martes, 21 de mayo de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a CARLOS BATTILANA

(Publicado en la página de Facebook el 12 de enero de 2022)

Carlos Battilana nació en Paso de los Libres, provincia de Corrientes, Argentina, en 1964. Reside en la ciudad de Buenos Aires.
Crédito de la foto: Silvia Castro

En sus respuestas a nuestra entrevista, Carlos dice:

« Adhiero a la concepción de los románticos alemanes, que establecían una conexión necesaria entre la experiencia poética y la experiencia crítica».
«El modo en que nos relacionamos con los poemas, la manera que tenemos de darlos a conocer, también es un acto de índole poética».

Te invitamos a leer a Carlos. ¡Adelante!

SELECCIÓN DE SU OBRA POR EL AUTOR

BOSQUE DE HIELO
Tierra blanca
de cipreses
y altísimos pinos
la nieve
se hunde
para hacer el silencio
del monte
donde una vez vi,
transcurrida la estación del otoño
y concluida
la consolidación del hielo,
cómo
las ramas de los árboles
apenas se movían
y la quietud
era
el único estrépito,
la más maravillosa
agitación.

UN LARGO SUEÑO
Volver a la lluvia
al rastro del caracol
a las lombrices
subterráneas
que disuelven
las obstrucciones de la tierra
regresar
–como luego de un largo sueño–
a los pequeños deseos del mundo.

HALLO EN ESTA MÚSICA DIMINUTA…
Hallo en esta música diminuta
restos de una batalla campal.
Anoto este mediodía en un pequeño cuaderno
y aguardo la hora
de subir a mi huerto. De esto
se trata el dibujo
me dicen los niños del poblado
de esto están hechas las casas
sus estructuras sus hábitos
Reclino mis ausencias en esta parte de la llanura
y duermo
como si este sol gris
en verdad
me calentara.

EN ESTE…
En este
tiempo
escaso con que cuento
alejado del origen
miro la lluvia
el sauce
sus ramas eléctricas
y remojo con agua
con sangre
aquello
que se ha vuelto
pulida narración
pero que aún
cuenta
con algunos huecos
de donde
extraer
el segundo, los minutos,
estas horas que aquí
están
me rodean.
Si pudiera
acostar
el cuerpo
bajo el agua
haría
que las estrías y los borbotones
arrasaran el barro
el polvo acumulado por años
y disolvieran
el lenguaje
antiguo
las viejas palabras
hasta volverme burbuja
charquito
un poco de agua
en el agua.

EL VIENTO
Toco con mano indeleble
lo escaso de la materia.
En mi habitación
retiro a mis hijos, los abrazo,
les recuerdo
con palabras pequeñas
que el viento
es indestructible.
Brilloso como un témpano
el día
persiste
aquí, allí. Sin cansancio
recibo el deterioro
como una forma de avance.

SALVACIÓN
Levanto con pocas migajas
las posibilidades del día
el sol de la terraza
amanece
otra vez,
por suerte
sonreír ante lo evidente
–las plantas,
la ropa doblada
en la silla,
el muro manchado de gris–
como los marinos
en medio del mar
que conocen los márgenes
efímeros de salvación
y aun así, ante el inminente naufragio,
rodeados de olas gigantes
y sumergidos
en el centro de la tormenta,
respiran, no dejan de respirar,
reconocen en el aire,
frontalmente,
no la última
sino la primera oportunidad.

AL DÍA SIGUIENTE
(una conversación con Omar Chauvié)
Cuando leí por primera vez a Vallejo
–a los 18 años–
fue un relámpago
algo que no podía comprender bien
…dije, esto era lo que había que hacer
recuerdo que lo leí
previamente
a una operación
yo estaba feliz en mi cama
en la soledad del hospital,
al día siguiente me pondrían anestesia general
pero yo ya había leído a Vallejo
por si acaso.

FILATELIA
mi padre
colecciona estampillas
es una tarea
menor
que requiere
de atención
y de goce
de joven
ha trabajado en el Correo
y su amor
por las formas y los colores
posiblemente
se remonte a ese origen
los sábados
por la mañana
de 1970
setenta y uno
acumula
4 álbumes
y ordena
las nuevas
y viejas estampillas
de argentina, usa,
brasil y canadá
las mueve
de lugar
las desplaza
minuciosamente
usando
una pequeña pinza
de depilar
yo
observo la tarea
a la distancia
y admiro
esa labor
artesanal
la precisión
que requiere
el cuidado
de una tarea ociosa

PARRILLA
Sobre el fin de la calle
rumbo al cuartel
hay un asador:
es verano
pero corre una pequeña
brisa.
Mi padre
mi madre
nuestros hermanos
disfrutan de la cena
familiar
al aire libre.
No hay nada que temer
estamos abrazados por el campo
el mundo acontece en ese punto
minúsculo del universo. Tengo
seis años. Conozco
todo
lo que me circunda.
Somos libres
en el lugar.
Mi padre es feliz;
se rodea de sus hijos
de su mujer
tiene información suficiente
para proveernos
durante algunos años:
axiomas, libros, narraciones
de adolescencia.
Ahora que
su muerte es fresca
y reciente, recreo el instante
en que mi padre
distribuye la carne,
las achuras, las ensaladas
en derredor.
Mi madre lo roza con los ojos
y deliberadamente
lo deja hacer
deja que su fuerza crezca
allí, en ese punto
minúsculo del universo.

MATERIA
Miro a los niños. Uno, dos,
tres… El peso de
estos años
fue terrible
y casi no hay paz
en el
aire. ¿Quién
podrá
fuera de la política,
alejado del Capital,
decirme: este objeto
es pequeño
aquella alegría
es versátil
esto se inscribe
en el terreno de la
bondad?
Saludo con mi mano izquierda
a los próceres
del día
y camino
bajo la lluvia
a costa
del pasado.
La línea de la playa
es gris, pero hay
viento. En estos terrenos
fríos la pobreza
no es posible, el constante
sobresalto
se vuelve una moneda
real. Apoyo mis pies
en la arena, hago un hoyo
con mis manos,
arrojo
sin tristezas
un poco de materia
al aire.

DESPUÉS DE LA ENFERMEDAD
Fui cruel.
Y todo
lo que pueda
escribir,
toda utopía de religiosidad,
no repara
el instante alto y sostenido
en que la ira
fue mi propósito.
Hoy,
en este día,
devuelto de una enfermedad,
liberado de fiebres e insomnios,
arreglo objetos rotos
acomodo
los papeles
ordeno viejos emprendimientos.
Sin el aire del olvido
afuera hay sol,
y hoy
podré ser bueno
aunque
ya no alcance. Si cada
acto de contrición
es la huella
de una herida abierta,
mi cuerpo,
entonces,
se llenará de afluentes
y de ellos brotará
el quebranto
que ningún círculo
y ningún silencio
podrán callar.
Con una bolsa de piedras
al hombro
cubro mi cuerpo
de cruces y voces
y llevo,
a lo alto de la ciudad,
un poco de aire
algo de fresco rocío
para curar las heridas,
lavarlas,
dejar que los tajos
sigan su curso
espontáneo
y así alejarse
–huir–
como un desposeído
hacia los sitios
inhóspitos
del campo.
Nada podrá borrar el pasado
–todos sabemos
que el pasado
es indestructible–
y, sin embargo,
las palabras nuevas
son también cosas,
pequeñas balsas
adonde estar un rato
adonde tender el cuerpo
y escuchar como Ulises,
amarrado a las velas de un barco,
el canto dulce de la oportunidad.

MILIMÉTRICA
para Cris
¿Qué será de este momento?
apoyamos los pies
en arenas movedizas
por algún motivo
que nuestra fuerza
o nuestra voluntad de amor
–ese conjunto atribulado
de palabras–
quiere ser más de lo que puede.
En ese ideal
avanzamos
un poco ciegos,
iluminados
por una extraña fe.
“Señor, dios antiguo del amor
¿es posible rezar
en el constante sobresalto?”
Esa frase
que soñé
estampada
en un muro medieval
aún me mueve.
Sin demasiadas evidencias
conocen
los amigos, los seres queridos,
que el peligro acecha, pero más
el ahogo
por el callado cataclismo
del ser más frágil,
el más amado.
¿Cómo se hace aquí, ahora?
La mujer que más lo ama
lo arrulla con manos que no alcanzan
a trazar
siquiera
un límite
a tanta inundación.
Esa mujer
sin plegarias, despojada
de todo misticismo,
sostiene su fe
encendida de amor
en su caricia milimétrica
que nada puede ni podrá.
La mujer que más lo ama,
y que más lo acaricia,
respira
absorbe el aire con su cuerpo
así alcanza –dice–
así está bien
para dotar de significado
a las cosas incomprensibles del mundo.

RAMITAS
El pesebre
se logró
con las ramitas
que recogimos
del jardín.
Emilia
recortó
–como sólo ella
sabe hacerlo–
papel plateado
e imaginó
un oasis
en el desierto
bíblico
del Niño
recién nacido
luego
–debajo del Árbol
profano–
fuimos incorporando las
pequeñas
estatuas de arcilla
–José, María,
Jesús–
y con un poco
más de energía,
Dickens,
tal vez Darío
–¿quién sabe?–
nos ayudaron
con los “tardos
camellos
de la caravana”
los camellos de la infancia
los camellos de los Reyes,
a quienes
llamaremos
por tradición
Melchor, Gaspar y Baltazar.
Más tarde
Sofía fue acomodando
pastos y ramas
y sin la luz del día,
iluminado
artificialmente
por las luces
del pino de Navidad,
contemplamos
–admirados– el antiguo
escenario
de la niñez
que renace
año tras año.
Un poco emocionados
con la alegría afectiva
que amalgaman las horas
fuimos a dormir
y Marcos,
el niño grande,
el niño interminable
que Dios o la vida
nos han legado,
sin que nadie lo notara,
tomó la estatuita
de José
para dormir
con ella
nunca lo sabremos
–es un enigma–
pero su vida misteriosa
ha hecho de las imágenes religiosas
(medallas, talismanes, estampitas)
un destino visual,
un lago interminable
donde contemplar
el secreto de sus días,
las sucesivas jornadas
que –nunca lo sabremos–
son su cruz
o su felicidad.

EL DULCE PORVENIR
Cuando los mejores poetas de mi generación
curtidos por las drogas
la grasa y el vino excesivo
están haciendo pie
y pueden usar la palabra templanza
con toda propiedad
reunir poemas
evaluar con cierta distancia
sus tesoros
su cúmulo precioso
cuando cerca de los 50
la juventud
es una palabra
que ha sido usada
y se puede recordar
–sí, con alegría–
las viejas amistades
los duelos
los viajes pequeños
cuando
el poeta
de los grandes experimentos
pero de otros poemas
mejores aún
es una increíble
referencia
y ahora
puede
–finalmente–
distribuir
el aire
y la respiración
porque ha corrido tanto
yo aún
el poeta de la familia
el poeta que
literalmente
ha administrado la energía
el poeta del tenis
estoy cambiando a mi hijo
interminable
en el baño
posterior de la casa
y le digo
“te amo te amo”
y barro
bajo los signos y los hábitos
de antiguos mecanismos
la ropa la basura y me muevo
–ya ciego–
entre escombros de fuego
y no tengo, lo sé,
escapatoria
no puedo ni podré respirar
amo
con pobreza
como pude
pronuncio “te amo”
como una
invocación
como una oración religiosa
–polvo del camino–
la única propiedad
con base
en lo real.

EL HUMO
Crece
como un animalito mullido:
Emilia, la niña más chica,
es
un humo dulce
–los afluentes
de una droga profunda–
que trajo
la alegría
a todas las horas del hogar.
Juega, aún, en su habitación:
cuando lo hace
quiebra todas las cosas herméticas del mundo,
nuestra voz más áspera,
la más dura.

ENIGMAS
Antes
en la estepa ventosa,
ella escrutaba,
como si trajera una larga visión infantil,
los días que vendrán.
Ahora observa las piedras alrededor. Una a una. Despreocupada.
El futuro -dice- es un pequeño territorio
que se mira con afecto,
amorosamente
y sin verdadera comprensión.

NOCTURNO
Liviano ante las ruinas de este jardín,
el aire roza la superficie
que atravesó ciudades
y ríos. ¿Qué
fatiga, qué bellísima fatiga
nos disuelve?
En esta tarde de junio
de un cielo plomizo
dejo atrás lo que viví,
y el escaso margen que queda,
el frío
es
–sabemos–
una llama blanca
que encenderá una letra, una voz y
una caligrafía
con que se pueda escribir
eso que cada uno,
a su modo,
conoce:
que las horas y los días,
que las lluvias torrenciales
son apenas
hechos pasajeros
que más allá
de sus destrozos,
los temporales pueden dotar de fuerza
a los seres
inmersos
en su estruendo
y que el olvido,
que todo lo arrasa
y todo lo ve,
no tiene fin
que, a pesar de todo,
las tempestades
pueden volverse benignas
como animales nocturnos
disolviéndose.

VISIONES
Los hablantes de una lengua que habitaban una tierra profunda
al sur
de la región austral
designaban cada una de las
plantas y flores
con un nombre particular
sin considerar el conjunto.
Así, pensando en un mundo,
el quilimbai tenía un nombre,
el tineo otro, el calafate otro,
la mutisia otro…
Los hablantes de esa lengua
carecían,
sin embargo,
de una palabra
que aglutinara
todas las flores y vegetales
en un término global.
Esta narración me la contaron ayer;
me contaron también
que los monjes, conquistadores y etnógrafos
de entonces
la consideraron
una lengua inferior
-una “lengua primitiva”-
ya que parecía incapaz del ejercicio de la abstracción.
Como prueba de su pobreza lingüística
y, por efecto transitivo,
clasificaron a sus hablantes
como seres débiles
mentales
y como “hermanos menores”.
No es necesario repetir una historia que conocemos.
Pienso hoy,
no obstante,
en esta noche de abril que termina,
que al designar cada flor, cada planta
en particular
sin considerar un universo de clasificación general
esa lengua
más que falta de abstracción
más que ausencia de perspectiva
y carencia de complejidad
poseía un amor al detalle
un amor particular por cada nervadura
por cada brote pequeñísimo
por cada tallo
y que, a diferencia de las demás lenguas del territorio,
más abstractas y distantes de los objetos,
realmente
cuando los miembros de la comunidad hablante se lo proponían
si tenían deseos de tocar el cielo,
con sus dedos,
podían ver.

ENTREVISTA CON EL AUTOR

Gilgamesh: Carlos, desde tu primer libro editado, «Unos días» (Libros del Sicomoro, 1992), hasta «La lengua de la llanura» (Caleta Olivia, 2021), hay aspectos de tu poesía que se mantienen. Son reconocibles el tono bajo, las historias mínimas y una métrica que los acompaña, como en «Bosque de hielo»: esa «Tierra blanca...» con «...altísimos pinos...» o «...la nieve...» que «...se hunde / para hacer el silencio...», que son, si se quiere, una definición de tu postulado estilístico. ¿Cómo llegás a ese camino? ¿Qué, en este recorrido, es una constante y qué va variando de un libro a otro? ¿Condicionó, en alguna medida, la edición de tu obra reunida, «Ramitas», la escritura de «La lengua de la llanura»?
Carlos Battilana: La escritura es, entre otras cosas, un impulso. Y, en ese sentido, hay como una sensación primera que tal vez aparezca como vestigio e inscripción en el poema. Luego, además de las sensaciones, la lengua cotidiana, las expresiones que escuchamos en la calle, las lecturas, las experiencias se filtran en la poesía. ¿De qué modo? A través de una forma. Una forma visual y acústica. Al leer «Ramitas», tal vez haya un tono que reúne todos los libros: el tono bajo y cierto interés por lo mínimo, la perplejidad por las cosas ínfimas. El libro contiene poemas en versos, poemas en prosa, poemas breves y otros más extensos. Tal vez con «El lado ciego» surge una suerte de fluencia sonora que recorre un tono homogéneo. Con «Materia» ingresa un despliegue asociado a la pérdida. Allí los sentimientos parecen adoptar un estado que incluye la emergencia de la infancia. Y, en el último, «La lengua de la llanura» trato de explorar un imaginario relacionado con las lenguas perdidas y con seres originarios atravesando la extensión de la llanura, al lado del mar. A pesar de esa aparente diversidad, estoy seguro de que hay un hilo que articula todos los libros.
Gilgamesh: Has escrito tu poesía y, al mismo tiempo, los ensayos de «El empleo del tiempo. Poesía y contingencia» (El ojo de mármol, 2017). ¿Qué se inscribe entre tu poesía y tus ensayos? ¿Qué, de estos textos, hace pie en tu obra poética? Visto en perspectiva, ¿agregarías a «El empleo del tiempo...» nuevos capítulos con nuevas genealogías?
Carlos Battilana: La escritura crítica no deja de ser una forma de la autobiografía, ya que la experiencia de lectura implica una mirada y una respiración. Además, cuando se escribe crítica, se despliega un modo de percibir y un conjunto de creencias. El rastro de una lengua poética aparece en esos textos. ¿De qué modo? Adhiero a la concepción de los románticos alemanes, que establecían una conexión necesaria entre la experiencia poética y la experiencia crítica. Consideraban que la crítica tenía una dimensión creativa en virtud de su interacción con el texto artístico. Sin imaginación, no es posible hacer una crítica interesante. En otro registro y bajo otra formulación, la crítica es una prolongación de la lengua del poema, ya que despliega el germen crítico que todo poema contiene. No obstante, aunque la crítica pueda dar cuenta de la vibración emotiva de un poema, nunca es la prolongación de un estilo ni es atractivo que sea una mimesis verbal del poema que se lee, por más que haya una afinidad estética o ideológica. La crítica también es un corte. Cuando hablo de prolongación, hablo de una interacción comprensiva que luego se despliega en otro registro de escritura.
En «El empleo del tiempo» aparece una pregunta acerca de la poesía y el tiempo: ¿de qué modo ingresa la poesía en nuestra vida?, pero, también ¿qué hacemos con la poesía y qué hace ella con nosotros? El título del libro proviene del film de Laurent Cantet, que se aplica al uso del tiempo que hace el mercado. La película no deja de mirar los cuerpos esculpidos por el capital. Traté de invertir el enunciado en función de la poesía. ¿Cuál es su tiempo? ¿Cómo se demora el poema en quien lo lee o en quien lo escribe? ¿Cuál es el empleo del tiempo que requiere la poesía? Parece ser un tiempo a contracorriente de las exigencias del mercado. Esa demora, ese empleo del tiempo de la poesía, es distinto a las demandas del sistema laboral capitalista.
En el libro incluí textos sobre autores que me interesan particularmente, Juan Manuel Inchauspe, Estela Figueroa, Jorge Leonidas Escudero y, desde ya, menciono la experiencia poética latinoamericana como un sustrato de enunciación: José Martí, Rubén Darío, César Vallejo. También hay textos sobre poetas coetáneos con los que siento afinidad o que me gustan mucho. Supongo que si armara un libro similar incluiría, en principio, algún ensayo sobre Sor Juana Inés de la Cruz y otro sobre Juan L. Ortiz.
Gilgamesh: Leemos en «Filatelia»: «Y admiro / esa labor / artesanal / la precisión / que requiere / el cuidado / de una tarea ociosa». ¿Cómo te posicionás frente al mercado editorial y a “la familia” poética que departe entre lecturas, festivales y concursos?
Carlos Battilana: Esos versos refieren el arte de la filatelia, pero también a la artesanía del poema. La poesía circula en festivales, en concursos, se extiende a través de los comentarios y de la crítica en distintos medios y, sobre todo, en el fervor del boca a boca. No deja de ser algo que siempre ocurrió. Los modos de ingreso de la poesía de un/a autor/a en lo que se llama el campo literario, que idealmente podría ser un ámbito de escucha, no deja de ser una forma de concebir la poesía. El modo en que nos relacionamos con los poemas, la manera que tenemos de darlos a conocer también es un acto de índole poética. Las editoriales de poesía en los últimos años se han expandido. Los modos de la circulación son muy distintos, por ejemplo, a los de los años 80 e, incluso, a los de los 90. Aunque en esa última década, la de los 90, hay un germen de diferenciación respecto del pasado, ya que aparecieron editoriales independientes por afuera de las editoriales más características. Y por allí circuló una poesía muy potente en editoriales mínimas en su formato como Siesta y Ediciones del Diego. Lo artesanal empezó a formar parte de la poesía en términos de construcción: una artesanía no solo verbal, sino también material, que implicaba la elaboración de los libros. Esos modos de intervención fueron decisivos para construir un lugar nuevo. En la actualidad, hay diversas editoriales, algunas muy bellas en la conformación de su catálogo. La circulación en la web sin duda transformó los modos de recepción. Respecto de las editoriales, no me acuerdo particularmente cómo se gestaron esos encuentros, pero sí agradezco el interés y la generosidad por publicar mis libros. A lo largo de los años, publiqué en distintos lugares: Siesta, Vox, Viajera, Caleta Olivia, Zindo&Gafuri, La Sofía Cartonera, Conejos, Viajero Insomne, Vera Cartonera, Excursiones, El Ojo del Mármol, y se publicaron algunas plaquetas y libritos mínimos en Ediciones del Diego, Color Pastel y Ediciones Arroyo.
Gilgamesh: ¿En qué tradición poética te reconocés? ¿Cuáles son los poetas que más han influido en tu obra?
Carlos Battilana: Ya mencioné algunos en la pregunta anterior. Hay muchos poetas que he leído con emoción e interés. Obviamente, aprendí de esos poetas. Mencioné a Vallejo, Inchauspe, Figueroa. Podría agregar a la que considero la mayor poeta americana: Sor Juana. Pero también la poesía italiana, por ejemplo, que siempre me interesó: Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Eugenio Montale. En algún momento, al principio, recuerdo que intenté cruzar esa experiencia de lectura casi de modo antitético, casi de modo disonante, con la poesía de Raymond Carver, que leí a principios de los años 90. Eran experiencias de mezcla, de aprendizaje y de intentos sobre qué hacer con lo diverso de la poesía para escribir. Aunque siempre que comenzamos a escribir un poema, carecemos de un saber preciso. Estamos como a la intemperie. La destreza y el hábito de la práctica van a contrapelo de la poesía. La poesía parece ser un acontecimiento que, en algún momento, empieza a regirse por un ritmo singular que impulsa la escritura. Ese momento es vertiginoso. Además de los autores que mencioné, me interesó la particularísima escritura de Constantino Kavafis donde narra historias y, de pronto, un detalle, una manera de decir algo preciso, irradia de sentido todo el poema. Hay tantos. La poesía de Alfonsina Storni me fue tomando de a poco. Es una poesía que se va transformando y que pasa por distintos estados: de la alocución a la ironía, de la intimidad a la mirada vanguardista de la ciudad. Delfina Muschietti, en su momento, hizo un trabajo muy importante para su edición, difusión y análisis. También me gustan muchos otros poetas más acá, como la poesía de Irene Gruss y, aún más para acá, la de Sonia Scarabelli. Y poetas más jóvenes como Santiago Venturini, Martín Armada, Celeste Diéguez, Patricio Floglia. Hace poco leí «Yeguariza», de Camila Vázquez: me impactó.
Gilgamesh: ¿Qué opinión te merece la postura de Witold Gombrowicz en su conferencia «Contra los poetas», cuando afirma «...que a casi nadie le gustan los versos y que el mundo de la poesía en verso es un mundo ficticio y falseado...» o cuando Irene Gruss, en una entrevista de Gustavo Yuste, nos dice que «...se está escribiendo mucho y al pedo»?
Carlos Battilana: La poesía adquiere distintas formas. Se expande de distintas maneras. Y nos conmueve o no. Que se escriba mucho no lo veo mal. Todo lo contrario. Luego está la autoconciencia de cada poeta si quiere que eso circule. El momento de la escritura incluye la corrección, que es una forma decisiva de esa autoconciencia. Corregir no es necesariamente modificar todo el poema. A veces incorporar o sacar una coma es todo. Corregir es volver a leer. De todos modos, publicar también aligera. En cierta forma es escribir porque nos permite continuar, ir hacia otro lado.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variaciones, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y, quizá, también leída por algunas de sus amistades… Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Carlos Battilana: La poesía apunta al origen del habla. Es la sustancia del poema aunque no es el poema. El poema no imita al habla. La transfigura. Allí está el corazón de la poesía, en esa llama que se mueve y se agita. Charles Baudelaire, a mitad del siglo XIX, rompió con el lector apacible y sosegado de la burguesía, e incluso lo insultó. Recuerdo su «Epígrafe para un libro condenado». Octavio Paz dijo que “la poesía es un alimento que la burguesía —como clase— ha sido incapaz de digerir”. Sabemos eso. Comienza con Baudelaire la pérdida de contacto de la poesía con el público lector masivo. El nuevo lenguaje no soportaba el antiguo concepto de belleza. Baudelaire fue como un excomulgado. La revolución de su poesía proviene de su disonancia. Rompe con la masividad para instaurar una conexión nueva. Empieza a escribir de otro modo, fuera de los tics del consenso. Introduce los residuos de lo urbano como tema de la poesía. Propone otro modelo poético. Un modelo infernal. Más adelante, las imágenes y las metáforas de Rimbaud no necesariamente son aprehendidas de un modo unívoco por los lectores. Se instaura una lengua otra que sorprende y también expulsa. Pero con una fuerza social impredecible: la poesía pone en jaque la lengua pública cuando está a punto de coagularse, cuando la comunicación es una forma instrumental que deja de lado una dimensión genuina. Esa experiencia moderna proyectó el futuro de la poesía, y aún sentimos los ecos de toda esa poesía. No obstante, la poesía afecta a la lengua pública, aun de manera secreta. Incluso con quienes no la leen frecuentemente, la poesía promueve el ingreso a una sensibilidad desconocida sobre el propio decir. La poesía no tiene una posición defensiva ni de reclusión. No puede tener esa actitud porque en su naturaleza apunta al patrimonio común que es la lengua. La poesía no deja de revitalizarla. Cuando está a punto de calcificarse, la interroga. En el campo social, como un breve ejemplo, y casi como un hecho político, conozco a algunos docentes, que en muchos casos son también poetas, que intentan transmitir en el ámbito escolar un modo de vivencia de la lengua poética. Eso es un germen. Ese acto aparentemente mínimo puede ser inmenso. La poesía está en muchos lugares, nos roza. Nos afecta y también nos transforma.

RESEÑA BIOBIBLIOGRÁFICA

Carlos Battilana es autor de los libros de poesía «Unos días» (Libros del Sicomoro, 1992), «El fin del verano» (Siesta, 1999), «La demora» (Siesta, 2003), «El lado ciego» (Siesta, 2005), «Materia» (Vox, 2010), «Presente continuo» (Viajera, 2010), «Narración» (Vox, 2013), «Velocidad crucero» (Conejos, 2014), «Un western del frío» (Viajero Insomne, 2015), «Una mañana boreal» (Club Hem, 2018) y «La lengua de la llanura» (Caleta Olivia, 2021). Sus poemas han aparecido en antologías de poesía argentinas y latinoamericanas. La editorial Caleta Olivia publicó su poesía reunida con el título de «Ramitas» (2018). También se han publicado las plaquetas «Una historia oscura» (Ediciones del Diego, 1999), «La hiedra de la constancia» (Color Pastel, 2008) y «Fluido eléctrico» (Ediciones Arroyo, 2019). La Universidad Nacional del Litoral ha publicado una antología con sus poemas, cuyo título es «Luz de invierno» (Vera Cartonera, 2020). Carlos Battilana ha realizado la compilación y el prólogo de las crónicas periodísticas de César Vallejo reunidas en «Una experiencia del mundo» (Excursiones, 2016). Ha publicado también el libro de ensayos «El empleo del tiempo. Poesía y contingencia» (El Ojo del Mármol, 2017). En coautoría con Rodrigo Caresani ha escrito el prólogo de «Nuestra América», de José Martí (Biblioteca del Congreso, 2019). Ejerció el periodismo cultural y se desempeña como docente en el área de Literatura Latinoamericana (UBA) y de Introducción a los Estudios Literarios (UNAHUR).

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