viernes, 3 de mayo de 2024


 GILGAMESH POESÍA Y POÉTICAS presenta a SANTIAGO ALASSIA

(Publicado en la página de Facebook el 7 de diciembre de 2022)

Santiago Alassia nació en 1979, en Rafaela, Pcia. de Santa Fe. Es narrador, poeta, actor, director de teatro.
En sus respuestas a nuestra entrevista, Santiago dice:

«Quien está de verdad en la poesía no puede dejar de escribir, de leer, de imaginarla, de necesitarla. Yo lo único que sé es que tengo necesidad de oír lo no dicho, y a eso lo voy a buscar en la poesía.»

SELECCIÓN DE SU OBRA

De «Hueco en el mundo»
Yuri Cásperats
No siempre amanece, dijo Cásperats, no siempre
detrás de la montaña de tus párpados hay sol.
A veces dependemos del milímetro de luz
que cuelga desde el vértice de un techo que no existe
aunque podamos tocarlo como a un dios verdadero,
con dedos trabajosos, con miedo y humedad.
No siempre amanece, dijo Cásperats, yo mismo
tardé para arreglar las cuentas con mi padre.
Sentado junto al catre en el que agonizaba
cuidé su piel pacata lavándolo despacio,
haciéndole masajes en el pecho sudoroso
y oyendo sus delirios de viejo pescador
hasta que al fin, ya casi moribundo,
pidió tomar café y fumar un cigarrillo.
Yo mismo hice caer café caliente en su bigote
para verlo abrir los ojos como última señal.
No siempre amanece, dijo Cásperats, a veces
la borra del café nos empantana en su negrura.
El día en que los otros tapiaron el perímetro,
la ínfima parcela en que debía acurrucarme,
salí despacio a caminar sin miedo y sin expectativas.
Dijeron: ahora que tu padre ha muerto finalmente
deberías encontrar una mujer, un buen trabajo,
un ocio confortable y hacerte una familia.
Yo escuché esa lógica con cierta admiración
y antes de salir me detuve a ver las grietas
que llenaban las paredes de la pieza de mi madre:
un ejército avanzando como una enfermedad.
No siempre amanece, dijo Cásperats, no siempre
resulta soportable la vigilia de los hombres.
Después de abandonar la chatura de la pampa,
su reparto previsible de tamaños y funciones,
anduve por ignotos parajes de montaña.
Vi unos hombres quietos fumando en el umbral
de una cabaña de madera, sin nada que decirse,
rodeados de una calma lunar de tan porosa,
vi pequeñas piedras con gotas de rocío
y una hormiga sola prendida a una naranja.
No siempre amanece, dijo Cásperats, a veces
el puro parpadeo se vuelve una ecuación
pesada como el día que sentiste, siendo niño,
las ganas de tajear el aire o la pantalla
y todo lo de afuera se empezó a desmoronar.
Así fue que mi vida se inclinó hacia lo minúsculo,
eso que no deja de agitarse y tambalear,
el panorama lánguido que oímos al nacer
en esta permanencia que da el desplazamiento:
de ley a hoy, de amor a terrenal como baobab
sin adherencia, como neblina,
de hogar a suceder como zumbido o vibración
en el ahora, la zona sin apoyo
entre los ojos del que mira
y lo mirado: nadar
no es algo sólido,
el río no obedece.
No siempre amanece, dijo Cásperats, no siempre
tenemos el valor de acomodar una palabra,
no siempre vemos claro ni piedra sobre piedra
con esa transparencia de la respiración
o la continuidad con que se hace la ceniza.
No siempre amanece, dijo Cásperats, a veces
al mínimo contacto se cae un edificio.
II
Si hablo con otros dilapido una respiración
que iría a volcarse en piedra. Escritura.
Lo que sí tengo es fe. Tener fe significa:
que dormir sea posible,
darse a uno mismo una casa habitable
con suficiente oscuridad, con silencio suficiente.
Los rincones vacíos de las viejas catedrales, donde retumba
el crujir de la madera: que nadie diga de mí:
éste no cuida lo que tiene.
Sé muy bien que lo mejor
con una cosa es no tenerla.
De súbito un llamado viene a resonar
el diapasón que me organiza: hablar
sabiendo que no hay nadie, darse un corazón
no tan definitivo, dejar que una llovizna
resbale sobre las caras conocidas.
Nazco de la soledad que da el parto de mi palabra cuerpo.
IV
Este hueco intocable como un sótano: veníamos
con la boca seca después de correr
por toda la casa, tragando pelusas. Sentíamos
el agua bajar por cañerías, un gorgoteo
imparable y transparente, y afuera el gran motor
bombeando en medio de la noche, la combustión
que enferma o paraliza o hace que el mundo funcione.
La pelusa en la boca nos hacía tartamudear
y después ya no podíamos
cantar
ni contar una historia,
ni abrir la boca,
ni abrir nada más
que un dedo de la mano
para dejar el aire subir hasta la superficie
como un pescadito muerto.
IX
Esto da vueltas en redondo como un perro.
Yo no lo sé y lo repito, o lo sé y lo repito.
Cualquiera lo hace, dar vueltas como un perro,
alrededor de una mesa. No sé decir que haya mundo
en esa busca del perro. La mesa es pequeña,
sólo entra un hombre. El asunto es el vacío difícil
arriba de la mesa y adentro de la cúpula o detrás
de los bosques o debajo de la mesa.
A veces no se puede respirar, el aire no circula
entre tanto de uno mismo que hay alrededor.
Que hagan casa, para tener donde apoyar. Para
colgar adornos y caminar con el cuello torcido,
ver que entre las líneas arrugadas que conectan
la mano y el jarrón, los puntos de la cúpula del cielo,
sigue habiendo kilómetros de espacio vacío.
X
Tengo la lengua partida. No puedo hablar bien.
Algo se me escapa y cuelga desde las comisuras.
Esto empezó cuando era bebé
y se me preguntó qué cosa era lo que yo tanto miraba
y yo no dije. No pude.
Salió una baba de la lengua partida.
No dije lo que me daba asco de ellos
o me gustaba.
Todavía no lo digo.
XII
Sordera de un hombre que grita contra montaña.
Preñez de una montaña que desea hervir de verde.
Arena movediza donde cae el mundo
forzado a retirarse más allá de las palabras, no por emoción
sino porque no hay nada que decir. Tener
rincones favorables para la adicta soledad: no hay cosa
más real
que un sol
tapado por nubes que van hacia otro sitio.
Los que nacen aquí tocan algo
más blando que horizonte y así quedan,
sin ruido ni llorar, la boca abierta
no para decir una palabra sino para que el mundo
confíe en su vacío.

De “magún magún”:
Abuela cose bolsillos nuevos en su batón por si las cosas
Mi abuela escondía pan entre su ropa,
naranjas a medio pelar, torrejas,
caramelos. Había que estar muy atento
para enganchar el instante en que su mano rápida
guardaba el alimento en un rincón del envoltorio
de telas como pieles con que se cubría
el cuerpo frágil. A veces
se le notaban pequeños bultos
entre las capas superpuestas de la blusa,
el batón, la mañanita, el saco, la pollera.
Nadie decía nada cuando la veíamos irse
medio rengueando, apoyada en su andador,
y se le caía una papa, un caramelo, un pedacito
de banana, todas cosas que los perros
limpiaban enseguida con sus ávidas lenguas.
Cuando quedaba encorvada en su sillón
de media tarde, en la galería,
con las mejillas chupadas y los ojos cerrados,
sabíamos que también la dentadura
postiza dormía entre su ropa.
Mi abuela escondía pan, no por hambre
ni robar: su madre le había hablado de explosiones,
de lo que son capaces los hombres cuando están acorralados,
de los males que sufre el que mastica una raíz,
del regreso imposible de su padre entre la nieve
y de cómo es cada día una batalla
que se guarda en un pedazo de pan duro.
Mi abuela escondía pan entre su ropa:
acaso algo difícil de nombrar
la acechaba en sus últimos años
y la impulsaba a guardar para después,
guardar para tener para después,
por si las cosas, por si la mala
combinación de elementos del azar
se empecinaba en volver
y la abrazaba.
Fuertes suspiros de mi madre han marchitado pichones de gorrión
Tenía un gesto mi madre:
echaba la cabeza para atrás,
abría los ojos como cuevas oscuras
y se tapaba la boca con la mano.
Soltaba enseguida su largo suspiro
que dejaba un aire cortado por el miedo,
una impresión de montaña
resignada a la muerte.
Era esa su automática respuesta
a las noticias del mundo: el choque
de un vecino, la visita de un pariente,
una granizada sorpresiva, la aparición
de un minúsculo agujero en la remera.
Ella hubiese querido congelar
el agua de los mares,
parar el crecimiento de los árboles,
detener toda corriente.
Pero mi madre no podía ver que exageraba
porque así la habían modelado
las palabras de su madre y sus hermanos mayores.
El día que le dije que me iba de la casa
estábamos cenando en la cocina.
Ella me miró desde la cueva
oscura de sus ojos
y se quedó en silencio.
Pasamos la cena así, cada uno
revolviendo en su propio plato.
Después yo estaba por cruzar la puerta
y entonces mi madre dijo: cuando naciste
traías el cordón umbilical
como una soga alrededor del cuello.
Sin saber qué responderle, salí definitivamente.
En la calle me recibió la noche.
Llevo años parado en este lado del umbral
y ahora tengo yo el gesto de pasarme
la mano por el cuello
sin entender a qué
voy enredado.
Hay árboles antiguos que al caer hacen estruendo, y otros que no
Hoy puse la oreja sobre un caracol y me asusté:
no era el mar lo que escuchaba, era un zumbido agudo
y persistente como de un lejano mundo en ruinas,
un pitido como de últimas cosas desmoronándose.
Un hombre pequeño entraba en puntas de pie a un pueblo
abandonado, en las casas vacías crecían plantas
trepadoras, y remolinos de tierra se levantaban
como efímeros fantasmas a cada paso en las calles.
El hombrecito se tiraba en un rincón
y al cabo se dormía. Soñaba
una música primero dulce, luego empalagosa
como un pantano, y al final insoportable.
Entonces volvió a pincharme aquel zumbido
como un cerrado monte de espinillos en la oreja.
Salí aturdido a mirarme en el espejo,
escarbé con una pinza hasta llegar al fondo
y así logré agarrar al zumbido por las patas:
era un pájaro con dientes que ronco tironeaba,
buscaba meterse más adentro,
quedárseme a vivir en un rincón.
Después fui sacando plumas negras
incrustadas como espinas en mi carne
y el zumbido se empezó a deshilachar:
eran voces de la casa de mi infancia
todas juntas como hilos en su trama
que apretadas formaban tal pitido:
la tía Nelly cantando en la pieza de planchar,
la tía Ede hablando sola en el fondo del galpón,
mis hermanas cuchicheando a la sombra del parral,
mi abuela con su radio en la cocina, con el suave
chistido de la pava sobre el fuego,
los suspiros de mi madre como un sauce de la siesta,
y mi padre, una mancha incierta merodeando
como un lobo encorvado y taciturno.
Con la última espina o pluma, el zumbido se apagó.
Desde el fondo del espejo me miraba el hombrecito
con ojos cabizbajos que decían
y ahora dónde iremos a vivir nosotros dos.
Entonces con el puño rompí el brillante espejo
y me quedé más solo
y en un real silencio
dispuesto a recibir música nueva
para levantar otra casa en el aire.

ENTREVISTA CON EL AUTOR

Gilgamesh: Santiago, tu poesía es fundamentalmente territorial pero a contrapelo del canon literario-escolar de la pampa gringa. «Hueco en el mundo» (Baltasara, 2015) y «magún magún» (Palabrava, 2019) hacen foco en las sombras de guerras individuales y colectivas en donde las relaciones familiares parecen oír la ley de Fabián Casas - «... todo lo que se pudre forma una familia»-. Me gustaría que te detengas en el momento inicial de tu poética. ¿Cómo se gestaron tus poemarios? ¿Hubo lecturas o relecturas o no lecturas de los poetas rafaelinos "clásicos"?
Santiago Alassia: Como lector crecí y me formé con ciertos nombres asociados a la noción de poesía local y regional: desde José Pedroni hasta Mario Vecchioli, pasando por Lermo Balbi, Fortunato Nari, Elda Masoni. Allá por los veintipocos empecé a releerlos desde una especie de dispositivo refractario, algo así como una necesidad de desmontar el canto celebratorio de la gesta gringa que irradiaban desde sus páginas. Canto que por otro lado fue (y sigue siendo) muy funcional al discurso oficial. Desde ahí me propuse escribir una especie de “contra-gesta”: tratar de enfocar las experiencias que habían quedado en las sombras, por fuera de la noción del inmigrante bueno, generoso y sacrificado que con su trabajo honesto levantó un paraíso de la nada en medio de la pampa gringa… Eso es claramente lo que alienta, en el fondo, la escritura de «Hueco en el mundo». Y también diría de «magún magún», mis dos primeros libros de poesía. A nivel personal fue como una especie de exorcismo que me permitió sacarme de encima ciertas obsesiones. Exorcismo que duró veinte años, valga el dato en este caso… Afortunadamente ya hace tiempo que estoy yendo por otros caminos.
Gilgamesh: Otras características de tu poética son la contundencia de la voz y la musicalidad. También lo teatral. ¿El poeta y el actor/director de teatro se confabulan para crear estas escenas poéticas?
Santiago Alassia: Siempre me pregunto qué tipo de intercambio de prácticas y de procedimientos hay entre la página y la escena. Qué tipo de tráfico, por decirlo de algún modo, hace que se redireccionen saberes desde la actuación hacia la escritura, y viceversa. Una de las cosas que noto es que la ductilidad del actor para parir un personaje, para abrir la piel, los gestos, darle voz, luego se traduce a la página a la hora de la escritura. Quizás por eso, casi siempre, mi inclinación primera cuando intento escribir un texto narrativo toma la forma del monólogo. Algo en la potencia de la voz-otra del personaje que quiere abrirse paso en el cuerpo del actor deriva automáticamente hacia la escritura.
Gilgamesh: ¿Qué referentes poéticos guían tus búsquedas? Cuando estás en un proyecto de escritura, ¿qué escrituras te acompañan? ¿Cuál es tu canon elegido y construido a lo largo de estos años?
Santiago Alassia: Cuando estoy en un proyecto concreto de escritura, siempre hay una primera etapa donde me acompañan lecturas que tienen que ver con eso que estoy escribiendo. Libros y autores cuyas poéticas y temáticas están directamente vinculadas con lo que estoy haciendo. Más allá de esas coyunturas, mi canon es caótico y disperso, móvil, fruto de las casualidades, los hallazgos fortuitos, los cruces inesperados. No soy un lector de libros sino de autores. Quiero decir: cuando una obra se me incrusta en la sensibilidad, voy por todo lo que encuentre de ese autor. Nombro algunos de los que llevo incrustados desde hace años: Marguerite Duras, Saer, Beckett, Jorge Leónidas Escudero, Carver, Bachelard, Beatriz Vignoli, Foster Wallace, Clarice Lispector, Flannery O’Connor, Girondo, José Watanabe. Etcétera.
Gilgamesh: Como intelectual rafaelino, santafesino, ¿cómo fue llegar a lectores de otras provincias? ¿Te ha pasado que esos lectores reclamasen por la falta de referencias y códigos que son "transparentes" para quienes circulamos por la pampa gringa?
Santiago Alassia: Bueno, todavía no me reconozco del todo en eso de “llegar a lectores de otras provincias”. Digamos que me sigue sorprendiendo enormemente eso de que “mi obra”, o lo que uno ha escrito, llegue. A lectores. Si esos lectores son de otras provincias, tanto mejor, en el sentido de que los libros viajen… Pero me siento un escritor de los márgenes, circulando por editoriales pequeñas, independientes, y por espacios de lectura autogestivos. Mi deseo está puesto en lo próximo a escribir. Después, claro, uno quiere que eso circule, llegue a los lectores. ¿Hay algo que hacer para que eso ocurra? No tengo ni idea. Tampoco sé si me quedaría resto. Escribir demanda tanta concentración, tanto esfuerzo, que no me queda energía para mucho más. Ayer nomás estaba escribiendo algo, un cuento con el que vengo luchando hace meses, y me olvidé de respirar. Casi me muero.
Gilgamesh: Además de poeta, actor, director de teatro, sos narrador y facilitador de talleres literarios. ¿Cómo fuiste construyendo estos espacios? ¿Sentís que en cada uno de estos espacios las voces que circulan son las mismas? ¿Cómo decidís acá hay un poema, un cuento, el comienzo de una obra teatral? Nos contarías tu experiencia con los talleres como facilitador y como participante de los mismos.
Santiago Alassia: Cuando se está escribiendo un texto, eso, el texto, va tomando forma de a poco, y es lo más maleable del mundo. ¿Por qué un poema no podría transformarse en un cuento, por qué un monólogo no podría derivar en un poema? ¿Hay algo en el material o en el proceso o en la energía del autor que determine a priori qué va a terminar siendo el texto? No siento que haya respuestas tajantes ni fórmulas. Por otro lado, yo no decido nada. Yo simplemente trato de conectarme con una intensidad de lenguaje en relación a “eso” que está emergiendo desde la página. Si es algo narrativo, tengo que sintonizar un estado de imaginación y de lenguaje tendiente al despliegue, a la expansión, con un cierto nivel mínimo de figuración, por decirlo así. Si está dentro de la poesía, el estado de lenguaje a convocar es diferente, más lateral, más montado, menos controlable, y tendiente a la compresión. Diría, si fueran paisajes, que la narrativa se parece a la experiencia de la llanura, mientas que la poesía es como una montaña. El saber del poeta es muy diferente al saber del narrador; quiero decir, hay que saber hacer cosas distintas con el lenguaje.
En cuanto a los talleres: ahí me formé y me formo todavía. Algo en mí disfruta muchísimo de sentarse a tomar clases. Mi experiencia como facilitador tiene que ver con tratar de transmitir algo de lo que me sirve a mí, como lector y como escritor. No creo que nadie pueda enseñar a escribir “literatura”, si entendemos por eso enseñar a inventar engendros que no existen allá afuera y que sean capaces de portar una visión propia y original del mundo y, encima, ponerla en palabras. Uf. Eso se aprende, quizás, sí, pero no se enseña. Digo, uno lo va aprendiendo mientras vive, pero nadie te lo puede enseñar. Lo que sí creo que se puede contagiar es cierto entusiasmo y cierto placer por el trabajo. La pasión por el detenimiento, por la contemplación, por el saboreo de ciertas experiencias, el gusto por las comparaciones subterráneas, la obsesión por la búsqueda de paralelismos, el trabajo de afinación del ojo y de la oreja, más un largo etcétera que sería tedioso detallar aquí, son cosas que pueden contagiarse, entrenarse, imitarse. Para eso están los buenos talleres. Creo.
Gilgamesh: Junto a los escritores rafaelinos Matías Aimino y Franco Rosso han sido creadores del grupo «Prima Liter» y gestores absolutos de los ciclos de Poesía y Narrativa y del «Festival de Literatura de Rafaela». Quisiera que nos hables de estas movidas.
Santiago Alassia: Bueno, allá a principios de siglo, cuando teníamos veinte, veintipocos años, hicimos lo que hacen casi siempre los jóvenes: juntarse a compartir las pasiones. «Prima Liter» nació así, como un grupo de gente que leía y que intentaba escribir. A fuerza de pegarle a la piedra fue saliendo agua. Ahí publicamos nuestros primeros fanzines y plaquetas. Incluso llegamos a hacer experimentos de escritura conjunta, a tres manos, que también publicamos; afortunadamente, no quedan ejemplares de eso… También hicimos varios Foros de Escritores, siempre con el espíritu de generar espacios de encuentro, circulación e intercambios con obras y escritores de otras ciudades. Para los autores que no vivimos en Buenos Aires, Córdoba o Rosario, esta cuestión del intercambio en vivo, la charla, la escucha, la lectura presencial, no es frecuente. Y nosotros sufríamos esa falta, nos sentíamos aislados. Esa necesidad de encuentro e intercambio fue la que nos llevó a proponer y a sostener, junto a muchos otros autores rafaelinos como Mabel Zimerman, Analía Ojeda, Alejandra Boero, Mario Molfino, Fernando Franzetti Actis, Mauro Gentinetti, la idea del Festival de Literatura, que seguramente en algún momento retomaremos.
Gilgamesh: Desde 2018 estás con el proyecto «Viaja Palabra». ¿Nos contás de qué se trata?
Santiago Alassia: «ViajaPalabra» es un proyecto que ideamos con Cintia Morales allá por mediados del 2018 y que fusiona distintas experiencias que nos gustan: viajar, escribir, actuar, coordinar talleres. Estuvimos un año y medio viajando y haciendo estas cosas, llevando libros, obras de teatro y talleres de escritura y de actuación a escuelas, bibliotecas populares, centros culturales y demás espacios alternativos. Recorrimos las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, San Luis, Tucumán, Salta, Jujuy. También estuvimos en Uruguay, en Bolivia, en el norte de Chile. Cuando llegó la pandemia, obviamente, tuvimos que parar. Ahora, de a poco, lo estamos retomando.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variaciones, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y, quizá, también leída por algunas de sus amistades… Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado
fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué
sería necesario, en tu opinión, para recuperar en alguna medida esa
pérdida?
Santiago Alassia: ¿Qué sería necesario para recuperar «el lazo perdido» con el “gran público? ¿O sea que se podría hacer algo en este sentido? ¿Quiénes podrían, o deberían, hacerlo? ¿Los poetas? ¿Los lectores? ¿El Estado? No tengo más que preguntas. Por un lado parece muy evidente que ya nadie lee poesía, más allá de los propios poetas y de un círculo muy mínimo. Esto no es nuevo. Aquel latiguillo de que «la poesía no se vende porque no se vende», ¿cuántos años tiene? Décadas. Que los libros de poesía (salvo contadísimas excepciones) no se vendan, ¿es un indicador de que no se lee poesía? ¿O la poesía circula por otros carriles? He estado en eventos, festivales, ciclos de lectura, donde vi a poetas leer para veinte, treinta personas. Pero también, a veces, para cien, doscientas. Este número, para una lectura de poesía, no es para nada despreciable. ¿Cuánta gente ve teatro independiente? Las salas tienen capacidad para cincuenta espectadores. Una obra tiene que remar bastante para hacer más de cuatro o cinco funciones. ¿Y el cine independiente o experimental? Bueno, en fin, ¿qué quiero decir con esto? Que creo que la apuesta es por lo micro, que la circulación es a cuentagotas, y muy lenta. O no sé si se trata de una apuesta, quizás sea la única alternativa. ¿Qué público queda por fuera del consumo de entretenimiento a granel que baja desde las pantallas masivas? Yo creo que queda ese público mínimo, micro, pequeño, silencioso. ¿Hay que dejar de escribir poesía porque vayan a leerme sólo diez, veinte personas? No pasa por el número. Y además ya sabemos que eso no se puede. Quien está de verdad en la poesía no puede dejar de escribir, de leer, de imaginarla, de necesitarla. Yo lo único que sé es que tengo necesidad de oír lo no dicho, y a eso lo voy a buscar en la poesía. ¿Sería lindo o deseable contagiar esto a otros para aumentar el caudal de lectores? Seguramente. ¿Cómo se podría hacer? No tengo idea. ¿Es en las escuelas, leyendo poesía con los pibes y las pibas? ¿Es en las bibliotecas populares? ¿Es en los clubes de barrio? ¿Es en los festivales, en los ciclos de lectura? No lo sé. Yo sólo intento, cada tanto, propiciar algo, un poco, de todo eso. Propiciar gestionando y propiciar asistiendo. No es que sea optimista, es que no puedo no hacerlo. ¿Qué otra opción queda? ¿Sentarse a ver pantalla? Y si insisto es porque todos los días me toca el relampagueo de un verso, o de un poema entero, esa conmoción del lenguaje que me desoculta el mundo, me lo hace entender, captarlo, sentirlo, verlo mejor. Por eso la poesía es una de las poquísimas experiencias en que podemos zafar de la codificación que el poder hace de nosotros. La poesía, quiero decir, esa búsqueda de apropiación del lenguaje, esa torsión original sobre la lengua capaz de producir la irrupción de un sujeto en toda su singularidad. Yo necesito todos los días un poco de eso. Una voz otra que hable por fuera de la tele, del marketing, de la ciencia, de la ley, de la publicidad, del discurso de los medios, del ruido insoportable en que se ha convertido el mundo en las ciudades. Una voz que busque decir lo no dicho. ¿Dónde voy a ir a buscarla si no es en la poesía?

DATOS BIOBIBLIOGRÁFICOS
Santiago Alassia nació en Rafaela, Santa Fe, en 1979. Escribe teatro, poesía y narrativa. En teatro ha escrito y dirigido las obras “Orden del día”, “Atacar”, “Fanto”, “Hermanas Victoria”, “Serie de elementos”, entre otras. En poesía ha publicado los libros “Hueco en el mundo” (Baltasara Editora, Rosario, 2015) y “magún magún” (Editorial Palabrava, Santa Fe, 2019). En narrativa ha publicado los libros de cuentos “Por lo bajo” (1º Premio Fondo Editorial Municipal, Rafaela, 2016) y “No es lo suficiente” (Premio Provincial “Alcides Greca”, Santa Fe, 2020); y el libro de nouvelles “Versiones de la tan sombra”, en coautoría con Matías Aimino y Franco Rosso (2009, Ediciones Prima Liter, Rafaela). Textos suyos integran diversas antologías provinciales y nacionales. Entre 2008 y 2013 dirigió el Suplemento Cultural “Rastros” del diario La Opinión, de Rafaela. Ha escrito notas, entrevistas y crónicas para diversos medios gráficos de la provincia de Santa Fe. Desde 2018 desarrolla el proyecto cultural educativo “ViajaPalabra”, llevando obras y talleres de poesía y de teatro a escuelas, centros culturales, bibliotecas y espacios alternativos de Argentina y países limítrofes. Coordina talleres de escritura de modo virtual y presencial.

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