viernes, 3 de mayo de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a JULIETA LOPÉRGOLO

(Publicado en la página de Facebook el 12 de abril de 2023)

Julieta Lopérgolo nació en Rosario, en 1973. Es poeta y Licenciada en Letras y Psicología.
En la entrevista, Julieta, dice:
«… la lengua poética es migratoria, huidiza, “trastornante”. De hecho, la palabra poética es siempre extranjera dentro del territorio de la comunicación. »
SELECCIÓN DE POEMAS
De «Estado anterior» (Montevideo, Yaugurú, 2022)
4
Entonces la distancia era un puente cortado,
una no música,
dos sílabas de tiempo solitarias,
una montaña de pasos detenidos,
dos desmesuras a punto de tocarse,
el eco de un nombre exhausto
antes de la primera repetición.
7
Aun dormida
siento la piel de la última cicatriz
dorándose.
¿No son las cicatrices pruebas
de un dolor terminado?
Un cuerpo dentro de otro quiere decir
testigo,
quiere decir: pasado,
deja tu nombre escrito
en un sitio seguro.
25
Esto ha de ser la auténtica orfandad:
esta otra parte,
más allá de la sangre desunida,
que no haya más
y que eso advierta sobre lo indestructible.
Debiera ser los celos de la luz,
su dirección errada,
despertar bajo el ala perenne del silencio,
confundirlo con belleza
y criarlo en el planeta de la primera persona.
33
Un gran rencor echó raíces
alrededor de sí.
Los que pasaron las confundieron con ortigas
o amores secos.
Mientras él pronunciaba una serie de nombres
con su voz mala,
con una sed que hacía crecer lo muerto,
mi nombre temblaba lejos
en un país violado por la distancia,
se dolía como un pétalo quemado por el sol.
34
Quedaban los acantilados de la pena
sobre los que atardecía
un dolor mudo,
en especial a algunas horas
en las que la luz fingía deshacerse
castigada.
Quedaban esos instantes en los que algunos peregrinos
se nutrían de un silencio imprescindible
para continuar el viaje o renunciar.
Algunos arrojaban sus arrepentimientos
desde la altura
y allá quedaban labios y almas divididas.
Entre el deseo y la quietud
el aura del vacío
bajaba a redimir las decisiones.
36
Volvías a la infancia
como una muerte al revés vuelve,
entre bailes preñados de infinito,
a tu modesto delirio,
a tu último pecho.
Tiesa, como el canto de un ave
en un jardín de muertos
abarrotado de lápidas invisibles,
repetías adiós como principio,
apretabas la edad desconocida contra tu cuerpo
como si le enseñaras a un recién nacido a estar más solo.
38
Nos íbamos a hundir en la pastura helada.
Íbamos a trasplantar el miedo y a guardarlo,
con la voluntad de hacerlo perdurar,
en un agujero transparente y desolado
en la tierra.
Pero la naturaleza se ha vuelto prosa.
Sin embargo, jardineros de buena memoria han dicho:
acá se planta desoyendo la rectitud.
Aprendimos que lo que crece desordenadamente
vuelve migratorio el paisaje,
oportuno el desequilibrio.
De «Pero en el aire» (2020)
Todo lo que pienso tiene cuerpo.
El cuerpo del amor ajado en los objetos.
El infinito cuerpo que es la madre o el padre
y sus derivaciones.
Todo lo que pienso tiene cuerpo,
una forma más o menos sutil,
más o menos brutal,
de incesante memoria.
Para no sufrir,
durante muchísimas noches,
un niño sueña que se deja arrastrar
por la corriente más apacible del río.
Navega sobre una cama blanda
con largas patas de animal apaleado,
envuelto en un dosel roñoso que le sirve de vela.
Deriva remolinos,
sombras de peces,
se cuida de perderse él solo
en la inserción que une su viaje con su sueño.
Para no sufrir
un niño trata de encontrar a un niño
en cualquier parte.
Mi infancia es una cicatriz que viaja
quieta como una sospecha.
Todavía arde.
Como una palabra
en la lengua materna del viajero.
De «Agua de pozo» (Santa Fe, Ediciones Arroyo, 2020)
Mis hermanos tienen sed.
Son demasiado jóvenes
para levantar de nuevo este jardín,
sus paredes de noche, esta casa,
los cristales teñidos de miedo,
los umbrales.
Las nuevas cicatrices van a desentonar, queridos.
¿Quién sabrá lo que éramos?
Mi madre tiene agua de pozo
en los bolsillos de su camisa,
el pelo húmedo
adherido a los bordes de la cara.
Parece que se hubiese bañado
sin desprenderse de ninguna cosa vivida.
Murmura nombres
mezclados con canciones de desamparo.
A su lado hay una cuna de la que brota
una música fuera de sí,
como la que acompaña a una tortura.
De «Más lento que la noche» (Córdoba, Postales japonesas, 2019)
Montada en el pelo del río
considero
pescar
–no lo que sube–
lo que cae.
No viene una palabra a comparecer,
un latido,
una excusa.
Nada.
No hay perdón
para lo que no se comete.
El perdón es del tiempo
que clava estacas
en la carne de los días.
Esto quedó:
la sobrevida que azota el fuego
como si levantara en andas
lo perdido
y lo alumbrara
en un pequeño cielo
para luego soltarlo
como habla de ceniza.

ENTREVISTA CON LA AUTORA
Gilgamesh: Julieta, tu poética se recorta en un paisaje zen en donde la lengua hace pie en los detalles del orden de lo mínimo. El yo lírico se deleita, como una linterna mágica, en gestos, trazos que no se distraen y van a lo fugaz esencial. ¿Qué derroteros te dejaron en esta orilla jardinera «de buena memoria»?
Julieta Lopérgolo: Confieso que cuando otrxs hablan, por ejemplo, de una poética a propósito de lo que escribo, o de algunos libros, no dejo de asombrarme. Tiendo a mantener una relación de extrañeza con lo que escribo. Tal vez por esa razón suelo pensar que eso que otrxs encuentran en mis poemas seguramente sea cierto, porque quién soy yo para decir “esto no es así”. Lo que sí puedo decir es que me interesa, me entusiasma, lo mínimo, en más de un sentido, no sólo aquello que podría llamarse detalle sino también en términos de expresión. No me llevo bien con la ampulosidad. Me interesa eso que llamás “lo fugaz”, y creo que ese estado de las cosas y los seres lo que me llama a la hora de escribir. Se ve que tengo la ilusión de capturar algo.
Gilgamesh: Quisiera seguir indagando sobre el origen de tu escritura. «Para que exista esa isla» fue tu primer libro publicado. ¿Podemos decir que todo comenzó con un duelo? ¿Nos hablarías de lo que significó escribir este libro, editarlo y de las lecturas y escrituras que habilitó en vos?
Julieta Lopérgolo: Podría decir que sí, que un duelo fue un comienzo. En cierta forma me hubiera gustado contradecir esa circunstancia. Sin embargo, no dejo de sentir una inmensa gratitud. Pero sí, en ese duelo, con esa pérdida –concretamente la muerte de mi padre‒, comenzó una relación con la escritura que había sido interrumpida muchísimos años antes. Sin exagerar, casi veinte. Pasaron los años de la facultad, de la carrera de Letras, en los que la única escritura a la que podía dedicarme era la crítica, o mejor dicho, la académica. Pasaron los años de vivir afuera de la ciudad en la que nací y crecí. Vinieron los años de tener hijos, de mudanzas varias a otros países por circunstancias familiares. Y yo no escribí. Sí, leía todo lo que encontraba. Cuando mi padre se enfermó, en el invierno de 2016, volví a escribir poemas que ni siquiera catalogaba como tales. La escritura fue imprescindible durante la enfermedad de mi padre que duró exactamente un año. De un invierno a otro se murió. La posibilidad de publicar los poemas que escribí entonces apareció de forma inesperada. No tenía la intención de que salieran a la luz en forma de libro. Fue gracias a la poeta Noelia Palma, que mencionó algunos de esos poemas en una red social, que estos llegaron a Andrés Nieva, editor de Postales Japonesas, una preciosa editorial de la provincia de Córdoba. Andrés, muy generoso, me escribió y así fue como empezamos a pensar en que esos poemas se transformaran en un libro. En ese momento me di cuenta de que probablemente había dos libros. Uno, «Para que exista esa isla». El otro iba a ser un tiempo después «Más lento que la noche».
«Para que exista esa isla» fue, por un momento, la posibilidad de tener un rato más a mi padre, de confirmar, como dice un verso de la poeta rosarina Sonia Scarabelli que tomé como epígrafe del libro, mi padre no se iría del todo. Escribir dulcificó en cierto modo la pérdida, la acomodó en un lugar que la hizo más soportable. Nunca creí que la escritura fuera a aliviar algo. Sin embargo… Si algo habilitó la escritura y la publicación de ese libro fue continuar escribiendo. Lo tomo como un regalo imprevisto de mi padre, que jamás leyó nada de lo que escribí. No coincidieron mi escritura y él mientras los dos vivimos.
Gilgamesh: Otra característica de tu poética es la precisión de la versificación, la economía lingüística para condensar honduras de sentido. En «Más lento que la noche» leo una búsqueda que se continúa en «Agua de pozo» y «Pero en el aire». ¿Nos contarías sobre estos libros? ¿Se va armando una serie de un poemario a otro? ¿Hay un programa de escritura o vas dejando que ella te busque?
Julieta Lopérgolo: No diría que hay una conexión directa, al menos consciente, entre estos libros, si bien cuando los leo encuentro cierta familiaridad entre ellos. No escribo con una idea anticipada. «Más lento que la noche» diría que es un libro que recorta un modo de observación de lo que me rodea, un modo nuevo para mí, que ignoraba todo o casi todo acerca de lo que estaba escribiendo. El río, el campo, elementos como el viento o el fuego, escenarios que no formaban parte de mi historia más que a distancia, empezaron a hacerse presentes de una manera sorpresiva. «Pero en el aire» vino después, una escritura muy solitaria. A mí me gusta decir que obedece a una especie de gótico rural (esto dicho casi como un chiste.) Por momentos es un libro sombrío, casi tenebroso. Pero hay elementos que insisten: el campo, el río, la infancia, los animales, cierta condición de exilio. «Agua de pozo» fue otro libro impensado. Gracias a Alejandra Pipi Bosch, que lleva adelante Ediciones Arroyo, aparecieron estos poemas que, si hacen una serie, podría ser una serie familiar. Ahí aparecen los más cercanos otra vez rodeados de esos elementos que insisten, otra naturaleza humana.
Gilgamesh: La crítica literaria junto con la práctica del psicoanálisis acompañan tu recorrido poético. ¿Cómo?
Julieta Lopérgolo: Creo que son la literatura ‒y desde hace unos cuantos años la poesía‒ y la escritura la que acompañan esos otros intereses. Que eso ha sido lo persistente. Estudié primero la carrera de Letras y luego la de Psicología. En un principio dudé mucho acerca de si una o la otra. Creo que ambas sucedieron en el momento correcto, y ahora el psicoanálisis y la literatura conviven bastante “armoniosamente” en mi vida. El psicoanálisis es otro modo de leer y eso tiene efectos –vaya a saber cuáles‒ en mi escritura, tanto poética como crítica y hasta psicoanalítica. Aunque esta última no estoy segura de que sea un tipo de escritura (¿existirá una escritura psicoanalítica? Pensamiento que le debo a mi amigo, psicoanalista, poeta y artista visual, Fernando Barrios.)
Gilgamesh: Otra de tus facetas es la de dictar talleres. ¿Qué aportan a tu escritura? ¿Tus libros pasaron por ese lugar de escucha y reflexión?
Julieta Lopérgolo: Me parece que hay tanta buena literatura para leer y hacer circular que no se me ocurre dar a leer mis textos en espacios de trabajo como talleres grupales o individuales. El trabajo con otros siempre es estimulante aunque a veces no encontremos efectos inmediatos en la propia escritura. Aparecen preguntas que uno jamás se haría a solas, deseos de lecturas que una abandonó sin razón aparente, y también mucha alegría ante la escritura de otrxs, sobre todo ante cierto trabajo con la escritura. Si una puede ayudar de algún modo a despertar cierto trabajo que otrx hará propio, eso ya es motivo de celebración.
Gilgamesh: ¿Qué de la carrera de Letras y de Psicología ponés en diálogo en tu poesía?
Julieta Lopérgolo: Si ellas hablan lo hacen sin mi consentimiento. Quiero decir que si hay algo parecido a una relación ésta es involuntaria.
Gilgamesh: Me gustaría conocer sobre tu participación en el colectivo «Mujeres, ¿por qué no?
Julieta Lopérgolo: Este colectivo está formado por Mayra Nebril, Bettina Paz, Laura Falcón, Paola Menta, Pilar Cousillas y quien escribe. Inicialmente también formó parte del colectivo Ana Paula Yáñez. Todas en relación con el psicoanálisis, pero también a la pintura, el teatro, la música, la literatura. Conocí a estas mujeres en Montevideo. Con algunas hemos inventado propuestas de trabajo relacionadas con la escritura y el psicoanálisis, como el taller experimental de escrituras psicoanalíticas que dictamos con Mayra a partir de 2020, con otras formamos parte de grupos de estudio de psicoanálisis. A principios de 2021 nos juntamos con estas mujeres alrededor de la idea de trabajar sobre la obra de algunas mujeres. Lou Andréas Salomé, Mary Shelley, Leonora Carrington, María Ester Gilio, Petrona Viera, Clarice Lispector, Susana Thénon. Lo que comenzó siendo un grupo de lectura y reflexión, aunque nuestra expectativa de funcionamiento iba por un lado muy distinto –o al menos pretendía un modo de trabajo menos clásico‒, lejos de cualquier pretensión académica e institucional, desembocó en una obra que llamamos «Nada en común» y que ocurrió a fines de noviembre de 2022 en el espacio cultural Tribu, en la ciudad de Montevideo. Nos interesó poner a dialogar colectivamente al psicoanálisis con otros campos artísticos a partir de las producciones de las mujeres elegidas. Y pongo el acento en lo colectivo porque eso fue lo más rico e interesante de nuestro trabajo, de poner en juego nuestras procedencias, nuestras inquietudes, nuestras historias como analistas, escritoras, lectoras, artistas, mujeres que decidimos pensar y producir juntas a partir de las obras de otras mujeres. Ojalá podamos seguir haciéndolo, porque además nos divertimos muchísimo.
Gilgamesh: Naciste en Rosario, tu vida continúa entre Montevideo y Buenos Aires. ¿Cómo es migrar? ¿La lengua poética migra? ¿Tu manera de concebir el hecho poético está influido por estos desplazamientos? ¿Cómo habitás el mundo poético en uno y otro lado (lecturas, talleres, festivales)?
Julieta Lopérgolo: Sí, mi vida transcurre entre Montevideo y Buenos Aires desde hace más de seis años. Algunos años transcurrió entre Caracas y Rosario. Migrar es doloroso y a la vez tiene algo profundamente vital. Tal vez esto último haya sido producto de un aprendizaje a la hora de armar una vida en otro lugar, permanecer un tiempo en ese otro lado, y luego volver pero sin quedarse definitivamente en un sitio. Por otra parte, la lengua poética es migratoria, huidiza, “trastornante”. De hecho, la palabra poética es siempre extranjera dentro del territorio de la comunicación.
Walter Benjamin decía algo muy preciso sobre esto. Según él la palabra poética y la palabra profana designan dos estados que la lengua siempre lleva consigo. La palabra profana es la lengua del intercambio, la lengua ordinaria, la de la comunicación. Si esto es así es porque “el lenguaje se calla como lenguaje para que los hombres hablen en él”. La palabra profana es tal en la medida en que el lenguaje silencia su condición poética. En la palabra poética entonces nadie habla, parece que la palabra sola se habla. ¿Qué comunica la poesía? Nada. Una vez escuché decir a Mario Montalbetti que él escribía poesía con el único propósito de hacerle cosas a la lengua. Si hubiera una intencionalidad poética, yo diría que va en ese sentido, en el de extremar, incluso más que la lengua, el lenguaje. Se trata de un desplazamiento radical, de una posición singular en la lengua y en el modo de vivir el lenguaje, de ser afectado por él, sabiendo que siempre habrá una palabra que falta, pero que es posible no dejar de buscar.
En cuanto a las lecturas, talleres y festivales, suelo ir adonde me invitan y trato de disfrutar eso. Hay algo comunitario en esas instancias que me entusiasma mucho y de las que siempre salgo enriquecida.
Gilgamesh: ¿Te sentís parte de un movimiento poético argentino/uruguayo/latinoamericano?
Julieta Lopérgolo: No diría que sí. En todo caso me encuentro escribiendo junto con muchos otros. Lo que escribo es contemporáneo de otras escrituras. Sí me interesa muchísimo lo que se está produciendo en nuestra zona. En cuanto a los movimientos, me gusta eso que dice Giorgio Agamben en un texto muy breve y muy lúcido, «¿Qué es lo contemporáneo?»: los movimientos, cuando los hay, se pueden observar después de que ocurren. «Pertenece verdaderamente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adecúa a sus pretensiones». Eso quiere decir que hay algo incalculable en el presente. Y si unx forma parte de un movimiento sólo se sabrá después.
Gilgamesh: Me gusta entrar en las bibliotecas personales. ¿Cómo se conforma la tuya?
¿Dónde y cómo surgió la inquietud lectora? ¿Qué autores acompañan la escritura? ¿Cuáles fueron los detonantes de tu deseo de escritura? ¿Qué literatura estás frecuentando hoy?
Julieta Lopérgolo: La casa de mis padres siempre estuvo llena de libros. Mi padre era un gran lector. Desde que era muy chica había algo en verlo leer que me producía mucha fascinación. Pasaba horas sentado con un libro y en esas horas podía venirse el mundo abajo que él no se enteraba. Cuando tenía ocho años mi papá me regaló una edición de Losada de «Romeo y Julieta» que todavía conservo. Creo que ahí surgió algo para siempre, un interés, un deseo, un placer en la lectura, un amor por las palabras. Entonces diría que en mi caso la lectura surgió como un contagio y después eso se convirtió en un lugar para quedarse.
En la infancia fueron muy importantes los libros de la Biblioteca Robin Hood, y los cuentos de los hermanos Grimm, que leí mil veces. Más tarde, en la adolescencia, descubrí las novelas del boom. En la adolescencia la poesía de Pizarnik, Orozco, Biaggioni, Gelman, Girondo, García Lorca, Ana Cristina César. Después, César Vallejo, Octavio Paz, Juan L Ortiz, Hugo Gola, Thénon, Viel Temperley. Blanca Varela, Antonio Gamoneda, José Watanabe, Jorge Teillier. Poetas como Emily Dickinson, Sylvia Plath, Anne Sexton, Marianne Moore, e.e. Cummings, Elizabeth Bishop, Denise Levertov. En los últimos años podría mencionar el trabajo particular con poetas uruguayas con una obra inmensa como Amanda Berenguer, Selva Casal y Orfilia Bardessio. Por supuesto la poesía de Marosa di Giorgio, Ida Vitale y Circe Maia. En cuanto a la conformación de mi biblioteca tienen un lugar destacado poetas nacionales: desde Murena hasta Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso, Aldo Oliva, Néstor Groppa, Jacobo Fijman hasta María Negroni, Arnaldo Calveyra, Paulina Vinderman, Denise León, María Mascheroni, Dolores Etchecopar, Néstor Groppa, Jacobo Fijman. Pero también la poesía de Patrizia Cavalli, Eunice Odio, Rosabetty Muñoz, Gloria Gervitz, Louise Glück, Jane Kenyon. Una enorme mezcla.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George
Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un
asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la
memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es
escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades...
Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este
juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en su opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Julieta Lopérgolo: Creo que la poesía no repara ninguna pérdida. Si existe es porque el lenguaje nunca alcanza, nació herido. Y la poesía se nutre de ese desgarro y de esa pérdida; no apunta al sentido ni a encontrar un público. Es ella misma memoria persistente de lo que no alcanza. A mí, esto mismo –cosa que no es ninguna originalidad‒ es lo que me hace escribir.

NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
Julieta Lopérgolo (Rosario, Argentina, 1973). Licenciada en Letras y en Psicología. En 2018 publicó el poemario Para que exista esa isla, (Postales Japonesas, Córdoba). En 2019, Más lento que la noche (Postales Japonesas, Córdoba). En 2020, publicó Agua de pozo (Ediciones Arroyo, Santa Fe) y Pero en el aire (Postales Japonesas, Córdoba), libro ganador del Tercer premio en la categoría Poesía de la Convocatoria del Fondo Nacional de las Artes 2019 (Argentina). En 2022 publicó el poemario Estado anterior (Yaugurú, Montevideo). Poemas suyos han sido traducidos al francés, portugués e italiano.
Publicó artículos de crítica literaria y psicoanálisis en revistas académicas, y poemas en revistas y blogs de poesía. Dicta talleres y clínicas de poesía.
Desde 2017 vive entre Montevideo y Buenos Aires. Desde 2020 Coordina el Taller Experimental de Escrituras “psicoanalíticas” y forma parte del colectivo “Mujeres, ¿por qué no?”, junto a psicoanalistas y artistas de la ciudad de Montevideo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

  GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a DAVID WAPNER (Miércoles 17 de abril de 2024 en la página de Facebook) David Wapner nació en Buenos...