martes, 21 de mayo de 2024

 

GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a MARÍA MALUSARDI

(Publicado en la página de Facebook el 20 de octubre de 2021)

María Malusardi nació en 1966 en Buenos Aires, Argentina. Es escritora, periodista y docente.
Crédito de la foto: Julieta Bugacoff

En sus respuestas-poesía a nuestra entrevista, María dice:
«El lenguaje me guía como un dios. No soy yo, es él».
«...la vida actual es un menjunje de inteligencia artificial y fritanga».

Te invitamos a leer a María hasta el hueso: vale la pena. ¡Adelante!

SELECCIÓN DE SU OBRA

ARTISTA DEL HAMBRE (fragmentos)
hubo un día y no recuerdo si el temblor de la palabra o el relámpago en la lengua empastaron mi boca con muertos hubo un día ese día el hambre traficó y cayeron huesos como panes hubo ese día y sollozaba entre añicos quería matar afilar el vidrio ese borde eficaz para darle un envión un vuelco a tanto error a tanto desamparo
hubo un día en que nací entre artistas del hambre para (estilísticamente) inmolarme en el delito
los filósofos anuncian el ser de las heridas los poetas escarban arrastran cortan de raíz más tarde duelo y mato porque sí porque me dejan porque me empujan porque el mundo se ha enredado en mis tobillos mato porque no puedo dirimir en esta jaula ni entender en este sueño el éxito de mi condición
no soy ese niño que mira desde el otro lado de la ventana de un bar ojos de brea hirviendo las huellas del encierro y sus reptiles y aunque no soy ese niño mastico mis dedos para que alguien me brinde un sorbo de su mirada no soy ese niño sino un animal que arrancan del harapo los poetas exégetas de la compasión
en medio del poema una vaca muge y deja correr su leche contra mi ojo aprieta sus cualidades ácidas el párpado arde gotea diluye los barrotes alimenta la vaca me alimenta me engorda me sacrifica me ofrece en el mercado
desde que el hambre es una religión una región una enfermedad de los muertos el hambre un modo de tejer desde que el hambre es el poema en esta jaula puedo soñar con ciervos: degollarlos
esta jaula es una calle abierta al público que pasa y no aplaude quien no ve no desampara (y muerto está) quien se asoma a mi dolor huele la carne la salud del alma disecada quien renuncia y corre traga un vendaval de cuerpos los desechos de la historia coágulos de basural

EL SASTRE (fragmentos)
mientras mi abuelo sastre purga su vejez sinfónica mi hermano pequeño pisa las escamas del silencio resbaladizo desnuda durante el rodaje su introspección cae a pedazos aclama eternidad y sabe: el dolor es el piano desahuciado de mi madre un pez de espuma en la ventana del invierno una sábana donde inmolarse y dormir
mi hermano pequeño cae desde su ojo izquierdo al precipicio de su cama levanta como un gato las orejas castas y con énfasis sopla apaga las estrellas las barre las encima para triturarlas cadenciosamente las traga como vidrio
dentro de una estrella rota me lo entregan mientras un gato lame sus heridas señala su cara azul de luna muerta: escombro desalineado
lo encuentro y lo arrojo al extremo latir de la arena su oreja sucia de caracoles durante la caída descompone los hábitos del mar lo amamanta lo aceita y mi abuelo sastre puntea el ruedo de su distancia y yo pego los botones sueltos que el lenguaje ha depurado sobre mis heridas: no estaré jamás a la altura de la muerte de los que amo
mi abuelo sastre alejado del tiempo y del invierno sopla algún abrigo sobre el cuerpo desmedido de mi hermano pequeño
esta mañana mi abuelo sastre toma las medidas del invierno no me aconseja una u otra tela apenas dice aguja y une el borde del mar con un borde vespertino en mi cuerpo toma el centímetro y mide y la gran tijera corta sin escrúpulos cose el daño el hilo oculto de mi niñez

EL DESCENSO DE JACQUELINE DU PRÉ (fragmentos)
preludio la ceniza de mi infancia: mi madre arañaba los ojos del incendio y me dormía así los cuentos de la noche encallaban el árbol en su sombra el agua ardía en el devenir de los infiernos donde la música esparce sus caballos y me deja
no puedo quejarme de los huesos: la música se ha enfermado en mí he roto la cuerda un acto de confusión y de olvido miles de manos entre sábanas riéndose intentaron elevarme sostenerme en la gloria me he dormido sobre la escena no hubo tiempo para el desarraigo estoy aquí: los dedos tiemblan cuando amanecen sobre la madera intacta del silencio
los rosales se amontonan sobre un libro (es la escena) se borran al nombrarme al estallar se enredan el aire de mi pelo se desgarra estropea mis pies la flor que me despide rozo el invierno de los rostros intentan retenerme forzarme alguien me desnuda y trae a dvorák despacito calma los dolores sabe: nadie como yo lo ha comprendido nadie como yo les ha sacado idioma a las heridas
no puedo pensar que los huesos se remiendan con el agua la música ha tramado mis jerarquías y mis sombras escribo apuntes nunca serán la voz: ni dvorák ni elgar escribo con el límite de mis huesos soy la ruina de los que me escuchan y lloran el sol me olvida recoge sus telares mi violonchelo indaga el azoro en mi cuerpo recoge el ritmo de su condena

ARTISTA DEL TRAPECIO (fragmento)
hubo un día y no recuerdo si nací y en el trapecio maduré como una fruta herida y si nací canté en la cuna el porvenir mi esclavitud y si soñé con la familia con insectos y si la falta de equilibrio regresara y el cansancio que arrastra la vida en el agua en la palabra: mi cosecha mi excepción mi salto al vacío
hablo del día que caí y ya no supe más de mí ni de mis ceremonias: la infelicidad el trapecio roto la indigencia del poema
hablo del día que caí porque no supe si nacía o colgada de aquel sueño respiraba la vida de otros: desde allí narraba con distancia precipicio dolor: quién levantó los ojos me vio caer y no dijo nada
un artista del trapecio sobrevive porque sabe: algún día dará el salto infatigable hacia la pulverizada soledad su agitada introspección el rumor de sus sombras al tramarse
hay una zona rota en el trapecio la misma zona rota en el poema un hueco amargo sentencioso severo un desliz el ardor al caer las marcas de la luz en la mirada y junto a mí los que me aman con indiferencia
di contra una superficie de metal el sabor aceitoso del océano el filo de la escama iniciando un corte mi cara seca y de pronto una lluvia de ojos y no supe si me desmayé a destiempo o me rompí los huesos contra el griterío de las piedras
ser artista del trapecio asegura eterna identidad con el lenguaje amoroso de las sombras la muerte en las alturas del poema
mucho viento un día en el trapecio un vaivén y escalofrío la familia en desventura flores silvestres hilando el sacudir de alas el estruendo el avión que nos arranca el cielorraso de la infancia y ya no hay dónde acudir ni por qué humanidad soñar

NO HABLEMOS DEL DURAZNO (poema tomado de «el descenso de jacqueline du pré y otros poemas»)
«Nada hay en el entendimiento que no haya estado antes en los sentidos».
René Descartes
recuerdo los duraznos de mi infancia como un sueño de esos que nunca me asisten recuerdo la suavidad de su victrola esa música de mozart en el silencio de su piel matizada de ásperos naranjas maderas ocres un arriesgado kandinski con sabor a jugosos soles recuerdo los dulces de mi madre la cuchara demoliendo pedazos de infierno la fundición recuerdo la hilera de esos restos: carozos como sobrevivientes de una guerra que esperan no un plato de comida sino un abrazo y un pijama
no hablemos del durazno mi amor antes de entenderlo en la boca antes de dárselo a un poeta no hablemos del durazno esperemos que sus trozos se deshagan en nuestro entendimiento y se enciendan cuando meditemos sobre el color atormentado (denostado) de la libertad
si hablamos del durazno que sea durante el camino hacia el infierno abrazados a las chapas de los automóviles mientras dormimos: qué hermoso pijama la piel de este poema
no hablemos del durazno antes de morir hablemos después: será un gran episodio en la historia de nuestro siglo
no hablemos del incendio en las ramas donde dormíamos a la vera del durazno en el hueco atroz de su incertidumbre donde su dulzor acapara y su verdad encierra no hablemos de ese día en el que perdimos nuestra condición de gusanos huéspedes
tu mirada sin labrar en lo incierto del durazno: no lo hablemos querido hasta que su auscultada maldición nos apolille
sé que la fruta es un hábito bíblico el remedo del mito por donde escaparnos aquí no: aquí el durazno es una sombra tardía en mal estado que irá deslizando nuestros riesgos determinando nuestros destinos
el durazno no se parece a la manzana una dulzura más densa más acabada más perturbadora hace temblar los dientes es otra la magnitud de su silencio mojado demencial su espesor su elocuencia cuando debe decidir como un dios la muerte de quienes anudan el amor a su mordedura
no hablemos del durazno porque no acordaremos un rumbo que no sea la muerte de mi escritura sobre la piel de su vanidad
me pedís un durazno seco y retraído yo sin embargo lo prefiero mojado y en celo: dártelo a sorbos y curarte
me acuerdo de la infancia del durazno cuando mi infancia era una nuez y mi padre me salvaba del ahogo de caer
recuerdo los carozos de mi infancia rugosos viejos con pequeños pliegues donde dormían los duendes que mi madre convocaba para el sueño
recuerdo los carozos del incendio cuando mis padres repetían la escena de su desamor bajo las ramas de un duraznero
recuerdo la lluvia de duraznos una compota en crisis mi alma diabética la rabia de la infancia fortaleciendo (el clamor) el destino en la escritura
no hablemos del durazno mi amor mientras se acaba el mundo: comamos hasta descomponernos entibiarnos dormir

ENTREVISTA CON LA AUTORA

Gilgamesh: María, tu poesía –prosa poética– se sostiene en la falta de puntuación y mayúsculas, en un lenguaje dislocado que se expande en el fragmento. Haciendo un recorrido cronológico, tenemos la sospecha de que cada nuevo libro es otra estrofa, otro verso que continúa el anterior. ¿Cómo llegás a esas elecciones estilísticas? ¿Hay un programa de un solo gran libro diseminado que parte de «El accidente» (Mascaró, 2001) hasta «Una madre es un piano triste» (Las Furias Editora, 2021)?
María Malusardi: En la pregunta que ustedes han elaborado está la respuesta. Diría que, a partir de su observación, hacen teoría literaria. Y muy acertada la lectura. Probablemente sea así. Pero nunca lo decidí ni lo pensé a priori. Me refiero a la idea de hacer un continuo siempre. Mi poesía nació así desde el comienzo. Nunca me percaté ni me planteé escribir de ese modo hasta que tomé consciencia de que ese era el modo en que salía y podía trabajar con persistencia. Y ahora sí, diría, que planeo un continuo o más bien un derrame de lenguaje que apunta a una totalidad. Cada libro es un poema –o dos– construido por pequeños textos, fragmentos que pueden considerarse independientes aunque, como dicen las partituras cuando indican un Allegro atemperado, «ma non troppo». Quizá mis poemas sean novelas fracasadas.
Gilgamesh: ¿Qué hace de una poeta una «artista del trapecio»? Los versos "hubo un día y no recuerdo..." se repiten en «artista del trapecio» (Alción, 2014) y «artista del hambre» (Ediciones en Danza, 2019). ¿Qué hubo en ese día que te impulsó a la poesía, al salto al vacío en busca de lo que no se recuerda?
María Malusardi: Siento que las preguntas son más hermosas que las respuestas que pueda dar. Porque manifiestan, como dije antes, una lectura atenta y una percepción crítica. Y siempre es mejor lo que otras personas puedan decir que yo misma sobre mi propia obra. Pero intentaré descifrarme. Ese «hubo un día» es la vida, «hubo un día y no recuerdo si nací» es la vida tan compleja, insolente, desmedida, asfixiante, inoperante, desdeñosa. Ese día que no encuentro. No está. Lo he perdido o nunca ha existido. O existe en el desasosiego que me acompaña. Es tan difícil intentar explicar lo que solo el poema dice. No sé, apareció el lenguaje y me dio el envión, el puntapié. El lenguaje me guía como un dios. No soy yo, es él. Pero debo sostenerlo como a un caballo. Si lo dejo hacer, me tumba. Si lo dejo hacer, enloquezco. Así que pongo un freno e intento tener una vida con ocupaciones como limpiar mi casa, hacer las compras, ocuparme de mis gatos y mis afectos y trabajar como docente, un extenso cable a tierra. El lenguaje aparece descarriado, severo. Y luego, eso sí, mando yo. Lo conduzco por donde creo que debe ir, mejorar, estilizarse, crecer. Esos artistas del hambre y del trapecio –diálogo perpetuo con el efecto en mí de los cuentos de Kafka en explosiva combinación con mi tortuoso interior y lo que sucede en el mundo– son pura literatura entrometiéndose en mi vida o bien surgiendo de mi vida. Qué más da. Lo importante es el verosímil no la verdad.
Gilgamesh: En «el sastre» (Ediciones en Danza, 2015) se lee: “...yo pego los botones sueltos que el lenguaje ha depurado sobre mis heridas...”. Vida y obra, infancia y escritura, ¿cómo se inscriben y escriben en el poema?
María Malusardi: Vida y obra: tan diferentes y tan juntas. Infancia y escritura: casi una misma condición. El poema acoge y transforma. Siempre es otra cosa. Siempre es algo enigmático y soberbio. Es un más allá de toda naturalidad. El poema intimida y desnuda. Pero no deja ver claramente. Se inmiscuye, se entromete por debajo de la piel como un bicho feroz. Tiene un efecto de aguijón, una penetrabilidad –si le abrimos la puerta– que nos sume en otra dimensión. El poema acude a mí, antes que mi historia. El lenguaje, impregnado de mi vida, de mis datos, de mis experiencias, hace su camino desprendido de mí y tan apretado a mi desesperación. Intimida y calla. Intimida y desparrama. Nace el poema.
Gilgamesh: En «el descenso de jacqueline du pré» decís: “...la música ha tramado mis jerarquías y mis sombras escribo apuntes...”. Tu escritura, como ya hemos dicho, construye cadencias, una musicalidad propia. ¿Qué lazo hay con la música?
María Malusardi: La música –ya lo he dicho otras veces pero intentaré intimidarme aún más– es lo más hermoso que existe. Por algo es el arte que más penetrabilidad y desarrollo (de una u otra manera) tiene en todas las clases sociales. Nadie intenta entenderla. Allí está, para destrozarnos y recomponernos. Para ampararnos y motivarnos. Para desentumecernos y rociarnos. Para desmantelarnos y perdernos. En lo personal, siempre me refiero a la música instrumental en particular, y más específicamente a la llamada (mal llamada) música clásica. Un término (casi una acusación) que agoniza. Porque sin Bach no habría nada después. Y Bach no es clásico sino barroco. Pero este es otro asunto. Lo que cuenta es que la música (el jazz, el tango, los folclores, el rock, toda la música) tiene un poder capaz de acelerar los procesos a los que nos somete la cultura. Quiero decir: el gusto es una construcción. Recibimos estímulos. Los tomamos o no. O nos toman. Pero dentro del poco salvajismo que nos queda, o que podamos inventar, la música impacta con mayor velocidad, porque nos obliga a saltear el pensamiento. La música es una serpentina que desvirtúa el rumbo. En ese punto me gusta la unión entre poesía (como música) y música (como poesía). Ese punto en el que la experiencia interior no encuentra en el lenguaje la posibilidad de expresarse, pero, si apelamos a nuestro espacio demente, pues podemos dejar que el lenguaje ejerza sus malabares y nos haga cómplices de lo que no comprendemos. Cómo trabajar, afinar, eso que no comprendemos de un modo convencional, a través de la razón. Ahí aparece un saber poético –por llamarlo de algún modo– y nos indica hacia dónde partir para perdernos. Es el mito de Orfeo. Ni más ni menos.
Gilgamesh: Tus reseñas de poetas en Caras y Caretas son como mínimos ensayos poéticos. ¿Qué de tu obra se dice en estos escritos?
María Malusardi: Es cierto. Si ustedes lo dicen, confirman algo que deseo, que ansío, pero no me propongo. No me propongo porque he aprendido, «a golpes y a manotazos», a combinar el lenguaje poético con la intencionalidad periodística. Entiendo que es un trabajo que surge de años de oficio con ambos lenguajes. Soy periodista desde hace más de treinta años. Lo que tienen en común, en mi experiencia, ambas escrituras, es el procedimiento de corrección: por un lado, dejo que el lenguaje aparezca, por el otro, hurgo hasta el fondo, hasta dar con esa frase, con esa imagen, con esa idea dicha de cierto modo. Siempre se trata de una batalla con el lenguaje. Creo que ahí está mi temperamento de escritura. El lenguaje me avasalla y me indica. Me tuerce y me sofoca. Pero también me ofrece la posibilidad de encaminarlo, de encantarme. Es como montar a caballo. Parecido. Lo dije antes. El animal es imprevisible. Pero hay una habilidad –y una técnica– por parte del jinete para indicarle cómo moverse, hacia dónde ir, de qué modo andar. El caballo responde a la técnica. Pero también al amor.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variaciones, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y, quizá, también leída por algunas de sus amistades… Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». Por su parte, en «Poesía y política», Jorge Aulicino sostiene que “Si la poesía pudiese recuperar esa función natural-simbólica que la emparenta con el mito, o que hace de ella una versión del mito a partir, cada vez más, de la vida cotidiana, historia y poesía volverían a ser leídas, cumplirían una función, hablarían a la sociedad”. ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
María Malusardi: Todo lo que dice George Steiner es, para mí, palabra indiscutible. Un genio. Un autor que me acompaña, me revela, me ilumina siempre. Pero es un tema difícil. Creo que sobre lo que habría que trabajar, hoy por hoy, es ajeno a la poesía. Creo que, al revés, para que la poesía llegue hay que desandar, hay que deshacer, hay que derealizar, hay que desempolvar. El lenguaje poético debería corresponderse con lo atávico. Pero la vida actual es un menjunje de inteligencia artificial y fritanga. Tiempos difíciles, dolorosos, de exposición y desamparo enorme. Yo dije antes todo lo que pienso y siento con respecto a la poesía. Quizás algún antropólogo o alguna antropóloga pueda descifrar el malentendido en el que estamos metidos, todos y todas. Lo que dice Jorge Aulicino es cierto, totalmente cierto. Pero yo agregaría que no es la poesía la que perdió al mito por el camino, yo diría que son las sociedades actuales las que perdimos el mito. El común de la gente no lee a Anne Carson, mucho menos a Catulo. Menos aún «La metamorfosis» de Ovidio. A duras penas, «Los siete locos» de Roberto Arlt. Todo lo citado apela o incluye, de una u otra manera, al mito. El lazo perdido –me parece un modo hermoso y contundente de decirlo– lo relaciono con eso que dice Berger: la urgencia de ir hacia el otro. Y no es tan sencillo. Ir hacia el otro en el mundo capitalista es como un agujero en el frasco, el líquido se va perdiendo y nunca llegamos a rescatar nada. Es mucho más difícil en estos tiempos en el que debemos, desde hace casi dos años a causa de la pandemia, literalmente alejarnos del otro. Es decir: lo simbólico se hizo fáctico. Ir hacia el otro no es darle un abrazo e irse. Es darle un abrazo incluyéndolo en su modo de vivir. Quiero decir: si vivimos en un mundo en el que yo tengo una casa y comida y calor y asistencia sanitaria inmediata, mientras tanta, tantísima gente vive en condiciones precarias, cuesta pensar en el mito y la poesía. El mito se ha perdido en el dolor y la desesperanza. No sé, quizás, a esta altura, empiece a derrapar con el discurso. Pero resulta inevitable: ese lazo perdido, del que habla tan lúcidamente Alejandra Boero, es el lazo de la humanidad consigo misma.
RESEÑA BIOBIBLIOGRÁFICA
María Malusardi ha publicado «Una madre es un piano triste» (Las Furias Editora, 2021), «artista del hambre» (Ediciones en Danza, 2019), «el descenso de jacqueline du pré y otros poemas» (Ediciones en Danza, 2018), «el desvío y el daño» (Buenos Aires Poetry, 2017), «el sastre» (Ediciones en Danza, 2015), «artista del trapecio» (Alción, 2014), «la música» (El suri porfiado, 2013), «el orfanato» (Alción, 2010), «trilogía de la tristeza» (Alción, 2009), «museo de postales» (El Suri Porfiado, 2008), «diálogo con pescadores» (Alción, 2007), «variaciones en la niebla» (Alción, 2005), «la carta de vermeer» (Alción, 2002) y «El accidente» (Mascaró, 2001). Obtuvo por «el sastre» la Mención especial del Premio de Literatura Casa de las Américas 2015, de Cuba, y «trilogía de la tristeza» resultó finalista del Concurso Olga Orozco 2009, con un jurado integrado por Antonio Gamoneda, Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Jorge Boccanera; además, fue traducido al francés y editado en 2013 como «trilogie de la tristesse» (Zinnia Editions), tanto en papel como en formato e-book.
Estuvo a cargo de la edición y estudio preliminar de la poesía de Raúl Gustavo Aguirre en el volumen «Obra poética╗ (Ediciones Del dock, 2015) y del ensayo «Las poéticas del siglo XX» (Audisea, 2016)).
Su obra figura en diversas antologías como «Antología Federal de Poesía – Ciudad de Buenos Aires» (Consejo Federal de Inversiones, 2019); «Atlas de la poesía argentina II» (Edulp, 2019), «Animales distintos – Muestra de poetas argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesenta» (Ediciones Arlequín, México 2008), entre otras.
Desde 1989 ha trabajado en diversos medios gráficos: Clarín, Perfil cultural, La Gaceta Cultural, Nómada, Nueva, Debate, Lugares, El Arca, entre otros. Actualmente escribe en Caras y Caretas exclusivamente sobre poesía y literatura. Además colabora en espacios culturales digitales de América Latina como Op. Cit y Vallejo&Co.
Como docente dicta, en la escuela de periodismo TEA, la materia Taller de entrevista. Y, en la carrera de periodismo TEA Online, la materia Periodismo cultural. Además de clínicas y talleres de escritura creativa.
Recibió en 2018 la Beca del Fondo Nacional de las Artes para escribir «Asamblea permanente. Diálogos para una hermenéutica, un ensayo sobre la obra y vida del poeta argentino Alberto Szpunberg», aún en proceso de escritura.
Tiene en preparación «Nadie sabe qué hacer con los poetas», que reúne sus textos periodísticos publicados, y otros inéditos, dedicados exclusivamente a la poesía.

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