martes, 7 de mayo de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a RAFAEL FELIPE OTERIÑO

(Publicado en la página de Facebook el 26 de octubre de 2022)

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata, en 1945. Es poeta, profesor y crítico literario.
En sus respuestas a nuestra entrevista, Rafael dice:

«…En un mundo superpoblado de palabras, escribir un libro es un acto de libertad pero también de responsabilidad…»

SELECCIÓN DE SU OBRA

UNA PALABRA
Para decir piedra,
pez, viento, paloma,
tuve que vivir.
Para saludar a un barco,
para decir estela,
espejo de mar, bahía,
tuve que vivir.
Para guiarme por las estrellas,
para seguir un rumbo fijo,
tuve que vivir.
Para señalar el norte,
para esperar respuesta,
para saber esperarla,
tuve que vivir.
Para decir caballo: mi caballo.
Todo debió pasar
por mis pies, por mis manos,
tocarme, golpearme,
penetrar mi piel
como el lento acoso de una fiera.
Para afirmar: “-este es el aire
y el fuego”,
“-esto lo líquido y lo sólido”,
y que aire, fuego
líquido,
sólido,
desnudaran su corazón de medusa,
su confundido aroma.
Más allá de todas las tentaciones,
por encima de todas
las preguntas,
tuve que vivir.
Para decir una palabra,
para decir una sola
palabra,
para que naciera esa palabra,
tuve que vivir.

ESTA LEY
Cuando no se puede ir más abajo se comienza a subir;
pregúntaselo al madero después del naufragio,
pregúntaselo al nadador en la corriente,
pregúntaselo al ahogado;
pregúntaselo a la moneda en el lecho del río: parece flotar,
al cazador que frente al blanco cierra los ojos,
al guardafaro, al guardavías, al centinela de la torre,
a los que atraviesan la noche negra con rostro despavorido;
pregúntaselo a los que sueñan y no pueden despertar,
a los que empujan en el desierto una piedra enorme,
al suicida, al miedoso, al temerario,
a los que llegan a la tierra de nadie
y encuentran que en verdad no hay nadie;
pregúntales,
porque hubo un día en que ellos tocaron fondo;
ellos plantaron un árbol y lo vieron desmoronarse,
ellos buscaron el sol y lo hallaron caído,
ellos cerraron los ojos y volvieron sobre sus pasos;
se lastimaron un hombro,
vieron leviatanes ensuciando su saco y su almohada,
y fueron más lejos:
vieron a la rosa desprenderse del tallo;
pregúntales,
porque conocieron primero esta ley de la gravedad a la levedad
y ahora son libres.

ESCRIBO CARTAS
Ordeno manuscritos,
cartas de ayer,
libros que unos pocos envían
para sumar otra opinión
a la suya: la única
verdadera.
Contesto
puntualmente esas cartas,
no por una fe
acostumbrada a debatir,
no para abrigar una obra
que nació sola
y que sola habrá de cruzar
el mentido mar
del que nacen dioses
y por el que mueren hombres.
Las contesto,
porque sé que esas cartas,
los libros que llegan,
son manos abiertas
que recorren el planeta
nerviosamente,
con precipitación.
Abrazos
que no nos dimos
en el momento justo,
cuando la noche cerraba sus puertas
y emprendíamos el viaje
hacia molinos
que siempre fueron de verdad.
Un encantamiento
de la muerte
del que no hemos regresado:
cosas así.

LA CUOTA DE NADA
No se debería abandonar una casa:
se llena de fantasmas.
Los que estaban y no se dejaban ver,
los que llegaron luego,
los que se aprestan para vivir.
Los muros se cubren de un musgo espeso
que tú, que allí has vivido,
no deberías ver.
La mano traza figuras cada vez más débiles
en los vidrios.
Es como ver lágrimas.
Algo que acaba de caer,
pero penetra muy hondo, y allí se queda.
A esa suerte algunos le llaman futuro,
otros, destino.
No deberías decir: yo no soy ése.
No deberías decirlo.
Volver, si puedes, cuando amenacen quitarte
la parte que llevas dentro.
La cuota de nada que te pertenece.

LOS LIBROS QUE LEÍMOS
Cada uno formó su biblioteca
y cada uno luego la perdió;
algunos la rechazaron por demasiado lírica,
otros arrojaron sus volúmenes a un baldío
para salvar sus vidas.
Y hubo quienes,
por voluntarios exilios,
la redujeron a contados títulos
-casi esotéricos, casi siempre anacrónicos-
en los que ardía la llama de una pasión.
Libros leídos hasta el final,
hermosos como edificios;
otros de los que se recuerda una línea o dos;
y aquellos otros, más livianos,
en los que el jugo se secó demasiado pronto.
Fueron relámpagos en el cielo nocturno,
trombas desatadas por la misma mano
-siniestra o providencial-
que dispersó esas páginas,
y con frases entrecortadas, un credo.
Pero algunos de esos libros
sobreviven en los estantes:
ajados, subrayados,
con hebras del verano,
nos esperan a la vuelta del camino.
Un caos, un hermoso caos,
porque de ellos emergen unas sombras:
nosotros.

YO CORRÍA
Era el delicioso ‘83,
claro que en él no tenía
esta tendencia barrosa
a volver sobre los pasos; yo corría,
y la mañana corría conmigo: perros en la plaza,
un chico y su bicicleta,
la señora que se apartó para que yo pasara.
.
Como una música ordenada,
todo tendría que haber continuado su marcha
hasta la consumación:
cada perro encontrar a su amo,
el chico llegar a grande,
y el árbol, que nos cubría a todos,
perder su flor azul y ser un bosque.
Pero ninguno se ha movido: aún no.
Suspendidos en su arrobo de su memoria,
los hechos pierden una cualidad
que les es propia: la transitoriedad;
vistos al trasluz, persisten como cristales:
son punzaduras, caligrafías,
dorado sílex en tierra carpida.
Y como la fotografía
sólo captó que yo corría,
esa mañana no miente ni ha cesado:
los perros aún husmean papeles en el viento,
el chico cruza veloz entre hojas,
la señora apura el paso,
y yo, más liviano que el aire,
no he dejado de correr y tampoco he llegado.

UNA ALQUIMIA
Si mis vecinos orientales
me vieran recoger la bosta
y esparcirla sobre el cantero,
dirían que he desertado de la poesía.
Ellos no saben
que la poesía es una alquimia de energía y forma,
y que ambas descienden a la vez.
Sólo que a la forma la podemos aprender
leyendo a Catulo o a Banchs
o al valéryano Mastronardi,
mientras que a la energía hay que recogerla,
y si es de la calle y aún está tibia, mejor.
(Es, dirían los ilustrados,
un choque de civilizaciones, un diálogo
entre culturas).
No queda, pues, otro remedio que aprender
las viejas reglas
y salir, de tarde en tarde, a la calle,
apenas suena
el paso vigoroso del caballo.

FOTOGRAFÍA DE MIS PADRES
Este año no tuve presente sus aniversarios,
qué raro, yo que aprendí de ellos a recordar.
Los años se atropellan unos a otros,
y ya es difícil saber qué está arriba y qué está abajo.
El anciano maestro, por ejemplo, está abajo
y sin embargo me acompaña
cuando doy clase a mis alumnos;
su vino joven enrojece mi boca,
aunque su lección está lejos, diminuta en la tierra.
Todo es íntimo y necesario mientras vive,
luego toma formas redondeadas
y hasta puede rodar, ocultarse y regresar sin aviso.
Pero ya es otro y casi no lo reconoces.
Ayer encontré esta fotografía,
extraviada hace muchos años,
y sus ojos, mirándose enamorados,
parecían eternos.
Y son eternos, porque es lo último vivo
que ha quedado de ellos
y que continúa su coloquio en este cuarto.

ARROYO CARNAVAL
No era un río,
no era el mar donde los compañeros del aula veraneaban,
yo lo atravesaba sobre troncos atados.
La otra orilla no era un país,
ni siquiera una región diferente,
donde la curvatura del mundo fuera más visible.
Allí nos emboscábamos y cazábamos.
Cegados por la claridad,
disparábamos perdigones que no daban en el blanco.
No era un río ni una región ni un país,
las cortezas disputaban a las mañanas sus geografías de luz,
las arañas caminaban sobre el agua sin dejar rastros.
Era lo verdadero,
todo lo demás es una historia que se empeña en retroceder.

Y EL MUNDO ESTÁ AHÍ
Imagina que todo recomienza y que tu cuerpo está ahí,
rodeado de plantas y animales, bajo la columna y el dintel,
mientras voces jamás oídas golpean a la puerta;
que das un paso y otro y que nada se opone a los siguientes.
Imagina que espíritus protectores te acompañan,
hasta una calle dormida en la que se oyen voces anteriores.
Imagínalo, porque todo eso ya pasó: las casas fueron tapiadas
y los ángeles de la infancia abandonaron sus puestos.
Las columnas continúan firmes con su dintel.
Un silbido nuevo ensordece el día. Y el mundo está ahí,
con una pluma de ave del paraíso en cada mano,
para quien sea capaz de dar el próximo paso y los siguientes.

DASEIN
Es tan corto este día,
que en un rapto se agolpan
la mariposa
del jardín anterior,
el viento frío de septiembre,
sin tener en claro
cuál de las dos ha de reinar.
Tan corto,
que en un abrazo
puedo contenerlo,
con la sensación
de asistir a algo
que se consuma
sin haber existido.
La huella
sigue a la mano,
la perla
al pescador de perlas,
la pluma al pájaro
y el trueno
al oído.
Flecha súbita
que alcanzó su blanco,
cita no concertada
en el jardín de las delicias,
y yo en el medio,
oficiante anónimo,
ciego guardián.

HISTORIA FAMILIAR
He vivido más de lo que pensaba
y ahora soy yo el que cuenta la historia;
desaparecidos todos ellos,
puedo darles forma de pájaro o de pez,
o lanzarlos a caminar sobre una cuerda,
y nadie me lo discutirá;
voltear muros, fraguar encuentros,
hacer ruido en los cuartos y descubrir tesoros,
y nadie me los disputará.
El pasado flota igual que un iceberg,
el puerto hacia el que marchábamos
sigue cerrado por brumas, como entonces;
el muelle forma un espejismo
ante el que nos inclinamos
y al que veneramos, cifrando palabras;
también a punto de extraviarse,
todavía no ha comenzado
su deslizamiento hacia abajo.
El este y el oeste son geografías en el mapa,
pero algún día ya no lo serán;
la tormenta y el eco se escucharán lejanos,
y otros intérpretes más audaces
retomarán la historia
con sucesivas e inevitables erratas.
Y serán –como ahora lo soy yo-
partes de un sortilegio:
los últimos y los primeros en contarlo.

ACTO DE FE
Me aferro al rayo de sol, al grano de arena,
a la nube que cruza de oeste a este.
Me aferro al agua que bebo y a la tierra que piso,
a la corteza del árbol y a la raíz.
Me aferro al mes de julio,
a las páginas del Quijote,
a la lluvia lenta y a la pajarita de papel.
Me aferro al ámbar, al lapislázuli,
a las vetas de la madera,
a la piel del durazno y a la oración.
Me aferro al fagot grave, al solo de violín,
al Adagietto de Mahler.
Me aferro al mar porque es mar
y a la roca porque es roca,
al laberinto porque me extravía
y a la línea del horizonte porque me llama.
Me aferro a las enumeraciones,
a la cifra exacta, al número impar.
A la planicie
que pronuncia, en sus intervalos,
el nombre de Dios
y deja al descubierto una gran colina blanca.
Me aferro al viento,
a la noche oscura, a los senderos de grava.
Al viento, al viento
que desespera en las hojas
y borra, con misericordia, todas las señales.

Salmo
Nunca se equivocaron
los Viejos Maestros
W.H.Auden
El mundo existe, las cosas existen:
la piedra, el sol, el aire,
el pájaro en vuelo
y la primavera en la rama.
Cuando el desánimo nos abate
la memoria se encarga de recogerlos
y forma con sus semillas
el volcán y la rosa, la cantera y el sonido.
También la ola, el claro del bosque,
las iglesias góticas
y los campos de lavanda
nos salvan de la tristeza.
Eso lo sabían los Viejos Maestros,
y amaban la perspectiva,
los álamos de Italia
y la sal de la tierra.
Eran incansables: repetían
el oro brillante y la esfera celeste,
las nubes en el cielo
y el suelo bajo los pies.
Que lo visible perdure,
que lo incontable renazca:
eso debatían en los talleres,
y en las telas abundan colinas, iglesias, árboles.

ENTREVISTA CON EL AUTOR

Gilgamesh: Rafael, su poesía se caracteriza por la utilización del verso libre, un
cuidado en el ritmo (una musicalidad que se «oye») y por una voz poética que
reflexiona, cuenta, invita al pensar. ¿Cuáles fueron las búsquedas que orientaron su escritura?
Rafael F. Oteriño: Tengo escrito, con cierta insistencia, que la poesía no está llamada a decir más de lo mismo, sino lo otro de lo mismo. Esto es, no a describir o mentar lo existente, sino a expresar lo callado, lo soslayado, lo inerme. «De lo visible extraer lo invisible», también se ha dicho, con cierto eco saint-exuperyano. La transfiguración es su modo de operar: decir esto para significar aquello, decir esto en términos de aquello. ¿Y por qué este desplazamiento? Porque no hay otro modo de decir lo indecible más que con las palabras diarias de lo decible. Para decir «angustia» pronuncio «páramo», para decir «vida» aludo a «claro del bosque», anteponiendo una realidad a la otra, a fin de darle mayor significación por su impacto emotivo. Una puesta en acto del sentimiento o de la idea antes que la mera enunciación de sus perfiles, que siempre son más pobres que la experiencia en sí misma. Eso es la poesía para mí, y mis búsquedas estuvieron motivadas por el propósito de echar luz sobre aspectos puntuales de lo visto o vivido, mediante la creación de una realidad verbal que los pusiera de manifiesto sin explicarlos. Haciendo de la poesía un modo de conocimiento.
Gilgamesh: ¿Cómo llega el poema? ¿Cuándo sabe que el poema será parte de
un libro? ¿Aparece primero la idea de un libro o surge un poema que detona el
libro?
Rafael F. Oteriño: El poema llega de la manera más impensada: por una música oída, por una frase escuchada al azar, por la lectura de otro poema –propio o ajeno- en el que hallamos alusiones que queremos prolongar. Dylan Thomas decía que escribía poesía porque estaba enamorado de las palabras. Y apuntaba bien, porque para el poeta es en y con las palabras dónde y cómo se juega su suerte. Allí está encerrado el mundo que quiere expresar: su tarea no es otra que la de ponerlo en acción dándole estatura verbal. En un mundo superpoblado de palabras, escribir un libro es un acto de libertad pero también de responsabilidad. Cada poema y cada libro vienen a decir algo, y eso que, consciente o inconscientemente sabe el autor, es lo que le da unidad al conjunto. A menudo, dicha unidad está cifrada en un poema o en el título del libro.
Gilgamesh: Charles Simic dice que su ambición «es arrinconar al lector y hacer
que piense e imagine de manera diferente». ¿Cuál es su postura frente al
lector? ¿Hay un lector ideal a la hora de comenzar a escribir?
Rafael F. Oteriño: creo que esa impronta de hecho se produce, pero, en lo personal, debo decir que no está en mi intención. Antes bien, yo observo al lector como a un alter ego, a quien pongo a consideración mi poema para que lo haga suyo, aun disintiendo conmigo, en el acto hermenéutico de la lectura. En esta dirección, extremando la postura, he calificado al lector como coautor, ya que la lectura es un acto de legítima apropiación y él es soberano en el momento de tomar contacto con el poema. En lo que sí coincido con Simic es en el adverbio adjetival “diferente”: sí, la poesía tiende a hacer que se piense de manera más suelta, menos constreñido uno por la convención y el concepto. Hay un lector ideal que a veces es un tercero o, por lo común, es el propio autor, desdoblado: lo que uno quiere, piensa o sueña.
Gilgamesh: Desde sus primeros poemarios («Altas lluvias», 1966; «Campo
Visual», 1976) hasta los últimos («Poemas escondidos» y «Y el mundo está
allí»), las búsquedas van hacia un mismo lugar o cada nuevo libro se abre a
universos desconocidos?
Rafael F. Oteriño: Como seres vivos estamos atravesados por la temporalidad. Por lo tanto, las búsquedas, los motivos, los disparadores del poema cambian con los años. Esos cuatro títulos son buena prueba de ello: «Altas lluvias» es de mis diecinueve/veinte años y el adjetivo «altas» está marcando la dimensión del horizonte inacabado de entonces; «Campo visual», que es de diez años después, ya supone una toma de conciencia del material de la poesía y de la tarea a cumplir; mientras que el más reciente «Poemas escondidos», revela cuánto de lo oculto e indescifrable puede todavía llegar a observarse en el telón de fondo de la edad madura. Por fin, «Y el mundo está ahí», de fecha aún más reciente, expone, no sin cierta desazón atemperada por una inevitable conciliación, que, pese al camino recorrido, los interrogantes de la primera hora siguen firmes, pidiendo más exploración, más escritura.
Gilgamesh: El crítico literario y el docente que también es, ¿aportan,
interfieren en la creación poética?
Rafael F. Oteriño: No, por el contrario: agudizan la búsqueda. La escritura de poesía no es un acto inocente, aunque tenga mucho de ello. Escribir poesía es un acto de la conciencia alerta, que, en determinado momento, como en un arrebato, recibe de las palabras algo así como el mandato de darle cuerpo verbal a la intuición, que –como sabemos- está compuesta por emoción y experiencia. La intercesión del teórico y del docente aporta un saber relativo a los caminos ya transitados, a los vocablos inexpresivos, a las ideas perimidas, a la fecunda experiencia de lo nuevo.
Gilgamesh: ¿Qué autores han sido fundamentales en su formación intelectual?
¿Qué autores no pueden desconocer quienes se internan en el camino de la
escritura poética?
Rafael F. Oteriño: Muchos, variados, y se fueron sucediendo y en algún caso reemplazando en las distintas etapas de mi vida. Podría mencionar, en rápida nómina: Borges, en primer lugar y siempre; Ricardo E. Molinari, Mastronardi, Valéry, Saint-John Perse, Antonio Machado, Montale, Czeslaw Milosz, W.H.Auden, los ensayos de Octavio Paz, Joseph Brodsky y Seamus Heaney, la hermenéutica de H.G.Gadamer, la ensayística de Georges Steiner, la poesía póstuma de Joan Margarit. En cuanto a los autores a leer por quienes se inician en la escritura: Homero, Virgilio, Dante, Keats, Quevedo, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Rilke, Vallejo, Miguel Hernández, Ungaretti, Borges, Eliot, Larkin, Elisabeth Bishop, Symborska, Carver, me parecen lecturas insoslayables. Todos ellos y acaso ninguno, porque todo autor concluye haciendo su propio canon, el que a la postre es la fuente de su propia voz.
Gilgamesh: ¿Cuál es su relación con la obra de sus contemporáneos? ¿Se
siente parte de una generación poética? ¿Cómo ve el panorama actual de la
poesía? ¿Participa de lecturas públicas y de concursos?
Rafael F. Oteriño: Leo con mucha atención a mis contemporáneos. Ellos abren sendas por las que yo luego transito con gratitud. La experiencia de la poesía nunca es solo personal. Es temporal, es generacional. En mi caso, creo pertenecer a una generación que comenzó a escribir a mediados de los ´60 y a la que se dio en llamar generación del ´70. Poetas que aprendimos a conjugar la emoción y el sentimiento con las ideas, y que, por razones de época, también aprendimos el valor de lo tácito y lo callado –del silencio como locución- que dio lugar a una poesía de fuerte connotación hermética bajo el episódico influjo de Eugenio Montale. En algún trabajo anterior he hablado de «un delta de muchos brazos» para aludir al escenario de la poesía actual, en el que la impronta de la poesía escrita por mujeres tiene una sello distintivo e inconfundible. Gran parte de la poesía actual proviene de ellas. Participo poco de lecturas públicas. Todavía siento a la poesía como un acto solitario de encuentro del lector con la página. No me presento a concursos desde hace más de treinta años.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes,
repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George
Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un
asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la
memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es
escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades...
Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este
juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en su
opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Rafael F.Oteriño: Es un cambio histórico y no es precisamente el poeta quien está llamado a cambiarlo. Acaso por la percepción de que hay un exceso de exterioridad en la vida diaria, el poeta se ha refugiado en la interioridad de la persona, en sus matices y secreto, y desde allí cumple un papel relevante: el hacer que la criatura humana mantenga su integridad, precisamente, como persona. Hoy los árbitros de la vida pública son el mercado, por un lado, y el poder político, por otro. Hace bien el poeta en tomar distancia y convertirse –como decía S.J.Perse- en «la mala conciencia de su tiempo». Tal vez, a partir de esa subjetividad, como “asunto privado”, también pueda dejar escrita la buena conciencia de nuestra época. Confío en que así sea.

RESEÑA BIOBIBLIOGRÁFICA
Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata, en 1945. Publicó doce libros de poesía, el último se titula «Y el mundo está ahí» (2019). Su obra se encuentra reunida en «Antología poética» (1997), «Cármenes» (2003), «En la mesa desnuda» (2008), «Eolo y otros poemas» (2016) y «Poemas escondidos» (2019). Ha recibido las siguientes distinciones: Premio publicación del Fondo Nacional de las Artes (1966), Primer Premio de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (1985/88), Konex de Poesía (1989/93), Consagración de la Legislatura bonaerense (1996), Premio Nacional Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014), Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (2019). Codirige la colección Época de ensayos sobre poesía, donde se publicaron sus libros «Una conversación infinita» (2016) y «Continuidad de la poesía» (2020). Ejerce la crítica literaria y la docencia universitaria. Es Miembro de Número de la Academia Argentina de Letras y Miembro Correspondiente de la Real Academia Española.

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