿Veía en mí la nieve?

 

 

6.

 

            Durante tanto tiempo estuve con los ojos cerrados, adormecido, intentando alcanzarla.

Pero mi quietud era distinta: se apartaba hacia la Verdad.


Voluntas o de las velocidades

 

 

1.

 

Lenta, cruzaba la hormiga el umbral del corredor. Parado sobre una silla, yo la observaba. Mi madre siempre me vestía con ropa demasiado grande.

Paciencia –me dijo mientras cosía mis largas piernas–. Con el tiempo vas a llenarlo.

Luego me abrazó con su centímetro inmortal.

 

                                                      

                                                                          2.

 

Mi madre era firme.

Una y otra vez yo intentaba crecer para alcanzarla.

Mi infancia era lenta.

–Comé, no te entregues nunca; de nosotros vas a heredar esta materia dura y poderosa.  

                                                           

 

3.

 

Yo me estiraba, comía de los años como la hormiga de su hoja. Y lo que ganaba en longitud lo perdía en extensión, y el espesor perdido se llenaba de ecos del intento, cada vez más fuerte, inquebrantable, tardío como un viaje a pie.

 

 

4.

 

Cargo mi hoja tan verde, tan grande.

 

 

5.

 

            Vengo de la lentitud y voy hacia ella. Antiguo maestro: cuántas palabras salían de tu boca, más rápida que tu época. Cuán pocas de la mía, tan lenta. ¿Puedes comprenderlo?

            Mi época cruza entre uno y otro de mis movimientos. Cada vez que doblo un dedo, y el siguiente, el eterno mimo ya me ha repetido hasta cansarse, ha hecho sus cabriolas y se ha desplazado hacia otra parte.

Cierro mi mano; bajo la manga ya todo aconteció.

 

 

6.

 

            Arrastro las botamangas.

La distancia aumenta. Mi ropa no cae. Pienso, y se sostiene.

Murmuran:

–¿Dónde está él?

Floto en el centro.

 

 

7.

 

            Cargo mi hoja invisible. Voy hacia ella.

 

 

8.

 

He crecido, sí, pero ¿dónde está el borde de la tela?

            Del otro lado mi madre espera.

 

 

                                                                       9.

 

            Camino el diminuto pasillo por donde cruza la Historia, junto al viento.


Sapientia o de la lección de manejo

 

 

1.

 

            Padre.

Vayamos en el auto.

La ruta abre la noche para nosotros. A tu lado está mi madre. Como la ruta, como

la noche –siempre en todas partes– Ella velará para que construyas atento nuestra meta.

Ahí, donde la Máquina es una prolongación de tu mano, algo se hace con la noche de
fondo. Sobre mi cuerpo adormecido por el motor profundo, se edifica tu imagen.

Sigamos la línea blanca.

 

 

2.

 

            La ciudad se abre en todas direcciones. Nosotros no. Vamos en el auto.

Hay que evitar entrecruzamientos, combustiones innecesarias, cambios bruscos, me

dijiste.

A veces sobreviene el error. Tu cuerpo se detiene al borde de las vibraciones

ígneas. Mi cuerpo recibe los ecos. ¿Cuándo ha girado la Imagen?

Entre ambos se arquean las palabras, las que erraron tu cuerpo y el mío, como las
hojas de un cuaderno sobreescrito.

Soy tu contratapa. Desprendamos las páginas, giremos para encontrarnos.

 

 

3.

 

            Intercambiaremos los asientos, pero cada uno respetará su sitio.

En derredor, la ciudad se abre confusa. Nosotros no.

La vida es una meta a cumplirse, me enseñaste; así lo has hecho de palabra y acto,
y así lo hago.

Igual seremos vencidos.

 

 

4.

 

            Me has recortado en cartulina, pero tu sangre equivocó el camino.

Me has remontado al viento y ahora no desciendo.

Desde tu sitio señalaste algo. Creíste que podía verlo mejor.

He viajado más allá y ahora no desciendo.

He visto lo que nunca verás; pero nunca podré ver lo que siempre viste.

 

 

5.

           

¿Tiene la gran Máquina una respuesta?

Ahora giremos con cuidado, hacia la semejanza.

Construiremos lentamente: vos mi imagen, yo la tuya.

Tierra y Viento pueden girar en consonancia.

«Soñemos juntos»: ah, la equívoca frase.

Construyamos, y acaso toquemos ese límite.

 

 

6.

 

            Un día la lluvia era profunda, la ruta opaca. Íbamos todos de regreso a la casa.  Manejaste con el limpiaparabrisas roto. Me enseñaste que aun así debíamos continuar.

            Te pido que me esperes.

A ciegas, de regreso, hago ese viaje todavía.


Veritas o de la primera cita con la Verdad

La dama, para librarse de una vez de tanta porfía, se descubrió

un pecho y lo mostró roído por un cáncer. (Raimundo Lulio. Francisco

F. Billoch, Temas españoles No 90)

 

1.

 

            Era luminoso dentro de la casa, como en la cima de un monte simple.

La pared resplandecía al lado de tu rostro.

Pero mi espalda tocó el vidrio frío de la ventana, de la profunda ventana que crecía
siempre hacia otra parte.

–Afuera hace frío, así son las cosas –dijiste, madre, en la cima de un monte simple.

Y oí el fuego en tu voz, el fuego y el crepitar de sus cenizas; la sombra de un
escenario que se cierra, tras unas cortinas de terciopelo que reflejan la luz.

 

 

2.

 

            Madre, el reloj sigue empujando.

Madre, abre tus cortinas. Déjame ver.

Aléjame del otro, del más frío escenario de las cosas.

Aléjame del cansancio y el tiempo.

Sé fuego contra la piedra de la caverna, apártame de esta ventana que crece dentro
de mí.

 

 

3.

 

            Poco a poco dejo de sentir el vidrio. Poco a poco.

            No porque me hayas salvado con tu lumbre, sino que está abierta la ventana, y descubierto por el viento, entreví de la Belleza su pecho espinoso. Lo he tocado, he ascendido a la cima de un monte simple, el más yermo.


Magnitudo o de la inmensidad

 

 

1.

           

            Maestro, he conocido la arquitectura del error.

De pequeño construí, sobre la vastedad del suelo ajeno, otro suelo más vasto,
techo del primero, para proteger mi primera ciudad.

Pero de ruta a costa, la ciudad apuntaba hacia el mar.

 

 

2.

 

            Imaginé sobre este suelo, otro techo, base de un próximo espacio aún más amplio.

Pero la ciudad crecía conmigo, se abría hacia el mar.

 

 

3.

 

            Grandes escaleras prometían la tristeza de un espacio tan amplio que allí no cabían los míos, un espacio que no daba lugar.

            Mientras subía, oí el eco del agua.

La ciudad se comunicaba con el mar.

 

 

 4.

 

            Había construido otra ciudad sobre la primera y otra, aún por encima de esta, pero el agua seguía oyéndose por todas partes.

Mi progresión llegó a un espacio tan vasto que mis cosas no cabían en él.

 

 

5.

 

            El mar se oía por todas partes.

Mi progresión llegó a un espacio tan vasto que ni yo cabía en él.

 

 

6.

 

Desde afuera, vi que mi progresión llegó a un espacio tan vasto y filoso como la punta de un alfiler.

 


 Potestas o de las nueve preguntas

 

 

1.

 

            Plegado en mí estaba aquello que sería, y aún me preguntaba: ¿quid?, ¿qué sería?

Mano abierta mi cuerpo, que no aprendió a bailar al compás de lo posible.

Mano abierta mi alma y su primer manojo de espinas.

 

 

2.

 

            ¿De quo? ¿De qué están hechas las palabras?

Y tú, Raimundo, que dijiste: … no te juzgues salvado sólo por tu inocencia…

Potestas: cuánto corrimos hasta caer con las rodillas raspadas hasta el hueso y la
promesa cumplida, tan sólo para ver más allá, colgando de nuestros maderos, afuera del niño que fuimos, la luna blanca. Quantum.

 

 

3.

 

            Dije la palabra “amor”; creí que podía con ella, pero la palabra pudo en mí, raspando, raspando con su pregunta hasta el hueso:

¿Quando? ¿Cuándo es aquello que es?

Siempre. Pero lastima.

 

 

4.

 

            ¿Quare? ¿Por qué la ironía en todo esto? –preguntó ella.

Porque es el bisturí de la Verdad, la tijera
de la apariencia, el límite contra la estupidez –respondí.

Y esta bofetada es el límite de tu ironía –dijo.


¿Quo modo: cómo la Verdad gira en soberbia?

¿Ubi: cómo y dónde, la duda en vicio?

 

 

5.

 

            Concordatia sub-sum contrarietas, pensé.

            Donde termina el amor empieza el conocimiento.

Donde termina el conocimiento empieza el amor.

Principium Equalitas Potestas

Cuando empieza el conocimiento empieza el amor.

Cuando empieza el amor empieza el conocimiento.

Pero ella continuó de espaldas.

 

 

6.

 

            Por otro lado, ¿quale: cuál es la media vuelta de la Verdad a la Belleza?

Así ella se giró para mirarme.

Así, su mano tibia y lenta regresó a mi cara para decir .

 Gloria

Apetece ascender más al entendimiento para adquirir más ciencia y saber a dónde va (o a qué se reduce) la llama cuando la vela se apaga…

(El libro del ascenso y el descenso del entendimiento. Raimundo Lulio)

 

1.


Un mundo que brilla sin bordes. Oh Gloria.

Corrí con los pies desnudos sobre un colchón de ortigas.

 

 

2.


No obstante corrí bien rápido, porque era rápido.

Viejo Maestro, dijiste: …el quemar y causar dolor son también actos de la llama…

Fuego ascendente, mi corazón; lluvia mi espíritu, para apagarlo. Y el viento del Este confundiéndolo todo, cuando el sol se hunde del otro lado de los cuerpos, y las palabras se dan vuelta como bolsas de nylon con la Nada en su interior.

Vuela liebre, vuela como una simple palabra, más rápida, más leve que mi corazón de llama, viento, frío y ceniza.

Yo, detrás hasta morderla, descubrí que era de trapo.

 

 

3.


Y tú, Raimundo: …la llama ilumina el aire, porque el aire recibe la similitud de

la llama (esto es, su lucidez)…

Retorica Potestas Gloria

Ah, el sabor de un sueño cumplido: la primera sinécdoque.

Ahora, que en estas torpes alegorías caiga la noche. Descansa.

Pero entonces un pensamiento se abre por obra y gracia de la tristeza:

Gloria es la de los perros, cuando aúllan a la luna.

Eso diría mi abuelo, gran cazador, hombre de campo, hombre concreto en busca de oídos concretos.


 

Dos poemas de Arca rota jardín de nadie


(Padre e hijo)


–He visto a mi caracol trepar por la pared blanca.

–El cuerpo es la pared blanca.

–Lo he visto subir insistente durante todo un día.

–El tiempo es la pared blanca.

–Quemado por el sol ascendía a ninguna parte.

–El amor es la pared blanca.

–Escuchaba el mar iba a ninguna parte.

–El sentido es la pared blanca.

–¿La pared es un espejo?

–Te separa del futuro.

–La cruza el mar, la cruza el viento, la cruzan el día y la noche.

–Rumoroso es el futuro.

–Durante tanto tiempo lo cuidé en la oscuridad: debía descender.

–Debía subir, siempre.

 (Madre e hija)


–¿Qué es la Verdad?

–Una muñeca de trapo.

–¿La que está en el rincón?

–Una arrojada hace muchísimo tiempo.

–¿La que está rota?

–Una enterrada para siempre, intacta, unida a la tierra de abajo.

–¿Está escondida?

–Su tamaño crece hasta que pisas sobre ella.

–¿Y qué es lo que dice?

–Escucha y oirás.


 

Secuencia inicial perteneciente al poemario Cielo al revés (Metafísica de la imagen de “Teresa” soñando el Sur)

Entrada a la ciudad

 

Yo, Beatriz*, soy quien te hace caminar; 

vengo del sitio al que volver deseo

(La divina comedia. Dante Alighieri)

 

            Estoy creando la imagen de Teresa. Está enferma.

Pienso: he dado vida. Pero ella dice que está muerta.

Estoy creando la imagen de Teresa. Hago que se mueva poco a poco.

Pienso: debo ayudarla. Pero ella dice: no se puede sanar a una sombra.

Estoy creando la imagen de Teresa. Comienza a moverse y yo con ella.

 

(Ella ha puesto su cara contra mi cuerpo: en el cuarto frente a la vibrante autopista he sentido el tiempo temblar contra el vidrio he sentido a sus constructores he sentido la velocidad del amor, y lo que una vez declaré mío contemplé cómo crecía en la triple flecha del tiempo cómo se marchitaba golpe tras golpe hasta desaparecer. Toda una noche a través de los años ella y yo en lo que éramos y en lo que seríamos huella tras huella soñamos nuestro tango que tiembla.

Flor pesada este mundo flor vibrante en un cuarto ajeno el florero que cae y la luna que sube sobre los vidrios para iluminar lo que nunca estuvo ahí.

  Brillaba tanto que ambos nos apartamos para contemplarlo).

           (*Toda imagen puede transmutar: Beatriz o Virgilio cuando el cielo se da vuelta).

Estoy creando la imagen de Teresa: está enferma.

Con los ojos aún cerrados ella dice:

 Te perderás en mí.

La aguja de tu pensamiento apuntará al Sur.

Sueño el Sur.

La ciudad irrumpe en mi cuerpo como un animal de aguas profundas y tristes: desbordada, sucia y densa (no de plomo, de chapas y cartones húmedos y libros de páginas amarillas que se abren hacia el Norte vi hecha esta ciudad. No de plomo la mano sino la moneda depositada en ella para hundirla*).

            Giro la cabeza. Pero el río emerge en los barrios más elegantes.

            Nos atraviesa de las maneras más inapropiadas.

Muñecote de la gastada tradición: ¿Por qué me has engañado?

Bailarín de la calle: ¿Por qué me has engañado? Hemos llegado al paredón del Sur.

 

         (*Oh Caronte, el peso de la apariencia es uno de los castigos más severos en esta ciudad).

           Estoy creando la imagen de Teresa.  Bajo las vendas brilla el sol.

Abre los ojos y dice:

Estás creándome.

Mi cuerpo es tu mapa.

Pero es mi historia la historia del Sur.

Soñamos el Sur.

Constitución: aquí el cielo no está sobre la iglesia, le digo, están las autopistas.

La ciudad se curva bajo su propio peso como se curva  bajo el peso de los camiones el cemento de los puentes, se anudan los mundos fluyen unos en los otros, se regalan sus demonios que aprovechan para mestizarse antiguos y cansados pero muy rápidos entre la iglesia, la estación y los incontables locales de baratijas.

Constitución: aquí el cielo no está sobre la iglesia, está por todas partes.

Lo ven brillar sobre los charcos sucios los travestis las prostitutas que se preparan para la noche lo ve el niño en la teta luminosa de su madre sentada en una esquina lo ve el borracho tirado en la plaza con los ojos cerrados  e intenta mostrármelo el negro,  reflejado en los relojes que dice que son de oro.

Constitución: viento del deseo* maqueta de la ciudad.

Todo va al cielo a la velocidad de lo nunca pensado al cielo de arriba y al cielo de abajo.

Caminamos hasta escuchar el aleteo de nuevas categorías. ¿O son palomas que se desbandan cuando corre por la plaza el punga?

Ah viejo Adorno, apareciste en el siguiente sueño, decrépito como una ruina, y ellas te decían: si la Obra es pura totalidad sin síntesis, vení a mamar a Constitución de la partida fuente de la belleza.

 

 

 

 

(*El segundo círculo es inevitable)


Estoy creando la imagen de Teresa. La despierto poco a poco.

Tiene fiebre. Tiene miedo.

Doy forma a su mirada y me obliga a mirar con ella:

Existe la otra ciudad.

 

 


Retiro: en esa veleta que gira con el viento vemos crecer la otra ciudad.

  Rosa de los vientos bulle la vida bajo tu chapa más difícil.

Bulle entre lo más alto y lo más hondo, sin puertas protectoras, sucia de amor y de odio, hacia ninguna parte.

Bulle y nosotros con ella, nadie en su lugar verdadero, sentenciosos, impacientes porque creemos que vamos hacia ahí.

Había una vez una princesa de barro y un castillo pero también una escoba en el polvo de los años, y un príncipe con la espalda torcida, cambiando, frente al río.

  Ellos sabían querían olvidar.

  Rosa giratoria de los vientos de la otra ciudad: nos escapamos de tu espina metálica.

         Estoy creando la imagen de Teresa.

Dama de los apósitos, surge entre gasas, se aleja poco a poco de las cirugías de la mente.

Estoy creando la imagen de Teresa.

Su belleza es infecciosa.

Doy forma a su dolor y ella dice:

Mi cuerpo está herido. Mirá.

Por su herida crece el Sur.

ENTREVISTA CON EL AUTOR

Gilgamesh: Claudio, tanto «La máquina de las alegorías» (Buenos Aires Poetry, 2016) como «Cielo al revés (Metafísica de la imagen de Teresa soñando el sur)» (La primera vértebra, 2020) son textos que eluden toda clasificación de género, hay un hilo argumental que les confiere unidad y se presentan como «libros objeto». ¿En qué se funda la elección de ir hacia el poema en prosa? ¿Nos contás cómo se presenta «el tema» que dispara la escritura de estos textos? ¿Qué hay detrás de ese cuidado en la edición de estos libros que los hace objetos preciosos?
Claudio Archubi: La elección se funda en una inclinación personal y, a la vez, en el hecho de que ese camino no ha sido tan transitado en este país. Creo que hay allí todavía un terreno a explorar. Mi propuesta como escritor abarca la exploración de esos formatos en sus diversas fronteras. Una es la frontera narrativa: el relato y la «nouvelle». Otra, el teatro. La alegoría está cerca del relato porque involucra al tiempo como elemento literario. En «La Máquina de las alegorías», trabajo ese formato mediante textos independientes que obedecen a una constelación semántica alrededor de la mirada medieval, tomando como figura paradigmática a Raimundo Llull y poniéndola en diálogo con la mirada contemporánea. En «Cielo al revés», retomo esa idea de hacer dialogar dos épocas, esta vez alrededor de la figura de Dante y con un solo poema-relato al borde de la «nouvelle».
Ambos libros exploran el tema «poesía y pensamiento», que es uno de mis ejes creativos: la búsqueda de un pensamiento sensibilizado o de una sensibilidad pensante. Por eso vuelvo con obsesión a aquellas épocas en que ambas funciones no estaban escindidas completamente: la Edad Media y el Renacimiento. Por último, considero que, justamente en esa dirección, la semántica del libro puede enriquecerse a su vez con el trabajo plástico. Y por eso me interesa la categoría de libro-objeto. Uno de los propósitos del libro-objeto es abrir la lectura al público haciéndola más rica y atractiva, poniendo un plus vital. Entra dentro de aquella idea borgeana de «generosidad para con el lector». Pero me interesa subrayar que la búsqueda plástica en mis libros no es meramente ornamental, sino que intenta aumentar la semántica del libro.
Gilgamesh: El discurso filosófico-científico vertebra tu obra. Sos poeta y Doctor en Física. ¿Qué del lenguaje científico se filtra en tu poética? ¿Qué relación encontrás entre ciencia y poesía?
Claudio Archubi: Justamente, como te decía, mi búsqueda estética intenta poner en diálogo la sensibilidad con el pensamiento. Y, dentro del terreno del pensamiento, se hallan la filosofía y la ciencia, dos pasiones que me resultan entrañables.
Gilgamesh: En los poemas inéditos de «Himnos del hombre solo» hay temas que vuelven, temas que hemos leído en obras anteriores, como «la Verdad y la Nada». En este último poemario, ¿«lo íntimo, lo propio» es la oscilación del péndulo que pasó por «lo nuestro, propio y ajeno a la vez» en «Cielo al revés» y partió en «La máquina de las alegorías» con «un otro» (también propio y ajeno a la vez) en la figura de Raimundo Llull? ¿Podés dar cuenta de ese recorrido y de cómo los conceptos antes aludidos operan en esas obras? ¿Por qué elegís poetizar desde el himno y la alegoría?
Claudio Archubi: En mi libro inédito, la palabra «Himno» está utilizada, no en forma literal, sino señalando una búsqueda rítmica más intensa que emprendo en esos poemas narrativos. Y, por otro lado, en forma irónica, ya que el himno es una canción de alabanza, pero mi libro explora una dirección crítica, no de alabanza. Mis alegorías no son del todo alegóricas tampoco, si se entiende por alegoría una construcción que tiene sólo dos sentidos semánticos, uno literal y el otro figurado. Pero sí, son alegóricas en el sentido de la mirada trágica que ha señalado Walter Benjamin. Donde quiera que entre el tiempo, aparece la tragedia, junto a la idea de lo irrecuperable.
Gilgamesh: María Negroni en «El arte del error» (Vaso Roto, 2016) dice que «...las ideas son emociones de la inteligencia...». Leyendo tu obra, sentimos esa impronta de «la poesía de ideas, de pensamiento». ¿Qué pensás al respecto?
Claudio Archubi: Adscribo, pero en una dirección que abarque también la sensibilidad e, incluso, la sensorialidad.
Gilgamesh: ¿Cómo te pensás o situás dentro del canon? ¿Qué autores sentís parte de tu árbol genealógico-poético?
Claudio Archubi: Vuelvo a contestarte lo que le contesté a Martín Ayós, en la entrevista grabada para su podcast. No me guía la idea de canon. Para mí, toda búsqueda poética profunda termina por ser fundante. La tradición es respetable como se respeta una montaña, en la cual no nos enterramos, sino que nos ponemos de pie en la cima para escrutar el cielo infinito. Bueno, ahora que lo estoy pensando, la tradición vista así suena al Purgatorio de Dante… pero con la salvedad de que su cielo también es parte de la montaña de la cristiandad.
Gilgamesh: ¿Qué tipo de lector imaginás o deseás para tu obra?
Claudio Archubi: Un lector apasionado.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con variaciones, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas (y, quizá, también leída por algunas de sus amistades…): el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué poética y qué acciones serían necesarias, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?

Claudio Archubi: Toda búsqueda poética es respetable y el único compromiso intencional que debe tener es con la poesía misma como exploración del misterio que nos hace humanos. Indirectamente, incluso la poesía introspectiva también es política, porque plantea una forma de recuperar nuestra humanidad en medio de una sociedad que nos enajena convirtiéndonos en obedientes máquinas de consumo. Más allá de la literatura, qué acciones tomar: correspondería a los funcionarios públicos en el área de educación generar estrategias para que una mayor parte de la población tenga acceso a la misma. No cerrar universidades, por obvio ejemplo. Implementar planes de lectura y no desfinanciar la educación. No se debe truncar la capacidad de pensar de un pueblo. Hacer eso es como cortarle metafóricamente la cabeza al pueblo, convertirlo en un engranaje para los intereses del Poder. ¿Dónde está la libertad que promueve el autollamado liberalismo si le quita al pueblo la posibilidad de aprender a pensar? Por otro lado, la poesía no tiene que reducirse a un nivel meramente comunicacional para que todos accedan a ella, sino que el Pueblo debe tener la posibilidad de adquirir los elementos que lo acerquen a ella. La poesía no debe ir al Pueblo, sino que el Pueblo debe ir hacia la poesía.

RESEÑA BIOBIBLIOGRÁFICA

Claudio Archubi colabora con revistas literarias del país y del exterior. Ha participado en diferentes festivales internacionales de poesía en el país y en el exterior. Mención única de honor en el concurso de poesía de la editorial Ruinas Circulares (2012) y menciones en cuento y poesía (2014). Su libro «Cielo al revés (Metafísica de la imagen de “Teresa” soñando el Sur)» ha recibido el segundo premio del concurso de poesía del Fondo Nacional de las Artes 2019 (Argentina). Su libro «La casa sin sombra» ha sido seleccionado, traducido al inglés y publicado en la antología bilingüe «África vs. Latinoamérica. Escritura experimental» (Langaa RPCIG, Camerún, 2017). Publicó «La forma del agua» (cuentos, editorial de la Universidad de La Plata, 2010), «Siete maneras de decir tristeza» (poemas en prosa, Lima, 2011), «Sísifo en el Norte» (poemas en prosa, editorial Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012), «La casa sin sombra» (poema en prosa, Buenos Aires, 2014), «La ciudad vacía» (editorial Trópico Sur, Uruguay, 2015), «La Máquina de las alegorías» (poemas en prosa, editorial Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016) y «Arca rota jardín de nadie» (Valparaíso Ediciones, España, 2018). «Cielo al revés (Metafísica de la imagen de “Teresa” soñando el Sur)» (La primera vértebra ediciones, Buenos Aires, 2020). «Del caos a la intensidad: vigencia del poema en prosa en Sudamérica» (editorial Hijos de la Lluvia, Buenos Aires-Juliaca, 2017).

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