martes, 21 de mayo de 2024


 «GILGAMESH, POESÍA Y POÉTICAS» presenta a SILVIA GUIARD

(Publicado en la página de Facebook el 22 de septiembre de 2021)


Silvia Guiard nació en 1957 en Buenos Aires, donde vive. Es poeta, docente y traductora.

Foto de la autora por Gabriela Andrés


SELECCIÓN DE SU OBRA


SALOMÉ O LA BÚSQUEDA DEL CUERPO (1983)

INICIACIÓN

(Fragmentos)

A Alberto y Alejandro, con especial cariño

Yo nacía debajo de mis uñas. Violeta, como la oblicuidad de los puñales.
Eran las horas de luz fría, los instantes de párpado lechoso. Era el tiempo del celo y los alumbramientos imprevistos, ¡ah, los amores del faisán con las hijas del buey….!
Alguien desanudaba estalactitas. Alguien desmantelaba los tranvías. Alguien rugió con furia sobre la cresta inmóvil del plumero. Y yo, violeta, oblicua y a traición: la bruja.

***

Mis pelos pararrayos, mis ombligos-imán, mis dientes-uña, mis hambres-ceniceros mal volcados. Las vidas y las muertes por llenar. Lo mucho-poco que acaeció en mis huesos.
Esta piedad por los hijos del lobo me viene de mi abuelo –al que no conocí ni existió nunca.

***

Rodé infinitos campanarios hasta alcanzar mi voz, presa en las pinzas de los escorpiones.
Rodé de hueco en hueco, campanilla. Las piedras eran cráteres lunares. Las lunas eran piedras. Yo, fantasma de mí, vagabundeaba sobre la sed de los desiertos rojos. Alrededor, el humo extendía sus celadas: nudos, aristas y metralla. Coronación de un maniquí sin ojos sobre las multitudes desvestidas. El mono y su discurso en el espejo. La cabeza del loco sobre el plato. Todos los escenarios en derrumbe. Zócalo y ceniza acumulada: los patos aplaudían. Yo –una mujer murió encinta de sus piedras– yo –las aves de rapiña en las escuelas– yo –los muertos navegaban por las cloacas– toqué mis cuerdas y cambié de piel.

***

Caigo, zig-zag rapidísimo ente muertos, subo, toco tus callos, tu dolor izquierdo, oigo tu lengua-fósforo, tu aliento, pongo mi dedo en tu costilla, grito, siento tu bulto en la cadera, empujo, sueño, cierro los ojos, envejezco, quiero volver pero me atascan: muero.
Con esta red de cazar precipicios retendré tu aleteo: párpado, intermitencia, sol fugaz.

***

También yo conocí las caracolas donde el viento se persigue a sí mismo. También yo estuve inmóvil, presa en las garras de un domingo blanco. Caída en el fondo del camión, con la frente en el zócalo del mundo, mordí mis propios huesos con los dientes, mordí mi propia muerte con los huesos. Una escalera negra en la garganta. Los pantanos del tiempo en la cabeza. La serpiente del miedo en los tobillos. Por mis codos goteaban agujeros, por mis uñas morían nacimientos. A mi izquierda, lloraba una mujer.
Ya en la arena, rodamos siete siglos con los cuernos clavados en el aire. Nadie nos vio morir. Con esa sangre tejía sus mortajas mi verdugo. (…)

LOS BANQUETES ERRANTES: DIARIO DE VIAJES (1986)

LOS INSACIADOS

(Fragmento)

A todos los detenidos-desaparecidos,
a los que luchan por ellos,
a los nuevos rebeldes que vendrán.

Estaremos siempre bajo este cielo espeso, más espeso que la sangre de los muertos, más negro que los ojos vacíos que ruedan por la infinita escalera-caracol, en el que abrimos a nuestra vez los ojos, entre alucinados y espantados, entre inocentes y aterrorizados, abriendo y cerrando nuestras branquias desesperadamente, sí, desesperadamente.
Y habrá siempre este miembro mutilado atado a una silla sobre la cual giramos y giramos.
Oh Noche, Noche, qué aullido no salió de nuestro cuerpo, qué infinitos aullidos no saldrán todavía desde nuestras vértebras que se pretenden a todo precio erectas todavía. Que el péndulo me arrastre en su caída. He puesto todo el peso de mi cuerpo de este lado del grito. Y lo mantengo.
La Muerte está en nosotros, y nosotros en ella, como ese infinito remolino que nos lleva del cuello, ese torbellino de vacío contra el cual navegamos, bajo el cual pernoctamos, ese silencio negro contra el cual modelamos el relieve fugaz de nuestros cuerpos.
Oh Luz, Luz, luz rabiosamente perseguida, con qué furor no arrancamos a mordiscos tus plumas fugitivas, tu plumaje de cielos y de labios estremeciéndose como granadas. Luz carnal, luz de los cuerpos que se nombran, luz de las bocas que se abren, luz de los sexos que se buscan como pedernales insaciables bajo el telón de sombras, contra el horror de las alcantarillas que nos cortan los pies. Linterna del deseo, por las habitaciones peligrosas el hilo de tu lengua nos llevaba como a las perlas locas de un collar que da la vuelta al mundo ávidamente ansioso por llegar a la estación JAMÁS, donde las locomotoras descarrilan, delirando de amor, bajo la llovizna luminosa de las hierbas del mar. Las hierbas del coral, las hierbas de la luz, las hierbas locas, las hierbas de los fumaderos de horizontes, las hierbas de la pasión que hacen hablar. Bebérselas, bebérselas, como beben el agua los jaguares, con el cuerpo largamente tendido sobre la tierra densa de vapores y de ruidos calientes. A lengüetazo vivo, beber el largo té de piedra humeante, de arena y de salitre, de viento y de rugidos, el brebaje de soles extendidos y de mares insomnes, el elixir de párpados y labios que nos enseña a hablar.
Seremos todavía los Voraces, los Inclementes, los Inadaptados.
No sé alimentarme de otra cosa más que de la carne de las cosas pasionalmente vivas y mortalmente heridas por el rayo de su propia pasión.
No sé hablar otra lengua que el alfabeto de las imantaciones en el torrente siempre ingobernable de mis propias arterias –oh pulso, pulso, primer ritmo, primera percusión endemoniada, primer golpear del pie sobre la tierra, primer canto ritual, primer jadeo entreabriendo sus ojos anhelantes en la confusa selva original:
Seremos todavía los Salvajes, los Primitivos, los Encantadores.
Y Ella ¡Ella!, nuestro timón de ojos extraviados y labios rutilantes, de dedos como musgo escurridizo, de pies como blancas ventoleras, de luz como banderas de combate, nuestra señal de embarque, nuestra ballena viva en la mesa de los desayunos, nuestra navegación ilimitada.
¿Qué otra navegación vale la pena?
Quiero decir: ¿qué otro combate?
Bajo el más negro cielo, ¡qué luminosa forma de nacer!
Hijos del horror y del aullido, del hambre y de la sed, golpear la tierra, sí, descerebrarla, con dedos desollados y rabiosos golpear la tierra, sí, golpear los huesos contra los tumores, la luz contra los dientes, la sed contra las piedras, ¡existir! Cuando todo nos lanza al matadero, avanzar, con un brazo de acción y otro de sueño, por el corredor maravilloso de paredes acuosas y brillantes hacia la fuente misma del deseo. (…)

QUEBRADA (1998)

(Fragmento)

«El deseo», me dice, «lo que llaman deseo».
En la oscuridad de su discurso estas palabras son como el chisporroteo repentino de un fósforo al prenderse. De un viejo fósforo de cera, raspado por manos toscas y rugosas.
Estamos en la explanada del Mercado, sí, la reconozco. Con orgullo se levanta en el centro el mojón de “las Comadres del Mercado”. Me gustan estas mujeres aguerridas, desenvueltas, un poco misteriosas, por la fuerza que, al parecer, encarna en ellas. Una cierta autoridad, que me intriga, parece destacarlas ante el pueblo. Ellas, copleras avezadas, lideran su propia agrupación.
La ronda está girando y se coplea.
Entonces, se acerca y me pregunta: «¿Le está gustando esto?»
Un hombre ya mayor, con el rostro gastado por el tiempo, que sonríe. «Aquí, cuando un hombre se acerca a una mujer, lo hace con respeto...». Así comienza un largo, laberíntico discurso, una conversación que linda a ratos con lo ininteligible y solo sostengo por fragmentos. Pregunta por mi esposo, por mis hijos. Después ríe: «Yo también me declaro soltero cuando salgo del pueblo». Su dicción rápida, cerrada, un poco ebria, apenas si me permite comprender más que palabras sueltas, frases sueltas. Sólo percibo por momentos el aura, el resplandor de sus palabras, luz y sombra. La pasión que describe o que sugiere. «Una vez en un tren, conocí una mujer...». ¿Qué historia está contando? ¿Por qué a mí? Su propio discurso me parece ese tren, tambaleante y oscuro, cruzando no sé qué montes y desiertos. ¿Córdoba? ¿Santiago? ¿Qué me dijo? Toda la brumosa lejanía se apodera de mí. Un paisaje de trenes fantasmales que vienen y van a la deriva, con seres extraviados y anhelantes poblando sus vagones. Alzo los ojos, muevo la cabeza. Alrededor ahora están bailando. Veo a las comadres, entusiastas, sacando a bailar una tras otra a un joven inglesito, rubio y alto, que sonríe con cara de sorpresa. El hombre sigue hablándome del tren. Vuelve a mí ese paisaje neblinoso de seres errantes, solitarios, que van por el desierto sosteniendo pequeñas lucecitas, buscándose, chocándose, perdiéndose. ¿Quién no sueña, quién no ha soñado alguna vez la azarosa madeja de los trenes? El hombre - quién sabe si está hablando para mí - levanta su propia lucecita. «El deseo, ¿me entiende? lo que llaman deseo». El fósforo prendido es un vagón que se incendia de golpe. Un vagón rojo y vivo, sobrevolando así, por un instante, la lenta melancolía de los trenes. ¿Qué fue lo que pasó con la mujer? ¿Quién era «Una Mujer», así encontrada, perdida, deseada, en un vagón de tren? No puedo comprender lo que me dice. Percibo en su murmullo indescifrable la luminosa colisión de vidas. «Cincuenta el hombre, cincuenta la mujer».
«Con respeto, repite, con respeto».
Una muchacha, fresca y amigable, me sonríe: «La banda ya tiene que irse a la invitación de “los Ahijaditos”, en casa de la Sra. de López, ¿sabés?, la zapatera. Nos vamos a bailar allá».
«Bueno, concluye el hombre, yo no la molesto más. Le he contado todo esto, con respeto, para que no vaya a pensar que acá no sabemos nada del amor».
Me saluda y se va.
De repente recuerdo –como si recobrara súbitamente un sueño, o saliera de él– que conozco a este hombre. Sí, es el mismo que justo en este sitio me vendía lechuga esta mañana.

Uno o dos días después lo vi de nuevo, circunspecto en su puesto cotidiano. Hablamos únicamente de lechuga.
Yo me llevé, oculto entre esas frescas hojas verdes, un jirón misterioso y parpadeante de su historia de vida, un rasguño del brillo de su ser.
Ni él mismo ha de recordar, probablemente, ante quién y por qué, aquella tarde, en torno del mojón de las Comadres, dejó vagar el tren de sus recuerdos con esa fascinante lucecita chisporroteando en el vagón: lo extraordinario.

EN EL REINO BLANCO (2007)

SOMBRA

Esto ocurre, mujer:

que tu sombra anda sola por paredones blancos
que tu sombra se despereza en la cama como un pájaro viudo
en mañanas de sol
o de llovizna
que tu sombra se hamaca
con un sonambulismo de paloma
en la altísima cuerda solitaria
donde nadie
ya nadie
sino vos
cuelga su ropa.

Esto ocurre, mujer:

Han acampado lejos los varones.

Y tu sombra maúlla.

AQUÍ, DONDE LOS ÁRBOLES CAMINAN… VISIÓN, ENSUEÑO Y TRANSFIGURACIÓN DE UN BOSQUE DE PEHUENES (2021)

(Fragmentos)

A Carlos, compañero en el viaje y en la vida. Con amor, siempre.

En lo profundo de un silencio vamos
Mullidos pasos verdes nos alientan
¿Qué misterio nos trajo?
¿Qué vientos o qué azares?
¿Quién nos abrió la puerta de este sitio?
¿Cómo fue que llegamos a esta orilla
sonámbula y perdida
aquí
donde los árboles caminan?

Dormidos o despiertos, los seguimos
En lo profundo de un silencio vamos
siguiendo paso a paso
los pasos de los árboles que andan
como sombras o sueños
entre el cielo y la arena
desde el río hasta el cerro
seguimos
dormidos o despiertos
sus grandes pasos verdes…

¿Y hacia dónde?
¿Hacia dónde
avanzan los pehuenes?

Silencio
Más silencio

¿Qué vértigo nos mira?

* * *

(…)

Y nosotros ahí
bajo ese cielo

Y tus manos ahí
junto a las mías

Y nosotros ahí
dentro del bosque
abriendo
bajo el árbol inmenso
la íntima tienda del amor
nuestra pequeña tienda del amor
bebiendo
noche y día
los latidos del árbol
bajo el cielo

* * *

Un hombre, una mujer, un árbol
junto al río
Una mujer, un hombre, un río
junto al árbol

A veces el árbol es un hombre
el hombre, un río
el río, una mujer
y la mujer, un árbol

La mujer en el río, bañándose
y el hombre
bañado en la mujer
y el árbol
bañándose en el cielo
Que es un río

Un hombre que es un árbol se baña
en la mujer
que es río

Y un hombre que es un río
sueña en la mujer
que es árbol

Y la mujer del árbol con el hombre del río
y la mujer del río con el hombre del árbol
se abrazan bajo el amor
y sueñan
cuando un hombre y una mujer se aman
y duermen
junto al árbol
a la orilla del río.

(…)

De tus aguas venimos a beber
oh pequeño gran río
serpentina del cielo olvidada en la tierra
lentejuela perdida
fleco dulce del cosmos
enhebrando en el tiempo el temblor de sus perlas
y el sutil abanico de párpados y musgos
de murmullos y flores
de líquenes y labios que te sueñan
despiertos
tendidos en la orilla
En tus aguas me baño
solo para sentirme transparente
verde
traspasada en tu luz
como una ondina
Río de los cristales
de grandes piedras y pequeñas piedras
traigo mis pies hasta tus aguas
mis manos y mis labios
y me baño
y te bebo
y alzo tu luz al sol entre las manos
río
de gotitas pequeñas
cantarinas
De tus aguas venimos a beber
En tus aguas venimos a lavarnos
y a lavar nuestra ropa
y nuestra vajilla cotidiana
-Ah, denme, sí, la ropa sucia y la ropa cansada
y todos los tenedores y cacharros
para inundarlos de belleza azul
denme todos los platos y cuchillos y cucharas del mundo
dénmelos para lavarlos en el río
denme la suciedad y el miedo y las angustias
toda la pena y el dolor de huesos que se incuba en el mundo
dénmelos para lavarlos en el río
denme la mugre, el ruido, los olores, todo el hollín de todas las ciudades, el odio, la codicia, el hastío, los trapos viejos, las finanzas sucias, el oro negro, los negocios turbios, todo el fétido aliento del mercado y el sudor y la sangre y las prisiones y las letrinas de todas las prisiones y las alcantarillas de la falsa noche, de la falsa vida, de la falsa muerte
dénmelos para lavarlos en el río
y denme sobre todo los ateridos muñones de la historia, sus crímenes sangrantes y sus huesos molidos, sus pueblos arrasados, sus fusiles, su alianza hacia al progreso, sus puentes rotos y sus naves quemadas, sus lenguas apuñaladas y sus bailes prohibidos, sus caminos cegados, sus pantanos, sus bombas atómicas, sus lanzas partidas en pedazos, sus palabras atónitas, sus inscripciones nunca descifradas, sus libros sin abrir, sus muecas mudas y todos sus árboles talados
dénmelos
que aquí los lavaría
con el agua transparente del río
aquí los lavaría
si pudiera
como lavo mis manos
y mis platos
como lavo mis años
y mi vida
como lavo mi frente y su memoria
como lavo mi blusa y sus anhelos
y mi piel
y mis pies
y sus deseos
para tornarlos nuevos
en tus vivificantes aguas
río
porque en tu fresco corazón de río viven todos los ríos
y por eso venimos a tu orilla
oh pequeño gran río del amor
a beber de tus aguas
a enjuagar nuestros ojos con la luz de tu espuma
para que aquí nuestras miradas bailen
limpias de toda opacidad
desnudas
y se desanuden nuestras lenguas
burbujeando
y nuestras risas brillen
como leves piedritas de colores
y canten en nosotros con tu canto
los días y las noches
y en nuestros dedos
nazcan caricias como ríos
y el tiempo fluya como un cielo
abierto
oh río
dulce río Litrán
Litran Leufu.

(Rememoración de una estadía a orillas del río Litrán, camino de Pino Hachado, en enero de 2011)


ENTREVISTA CON LA AUTORA

Gilgamesh: Silvia, tus inicios como poeta están plasmados en «Salomé o la búsqueda del cuerpo» (Signo ascendente, 1983) y «Los banquetes errantes: diario de viajes» (Signo ascendente, 1987) a través de un seudónimo: Silvia Grenier. ¿De qué manera la errancia y el cuerpo se han ido inscribiendo en tu poesía? ¿Qué huellas perviven de Silvia Grenier en Silvia Guiard?

Silvia Guiard: El cuerpo participa del poema, por supuesto, poniendo en juego todos los sentidos para evocar las cosas y nombrarlas. Pero también metiéndose en la escena. Irrumpe entonces allí por cuenta propia y sin pedir permiso. Como en el sueño. No le basta con informar sus sensaciones: mete la mano, la cadera, el pie. Entero o no, despedazado o armónico. Todas sus partes hablan. Si hago de cuenta que el recorrido de mi escritura es un paisaje y me siento en algún punto a contemplarlo, allí, debajo de la piel de las palabras, partido como un pan y diseminado por doquier, relumbra el cuerpo. En los tiempos de la escritura de «Salomé...», que son los de la última dictadura, el cuerpo entra en el texto con violencia, con gestos incisivos y rabiosos. En el poema que abre el libro, Iniciación, lo primero que asoma son las uñas. Y un poco después, «mis dientes-uña». Los pelos también, pero devenidos pararrayos: electrificados y pinchudos. Son las armas elementales de una lucha física, primaria. Una lucha por la vida misma que, así como involucra una dimensión instintiva y sexual, apuntala también un combate consciente de índole ideológica, moral, filosófica y política. Porque se trataba en aquel tiempo –y a mis poco más de veinte años– de arrancar o rescatar el cuerpo –su vivencia gozosa– tanto de las garras del oscurantismo religioso como del racionalismo que lo niega como fuente de conocimiento, del disciplinamiento represivo de las sucesivas dictaduras y del terror genocida desatado en el 76. En aquel contexto, el uso del seudónimo fue un mero resguardo de seguridad. Pero Silvia Grenier siempre fue Silvia Guiard. Las iniciales y las huellas digitales son las mismas. Y Silvia Guiard comienza a hablar allí donde Grenier logra alcanzar su voz, «presa en las pinzas de los escorpiones». Comienza allí la búsqueda, la errancia, la «vagabunda marcha deseante / por sobre las llanuras del sentido». En esta errancia –que es primero la de la mano misma desplazándose sobre la hoja sin saber nunca del todo adónde va, o incluso la del sentido que se desliza, caracolea y muta de una palabra a otra–, veo uno de los rasgos más bellos de nuestra condición humana. El impulso de adentrarse en lo desconocido, de avanzar hacia otros, de salir de sí mismo, de viajar. De un libro a otro, de un escrito a otro, la forma de representación de este viaje también cambia: la caminata es personal o colectiva; solitaria, melancólica, enamorada o amorosa; cruza el sueño o un espacio imaginario o explora geografías concretas; es persecución, búsqueda o fuga; batalla, cabalgata o celebración; una comparsa caracoleando por Tilcara o un bosque de pehuenes en marcha… También son los pueblos nómadas o «bárbaros» que asaltan las murallas del Orden, las «Otras palabras sepultadas» que quieren volver a levantarse; los divagues de la imaginación, los caminos y el pensamiento divergentes que cuestionan el sentido único del discurso o de la historia… En fin, de una u otra forma, el impulso a perseguir el horizonte, el modo deseante del ser, la búsqueda de la libertad.

Gilgamesh: Has sido una figura fundamental del movimiento surrealista argentino a partir de tu participación en las revistas Poddema y Signo Ascendente y en sus actividades. ¿Cómo se construyó y fue evolucionando tu poética desde esa matriz?

Silvia Guiard: Mi poética, así como mis ideas y las orientaciones fundamentales de mi vida, comenzaron a construirse, sí, en el seno del grupo surrealista. Allí participé con pasión tanto durante la dictadura –contra la cual fue catacumba y trinchera, espacio de resistencia política, poética y vital– como aun después, hasta 1992. Como ámbito de lecturas y debates compartidos, de puesta en común del pensamiento, de exploración del intercambio a través del juego y la escritura colectiva; como laboratorio de acción, teoría y sueño, fue un espacio privilegiado para que cada cual tallara allí su singularidad en el juego con las afinidades electivas. La intensidad de esta experiencia mantiene a lo largo de los años su plena irradiación en mí. Puedo decir lo mismo, en lo esencial, de las ideas y determinaciones descubiertas o forjadas entonces. Mi voz, como he contado más arriba, arranca ahí. Y también su deriva. En ella va llevada por su propio peso, sigue sus tendencias internas. Al mismo tiempo, el tiempo mismo, los accidentes de la vida personal y de la historia, las circunstancias, el amor, el dolor, los temas de interés, distintos paisajes y lecturas, el oleaje del sueño o el azar, las guerras, los resfríos, las estrellas influyen en los modos de esa voz; modifican el ritmo, la respiración, las inflexiones, el tono, la recurrencia de palabras, el color. Estos cambios no obedecen a decisiones previas. Sencillamente ocurren. ¿Implican un cambio de poética? No sé… La búsqueda sigue siendo poner la lengua y el oído ahí donde se unen lo que viene de adentro y lo de afuera, la realidad y el en/sueño, tierra y cielo. Expandir los márgenes de la conciencia, lo visible, lo vivible.

Gilgamesh: Además de poeta, sos traductora de francés. Coordinaste la traducción del libro de Michel Löwy «La estrella de la mañana: surrealismo y marxismo» (El cielo por asalto, 2006). ¿Cuál es la lectura que hoy hacés de esos momentos de la historia en tu historia como escritora? ¿Cómo has vivido y vivís la cuestión del «intelectual comprometido»?

Silvia Guiard: Con respecto a la última parte de la pregunta, mantengo mi adhesión a las posiciones expresadas en el «Manifiesto por un arte revolucionario independiente» de Breton y Trotsky, que hicimos nuestras desde el grupo surrealista. El compromiso del artista o intelectual se manifiesta en sus acciones, su intervención en las luchas callejeras u otras, grupos, partidos, asambleas, sus declaraciones públicas, etc. Pero la obra poética o artística florece según sus propias reglas, sin sujetarse a programas ni consignas. Su fuerza transformadora no actúa en un nivel superficial o explícito, como simple información, sino en profundidad, empujando masas de emociones, sentidos y representaciones más ocultas. Abre preguntas e incitaciones que quizás siguen trabajando por sí mismas en el plano del inconsciente, el sueño, el mito. Por lo demás, mantengo mi convicción de que es necesario cambiar la vida y transformar el mundo. El cual, no hace falta decirlo, en el último tiempo ha dado buenas muestras del punto peligroso en el que está: al borde del abismo. Tenemos lamentablemente esa certeza y fuera de ella, frente a ella, pocas. O quizás ninguna. Pero una sí: que la chispa llamada rebelión no ha dejado de ser aún constitutiva de lo humano. La vimos asomar por el mundo, de Chile a Honk Kong, de la Patagonia a Canadá, en 2019. Más que chispas, incendios. ¿Adónde va ese fuego? Si no hay certezas, menos aún recetas. Pero las luchas del pasado, los grandes movimientos revolucionarios y utópicos, quienes tuvieron alguna vez la audacia y el coraje de darlo vuelta todo, aun los derrotados, los fallidos, los equivocados, siguen teniendo en un contexto así cosas que decir. Inspiración que transmitir. Como la tienen, sin ninguna duda, los pueblos y culturas que el capitalismo sometió, asesinó y marcó en la frente con el sello: «Extinguidos». Y hoy se levantan, salen de la selva, bajan de la montaña, bailan en las plazas, voltean las estatuas, incendian las iglesias, marchan.

Gilgamesh: «Quebrada» (Tsé-Tsé, 1998) fue un punto de inflexión. A partir de ese poemario, comienza a escribir Silvia Guiard. ¿Cuál fue el «quiebre» que habilitó ese paisaje-pasaje?

Silvia Guiard: El título del libro evoca en efecto, junto al paisaje que sus páginas recorren –la Quebrada de Humahuaca–, un crítico punto de inflexión en la historia personal, signado por la separación de mi pareja y el cese de actividades del grupo surrealista. Si el dolor se inscribe de ese modo en el paisaje no es para convertirlo en el escenario de una lamentación, sino para encontrar en él, gracias a la expansión propuesta por ese juego de las palabras, una apertura liberadora. Una incitación al movimiento. «Quebrada no es ya el sitio solitario en que quieren encerrarme las penas. Quebrada es el camino que me lleva, rodando, sobre sí». La modificación de mi entorno inmediato, así como el tiempo transcurrido desde la dictadura, me impulsaron a dejar de lado el seudónimo. Sin embargo, en ese pasaje de Silvia Grenier a Silvia Guiard no hay quiebre, sino continuidad. La continuidad de una voz que se reafirma andando y, mientras anda, canta: «Me estoy moviendo, sigo mi camino».

Gilgamesh: Este año ha salido «Aquí donde los árboles caminan...» (Ed. Carminalucis, 2021). Un poeta caro a tu trayectoria, André Breton, escribió: «La rebelión y solo la rebelión es creadora de luz y esa luz no puede tomar más que tres caminos: la poesía, la libertad y el amor». Después de haber leído tu último libro, nos gustaría que nos contaras cómo, en tu opinión, esos caminos se encuentran entramados en sus páginas.

Silvia Guiard: Es emocionante que Gilgamesh, lector/a inteligente y sensible, traiga estas tres potentes ideas-fuerza a cuenta de mi libro. Difícil, como autora, sin embargo, responder la pregunta. Hay un gran amor en el origen del poema, la experiencia de una amorosa estadía en ese bosque junto a mi compañero. Pero contarlo no agrega nada a lo que el poema debe decir sobre ello en mi lugar y que dice, a no dudar, mejor que yo. ¿Qué responder entonces? Puedo seguir la invitación que la propia pregunta me propone y continuar las palabras de Breton hasta allí donde él dice que estas tres fuerzas deben «converger, hasta hacer de él la copa misma de la juventud eterna, en el punto menos descubierto y más iluminable del corazón humano». Quizás cabe entonces responder que, en el caso del libro, esa copa de la juventud eterna es el bosque. Y es en él donde el amor, la poesía y la libertad se entraman naturalmente. El bosque, secreto por definición y símil por ello del corazón humano, tiene además como se sabe su propio corazón: su punto más oculto y su latido, sístole diástole que, en las primeras páginas del libro, le da cuerda al poema-bosque y lo echa andar…. Y tanto en la historia como en la imaginación de todas las culturas, en mitos, leyendas, cantos y poemas, el bosque es lugar privilegiado para las tres vivencias aludidas. Libre él mismo cuando permanece intocado por la acción humana, ya que entonces sus ciclos se renuevan solos indefinidamente, el bosque ampara y oculta de la mirada social a los amantes tanto como a los prófugos, rebeldes, guerrilleros o mapuches resistentes –y es por aquí donde la libertad, en su dramática dimensión histórica, entra sangrando en el poema– o a aquellos que se apartan del conjunto a meditar, buscando su camino o su visión en contacto con la naturaleza: solitarios, filósofos, poetas. Allí la vida se desnuda y reencuentra su pulsación elemental. Dice el mismo Breton: «La poesía se hace en la cama como el amor / sus sábanas revueltas son la aurora de las cosas / la poesía se hace en los bosques». Porque allí todas las cosas se transforman indefinidamente, se convierten las unas en las otras: el cielo, el río, el árbol, el hombre, la mujer, el bosque, el tiempo, el canto… El viento que las une y las confunde es a un tiempo el amor, la libertad y la poesía.

Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con variaciones, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas (y, quizá, también leída por algunas de sus amistades…): el llamado «gran público» queda fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué poética y qué acciones serían necesarias, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?

Silvia Guiard: Esta pérdida se liga y corresponde con otra. Y es el hecho de que el propio contacto personal con lo poético, como evento de la vida cotidiana, también para una gran mayoría está perdido, embarullado, ahogado o bien cooptado por las múltiples baratijas del mercado. La poesía es lo que no tiene precio y eso mismo, además de sus propios laberintos, la convierte en esta sociedad en lenguaje que circula poco. ¿Qué hacer para remediarlo, aparte de intentar cambiarlo todo? No creo que haya que buscar una respuesta en la poética en sí misma. También en este plano, ella debe más bien seguir sus propias solicitaciones, sus impulsos. Quizás no haya una solución a proponer, sino muchos caminos a intentar. Crear espacios de difusión y reflexión inspiradora, como esta misma página lo hace, es sin duda uno de ellos. Muchas gracias, querido Gilgamesh, por haberme invitado a transitarlo.

RESEÑA BIOBLIOGRÁFICA

Silvia Guiard nació en 1957 en Buenos Aires, donde vive. Poeta y docente, fue cofundadora del grupo surrealista que editó entre 1979 y 1982 las revistas Poddema y Signo Ascendente. Participó en las actividades de este grupo hasta 1992. Comenzó a publicar en las mencionadas revistas con el seudónimo de Silvia Grénier, que usó también para firmar sus dos primeros libros, aparecidos en ediciones Signo Ascendente: «Salomé o la búsqueda del cuerpo» (1983) y «Los banquetes errantes (diario de viajes)» (1986). Posteriormente, y ya sin seudónimo, publicó «Quebrada» (Tsé-Tsé, 1998), la plaqueta «Mujer-pájaro en el círculo del sol» (1999), «En el reino blanco» (Tsé-Tsé, 2007), «Relampaguea» (Santiago de Chile, Cuadro de Tiza, 2010; actualmente disponible en la web) y «Aquí, donde los árboles caminan…» (Carminalucis, 2021).
Para niños, publicó «Lombrices» (Libros del Quirquincho, 1996) y «Cantos de dinosaurios» (Amauta, 2010). Permanecen inéditos «Chantilly, el gato negro» y «Poemas del charquito».
Fue incluida en las antologías «Nueva Poesía Argentina» de Jorge Santiago Perednik (Buenos Aires, Calle Abajo, 1989), «Surrealist Women» de Penelope Rosemont (Austin, University of Texas Press, 1998), «Indicios de Salamandra» y «Clavar limas en tierra» (Madrid, Ed. De La Torre Magnética, 2000 y 2019 respectivamente).
Poemas y colaboraciones suyas aparecieron en las revistas Surr (París), A Phala (San Pablo), A Idéia (Évora) y especialmente en Salamandra, de Madrid.
Participó en los libros colectivos «The exteriority crisis» (Berkeley, Oyster Moon Press, 2008), «Crisis de la exterioridad» (Madrid, Enclave de libros, 2012), «La Chasse a l’objet du désir» (Montréal, Sonámbula, 2014), «Ce qui será/What will be/Lo que será» (Amsterdam, Blumes Blondes, 2014); fue incluida en la edición electrónica del libro de Rolando Revagliatti, «Documentales: Entrevistas a escritores argentinos. Tomo 1» (Ediciones Richeliú, 2019).
Tradujo del francés, junto con Conchi Benito y Eugenio Castro, el libro de Michael Löwy «La estrella de la mañana. Surrealismo y marxismo» (Bs. As., El cielo por asalto, 2006), en el que se incluyó un apéndice de su autoría: «Buenos Aires: el surrealismo en la lucha contra la dictadura». Con Eugenio Castro y Román Dergam, tradujo «Para ver, cierra los ojos» de Jan Svankmajer (Madrid, Pepitas de Calabaza, 2012).
Trabajó durante años como Profesora para la Enseñanza Primaria y Bibliotecaria Escolar en escuelas primarias públicas de la ciudad de Buenos Aires, y como Profesora de Español para Extranjeros en diversos institutos.

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