martes, 7 de mayo de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a ALEJANDRO NICOTRA

(Publicado en la página d Facebook el 28 de septiembre de 2022)

Alejandro Nicotra, poeta, nació en Sampacho (Córdoba) y vive en Villa Dolores (Córdoba).
Crédito de la foto Juan Carlos Chávez

Dice Alejandro:
«… A todos nos cuesta hoy erigir “un templo en el oído”, hacer un claro en el cúmulo de noticias…»

SELECCIÓN DE SU OBRA

EL LLAMADO
Llamo a las palabras
como a los pájaros en el jardín, ofreciéndoles
agua y pan de un silencio,
que se parece a mi vida.
Ellas vendrán,
si vienen, a decir su aleteo,
su trino alegre o lúgubre
en torno a mi mano:
para que yo sepa, de verdad, escuchándolas,
cuál ha sido la ofrenda.

MAÑANAS
1
Los grandes titulares, las montañas: hay nieve.
Y la escueta noticia, en un rincón
del valle:
la flor primera,
la del durazno.
2
Densidad de distancias y mañanas maduras
−a espaldas de la casa,
en las quintas sin nadie−:
muerdo en las frutas, tu sabor.

LA CASA DEL MAESTRO
Es una galería simplemente sin nadie,
pero allí donde él solía sentarse algunas horas
en las tardes de los últimos veranos
la solitaria luz se adelgaza: es ausencia.
Por otra parte,
uno ve los pilares roídos,
el techo que declina sus tejas
hacia un patio con un aljibe ciego,
ve una jaula vacía, un farol,
unas puertas cerradas por candados.
Nada más,
y tal vez uno se queda unos minutos
si es que oye
brotar entre esas ruinas
el grito, agrio de luz, de una cigarra.

EL PAN DE LAS ABEJAS
(En memoria
de Antonio Esteban Agüero)
El pan de las abejas, la miel de todos.
Sopla el tiempo
sobre la galería de tu casa: nadie
sino la luz sorda, vacía,
entre pilares rotos.
Ni tu sombra, ni el rumor del poema.
(“El agua con racimos y la luz con abejas”…)
Patio sin parras. Seco aljibe.
Ayer,
la madre pasa con un plato de miel.
He visto las colmenas devastadas
y en el aire de marzo,
espacio azul,
el humo que subía desde los panales.
He visto al hombre enmascarado,
los torpes guantes,
y el pueblo de la brisa
y de la flor:
gota a gota,
los pequeños
cadáveres.
He visto al sapo gordo
saciado de saqueo.
Sopla el tiempo
desde la fresca sombra de las parras,
los cántaros, las flores. (El temblor
y la luz de las abejas.) Oigo
tu voz.
Un niño pasa con un plato de miel.
He visto las colmenas devastadas,
el humo por el aire de marzo.
Y he visto,
entre las ruinas y la sombra,
el pan hecho de sol;
quiero decir
─lo sabes─: vi tu muerte
y tu vida. (La galería rota
de tu casa, las páginas
doradas.) Y mi vida
y mi muerte,
seguramente iguales.
Un hombre pasa con un plato de miel.
El pan de las abejas,
la miel de todos.

LUGAR DE REUNIÓN
El hombre que ahora escribe,
con mano que se cierne mortal,
escribe para los ojos de su muerte.
Busca un lugar de reunión.
Árboles desaparecidos y futuros,
las fuentes que no cesan, circulares,
tus ojos y su boca:
¿hay una plaza
sin nombre, a donde dan todos los
días?
Busca un lugar de reunión,
escribe para los ojos de su muerte.

VENUS
Cuando llegas, nadie te anuncia,
aún oscurece piedra y piedra la tarde
y apaga arriba o halcón o paloma,
sus animales de fuego.
Y los árboles ya son objetos de la noche.
Todo cicatriza, como un párpado;
damos la espalda al cielo.
Pero tú abres puertas,
te instalas y desnudas,
e inicias, en los declives de la sombra
−fijo planeta, rara diosa−,
el esplendor de la mujer y el rocío…

EL ANILLO DE PLATA
He puesto en tu mano
una suerte de anillo
de sustancia lunar.
(Aunque brille en tu día,
su secreto prestigio
pertenece a la noche.)
Un anillo de metal paradójico,
que exalta y condena;
ligero como un sueño o tu gracia,
pálido como un adiós.

ESTÁ NEVANDO
Es la visita,
esta vez no esperada, de la nieve:
el día yermo, afuera.
(Así un país, de pronto
desconocido.)
Pero yo salgo
a recibir el don, el roce incierto
−tan real, sin embargo−,
de su virgen del frío.

ESTELA
A Manchita, su gata
La poesía, como el ángel
de Rilke, no distingue
entre vivos y muertos:
así,
aún te habla, en esta noche,
tal como si estuvieras, dormitando,
cerca del fuego.
(Y dice que mi mano, en su verdad,
te acaricia.)

GOLONDRINA
(Últimos días)
Aún la puedes ver,
oblicua el ala,
surcar al sesgo el sur
de su partida:
ambigua
poesía, de presencia y adiós,
que reconoce el ojo
−y que agradece.

LLUEVE
A Ricardo H. Herrera
Palabras de la lluvia en la noche del valle,
que escucho –escucho,
sin alcanzar a traducir:
diría,
es la respuesta a una plegaria
ignota. (Que hace suya,
ahora, mi aridez.)
Sí, lluvia: igual a gracia
de absolución.

MADRUGADA DE INVIERNO
(Viejo poeta)
Ha cerrado la puerta.
Atrás, queda la noche,
con su árbol escalofrío,
su calle escarcha.
Aquí, la espera
−es un adiós− del ascua última:
él se entrega a su hora,
y en la sala en penumbra,
figura del olvido,
deja vagar la estrofa
que abandona el azar.

REFLEXIONES DEL POETA

UN TEMPLO EN EL OÍDO
En ciertas ocasiones, algunos amigos me han confesado que la escritura poética les resulta casi siempre enigmática o ingrávida, intangible. El asunto es complejo; aquí sólo me interesa referirme a un aspecto: la actitud del que se aproxima a un poema.
Dejemos de lado, por lo pronto, la consideración de que el goce de todo arte exige cierta educación en él, cierto contacto más o menos asiduo, ni tomemos en cuenta la mayor o menor inteligibilidad del texto. Tales factores condicionan, por cierto, la recepción del poema. Es difícil que sin ellos se produzca la ocasión del hecho estético; es decir, la posibilidad de que un verso nos impresione, según la hipérbole de Borges, “físicamente, como la cercanía del mar”.
Sin embargo, nos parece también importante, primordial, la predisposición del presunto lector de una página de poesía. Creemos que no se puede, o no se debe, inclinarse sobre ella como si se tratase de un texto meramente informativo, o científico, o aun filosófico. Hasta me atrevo a afirmar, con algún reparo, que el ánimo de quien se acerca a un poema ha de ser diferente del que abre una novela o un volumen de cuentos.
Para decirlo de una vez: uno debiera allegarse al poema casi como aquél que se dispone a escuchar, o musitar, una plegaria. Se pensará que es una aseveración exagerada. Y sí: es extremosa. Pero ilustra bien, creo, el estado de espíritu que la poesía exige para entregar sus dones.
Traigo al caso una metáfora de Rainer María Rilke: el canto de Orfeo, dice, instaura “un templo en el oído”. En efecto, si no es en tal espacio, que una atención delicada, sensible, hace posible erigir, ¿cómo podríamos, por ejemplo, captar -y hacerla nuestra- la patética vibración que Enrique Banchs ha sabido imprimir en estos versos?:
“Dios mío. Todo está como antes era;
Se va el invierno y viene primavera,
Y todos son felices. Y la vida
Pasa en silencio, amada y bendecida…
Nada dice que no, nada, jamás.
Pero yo sé que no la veré más.”
El buen lector de poesía se reconoce, entre otras cualidades, por su capacidad de identificación con “el yo lírico” que se manifiesta en el poema. De algún modo “debemos ser” Bécquer, o Machado, o Jiménez, o Lorca, o San Juan de la Cruz, según el caso. Pues la virtud del texto poético es hacer universal, “vivenciable”, la individual experiencia que le dio origen; pero para que tal virtud resulte eficazmente operativa, la colaboración del receptor resulta inexcusable.
Entonces, es otro ejemplo, Carlos Mastronardi podrá despertar en nosotros la memoria casi perdida de nuestra niñez, su mundo misterioso y podrá entregarnos un paisaje y unos hábitos tal vez extraños pero que, por magia de la poesía, habrán de constituirse en algo entrañablemente nuestro, como vivido en sueños:
“Había una niñez, un silencioso y pájaros.
Lejos, la queja errante del ganado,
Que llegaba en la brisa pordiosera,
Y la noche de trébol asomando
Por la adversa maraña que tupía
Las afueras con muerte y con guitarras.
(Y nada más había: yo y esto que nombro.)”
De más está decir que comprendo muy bien a mis amigos, su dificultar en acceder a la intimidad de la poesía. Esta no es una época propicia a la comunión poética. Las razones son de sobra conocidas. A todos nos cuesta hoy erigir “un templo en el oído”, hacer un claro en el cúmulo de noticias. Por otra parte, el extremado racionalismo del mundo moderno, “el solazo de la razón práctica” –como lo ha descripto Ricardo H. Herrera- nos ha cegado la visión de esa zona de nuestra psique en que se originan y alientan nuestras emociones, y que nutre, justamente, a la intuición poética.
Aquí debería terminar esta nota, necesariamente sintética. Sin embargo, me gustaría hacer una aclaración: los versos que he citado, los de Banchs y Mastronardi, no ofrecen, creo yo, ningún problema a la aprehensión intelectual y sensible. Pero hay otras clases de poesía –también de alta poesía- relativamente herméticas. Composiciones de este tipo son las que más necesitan de la percepción alerta y la disponibilidad imaginativa que la presente nota reclama del lector. Pero si, de todos modos, ellas reservan celosamente su sentido, no hay que sentirse defraudado. Pues, como decía Juan Ramón Jiménez, no es en última instancia indispensable entender del todo una poesía; lo que importa es llenarse “de su honda emanación”.

RESEÑA BIOBIBLIOGRÁFICA

ALEJANDRO NICOTRA nació en Sampacho (Córdoba) en 1931 y vive en Villa Dolores (Córdoba). Ha publicado una decena de libros de poesía, algunos de los cuales son parte en versión definitiva de Lugar de Reunión. Obra poética 1967-2000, publicado por Ediciones del Copista (Córdoba, 2004). Entre sus obras figuran Cuaderno de Córdoba (Editorial Castellví, Santa Fe, 1957); Nuevas canciones (Francisco A. Colombo, Buenos Aires, 1965); El tiempo hacia la luz (Hachette, Buenos Aires, l967); Detrás, las calles (Ediciones Rialp, Colección Adonais, Madrid, 1971); Lugar de reunión (Taladriz, Buenos Aires, 1981); El pan de las abejas y otros poemas, Ensayo y antología de Ricardo H. Herrera (El Imaginero, Buenos Aires, 1983); Puertas apagadas / Lugar de reunión (Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1986); Desnuda musa (Alción Editora, Córdoba, 1988); Cuaderno abierto (Ediciones del Copista, Colección Fénix, Córdoba, 2000); Antología Poética (Fondo nacional de las Artes, Colección Poetas Argentinos Contemporáneos, Buenos Aires, 2002); El anillo de plata (Ediciones del Copista, Colección Fénix, Córdoba, 2005), De una palabra a otra (Ediciones del Copista, Colección Fénix, Córdoba, 2008) y La tarea a cumplir (Selección y prólogo de Ricardo H. Herrera, Editorial Brujas, Col. Fénix, Córdoba, 2014). Ha recibido, entre otras, las siguientes distinciones: Premio “Arturo Capdevila” del PEN Club Internacional (1968), Premio “Esteban Echeverría” de Gente de Letras (1991), Premio Konex de la Fundación Konex (1994), Premio “Consagración” del Gobierno de la Provincia de Córdoba (2003), Premio “Rosa de Cobre” de la Biblioteca Nacional (2013). Es Miembro Correspondiente de la Academia Argentina de Letras.

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