jueves, 2 de mayo de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a J.R. WILCOCK

(Publicado en la página de Facebook el 15 de noviembre de 2023)

con traducciones de GUILLERMO PIRO
(En la foto, J. R. Wilcock haciendo de Caifás en El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini)
Juan Rodolfo Wilcock (Buenos Aires, 17 de abril de 1919-Lubriano, 16 de marzo de 1978) fue un escritor, poeta, crítico literario y traductor argentino nacionalizado italiano. Conocedor de diferentes lenguas, escribió la mayor parte de su obra en lengua italiana.
En la última entrevista, realizada por Gatone Favero para su ciclo Incontro,
J.R. Wilcock dice:
«La locura tiene mucho que ver conmigo, ciertamente. No sé si lo ha observado; pasamos la vida considerando que casi todo lo que hacen los demás son locuras, y al mismo tiempo, los otros piensan que lo que hacemos nosotros son locuras»
«Al principio escribía a veces para ver qué me salía. Pero a los 19 años tuve… Leyendo el suplemento literario del periódico, veía siempre cosas tan inferiores a lo que yo podía hacer, que me dije: “Bueno, en fin, ser mejor que esto es facilísimo”. Y entonces escribí un libro en un mes, aprovechando las vacaciones. Entre un examen y el otro… En seguida me dieron un premio para libro inédito; después me lo publicaron, me dieron el premio Ciudad de Buenos Aires. Era mucha plata, tanto que dejé de ser operario e hice otras cosas.»
SELECCIÓN DE SU OBRA
De «Los tres estados»
(Buenos Aires, Cuadernos de Traducción, 2022)
Traducción: Guillermo Piro
1
Tiniebla y tiniebla; de desvanecidas luces lejanas
solo un reflejo enciende los ojos rojos.
Los esclavos del dolor en el fango del dolor
gimiendo chapoteando o hundiéndose estáticos.
Es necesario elegir en cada bifurcación la dirección equivocada
para llegar a este pantano;
es necesario mentir amor hasta que la lengua caiga
para llegar a este pantano;
es necesario besar los guantes de hierro de los verdugos
para llegar a este pantano.
Aquí, en el fango protector, nunca se está inseguro;
hedor humano reconforta las narices humanas,
la tiniebla imperfecta se llena de visiones
y cada uno lleva su propio peculiar dolor
como un sombrero de espinas, como una prenda de fuego.
Aquí abajo se aúnan deleite y resentimiento:
gritos se elevan, pero son de satisfacción.
2
Seis monstruos de lujuria sostienen las cintas
de seda verde que irradian del vestido
tiernamente transparente.
Blanco rojo y azul el vasto rostro
dientes muertos sonríen ofreciendo al macho
los costados desiguales.
Va donde los monstruos lo llevan, bamboleando
viejos deseos artificiales
que su cuerpo no siente.
Con sandalias de oro pisotea hojas amarillas,
los ojos vueltos hacia el cielo en llamas,
senil y seductor.
3
Somos los envidiosos.
Tenemos las narices rojas
a fuerza de morder
lo que se deja admirar
Somos inmundos y queremos
ya que en el mundo estamos
que todo lo que al mundo pertenece
sea tan inmundo como nosotros.
Por la noche solitarios y frágiles
pensamos entre las sábanas
complicadas torturas
que quisiéramos aplicar.
Nada más hacemos
por nosotros;
pero nuestra actividad
es una forma de caridad:
corregir los errores,
de los mistificadores.
Los héroes son cobardes,
los laboriosos perezosos,
la santidad es sospechosa,
la perfección imperfecta.
Hasta que las exhalaciones
de estas imputaciones
hagan de los prados ciénagas
y de los bosques desiertos desnudos.
4
Seis monstruos de poder sostienen las cadenas
que en torno al cuello circunferrado irradian
grávidas y sordas.
Del informe claro penden medallas,
inscripciones, diplomas y documentos,
y de las manos cuerdas.
El ojo viril relampaguea advertencias,
las sogas fustigan a pequeños siervos humildes,
pero los monstruos lo arrastran.
5
Somos los mercaderes codiciosos
que a pesar de ser estúpidos
y privados de decoro
acumulamos el oro.
Tenemos las uñas rojas
y los dedos leprosos
a fuerza de arañar
la plata de los ataúdes.
Con pretextos fútiles
vendemos objetos inútiles,
y los pobres nos dan
todo lo que poseen.
Temblores delicados
de comercios prohibidos,
entre torcidas transacciones
¡perfume de hipotecas!
Torvos, malos, feos,
como una espuma gris
nos deslizamos sobre el mar
de la altivez humana.
Y la misma desvergüenza
de nuestra riqueza
cubre de poder
nuestras formas negras.
De «Italienisches Liederbuch 34 poemas de amor »
(Huesos de Jibia, Edición bilingüe, 2017)
Traducción: Guillermo Piro
2. Muéstrame el mundo, muéstrame la gente
Muéstrame el mundo, muéstrame la gente,
como una lámpara de cinco mil watts
tu belleza hace de él un mosaico de oro
los rostros brillantes chispean esmaltes
azules, amarillos y verdes, en fin, joyas
y alrededor un cielo simple con palmeras
y sobre las palmeras ovejas de una raza aérea,
e ignaros pasan transformados en joyas
y digo a uno, «cada vez que pasas
me parece que vuelve a salir el sol
por lo tanto van siete días que nos vemos»,
pero sé que el sol no es él, eres tú,
que lo envuelves con esa luz fortísima
de melena de león zodiacal,
y volverá a la sombra, como aquélla otra,
con su vestido como una vela
envuelta en llamas rojas con zapatos rojos.
Muéstrame el mundo con sus cortejos,
muéstrame los autobuses como un bosque,
muéstrame el Tíber donde se asemeja al Danubio
y la llanura desde lo alto de los Parioli
donde combaten Majencio y Constantino,
de hecho estoy preparado para creer
que el mundo lo has creado tú,
como de nuevo lo estás creando ahora
con esa luz de cinco mil watts
y con el mundo habrás creado la historia.
3. ¡Cómo enriqueces, cómo me enriqueces!
¡Cómo enriqueces, cómo me enriqueces!
Estaban algunos de los más ricos de Italia
y yo dije: «estoy a su servicio»,
y pensaron: «es más rico que nosotros».
Olimpia albergó al más grande de los dioses,
Éfeso a Artemisa criselefantina,
yo tengo un teléfono y llamo a este número
y tú contestas y dices: «soy yo».
5. Sea como sea, este mundo es para ti
Sea como sea, este mundo es para ti.
Me he preguntado muchas veces
para qué servía, y no servía para nada,
pero ahora, gracias a ti, se vuelve útil.
Haz la cuenta de la mercadería abandonada
por Dios y tómala, la han hecho para ti
milenios de hombres que no te conocían,
pero que trataban de prefigurar
en templos y tumbas de roca y bibliotecas
un estupor como aquél que infundes
cuando sonríes y haces que el tiempo se detenga,
y todos enmudecen poseídos
y te levantas y dices: «yo me voy a la cama».
Duerme, al despertarte estará allí tu herencia:
una ciudad que fue harto famosa,
un río sucio cantado por los poetas,
el cine donde asesinaron a Julio César;
y en torno valles, montañas, mares, océanos,
y capitales, continentes, selvas,
y pirámides, versos, adoradores
de tu forma externa o interna,
y en lo alto el cielo y el sol, las estrellas y la luna
y sobre la tierra los animales obedientes
a ti que a fn de cuentas vienes a justificar
su extraordinaria variedad.
Todo esto te pertenece y no termina nunca.
6. Cuando tú, mi poesía, lees poesía
Cuando tú, mi poesía, lees poesía,
el cielo se oscurece con una luz verde,
la gente huye de la orilla del mar
por un presentimiento remoto de tormenta
o de contraste entre los elementos,
se enarbolan chispas en los cables del tranvía,
y un gran silencio cae sobre la ciudad:
es la poesía que se contempla a sí misma.
Lees palabras de un tiempo olvidado,
de un presente que se derrumba, sin tregua,
velozmente en un pasado informe,
lees acerca de un rey y de coronas, jardines y guerras,
tú que eres la corona de cada imperio
y el jardín del mundo conocido
y la guerra de los sentidos de la naturaleza,
lees: «¿quién profesará mis versos en el futuro
si digo ahora todo lo que vales?».
Y sucede en aquel momento que esos versos,
como una fecha arrojada a los siglos,
llegan un día a quien los inspiró.
Y entonces la oscuridad verde se hace total,
la gente se oculta, abrumada,
y en un silencio como de terremoto
se alza la luna sobre los castillos romanos
y todo vira lentamente al azul,
mientras tú, mi poesía, lees poesía.
15. Despierta, el mundo es horrendo pero qué importa
Despierta, el mundo es horrendo pero qué importa,
dentro de ti sufre una inversión
si con los ojos abiertos lo vuelves tan atractivo,
despierta, mi espíritu depurador.
Sonríe, así veo a los desguazadores de autos
desmoronarse entre narcisos y heliotropos,
y las calles atascadas, ligeramente
cubrirse de élitros y pétalos de rosa.
Habla, el rumor de los televisores
se volverá como el estruendo obstinado
del mar negro que golpea en la costa
de noche, entre las gaviotas que no duermen.
Y después mira, tu reino, tu herencia:
una nación hecha de departamentos,
la DC y el PCI por encima como dos soles
y un porvenir de segura miseria.
28. Habiendo ya aprendido todas las ciencias
Habiendo ya aprendido todas las ciencias
y habiéndolas encontrado un tanto exangües
ahora te estudio a ti con gran provecho.
Muéstrame tus Ofcinas y Señoríos,
tus mejores Castillos y Camposantos,
tus Tumbas Dinásticas, tus Catedrales,
tus nuevos Jardines a la italiana,
muéstrame, por favor, tus orejas,
tus dientes, incluso si a veces te duelen,
hazme pasar de la física a la química,
de la mecánica a la topografía
y del estudio de la belleza en general
a un serio examen de sus particulares,
hazme pasar de las leyes a los fenómenos
y de lo evidente descender a lo oculto.
34. Oh no, ustedes, paladines, ¿qué están haciendo
Oh no, ustedes, paladines, ¿qué están haciendo
y personajes veloces de la historia
que pierden la cima de la escalera
y no rinden honores a quien la honra?
¿Sólo los Hohenstaufen tendrán que hacerlo?
Vengan a Roma, caballeros de Arturo,
valientes de Orlando, musulmanes rabiosos
todos ustedes que viajan siempre a caballo,
reyes, bandoleros, pajes, grandes maestros,
si bloquean la calle no importa,
mongoles de Samarcanda, vándalos roñosos,
cruzados del Báltico, moravos, escitas,
y ustedes conquistadores de la India,
piratas de Bahrein y de Macao,
a medianoche quiero verlos a todos
corriendo en torno al Coliseo,
jugando un torneo, o lo que prefieran,
para hacer ver cuán tosco era el mundo
hasta que llegó esta luz
que más me encandila cuanto más me alumbra,
esta improbable mutación humana,
esta fuente energética inextinguible,
esta gnosis, o sophia, o trascendencia,
esta persona frágil y segura
que por desgracia vive tan lejos.
De «Aprovechemos que hay una fuente»
(Huesos de Jibia, Edición Bilingüe, 2020)
Traducción: Guillermo Piro
Al fuego
Fuego, compañero, querido amigo de la sombra,
ardes y te apagas y gracias a mí revives,
tú, desesperado que harías arder al mundo
y aquí en soledad te consumes a ti mismo,
recogido en ti mismo como la desdichada al alba
cuando enciende la pira de cada día
y se ofrece lenta sobre las brasas.
Hijo del relámpago, ahora eres hijo del hombre,
hay que alimentarte gato rojo.
Vuélvete tigre, huye, crece, devora
todo si tienes tantas ganas, haznos cenizas
sea mordido, embellecido, y hecho llama
se reúna con el fuego originario.
***
Dos
Conmigo mi mundo desaparecerá, la red
que me tejí como una araña
que está inmóvil en un rincón de la tela
y a veces come y a veces la remienda;
pero su tela cada vez está más rasgada
y la araña no tiene ganas de arreglarla.
Entretanto proseguirán los otros mundos
cada uno con su insecto en el medio vigilante,
tramas brillantes o bien madejas grises,
esferas como jaulas delicadas
que no tienen paz y en medio la araña
hasta que desaparece y nadie se da cuenta.
Pero tú, ya que también has querido hacer tuyo
este mundo que tal vez fue el más bello,
repleto de alfileres de oro y fibras finas,
acércate a mí, envuélvete en la misma
red compleja que no se repite,
poséela y sostenla hilo a hilo
como yo lo hice hasta ahora estando solo.
***
La joven tarentina
Llorar lo que pasa y ya no vuelve,
costumbres, cantos, civilizaciones fastuosas,
es hacer religión con la historia,
rezarle al calendario como Hegel.
Pero el dios puede invertir el curso de los relojes,
reencarnar en Marlowe, en Villon, en Propercio,
y si no es en ellos, en esa luz difusa
que acogieron y supieron mostrar,
porque el pasado es uno con el futuro,
y esta rueda loca de la historia
es una nueva estratagema del demonio
para volvernos ciegos ante esa luz difusa
que algunos acogieron y supieron mostrar,
y que otros acogerán y mostrarán.
Resurgirán los toros alados, las esfinges,
y si no Safo, al menos la sombra negra del bosque
de uno que adora la luna y se hace matar;
volverán los desiertos los leones
y por amor de un tirano bondadoso
un joven se arrojará una vez más al Nilo
o en otra parte, siempre bajo esa luz
que no tiene historia y que a veces me ilumina.
***
Versos perdidos en la gran confusión
Trenes, aviones, barcos, cuántos regresos
y siempre a ti que ríes, cantas, duermes,
tú luz de la luz de mi luz,
tú meta móvil de mis movimientos.
***
El hombre en el estado llamado natural
El hombre en el estado llamado natural
es una abstracción: fuerte, cazador,
sano, sin problemas, rico de los días
y de las noches avaro, orgulloso, ingenioso.
Sueño de una época que se soñaba a sí misma.
Pero el hombre es esto que vemos cada día,
animal complejo sin historia.
Todo lo que es, es como lo vemos,
y cada interpretación es como una sombra
que se despega de lo que la produce
para volverse a su vez un objeto
pasible a su vez de interpretación.
Cada hombre es una espiral, y en cada punto
de la espiral tiene su centro otra espiral,
y así hasta el infinito, que es justamente el hombre
rodeado por todas sus posibilidades.
***
Aprovechemos que hay una fuente
Aprovechemos que hay una fuente,
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la costa que es negra en el cielo negro
con pocas estrellas porque es una noche oscura
y los árboles se sacuden al viento,
piensa que hacen eso toda la noche,
sería extraño que estuvieras aquí
para escuchar el rumor de una fuente
en la oscuridad majestuosa de la montaña,
ni en sueños vendrías aquí arriba,
si no hubiese espantado un halcón
pensaría que ni siquiera yo estoy aquí,
y sin embargo, y sin embargo, incluso si no estás,
y yo ni siquiera sé si estoy,
por cierto querría que estuviésemos aquí
y que tu mundo se uniese al mío
por el único punto en que se tocan,
aprovechando que hay una fuente
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro.
De «La palabra muerte»
(Huesos de Jibia, Edición Bilingüe)
Traducción: Guillermo Piro
1.
El creador crea los signos
en la nada que no cambia y firma
con su firma aquella nulidad,
y estos signos que signan la nada
cantan el canto de la propia muerte
y la nada vibra de mortalidad.
Plantas, animales y piedras de ese canto
sólo recogen la nota instantánea
pero el hombre que recuerda recoge el canto.
Es un signo que interpreta los signos,
y frente al enigma de una nota
que toma las otras notas separadas,
llega a la única solución posible,
ínsita en el sistema de señales:
el creador que firma la nada es él.
Así por él un coro de galaxias,
de soles, de planetas y cometas,
de tierras y mares y nubes y naciones
y de átomos infinitos circulantes
en el torbellino de la nada nombrada
canta en canto pomposo del creado.
No se da cuenta que es una sola nota,
la nota muda que emite la entropía
cuando ha alcanzado el cero absoluto.
2.
Había una gran multitud de palabras
y de cada una había muchos ejemplares,
había una cosa inmensa que jugaba,
una cosa más inmensa que muchas tierras,
pero la tierra no estaba, estaba la cosa
y las palabras que ella mezclaba
y entre los millones de millones de millones
de posibles combinaciones distintas
surgió una que por azar era una tierra
mientras la cosa continuaba jugando
y a veces se le escapaba una galaxia,
pero casi siempre las combinaciones
estaban privadas de significado,
pero a veces se le escapaba un animal
u otra tierra con ese animal
y así hizo millones de millones
de tierras, esta con un polo solo,
otra cubierta de volcanes de espuma,
otra con dos cuernos y un león viejo,
pero las palabras eran limitadas
la cosa no podía hacer una tierra
con un tricodo si tricodo no había,
hizo una, toda agujeros, en parábola,
otra a rebanadas con pelos de platino,
otra microscópica o tierrecita,
y entretanto hacía con los vocablos
tantas otras cosas perdidas en el espacio,
de cuando en cuando incluso un universo,
y muchas tierras, una con forma de hoja,
otra cerca de un sol, incandescente y brillante,
una gaseosa con algún zafiro,
una con casi todo pero sin sonidos,
una que se inflaba y se desinflaba,
una que quizás era una errata de sierra,
una espiralada con varillas fluorescentes,
una hecha de términos en desuso,
una encebollada, de pieles concéntricas,
una que era sólo una tortuga,
una con treinta y dos lunas poliédricas,
una como un espejo con tu cara
y una serpiente escondida entre los labios,
una enferma, toda chorreante,
una que a cada minuto se duplicaba,
millones de millones de otras tierras,
hasta que apareció una como la nuestra,
exactamente igual, quizá la misma,
por casualidad la cosa había puesto
todos los vocablos en el orden justo,
pero faltaba la palabra muerte,
y como las otras, se perdió en el espacio.
3.
Hombre, mujer, cretino o hermafrodita,
añade muerte y son borrados,
como una frase escrita en una pizarra
es borrada también para evitar
que el universo se llene de pizarras.
Pero podría suceder que la frase escrita
conforme un alma que ha quedado archivada
entre las otras o interpenetrada;
esto es, que la palabra de clausura
haga activar un microfilm del texto
o una microsíntesis de lo mismo,
para ser coservado o volver a usarlo.
Pero con qué finalidad o por qué economía
nadie lo explica razonablemente,
y ya que estamos en el campo de las hipótesis
se puede también suponer que el microfilm
sea previo al texto que es su ampliación,
sin excluir el vocablo final;
o sea: el archivo entero es preexistente,
y cada elemento después de la proyección
es definitivamente destruído.
Así este parecer y desaparecer
sería en realidad el único modo
de despejar el inmenso depósito
de destinos que han quedado entre las provisiones
bloqueadas por una antigua bancarrota,
equivocada operación primordial
que ahora obliga a alguien o a algo
a una periódica limpieza de almas.
6.
Un estrato de greda blanquecina,
una franja de arena arcillosa
un estrato de polvo volcánico,
un depósito de detritus marinos,
una veta calcárea perforada
por filtraciones de alto tenor salino,
un sinclinal cretáceo rojo
sobre un lecho de morenas del precámbriano,
un considerable manto de lava
que oprimido por la acilla se vuelve exquisito,
un estrato de puros silicatos
sobre una veta de gneis metamórfico,
una colada de granito magmático,
una irrupción de devónico tardío,
otro granito rico en feldespatos,
eras enteras que descansan sobre las últimas
huellas de vida en este planeta.
8.
Hombre asqueroso mereces tu
conocimiento verbal del dolor;
no así las hormigas, el puercoespín.
Hombre que hablas mereces tu
conocimiento mnemónico de la muerte;
no así las galllinas, la tortuga.
Hombre mentiroso, vómito de la tierra,
indescriptible porquería pensante,
vergüenza de los primates, lengua de cáncer,
aprende de los cerdos angelicalidad,
aprende de los vampiros pureza,
del chacal aprende majestad,
de los gusanos, de las remolachas aprende
a estar callado, esputo de la naturaleza,
podredumbre inventora del lenguaje
con el que describir tu podredumbre
y chapotear hablando en la podredumbre
que las demás bestias evitan, si no nutre,
pero tú lo tienes todo en el cerebro al acecho
de ti mismo con garras de palabras,
escrofuloso en el verbo, untado de dialectos,
tu culo extremo en la tabla zoológica,
carroña mística en el papel plateado
de tu dinero, animal hipócrita,
hombre asqueroso, mereces tu
conocimiento mnemónico del dolor;
y sobre todo mereces tu
conocimiento verbal de la muerte.
11.
Nosotros hechos de palabras y nada más,
nosotros fabricados casualmente por un lenguaje,
nos preguntamos por qué sólo nosotros
debemos ser muertos por un lenguaje,
mientras las bestias viven, las plantas viven,
y nosotros muere gramaticalmente,
pero también las bestias y vivir son palabras,
ni nos debe asombrar que una palabra
o grupo de palabras sean palabras,
asombra en cambio que yo sea palabra
o grupo de palabras dichas de la nada
al nada, ¿dichas cómo, y cuándo y dónde?
pero cómo, cuándo y dónde son palabras,
asombra en cambio que una bestia o un verme
coman a veces un grupo de palabras
o un fragmento de grupo o un pedazo de yo
siendo palabras bestia o verme,
pero también comer es sólo una palabra
ni debe asombrarnos que entre palabras,
algo suceda a veces con palabras,
asombra en cambio que un yo tenga miedo
de desaparecer cuando es una palabra
pero desaparecer gramaticalmente
raramente le sucede a las palabras,
que yo puede durar hasta el infinito,
mientras hay un yo el yo obviamente está,
como por otra parte dirían los indios.
18.
Quien confundió alguna vez la muerte con el sueño:
el dormido no es un animal,
en el sueño la palabra no desaparece,
la hiena deja a quien duerme, roba el muerto:
en el sueño la palabra no desaparece,
el dormido no es un animal:
quien confundió alguna vez la muerte con el sueño.
23.
"Piensa, hombre civil, que eres el último
hombre que queda en la tierra y piensa:
todos los diamantes se han vuelto piedras,
eres el rey de América y de Rusia,
con las libras esterlinas puedes limpiarte el culo
¿pero por qué deberías limpiártelo,
por un escrúpulo hacia los gusanos?
Y como el falo busca a la vulva ausente,
tu lengua va en busca de una oreja,
te pones la máscara de oro de Agamenón
y te miras al espejo pero no te habla,
buscas la Esfinge, pero no te hace preguntas,
lees diarios viejos para reencontrar
la voz inmunda de la raza desaparecida,
avara, hipócrita, asesina, y ladrona,
pero al menos te hablaba, no como ahora,
te mentía, te odiaba, te menospreciaba,
pero te hablaba y a veces te escuchaba,
añoras al juez, al esbirro, al verdugo,
que eran tú mismo reflejado con la máscara,
pero aquellos labios de oro te hablaban,
no como las riquezas de la tierra
que sin las palabras son polvo,
cenizas, jirones, piedras, papeles y metales.
Puedes hacer lo que quieras quien está
solo está muerto".
Pero aquel hombre que era el último
que había quedado sobre la tierra se puso
en la cara la máscara de Agamenón
y se recostó en el sepulcro de Micenas
esperando que Alguno lo viese.
LA ROMA DE WILCOCK
Guillermo Piro
(Tokonoma 4, octubre de 1996)
¿Qué es Italienisches Liederbuch?
Un libro de poemas de amor que Juan Rodolfo Wilcock escribió en sólo trece días, entre el 4 y el 16 de julio de 1973, en su rancho de Lubriano (Viterbo), y que publicó en Italia la editorial Rizzoli al año siguiente.
¿De qué lieders se trata?
Son 34 poesías producto de un amor loco. Wilcock vuelve de alguna manera a su pasión juvenil, cuando plagiaba los versos de Swiburne, y escribe este "libro de canciones italianas" que trata de recrear el aroma de los versos de Michelangelo (a quien cita al comienzo del libro) con un italiano tan denso y cincelado, eficaz y transparente como el de Miguel Angel. No hay que olvidar los "Elegías Romanas" que Goethe escribió entre 1788 y 1790 y que él mismo estuvo alguna vez tentado en titular "Erótica Romana" y que bien hubiera podido ser el título de estas Italienisches. Y, naturalmente, la referencia que cae por su propio peso, las Italienisches Liederbuch de Hugo Wolf, que Wilcock escuchaba por la radio (uno de sus pocos grandes lujos, junto con un viejo Volkswagen con el que aparecía cada tanto en Roma) cuando la daban y tenía ganas de oírla.
Denso y cincelado; eficaz y transparente: esas palabras no parecen querer decir mucho.
Es verdad. Voy a tratar de explicarlo mejor. ¿Recuerda a Cornelius Jansen, el teólogo y filósofo holandés? ¿Recuerda el Augustinus? Bien: Wilcock parece jansenista: lo cuida todo hasta en los más mínimos detalles. Creo que la experiencia de escritura de Wilcock es bastante compleja, pero termina desembocando en resultados simples. Parece querer tender hacia ciertos criterios de orden, claridad, simplicidad. Para él un modelo fue siempre Robert Walser: esas frases labradas como diamantes (sé que eso tampoco quiere decir mucho, pero déjeme seguir), breves, desapegadas, que llegan a la parodia, a la caricatura. Después fue Ronald Firbank. Pero si le hubiéramos podido preguntar a él a qué corrientes de escritores creía pertenecer, sin duda hubiera pronunciado el nombre de Wittgenstein; hubiera dicho: «Ludwig». Wilcock escribe Italienisches a mediados de julio, cuando comienza en Europa el verano. Pero lo que impresiona desde el principio es esa pericia técnica (perdón otra vez) que le hace capaz de sacar el máximo partido; una habilidad estilística y constructiva que permiten comprobar que Wilcock conoce el "oficio". Para aquellos años Wilcock había escrito una serie de ensayos sobre escritores italianos y había constatado que no le divertían en la medida en que ellos mismos no lo hacían y no lograban ocultar el cansancio y el aburrimiento que sentían cuando escribían. La impresión, si se consigue vivenciarla, es terrible: Wilcock se imaginaba al hombre que se sentaba a su mesa de trabajo y se decía a sí mismo: "Este maldito libro tengo que escribirlo cueste lo que cueste, y acabarlo cuanto antes". De ahí las lagunas, los puntos oscuros, las incomprensiones, las frases vacías, y, sobre todo, ese tedio prodigioso que lleva a la paranoia. Wilcock se pregunta "¿Por qué escriben? ¿Por qué se someten a esa fatiga, a ese sufrimiento, a ese tormento?" Lo cual revela hasta que punto Wilcock se sentía un diletante en comparación con esos escritores amantes de los trabajos forzados, un diletante en el sentido literal, "aquel que se deleita". Pero no obstante su deleite es un oficio, y un oficio que se toma en serio. Pero Wilcock piensa sólo en sí mismo, o, con más precisión, en el lector como en otro yo mismo, y consideraba que una de las mayores hipocresías era atreverse a decir, por ejemplo, que se escribía "para los demás". En ese sentido era un hombre moral, y como todo hombre moral escribe libros morales. Italienisches es un libro moral.
¿Pero por qué sería más moral escribir para sí mismo que para los demás?
Porque no se puede jugar con uno mismo. Porque Wilcock se toma tan en serio y siente al enfrentarse a sí mismo tanto respeto que esto constituye el mayor compromiso posible en favor de la honestidad. Escribir para uno mismo es la garantía de que no se hará perder el tiempo al lector. Wilcock escribe acerca de él, para él y algunas veces contra él.
Al comienzo habló de una cierta deuda que Wilcock tenía con Miguel Angel. ¿Podría decir algo al respecto?
Wilcock cita al comienzo del libro un verso: "¿Quién me defenderá de tu bello rostro?" Esa presencia allí, en la primera página, indica para mí mucho. Para empezar, Miguel Angel especifica siempre (o casi siempre) quien es el destinatario de sus sonetos. Wilcock no. No sólo eso: Wilcock se esfuerza porque no sea reconocible siquiera el sexo del destinatario. Comienza con una palabra atrofiante, dice innamorevole, que es un término que no existe en italiano; dice seducente, que es un participio activo que en italiano es neutro y que en español es, a la vez, adjetivo y sustantivo. En ninguno de los 34 poemas es posible descubrir a quién están dirigidos. Esa diferencia fundamental es a la vez un homenaje y una manera muy wilcockiana de alagar a sus maestros. Es intrigante.
¿Qué es intrigante?
Es intrigante el movimiento que suscita la lectura de Italienisches, las idas y venidas, la habilidad con que Wilcock elude aludir al tema en cuestión. Escribe en ese estado que Hemingway consideraba el ideal: está perdidamente enamorado. Está lo que se dice vulgarmente "emocionalmente estable" (perdón). Puede trabajar en cualquier momento si lo dejan tranquilo y nadie lo interrumpe, lo que quiere decir que puede escribir si puede ser despiadado con los demás. Pero la mejor escritura la produce cuando está enamorado. Una vez que la escritura se ha convertido en el mayor vicio, en el mayor placer, sólo la muerte puede interrumpirla. La seguridad económica es una gran ayuda (Wilcock no la tuvo nunca) porque evita las preocupaciones (Wilcock siempre las tuvo). Pero las preocupaciones pueden destruir la capacidad de escribir. La mala salud es mala en tanto produce preocupaciones. Aún en ese estado Wilcock nunca dejó de producir.
¿Pero de que nos habla Wilcock enamorado?
Del sujeto de su amor, naturalmente. Pero también de Roma, lo que equivale a decir que también la ama. El libro podría leerse prestando atención a dos vertientes que confluyen en el mismo mar, la poesía (disculpe). Una vertiente sería la representada por ese sujeto amado. Se lo describe, se lo alaba, se cuentan sus milagros. La otra vertiente, más sinuosa, estaría trazada sobre el mapa, llevando al lector a recorrer una Roma particular, una Roma restringida, aquellos lugares que uno no visita, o no visita tan detenidamente, si se embarca en un tour provisto de una guía trilingüe. Trasladado al mapa, notaríamos que ese recorrido se circunscribe a una la colina del Testaccio, la Pirámide de Cayo Cestio y el Piazzale Ostiense. Desde allí es posible, libro en mano, acceder a una Roma inusual. Me parece absolutamente tentador llevar a cabo esa travesía inútil, conocer la Roma por la que Wilcock circulaba.
¿No podría, grosso modo, llevarla a cabo ahora?
Si, pero para eso es necesario deshacerse de esa cronología libresca que suele arruinar todos los planes. Puedo hacerle recorrer la Roma de Wilcock, pero si soy el guía esto lleva implícito que de alguna manera es también mi Roma. Lo que quiere decir que, por más fiel que permanezca al trazado toponímico de Wilcock, siempre el mejor guía hubiera debido ser él mismo. En el hecho de tomar el micrófono en mano hay ya una pequeña traición inevitable...
Adelante, por favor...
Salimos desde el metro al aire libre en la estación Pirámide, en pleno Testaccio. Tenemos la Estación Roma-Ostia a nuestras espaldas y, a la derecha, la Via delle Cave Adreatine. Desde esa esquina divisamos al final el Piazzale dei Partigiani y la Estación Ostiense de trenes. A nuestra izquierda la Pirámide de Cayo Cestio y el Piazzale Ostiense, y un poco más allá la Piazza di Porta San Paolo. ¿Me sigue?
Si, continúe...
Esta es una de las zonas más mencionadas por Wilcock. Allí enfrente, un poco más allá del Piazzale Ostiense, está el Correo. ¿Recuerda el poema en donde los empleados se ponen a comer peonías debajo de Scanderbeg? Este es el Correo y ahí está la Piazza Albania. Los empleados han surcado el Parco della Resistenza dell'8 Settembre y han desembocado a los pies de este monumento que conmemora al patriota albanés Scanderbeg (Jorge Castriota) que se distinguió luchando contra los turcos en el siglo XV. Pero dejemos eso y prestemos atención a la Pirámide. Lo único que conocemos de Cayo Cestio es su tumba, esta imponente pirámide revestida de mármol blanco y atravesada por la Muralla Aureliana. Tiene 27 metros de altura y tardó en construirse 330 días. Y allí está la entrada del Cementerio Protestante. La paz que se respira aquí es conmovedora. Desde 1738 fueron enterrados aquí numerosos personajes del mundo protestante, principalmente ingleses y alemanes. En la parte más antigua se encuentra John Keats ("Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua") y su amigo Joseph Severn, no muy lejos de donde están las cenizas de Shelley. Ya que estamos aquí podríamos ir a visitar la tumba de Wilcock, que está junto a la de Vassilis Vassilikos, y la de Antonio Gramsci y la del hijo de Goethe. La de Wilcock, clara, sencilla, sin presunción bajo la sombra de los árboles infunde respeto (¿o deberíamos decir miedo?). Salgamos y subamos por el Viale del Campo Boario. Ahí está el Monte Testaccio. Es una colina artificial, que se formó entre el año 140 a.C. y el 250 d.C., a partir de millones de testae, los fragmentos de las ánforas empleadas para transportar mercancías. La colina mide 36 metros de altura. Tomamos la Via Zabaglia y comenzamos a escalar la pronunciada subida. Desde aquí arriba se alcanza a ver todo el valle del Tíber, las zonas obreras de la Magliana y el Aventino hacia el oeste, y Villa Borghese y el Monte Mario, que es fácil de reconocer por la antena de la RAI. A orillas del Tíber se ven los atracaderos de las naves mercantes romanas, allí, donde ahora se encuentra la Piazza dell'Emporio. El puerto se construyó en el año 193 d.C. cuando el primer puerto romano del Foro Boario quedó chico. Ahora giremos sobre nuestros talones y miremos hacia abajo. Ahí está el gasómetro, que desde el cambio al gas subterráneo ya no está en servicio. Detrás del Testaccio la pendiente baja al Mattatoio, el matadero. ¿Ve ese enorme complejo? Está vacío. Hasta 1875 fue la principal fuente de ingresos de Testaccio. Bajemos. Tomemos la via Galvani en dirección a la Piazza Albania, sigamos por el Viale Aventino. ¿Ve ese enorme edificio? Es la FAO, la Food and Agriculture Organization, que desde 1943 tiene su sede central aquí, en Roma. Ahí esta el Circo Massimo: lo que fue el estadio más grande Roma hoy no es más que una explanada cubierta de hierba. Pasemos de largo: Wilcock ni lo menciona.
¿Y ahora?
Estamos cerca del Coliseo. ¿Lo ve allá, al final de la Via di San Gregorio? Lo mandó construir el emperador Vespasiano en el año 72 d.C. junto a un lago, en los terrenos del palacio de Nerón. Tomó ese nombre de una enorme estatua de bronce que se alzaba junto a él, y que la escasez medieval de metales tiró abajo. Aquí es donde Wilcock pide a gritos a los caballeros de Arturo, a los valientes de Orlando, a los musulmanes rabiosos y a los mongoles de Samarcanda que corran carreras alrededor para hacer ver cuán tosco era el mundo hasta que llegó esa luz, esa sophia. Ahora tomemos la Via di San Giovanni in Laterano hasta la Basílica cuyos doce apóstoles, blancos y teatrales delante de los reflectores, en un poema de Wilcock se mueven y señalan con el dedo a alguien que corre por la plaza con un perro. ¿Se acuerda? La Basílica conserva todavía la forma primitiva, de cuando el emperador Constantino mandó a construirla a comienzos del siglo IV. Fue dos veces destruida por incendios y otras tantas reconstruida. Ahora tomemos un taxi en la Via Merulana hasta la Stazione Termini. Aquí la tiene. ¿No se siente aturdido? Vea como la grandiosidad del trazado urbano colocó justo enfrente la mayor estación de autobuses de la ciudad. Es algo tan repelente que ni siquiera los mismos romanos llegaron a acostumbrarse. ¿Ve a través de los árboles de Piazza del Cincuecento cómo destellan los ladrillos rojos de los baños de las termas de Diocleciano? Datan del siglo III y ahora alberga un museo arqueológico maravilloso. Ahí, a la derecha, tiene otro resto de la Roma antigua: la muralla Serviana (pero Wilcock ni la menciona, así que miremos para otro lado). Si seguimos caminando hacia arriba llegamos a la Via XX Settembre, que conduce a la izquierda al Palacio de Quirinal, en otro tiempo residencia de los papas y hoy del presidente de la República. Aquí están Cástor y Pólux, patrones de los jinetes. Las guías turísticas se obstinan en verlos cabalgando, pero es mentira: llevan por la brida a dos espléndidos caballos. Miden 5,5 metros y son copias romanas de originales griegos del siglo V a.C. Un obelisco se alza entre ellos: lo trajeron aquí en 1786, procedente del mausoleo de Augusto. Esa fuente (que Wilcock describe como una copa de granito ceniciento, es decir, como lo que es) la añadieron en 1818, trayéndola del Foro, en donde era empleada como abrevadero...
¿Adonde vamos ahora?
A los Parioli, uno de los distritos mas selectos en las afueras de Roma que ostenta hoy algunos de los hoteles y clubes más lujosos, rodeado por la Villa Borghese, el mayor parque público de Roma. Allí, en octubre del año 312, exactamente en el puente Milvio, Majencio tendió una trampa a Constantino dando por supuesto que iba a caer en ella: construyó sobre el río varios puentes falsos e intencionalmente colocó sus naves de manera inadecuada a lo que exigía una buena estrategia; pero después, al ver que el emperador, al frente de sus ejércitos, se aproximaba a la orilla opuesta, quiso llegar a ella antes que los romanos, y olvidándose, con la ofuscación y el apuro, de que los puentes tendidos sobre el río eran falsos, capitaneando a un grupo de sus tropas y dando orden al resto de las fuerzas de que le siguieran, entró en uno de aquellos puentes para salir al encuentro de sus enemigos; pero el puente se hundió y Majencio y cuantos le seguían cayeron al agua y murieron ahogados. Wilcock recuerda este hecho.
Si no me equivoco, Wilcock recuerda otro que tiene como principal protagonista a Constantino...
Si. El poema dice: "El sexto mensaje apareció en el cielo,/ era un anuncio, me parece, de la Firestone." En tiempos de Constantino una multitud de bárbaros se congregó a orillas del Danubio con la intención de cruzar el río y conquistar todas las tierras occidentales. Cuando Constantino se enteró, levantó sus campamentos, avanzó con sus ejércitos, llegó hasta el Danubio y colocó en sus orillas estratégicamente a sus soldados. Luego, viendo que las tropas enemigas atravesaban el río, y temiendo que al día siguiente estuviesen ya en la orilla en que se encontraban sus tropas para atacarlas, sintió un miedo extraordinario. Aquella misma noche, mientras dormía, un ángel lo despertó y lo invitó a mirar a lo alto. Al levantar los ojos hacia el cielo Constantino vio suspendida en el espacio una cruz formada por dos rayos luminosos y sobre ella la inscripción en letras de oro que decía: "In hoc signo vinces" (Con esta señal vencerás). Confortado con esta visión Constantino mandó construir una cruz semejante a la que viera en el cielo e hizo que un abanderado la llevara enhiesta, a modo de estandarte, delante de los soldados; dió orden de ataque y lanzó sus ejércitos contra el enemigo, causando entre estos muchísimos muertos y obligando a huir al resto de las tropas bárbaras. Después de la victoria Constantino reunió a los pontífices de todos los templos y trató de averiguar por medio de ellos a que dios pertenecía la señal en cuyo nombre había obtenido tan importante triunfo. Ninguno de los reunidos supo dar respuesta; pero sí se la dieron algunos cristianos que comparecieron ante él y le explicaron minuciosamente todo lo relativo al misterio de la Santa Cruz y a la fe en la Trinidad. A raíz de esto el emperador creyó con toda su alma en Jesucristo y se hizo bautizar, según algunos libros por el papa Eusebio y, según otros, por el obispo de Cesarea. A una conversión similar se refiere Wilcock en ese poema, más adelante.
¿Quiero hacerle notar que ha caído la noche? ¿Qué hacemos?
Vayamos a ver el Panteón iluminado. Esta maravilla de la ingeniería romana se la debemos al emperador Adriano, que la proyectó y la mandó construir en el año 125 d.C. para reemplazar un templo anterior construido por Marco Agrippa, yerno de Augusto, en el año 27 a.C. (de ahí la inscripción que figura en el frontispicio, que Adriano mantuvo después que un incendio destruyera todo el resto). A esta hora está cerrado, pero no importa: su mejor aspecto lo presenta así, iluminado. Sigamos ahora por este laberinto de calles rumbo al Tíber para ver el Castel Sant'Angelo. Lo único que se conserva es la base de lo que alguna vez fue la estructura (iniciada por Adriano, en el año 130 d.C.) destinada a ser un mausoleo...
¿Qué significa ese ángel desenvainando una espada allí, en la cima?
En una novela de Donald Westlake un hombre se salva de la prisión gracias a un malentendido como este. Es difícil discernir si alguien que está inmóvil con una espada en la mano la está envainando o desenvainando. El caso aquí es como sigue: en el año 590 el papa Gregorio Magno iba camino a San Pedro y vio, encima de la Ciudadela, a un ángel envainando la espada, lo que el papa interpretó como un aviso del fin de la peste que estaba asolando a Roma. De inmediato mandó a construir una capilla en ese lugar y le cambió el nombre a la fortaleza. Pero esa estatua fue agregada recién en 1753. Durante el Renacimiento el Castel fue usado como prisión y después como residencia papal.
¿Es todo?
Naturalmente que no. Queda mucho por ver todavía. Tomar la Via Appia Nuova (que Wilcock compara con el Nilo y llama Appia Azul) y dejarse llevar por el tráfico hasta el aeropuerto de Ciampino; recorrer la Muralla Aureliana iluminada por rayos, ruedas y petardos; visitar las termas de Caracalla y dar una vuelta en torno a Roma conduciendo un viejo Volkswagen como el de Wilcock por el Raccordo Anulare, tomar un desvío y terminar, extenuados, en Porta Furba, fuera de Roma. De ahí podemos ir a visitar el aeropuerto de Fiumicino.
¿Nada más?
En Italienisches se mencionan otros sitios: Olimpia, Éfeso, el Mar Rojo, el Danubio, el océano Atlántico, el Pacífico, el Indico, el Artico, los mares del Sur, el valle de la Caffarella, Lubriano...
¿Por qué Wilcock, amando como amaba a esta ciudad, eligió un pueblo tan alejado como Lubriano para vivir?
Ni Trajano ni Caracalla vivieron en Roma y gobernaron el imperio.
Pero Wilcock no gobernó
Es cierto. Wilcock reinó.
ENTREVISTA CON EL AUTOR (de Gatone Favero para Incontro, Clarín Cultura 2021)
G.F: ¿Cuáles han sido los autores que lo influenciaron en su formación de escritor?
J.R.W.: Todos los buenos me ayudaron a entender cosas. Pero si digo que debo muchísimo a Virgilio, no puedo decir en una sóla palabra mía dónde está la deuda a Virgilio.Y naturalmente, cuando a los once o doce años leí a Dante, quedé marcado para siempre por él. Y eso a veces en algunos poemas míos se puede reconocer, para ser precisos, la influencia conjunta de Dante y de la interpretación que el poeta T. S. Eliot hacía de Dante. El primer libro que leí, a los cinco años, fue la Biblia.¿Ahora, se puede decir que alguien tenga influencia de la Biblia? Me parece que, salvo Guido Ceronetti, nadie tiene influencia de la Biblia.
G.F.: Viviendo en Buenos Aires, habrá conocido a Jorge L. Borges; ¿lo frecuentaba, lo admiraba?
J.R.W.: Sí. A Borges lo admiraba mucho antes de conocerlo, cuando yo tenía 18 ó 19 años, porque un amigo me lo reveló, me lo hizo leer. Me dijo: “El es el mejor que hay, tal vez en el mundo”. Y efectivamente. Entonces yo tenía por él una especie de admiración, casi como si fuera un Dios. Una vez lo llamé por teléfono para invitarlo a dar una conferencia, cuando tenía 20 años. Y él declinó porque, me dijo, no sabía hablar; de hecho, en esa época todavía no hablaba en público. Y después lo conocí personalmente, no sé, a los 20 años, en circunstancias un poco desastrosas para mí, porque me presentó el hijo de un escritor que él admiraba mucho, pero que era filonazi. Entonces como presentación para Borges era inconveniente; es decir, yo quedé así, un poco a la distancia. Pero después, por fuerza, nos tuvimos que tolerar. Yo era un estúpido, como casi todos los jóvenes son estúpidos, incluso cuando son inteligentes. Los jóvenes tienen una explosión de estupidez, cosas que deberían entender y no entienden…
G.F.: ¿Qué habrá sido la primera cosa que se escribió?
J.R.W.: … Se han descubierto listas de ovejas… Es decir, los registros más antiguos son listas de ovejas, porque las primeras civilizaciones, las más evolucionadas, comenzaron en en sitios que se dedicaban mucho a la cría de la oveja y la cabra. Al leer esas tablitas que quedan, que dicen 4 ovejas en la casa de tal..., 24 cabras macho, uno piensa que así comenzó la literatura, pero puede ser una impresión muy equivocada…Tal vez ya había poemas orales y los anotaban; no podemos saberlo porque lo que ha quedado son las tablas que lograron conservarse a pesar de los incendios, pero parece que las bibliotecas familiares consistían sobre todo en esto: listas de animales, cantidad de trípodes y bacinillas. Pero es imposible de reconstruir… Sin embargo, mi duda permanece; la literatura comenzó con una lista comercial, o como la voluntad de anotar lo que se enviaba a otro...Pero tal vez ni una cosa ni la otra. Ciertamente la manía más antigua del hombre es escribir su nombre por todos lados. Y la primera cosa que habrá escrito un escritor habrá sido su nombre. Digo, el primer libro quizá fue firmado antes de haber sido escrito.
G.F.: Háblenos de la ciencia ficción.
J.R.W.: Mmm, no existen esas palabras en italiano y además, me parecen palabras tontas. No puedo usarlas porque parece una marca de zapatos, no existe... Quiere decir literatura de imaginación con algunos elementos científicos ha estado siempre allí. Pensemos, en Italia, han inventado el género, ¿no? O casi. La ciudad del sol, las teorías de Giordano Bruno, etcétera; eran obras de imaginación con elementos científicos. ¿Y por qué se debe esperar que usemos una palabra para remedar a personas que viven en Estados Unidos, en una parte estrecha de América y con otra mentalidad. (...) En los cuentos de «La sinagoga de los iconoclastas», particularmente, yo estaba obligado a (meterme con la ciencia) porque se trata de una colección de científicos falsos. Entonces no se puede esperar que me los tomase en serio. Pero por otra parte, me los he tomado bastante en serio. Es decir, no me burlé de ninguno, aunque tenían las teorías más absurdas imaginables. Pero pensé que todas las teorías se pueden perdonar, porque el hombre vive así, haciendo teorías, tantas están equivocadas; y a otras, durante cierto tiempo, se las considera no equivocadas. Eso es muy característico de las teorías bufas. Quien lea una historia de la ciencia verá que, uno después del otro, los más grandes filósofos han propuesto teorías que están siempre al borde del ridículo. Y los de hoy en día también. Entonces la ciencia también es un repertorio de locuras; eso es el repertorio del conocimiento humano...Los hombres siempre han buscado el conocimiento o algo que representara el conocimiento, que está hecho de hipótesis y teorías que cada uno defiende con los dientes. Todas ellas tienen la característica de no alcanzar la realidad. La realidad sigue siendo la que es. Y entonces, bueno, vamos a teorías totalmente locas para que los cálculos den bien (...).
G.F.: Por último, háblenos del amor.
J.R.W.: Sobre el amor se han dicho tantas cosas. Ahora recuerdo algo que escribí hace poco en una carta… La diferencia entre el amor y la amistad es que a los amores, a los objetos del amor, los pensamos de un extremo al otro, podemos cambiar de un polo al otro, y, en cambio, de los amigos pensamos siempre lo mismo. Esto es algo de lo que me di cuenta hace poco. Porque característico del amor es estar siempre cambiando de idea sobre la persona que es el objeto amoroso. Y en cambio la amistad se caracteriza, repito, por el hecho de que tenemos siempre la misma idea, una especie de terquedad interna que nos hace ser amigos de una persona y sobre todo pensar siempre lo mismo, no querer modificar esta opinión.
NOTAS BIOBIBLIOGRÁFICAS
Juan Rodolfo Wilcock (Buenos Aires, 17 de abril de 1919-Lubriano, 16 de marzo de 1978) fue un escritor, poeta, crítico literario y traductor argentino nacionalizado italiano. Conocedor de diferentes lenguas, escribió la mayor parte de su obra en lengua italiana, si bien también escribió en español.
Hijo de Charles Leonard Wilcock (inglés) e Ida Romegialli (argentina), estudió Ingeniería Civil en la Universidad de Buenos Aires.
Su primer libro, «Libro de poemas y canciones» (1940), obtuvo el Premio Martín Fierro de la Sociedad Argentina de Escritores.
Entre 1942 y 1944 dirigió su propia revista literaria, «Verde Memoria», y entre 1945 y 1947, la revista «Disco». En 1945 publicó dos libros de poesía: «Ensayos de poesía lírica» y «Persecución de las musas menores». Y en 1946, «Paseo sentimental».
Luego, misteriosa y abruptamente, emigró a Italia y abandonó para siempre el idioma español. Adoptó la nacionalidad y la lengua italianas, y se consagró a escribir una obra que apunta en una dirección diametralmente opuesta a la que había producido en la etapa anterior.
«Fatti inquietanti» (1960), «Lo stereoscopio dei solitari» (1972), «La sinagoga degli iconoclasti» (1972), «I due alegri indiani» (1973) y «Il tempio etrusco» (1973) son algunos de sus libros en prosa más conocidos.
También con traducción de Guillermo Piro, Huesos De Jibia ha publicado «Italienisches Liederbuch» en 2010 (2ª edición, 2017), «Aprovechemos que hay una fuente» (2021) y «La palabra muerte» (2022).
GUILLERMO PIRO nació en Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, el 16 de agosto de 1960. Publicó «La golosina caníbal», «Las nubes», «Estudio de manos», «Correspondencia», «Saint Jean-David» (poesía); «Versiones del Niágara» (novela, 2do. premio nacional de literatura) y «Celeste y Blanca» (novela). Integra la antología «Monstruos», realizada por el poeta Arturo Carrera. Desde hace años está abocado a la reedición de las obras del escritor argentino Héctor A. Murena, de quien el Fondo de Cultura Económica ha publicado una antología a su cuidado, «Visiones de Babel». Fue director de la revista de libros Gargantúa. También es traductor y periodista. Se ha desempeñado como periodista free-lance para distintos medios nacionales y extranjeros. Ha traducido, entre otros, a J.R. Wilcock, Roberto Benigni, Emilio Salgari, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Gianni Vattimo, Andrea Zanzotto, C.M. Cipolla, Enrico Brizzi, Federico Fellini, Paolo Rossi, Melissa P. y Ermanno Cavazzoni. Actualmente es subeditor del suplemento Cultura del diario Perfil.

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