jueves, 2 de mayo de 2024

GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a DANIEL FREIDEMBERG
(Publicado en la página de Facebook el 27 de diciembre de 2023)
Daniel Freidemberg nació en 1945 en Resistencia (Chaco). Desde 1966 reside en Buenos Aires.
Es poeta y coordina talleres de lectura y escritura de poesía.
En la entrevista, Daniel, dice:
«Reformularía así la frase de Montalbetti: el poema, un instrumento para desentumecer capacidades espirituales (intelecto, sensibilidad, imaginación, etcétera) que tenemos en desuso.»
«...a la necesidad de crear no hay cómo eliminarla, a pesar de todo: alguien, en algún momento, encuentra el modo de acceder a lo que uno consiguió escribir y el milagro se produce. No es multitudinario, pero el milagro se da, se sigue dando, me consta.»
SELECCIÓN DE SU OBRA
Dos de las catorce partes de «Esa materia que se fuga» (2023)
HE VISTO SOMBRAS EN CÁMARA LENTA…
He visto sombras en cámara lenta,
palmeras pintadas en la pared, mentirosas,
grietas en el esmalte, y tras la grieta el sentido
que consiente en mostrarse
(algo al caer el esmalte, los revestimientos,
consiente en mostrarse,
al caer las cartas de presentación,
los eufemismos contra la intemperie).
Lo que sale a la vista, porque, a pesar de todo, estaba.
II
Detrás de las grietas, de los
descascaramientos,
consiente en mostrarse,
de la fisura,
de lo que no aguantó,
consiente en mostrarse,
del ruido del tránsito,
o en el ruido del tránsito,
por sus motivos que no entiendo,
de lo que dura, aunque
sea en pedazos,
de la luz que se extingue,
ahí detrás
y adelante
consiente en mostrarse
(lo que, al-
guna vez,
consiente,
cuando consiente,
se supone, en
mostrarse).
En el punto de fuga
consiente en mostrarse
como un precario flash,
en la esperanza en deflación,
en la salida del sueño,
en lo que, en general,
digamos, se cayó
¿consiente en mostrarse?
III
Algo (“sentido” o
como se lo llame),
como si un leve flash,
consiente, al
caerse lo que, con
su confección vistosa, tapa,
a, para bien o mal, mostrarse
y se deshace sin llovizna siquiera,
para que nada pueda decirse hasta el fin.
IV
He visto atrás del fin otro fin
o tal vez un principio
o el suave ondear del polvo en
el rayo de luz,
sin que haga falta nada más a la escena.
V
He visto ondear, en un rayo de luz, las partículas
y eso era todo, no hay milagro en lo real.
Ninguna historia empieza ni termina en el punto
donde las cosas resplandecen su estar.
VI
Y una silueta de mujer he visto condensarse en la tarde
y abrir o hacer con su paso la tarde
como si ya ninguna duda contara
y el tiempo encontrara su razón de estar
o al fin cesara la guerra con el tiempo.
VII
Oí al mundo rodar, al amanecer, tras los vidrios
y el silbo ominoso, antes del alba, de un zorzal.
Ruido de mar venía, sentí, ahí, tras la ventana
(y no era el mar, era el tránsito en marcha).
HE VISTO LIBROS DE HISTORIA RECICLADOS
He visto libros de historia reciclados,
su obstinación, con razón o sin ella,
fuera de toda condena o salvación,
siempre a destiempo.
He visto almas recicladas,
almas sin revisar
almas con parches ostentosos,
almas que perdieron su revés,
almas perfectas en su perfección perfecta,
almas que hallaron al caer su redención
y almas ya libres de alma,
puestas nomás a ser eso que son,
por un ratito, al menos,
es decir para siempre.
II
He visto la saga de los asesinos,
su savoir faire, su expertise, su glamour,
las marcas que deja su paso en los cuerpos,
su buena salud,
su hacer nido en las almas,
su password para todo,
su vocación de futuro.
Su impermeabilidad, sus cucardas, su porte,
su sagrada libido, su desmadre sagrado,
su menefrega invicto, su vocabulario ad hoc,
sus bedeeseeme, su sitio en la grilla,
su “te la debo”, sus facilidades extendidas.
He visto sus blancas deposiciones brillar,
un dedo sin brazo, una ventana sin pared,
una disposición para los buenos negocios,
una facilidad para entender todo ahora mismo,
una lengua ya libre de misterios.
II
He visto gimnastas en su caldo,
he visto autos usados en su limbo,
y autos ardiendo también vi, grandiosos
como la caída del Imperio Romano.
O el deshacerse, ya no sé si en sueños,
de una tarde en el mar.
He visto las barcas que al oscurecer retornan.
Y vi los grandes relatos derrumbarse
sin estruendo ni música,
sin libreto ni the end,
y vi sus restos listos a encenderse
en el cambiante límite entre la sombra y la luz.
III
He visto a grandes mentes de mi generación
dar vueltas y vueltas, y eran tornillos sin rosca,
en el embudo infinito del espejo del baño, las vi
caer de cabeza en el amor y sacudirse el pelaje,
atarse a un mástil para que ningún canto las llame, remar
en letra impresa, en tramas de palacio,
las vi al trasluz de la tumba que aguarda
y la carne que tienta mientras va deshaciéndose
y la carne que tiembla sin pretextos que valgan.
Las vi cruzando una frontera desierta, marcando
los utensilios, las connotaciones,
precarias al fin, aventuradas, probables.
Tercas en su impensable gesta de seguir.
Cosa que a nadie parece importarle,
para su bien, probablemente, o su mal.
ENTREVISTA CON EL AUTOR
Gilgamesh: Daniel, después de revisitar tu obra, me encuentro con una frase de Mario Montalbetti que describe, según mi opinión, lo que acontece en tu poética. Cito: «Me interesa el lenguaje, cómo funciona, qué hace, qué nos hace. El poema es un instrumento de investigación». Y agrego, escribir un poema, ser poeta es ser un trabajador de la palabra. ¿Cuál es tu opinión al respecto? ¿Cómo te enfrentás a la escritura de un poema? Como poeta, ¿qué sigue despertando el deseo de un nuevo poema, de un nuevo libro?
Daniel Freidemberg: El asunto es en función de qué va uno a usar el lenguaje. ¿Sólo como instrumento de investigación? ¿O como realidad material e inmaterial con la que hay que trabajar, que no se deja utilizar de cualquier manera, tiene sus exigencias y a la vez posibilidades que hay que descubrir, que pueden sorprendernos y a las que hay que prestar atención? Para mí, escribir poesía es producir con el lenguaje realidades con vida propia. El lenguaje es la materia, pero no es una materia inerte: palabras y frases tienen vida, “personalidad”, y hay qué ver cómo las tratamos. La relación con las palabras es una relación amorosa, y en toda relación amorosa hay siempre desacuerdos, peleas, atracciones inexplicables, desencantos, aferramientos, estrategias que, con suerte o no, se ponen en juego, concesiones, momentos de concordancia increíbles.
No hablaría, por lo tanto, de “investigación”, aunque algo de eso hay. Pero el investigador, científico o policial, debe evitar cualquier tipo de relación personal con el objeto investigado, en tanto a la materia verbal, en poesía, sólo podemos tratarla en tanto nos concierne personalmente, en mi caso al menos, pero no sólo en mi caso. Que somos trabajadores de la palabra, no lo dudo (aunque, por lo que veo, cada vez menos gente que produce “poemas” lo considera así), pero es un trabajo en el que siempre hay que estar aprendiendo, en el que nunca sabe uno bien qué va a producir. Prefiero hablar de algo que es a la vez trabajo, juego y descubrimiento. Reformularía así la frase de Montalbetti: el poema, un instrumento para desentumecer capacidades espirituales (intelecto, sensibilidad, imaginación, etcétera) que tenemos en desuso.
¿Qué sigue despertando el deseo de un nuevo poema, de un nuevo libro? Hubo muy pocos casos (el poema sobre la muerte de Hebe de Bonafini, por ejemplo) en que el poema nació de la necesidad de poner en palabra poética algo que me pedía ser escrito. La mayoría de las veces, en cambio, me aparece en la mente una frase, una imagen o una serie de versos y, si me resultan sugestivos, veo cómo ir adelante, sin saber a dónde voy.
Gilgamesh: Acabás de presentar «Esa materia que se fuga». Un único poema arborescente cuyo punto de apoyo y despegue es «He visto...». ¿Cómo llegó el fermento, cómo fue el amasado, el levado, la cocción de esta «materia que se fuga»?
Daniel Freidemberg: Desde «Cantos en la mañana vil», de 2001, ya no escribo, salvo alguna rara excepción, poemas, sino series de poemas, series que pueden considerarse, a su vez, un largo poema cada una. En el caso de «En la resaca», incluso, lo que hice fue entreverar doce series. Y así en «Un hilo naranja» y en «Esa materia que se fuga». ¿Por qué? No sé, no encuentro otra manera. «Esa materia que se fuga», sin embargo, se distingue bastante, creo, de mis otros libros: es más enérgico, más vital, con versos en general más largos, más “abierto al mundo”, por así decirlo. No fue premeditado: tenía un poema escrito en 1985, que incluso llegué a publicar en «Diario de Poesía», pero que luego descarté, porque no pude continuar la propuesta poética que tenía en mente: una poesía sostenida en imágenes más que en reflexiones, vivaz, atenta a los conflictos y las contradicciones de la contemporaneidad, en un tono más alto que el que asumo, por lo general (estaba pensando, concretamente, en Allen Ginsberg). No lo pude continuar, otra propuesta, la que se puede ver en «Lo espeso real», se me impuso, pero de vez en cuando aquel viejo poema me volvía a la memoria: me gustaba de veras lo que había conseguido, sobre todo en los primeros versos, y al fin tomé la decisión de usarlos como base de un libro entero, también una serie de poemas, a partir del trabajo con la anáfora “he visto” y sus posibles variaciones. Funcionó: algo se me desató, un impulso de escritura, y con él la posibilidad de introducir cuestiones que me inquietan mucho, acerca del mundo que nos toca, en la vida cotidiana, en lo político, en la cultura, sin por eso obviar mis interrogantes existenciales de siempre y sin tampoco bajar línea o expresar opiniones. De poner en juego cuestiones que me resultan acuciantes se trata, no de difundir mis ideas o mis puntos de vista.
Gilgamesh: Desde tu primer libro, «Blues del que vuelve solo a casa» (1973), hasta «Esa materia que se fuga» (2023), pasaron cincuenta años. ¿Qué en este último se distancia/ se acerca a tus libros anteriores? ¿Hay búsquedas que sostenés de ese inicio o está la necesidad/ el deseo de abrirte a nuevos desafíos de un libro a otro?
Daniel Freidemberg: A «Blues…» lo veo, cariñosamente pero a la distancia, como la prehistoria de mi poesía, que empezaría realmente con «Diario en la crisis». Hay logros de escritura que me alegra haber concretado en ese primer libro, pero no es ya esa la poesía que me interesa hacer, ni la que me interesa leer, salvo en ocasionales ataques de nostalgia. Revisándolo hace poco, sin embargo, detecté ya en «Blues…», asentados de manera firme, dos rasgos que en mi escritura siguen siendo ineludibles, irrenunciables: una adicción absoluta a lo que podríamos llamar “la música de la escritura” (si lo que escribo no “suena”, para mí no va) y, en la elección y organización de las palabras y las frases, un principio básico, el de la no previsibilidad, el del rechazo a lo acostumbrado. Aun en los casos en que el tono y el léxico vienen del habla coloquial, algo tiene que haber de sorpresa, de inesperado, algo se tiene que producir en el encuentro entre las palabras de manera de que, además de lo que evidentemente “se dice”, resuenen otras cosas.
¿Abrirme a nuevos desafíos? No me lo propongo deliberadamente, pero no puedo no hacerlo. A la escritura de poesía, al fin y al cabo, no la entiendo sino como un ir hacia lo desconocido, como proponía Rimbaud. Ni siquiera cuando escribo crítica o ensayos me conformo con decir algo que ya sé, mucho de lo mejor va apareciendo suscitado por el trabajo de escribir.
Gilgamesh: ¿Recordás el momento en el cual la poesía entró a tu vida como un camino de ida? ¿Qué autores fueron señeros en tu trayectoria como lector y como autor? A la hora de encarar el proyecto de un nuevo libro, ¿hay lecturas que retornan?
Daniel Freidemberg: Fue tardío mi encuentro con la poesía. Había leído con gusto, por ejemplo, a Baldomero Fernández Moreno, el «Martín Fierro» y «La paloma de vuelo popular» de Nicolás Guillén, hacia los dieciocho años aproximadamente. De esa época recuerdo muy especialmente el momento en que un verso de los «Cien sonetos de amor», de Neruda, fue para mí una revelación: “pequeña y planetaria, paloma y geografía”. Sentí, casi físicamente, la inmensidad inabarcable y exacta de la que es capaz la imagen poética, su manera de “decir” infinitamente más a través de la conjunción de lo diverso. A la vez, empecé a disfrutar lo que había de poético en letras de canciones, por ejemplo de Castilla, Petrocelli o Dávalos. Escribiendo canciones (estaba de moda el folklore) una vez me salió algo que no era una canción sino un poema (pésimo) y me dije “tengo que leer más poesía”. El camino me lo abrió una antología de Raúl González Tuñón: se me abrió un mundo, un horizonte lleno de sugerencias y a partir de ahí no paré, pero, en lo que respecta a mi condición de autor, nada más decisivo fue que Juan Gelman, con «Gotán» y «Velorio del solo». ¿Después? La lista es inmensa, entre aquellos por los que más me siento afectado están T.S. Eliot, Joaquín Giannuzzi, Leónidas Lamborghini, Wallace Stevens, San Juan de la Cruz, Denise Levertov, Juan L. Ortiz, William Carlos Williams, Juan José Saer (la narrativa de Saer), Eugenio Montale, algunos letristas de tango, y, por encima de todo, Vallejo..
Gilgamesh: Fuiste parte de una publicación que marcó época, «Diario de Poesía». ¿Nos contarías esta historia? ¿Ves en las revistas que se publican hoy («Hablar de Poesía», «Fénix», entre otras) una (dis)continuidad de esa apuesta? ¿Qué significa, hoy, el «Diario...» en tu trayectoria como autor, lector, crítico literario?
Daniel Freidemberg: Me invitó Daniel Samoilovich, en el 86, a formar parte del proyecto: una revista de poesía que, en vez de ser vocera de una tendencia (como fueron, por ejemplo, «A partir de Cero», «Martín Fierro», «Poesía Buenos Aires», «Literal», «XUL», «Último Reino»), adoptara la forma de un diario, con cierto criterio periodístico, para oxigenar un poco la atmósfera de ghetto autosatisfactorio y autosuficiente en la que él y yo, que no nos conocíamos, veíamos encerrada a la poesía en esos años. Que al fin terminamos también expresando a una corriente es cierto, pero basta recorrer la colección para comprobar que hay mucho más que eso. Muchísimo y muy valioso. Aunque no fueron pocos los conflictos internos y las divergencias estéticas, personales e ideológicas, los diecinueve años que pasé en el «Diario...» fueron fundamentales para mí, no sería el que soy sin haber pasado por ahí. Aprendí muchísimo de mis compañeros, de todos ellos, y del trabajo mismo de hacer la revista, porque si algo puedo decir que nos caracterizaba es que trabajábamos mucho y con entusiasmo, siempre con ganas de descubrir cosas y dar lugar a lo poco o nada conocido, y de hacer pensar la poesía también, y no sólo la poesía. Cuando me retiré, un motivo fue, precisamente, que sentí que necesitaba más tiempo y menos compromisos grupales para lanzarme a hacer mi propia poesía (conscientemente o no, estar en el «Diario...» implicaba un cierto compromiso con la poética con que la revista terminó siendo identificada, y me sentía ya demasiado viejo para tener que fijarme hasta dónde puedo o no concordar o discordar con otras poéticas), y el otro motivo fueron las diferencias, especialmente ideológicas, que el devenir de los hechos en la Argentina habían acentuado hasta convertirlas en una desagradable sensación de estar en el lugar equivocado.
Habría una continuidad con el «Diario…», o con lo que decía proponerse el «Diario…», en un aspecto, al menos, el de no expresar a un grupo o a una corriente, en «Hablar de Poesía», en «Op.cit», en «La Guacha». El problema es que, a esta altura de las cosas, la amplitud parece haberse vuelto, por lo que estoy viendo, algo demasiado cercano al “todo vale”, en cuanto a criterios estéticos: gente que escribe en serio junto a quienes se conforman con contar —“contar”, digo, no “elaborar poéticamente”— sus minucias personales. En todo lo demás, no veo continuidad con «Diario de Poesía», salvo en «La Guacha», que mantiene el formato y algún amago de periodismo.
En el «Diario…», como ya dije, me formé, como lector y crítico (también en las colaboraciones para los suplementos de Clarín y Página 12 y en las ediciones que preparé para el Centro Editor de América Latina): se amplió mucho mi capacidad de lectura, fue mucho lo que, por suerte, tuve que revisar y replantear. Y no quiero desconocer que también hay otro beneficio, más pedestre, que le debo…: no tendría hoy, sin haber estado ahí, la enorme red de contactos, incluidos amigos muy queridos, que tengo entre poetas y difusores de poesía, de Argentina y de otros países.
Gilgamesh: Teniendo en cuenta la movida de lecturas, presentaciones, ediciones, concursos, convocatorias, ¿cuál es tu posicionamiento como autor y crítico? ¿Cómo ves el panorama de la poesía en nuestro país? ¿Qué autores contemporáneos de tu generación y cuáles de la nueva, te interpelan?
Daniel Freidemberg: las lecturas públicas me aburren, me cansan, porque casi toda la poesía que hoy se escribe está pensada para ser leída en el papel o la pantalla y al pasar a la oralidad se pierde mucho, pero más aun, y sobre todo, porque, más que cualquier otra cosa, las lecturas de poesía son ocasiones para socializar, en las que la poesía es apenas un pretexto. Las presentaciones me interesan cuando se produce algún tipo de intercambio, cuando no sólo alguien habla del libro y se leen poemas sino, además, se conversa acerca de lo que el autor hizo y su concepción de la poesía, si es que surgen preguntas interesantes.
Ediciones, concursos, convocatorias (a lo que agrego festivales, encuestas y listas de “libros del año”): formalidades institucionales, negocio, maneras de la sociabilidad, ocasiones para adquirir status y, en los mejores casos, ganar algo de dinero. A veces surge algo bueno e inesperado, como el Nobel a Szymborska, a Coetzee o a Tokarchuk, cosa que sinceramente agradezco. Lo demás son juegos de intereses, amistades, transas, y no podría ser de otro modo en la sociedad en que vivimos. No es la literatura lo que está en juego ahí, o lo que me importa de la literatura y la poesía. De las varias veces que me tocó ser jurado, en una sola conseguí que se aceptara la obra y el autor que propuse: el Premio Nacional para Diana Bellessi. Y es lógico: como cada jurado tiene su preferencia, se termina siempre por premiar al que entró en las listas de todos, siempre ubicado en el cuarto o quinto lugar. Apuesto, así y todo, a algunas editoriales: entre las relativamente grandes de Argentina, El Cuenco de Plata y Adriana Hidalgo, y entre las más chicas a Barnacle, Audisea, Caleta Olivia, Zindo & Gafuri, y, con un poco más de reticencia en cuanto a los criterios, Ediciones en Danza (que publicó la bellísima edición de uno de mis últimos libros, «En la resaca. Edición definitiva»). Si me dicen que ninguna de ellas está exenta de admitir textos que yo no admitiría, diré que mi necedad no llega tan lejos como para suponer que hubiera alguien con quien tengo que coincidir en todo, sus razones tendrán.
Panorama de poesía en nuestro país: ¿alguien podría, en serio, decir cómo es, con tanto que se publica y tanto que pasa por las redes? Simplificando a lo bruto, y tomando en cuenta sólo lo que conozco, veo dos grandes fenómenos: 1) una extendidísima aceptación del “hacé cualquier cosa”, notable en los casos de unas cuantas obras premiadas o muy difundidas, en cuyo trasfondo veo una renuncia o desconsideración o desprecio o ignorancia no sólo hacia la vasta herencia de la poesía tradicional sino también, y sobre todo, a los descomunales aportes de la poesía moderna, es decir aquella que desde la revolución de los románticos se afianzó en Baudelaire, los simbolistas y Rimbaud, y continuó en las vanguardias, Pound, Williams, Eliot, Stevens, Vallejo. Exagerando no mucho, entre un poema y un mensaje de WhatsApp no hay casi diferencia, justificado todo con la perversa coartada de la “democratización de la poesía”, esto es su adecuación al chip que la vida neoliberal tiene insertado en nuestras almas. 2) Conscientemente o no como resistencia a ese vaciamiento, una insistente y dispersa emergencia de propuestas poéticas que no renuncian a nada y que, tanto a partir de las herencias de todos los tiempos como de las señas que tira la realidad, hacen su propio camino, ponen en marcha su propia voz, abren visiones, suponen lectores necesitados de “algo más”.
Si autores de “mi generación” son los nacidos entre mediados de los cuarenta y mediados de los cincuenta, Bellessi, claro. Y también Arturo Carrera, Pablo Ananía, Susana Cella, Néstor Perlongher, Jorge Aulicino, Mirta Rosenberg, Guillermo Boido, Héctor Piccoli, Jorge Dorio, Concepción Bertone, Leopoldo Castilla, Luis Tedesco, Ricardo Ruiz, Santiago Sylvester, lo poco que alcanzó a publicar Edgardo Russo. Y, si me disculpan el desliz, Indio Solari.
De la “nueva generación”, aunque ya no es tan nueva, me limito a quince para ponerme un límite: Joaquín Valenzuela Bellocq, Ángel Oliva, Alberto Cisnero, Marina Serrano, Pablo Seguí, Jotaele Andrade, Lucas Peralta, Diego Brando, Rita González Hesaynes, Gabriel Pantoja, Alejandro Crotto, Elena Annibali, Ezequiel Zaidenwerg, Martín Moureu, Diego L. García. Por razones obvias, no están consignados quienes participan o participaron en mi taller.
Gilgamesh: Quisiera detenerme en tu trabajo de taller, LEER Y/O ESCRIBIR POESÍA. ¿Cómo surge esta necesidad/deseo de acompañar a otros en su recorrido lector/autoral? ¿Qué características deben tener quienes se acerquen a tu propuesta? ¿Qué de esta experiencia llevás a tu obra? ¿Has participado como lector/autor de talleres literarios?
Daniel Freidemberg: me formé en un taller, estudié magisterio y fui maestro de escuela. La vocación de transmitir, ayudar a otros a formarse, es para mí, más que una vocación, una compulsión, a la que muchas veces tengo que refrenar en mis trabajos críticos. A estos talleres, para ser franco, los inicié por una necesidad económica, pero de hecho se convirtieron en un cauce para poner en marcha esa vocación. Algunos talleres son de lectura, otros de escritura y en otros se combinan las dos cosas. Intento, en los de lectura, ayudar a acceder a lo que tal autor o tal o cual poética tiene para ofrecer a sus lectores, y, en los de escritura, a que cada uno encuentre los recursos para concretar la poesía que quiere o necesita escribir, o incluso que descubra qué es lo que realmente quiere o necesita. Si bien me cuido mucho de no imponer mi propia poética o mis gustos, tampoco los dejo de lado porque siempre se filtran, quiera uno o no. Que los tomen, entonces, “como de quien vienen”, y cada uno vaya viendo hasta qué punto le cabe o no eso a sus necesidades, al igual que lo que digan sus compañeros de taller o que lo que encuentren en las lecturas teóricas o poéticas con las que trabajamos.
Lo único que siempre pedí a quienes quieren trabajar conmigo es que de veras estén interesados en la poesía, pero últimamente empecé a revisar un poco esa posición, al encontrarme con poemas de talleristas que me piden que les ayude a revisarlos y no encuentro cómo. Uno tiene que reconocer sus limitaciones.
No creo que en mi obra incida esa experiencia, pero sí, y mucho, en mi pensamiento sobre la poesía. Lo que en estos años he aprendido y descubierto es un tesoro que agradezco al trabajo de taller, tanto cuando estudiamos un autor o una tendencia como cuando, en la conversación, los talleristas me hacen ver, en sus propios poemas o en otros, aspectos que se me habían escapado.
Gilgamesh: El lector y el crítico, ¿cómo se llevan con el autor?
Daniel Freidemberg: Ahora bastante bien, porque tantos años en este metier me condujeron finalmente a la convicción de que, en el momento de la escritura —que incluye, por supuesto, la corrección y la reconsideración de lo escrito—, lo único que me importa es la escritura misma, lo que ella me pide, y lo que en el texto escrito puedo encontrar de valioso o necesario, por lo que el texto mismo puede darme en la siempre singular experiencia de lectura, no por su cotejo con otras escrituras o con tales o cuales presupuestos. En ese sentido, la lectura de otros autores y el trabajo crítico no dejan de aportarme ideas, intuiciones de rumbos posibles, que puedo aprovechar o no. En los años en que empecé a escribir crítica, en cambio, fue más conflictiva la cosa: dejar de lado lo que mi propia poética elige como válido o necesario para analizar otros textos es una condición sine qua non, más en períodos en que se halla contaminado el aire del “ambiente” por disputas de escuelas o corrientes, pero a la vez me resultó muy provechosa esa práctica para afinar mi capacidad de lector, lo que de algún modo debe haber incidido para bien en mi escritura.
fue una práctica muy provechosa. Por el otro lado, sí, tanto adentrarme en las razones de ser de poéticas poco o nada cercanas a la mía me llevó en algún momento a suponer que lo que escribo no vale nada, tanto que estuve por abandonar la escritura de poesía. Hubo alguien, por suerte, Susana, mi pareja, que consiguió sacarme de esa visión demasiado cómoda, al fin y al cabo. Que Girri haga lo que sabe y puede hacer Girri, que Beckett haga lo que sabe y puede hacer Beckett, y Char, y Cisneros y Millán y Pessoa y Ferlinghetti y Milán y Carver: hago lo que puedo hacer yo, sin tener por qué compararme con nadie.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en su opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Daniel Freidemberg: ¿Qué sería necesario? Un reseteo absoluto de la sociedad y la cultura, lo que no me parece para nada posible ni imaginable. La poesía moderna nace como resistencia a integrarse a los circuitos de circulación de la modernidad capitalista, que exigen productos fácilmente consumibles para un público que no tiene tiempo ni disposición anímica para detenerse a ver qué hay o puede haber en obras que le proponen una experiencia compleja y poco o nada reductible a lo que requieren las urgencias cotidianas. No por eso creo, todo lo contrario, que se haya divorciado de la memoria histórica de los pueblos, pero tendría que leer completo el texto de Steiner para saber en qué sentido lo dice. Ni la complejidad ni el misterio tienen cabida en el modo de vida de la modernidad capitalista (por “misterio” entiendo, simplemente, aquello que nos transmite algo que está ante nosotros —un amanecer, una mirada, un objeto tirado en la calle, una noticia—, que nos importa y no sabemos bien por qué, o no podemos decirlo por medio del lenguaje habitual): sostener eso, misterio y complejidad, fue la apuesta de los románticos, y lo que Baudelaire y Rimbaud advirtieron es que no hay modo de hacerlo sin renunciar al “gran público”, que está en otra cosa y tiene sus motivos para estarlo. Puede ser que a esa poesía nomás la lean poetas y amigos —también, hay que decirlo, la leen críticos, estudiosos, filósofos y psicoanalistas, para bien o para mal— pero no acepto que esté escrita para ese público, sino para un lector que el poeta tiene en mente y que puede ser cualquier persona en el momento en que se anime a encarar la aventura. Pero la poesía para “el gran público” no desapareció: siguió viva y vigente, a través de la canción popular, con logros como los de Manuel J. Castilla, Vinicius de Moraes, Homero Manzi, Violeta Parra, Cátulo Castillo, Chico Buarque, Alfredo Zitarroza, Lennon y McCartney, Bob Dylan, Leonard Cohen, Serrat, Charly García, María Elena Walsh, Brassens, Paolo Conte. Puede que el rap, o algunas expresiones del rap, tengan que ver con eso, no sé. La que, salvo unas contadas excepciones (Neruda, Lorca, Maiakovsky), quedó apartada del “gran público”, es la poesía escrita, la que requiere tiempo y disponibilidad, e incluso voluntad. Más aun, los intentos por volverla “comprensible” y “accesible” en pos de recuperar esa audiencia fueron aun más ineficaces en el intento y quedaron como entretenimiento para compartir entre compinches. No hay interés, sencillamente, en dedicar tiempo y atención a leer poesía, y es muy comprensible: después de dos o tres laburos para llegar a fin de mes, después de una hora o más de cola para tomar el colectivo o con la angustia de saber que se viene un gobierno que va a sacar los subsidios a los medicamentos y los servicios públicos, qué más puede hacer cualquier persona común y corriente que olvidarse de todo con películas de superhéroes. Lo más evidente, creo, es que, así como están las cosas, la imposibilidad de recuperar “el lazo perdido” se está solidificando a toda velocidad. Se escribe, sin embargo, se crea, porque a la necesidad de crear no hay cómo eliminarla, a pesar de todo: alguien, en algún momento, encuentra el modo de acceder a lo que uno consiguió escribir y el milagro se produce. No es multitudinario, pero el milagro se da, se sigue dando, me consta.
DATOS BIOBIBLIOGRÁFICOS
Daniel Freidemberg nació en 1945 en Resistencia (Chaco). Desde 1966 reside en Buenos Aires.
Estudios secundarios de Magisterio. Luego de Psicología y Actuación Dramática, incompletos.
Fue maestro de escuela, operario, empleado bancario, corrector de estilo, periodista y crítico
literario. Actualmente coordina talleres de lectura y escritura de poesía.
Recibió el Premio La Rosa de Cobre a la trayectoria poética, otorgado por la Biblioteca Nacional.
Entre 1977 y 2019 mantuvo una intensa actividad como crítico literario en La Opinión, La Razón, La Voz, Clarín y Página 12, entre otros diarios.
Libros de poesía publicados:
«Blues del que vuelve solo a casa», Ediciones El Escarabajo de Oro, Buenos Aires,
1973.
«Diario en la crisis», Editorial Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1986, 2ª edición:
1990.
«Lo espeso real», Editorial Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1996.
«La sonatita que haga fondo al caos», Red Internacional del Libro de Santiago de Chile,
1998.
«Cantos en la mañana vil», Paradiso, Buenos Aires, 2001.
«Noviembre», Zorra Poesía, Buenos Aires, 2006.
«En la resaca», Paradiso, Buenos Aires, 2007, 2° edición, coedición de Paradiso y el
Ministerio de Educación de la Nación, 2014.
«Sonidos de una fiesta ajena», (estudio preliminar de Nicolás Rosa), Ruinas Circulares,
Buenos Aires, 2012
«Daniel Freidemberg. Antología poética», (coordinación general y prólogo de Esteban
Moore), Fondo Nacional de las Artes, colección Poetas Argentinos Contemporáneos,
Buenos Aires, 2015. Estudio preliminar de Esteban Moore.
«Abril», Barnacle Libros, Buenos Aires, 2016.
«Días después del diluvio», (prólogo de Jonio González, epílogo de Diego Bentivegna),
Kriller 71, Barcelona, 2018.
«Arte dificultosa», El andamio, San Juan, 2020.
«Un hilo naranja», Barnacle Libros, Buenos Aires, 2021.
«En la resaca. Edición definitiva», Ediciones En Danza, Buenos Aires, 2022.
«Esa materia que se fuga», Barnacle Libros, Buenos Aires, 2022.
En edición conjunta:
«Los que siguen» (con Lucina Alvarez, Guillermo Boido, Guillermo Martínez Yantorno,
Armando Najmanovich, Rubén Reches, Jorge Aulicino y Manuel Ruano), Ediciones Noé,
Buenos Aires, 1972.
«Lugar común» (con Guillermo Boido, Irene Gruss, Tamara Kamenszain, Santiago
Kovadloff, Pancho Muñoz, Marcelo Pichon Rivière, Jorge Aulicino), Ediciones El Escarabajo
de Oro, Buenos Aires, 1981.
Canciones:
«Canción del ave en sombra», con Juan "Tata" Cedrón, incluida en el CD “Para que vos
y yo”, del Cuarteto Cedrón (con arreglo de Osvaldo Tarantino), grabado en París en 1997.
«Balada del que perdió la llave» con Juan “Tata” Cedrón
Ensayo y crítica:
«La poesía del 50» en «Capítulo: Historia de la Literatura Argentina», Tomo 5, Centro
Editor de América Latina, Buenos Aires, 1982
«La palabra a prueba (poesía argentina de los años 70 y 80)», Madrid, 1993.
«Cómo se escribe un poema», volúmenes I y II, en coautoría con Edgardo Russo.
Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1994.
Próximo a publicarse, el primer tomo de «Puesta en juego», compilación de
ensayos y textos críticos sobre poesía argentina, por Barnacle Libros, Buenos Aires.
Es autor de una veintena de antologías, en su mayoría de poesía argentina y latinoamericana.
Ensayos incluidos en numerosos libros y revistas, en Argentina, Chile, Cuba, España, México y
Estados Unidos.
Dirigió la sección de poesía de la revista «El Ornitorrinco» entre 1977 y 1982.
En 1986, integró el grupo fundador de la revista argentina «Diario de Poesía», cuyo consejo de
dirección integró hasta 2005.

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