GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a RAÚL TAMARGO
(Publicado en la págima de Facebook el 01 de octubre de 2025)
Raúl Tamargo nació en Buenos Aires en 1958. Escritor, editor, bibliotecario.
En la entrevista, Raúl, dice:
«Vida y escritura van de la mano, por supuesto. Lo mágico es cuando la escritura se vuelve vital. En mi caso, tengo avances y pausas con mucha frecuencia.»
SELECCIÓN DE SU OBRA
De «Los otros cómo juegan»
Me recorro y me encuentro
cada signo es una mancha de uso
cada mancha un perfil.
Mi bestiario está aquí y le sonrío.
Ahora
una sombra
para tanta prisionera luz.
*
Juegos de amor y desamor
-VII-
¿Y si fuera el amor
un hongo
que creciera en las nubes?
¿Si fuera una nariz
un pie
un lunar?
¿Si no tuviera necesidad
de tirar
las piernas de mis pantalones?
¿Si el amor careciera de ardores?
¿Si fuera en vano
buscar la sacudida afuera?
-IX
Aunque hablemos
en la noche
cuando los muebles cierran
su vientre a los papeles
y los niños se esconden
detrás de los juguetes
gallo ciego nos toca
estamos solos.
*
Los otros cómo juegan
Pedro supo vivir colgado de los árboles
y solamente en breves raptos de sonambulismo
caía al suelo
de modo que creía vivir de árbol en árbol
Pedro
tirabas manzanas a la gente
robabas a las parejas que cruzaban la noche.
En una de esas caídas
Pedro despertó y resolvió
sobre el papel
no volver a subir
y se arrastró por el barro
como un lagarto torpe.
Te ahogaste en el olor de las pisadas
y en la vista agachada sobre la tierra uniforme
añoraste los árboles
que abandonaste a cambio de un papel
escrito con toda tu sangre
menos la de tu corazón
Pedro.
De «vivero de fondo/ entre junio y agosto»
nacimiento
salimos de la hostería a las doce
queríamos saber cómo era la noche en aquel sitio
un único farol en esa calle
justo en el punto donde debíamos estacionar
apaqué el motor
media hora tal vez
en completo silencio
mirando en la penumbra
los ladrillos que asomaban entre la maleza
como observando el parto
del hijo que no tuvimos
*
las cosas
nos sentamos a mirar los cuerpos de los pájaros
sus trajines
sus volares
con un libro de aves en la mano
aún no podemos estar
sin conocer los nombres de las cosas
*
las coordenadas
como arreptentimiento
nos nubla cada vez que nombramos el sitio
a quienes nos preguntan
como deseo de preservar la propiedad privada
como temor de que los disfrutares de unos
sean los padeceres de otros
pero
¿quién es tan bueno
como para obsequiar el mapa del tesoro?
*
música de llaves
me sentaba cada noche frente a la puerta
no para verter entrar
sino para tratar de comprender
que ya no habría música de llaves
al otro lado del cerrojo
*
herencia
hablo de la vigilia
ese espacio sin puertos
en el que navegaron
tu perfil
tu bigote
el movimiento de tus labios
alguna frase hecha
diseminados en los otros
como una herencia demasiado pobre
Textos inéditos
Isla Floreana
Darwin conoció al pachay en 1835 y dejó documentado el avistamiento.
Darwin fue el último testigo conocido de la existencia del pachay, hasta hace poco.
Durante casi dos centurias, el pájaro cantó en silencio
escondido entre los pastizales.
Los diccionarios de americanismos conservaron su nombre popular.
Y aquí estamos nosotros
creyendo que hemos sido derrotados
definitivamente.
*
apoyo la oreja en la pared
entre los intersticios del ladrillo
se desvanecen y renacen duendes
o desmembradas partes del que fui
últimamente
aquí no hay fantasmas
no hay conexión con el ayer menos reciente
nadie dejó sus átomos vagando
solo los míos y los tuyos
amos del palacete entre las sierras
gestores de esta nave quieta
oigo
el murmullo la máquina constante
de sus vísceras de su memoria de signos apretados
el lenguaje el recuerdo
esa señal en descampado mundo
registro mínimo
máxima voz en este sordo
indiferente inescrutable cosmos
*
jactancia rancia y viperina
despierta siempre alerta siempre viva
tus coletas colegialas y tus trenzas
son como el toro que el olé magrea
ríome de tus puntas advertidas
de tu sonoro respirar de tus clavijas
chúpame un huevo tu sombra de vigía
me importa menos que un décimo de bledo
que andes metida hasta en los bordes de la sopa
en un pliegue de vos metí la estopa
con que se limpian poco a poco las achuras
la mano atravesada por el clavo
y el corazón acorazado y duro.
*
En la memoria de la aldea
no había más cabras que las turbulencias del carácter.
Por eso,
cuando pirqueros se toparon con una
(que era uñosa, que era azul, que era faldera)
en una fundación,
dijimos:
es la quirquincho madre.
Y desde entonces fue adorada.
Tuvo templo, liturgia y sitio santoral.
Sincretizando:
en nuestra aldea se aloja el universo entero,
se construyen altares
y las blasfemias
nos ponen como cabras.
*
Tuve un destino
blanco,
católico,
epicéntrico.
Liberal entre los márgenes del Occidente
y occidental entre los marginales.
Un destino que no me tuvo en cuenta.
Clavado en mi esternón desde el principio,
como riego de miedo
para los pastos que crecerían conmigo.
Blanco,
católico,
epicéntrico.
Hidalgo entre los nobles.
Un camino con trampas, cebos y gayolas.
Un amoroso proyecto de vida
sin responsables a la vista.
¿Se culpa al blanco por un destino blanco?
¿Se culpa al indio por un destino negro?
¿Se culpa al esternón por el dolor?
Lo que era grande me pareció pequeño.
Fui contra el régimen de castas,
abandoné los privilegios intermedios,
quise mostrarme desclasado,
pero me vieron pintoresco.
Con el tiempo,
cada lugar fue encontrando su cosa.
Lo mejor que tengo para decir de mí
es que no fui lo que debía ser, mi general.
Acaso no soy nada.
He soñado que preguntaban por mí
un pequeño grupo de personas que
—sueños son sueños—
también me contenía.
Yo debía de estar muerto.
Trataba en vano de completar el cerco de retamas inconcluso
y poner en estado de conserva las escamas desprendidas a lo largo del camino.
Pero esas simples operaciones que los muertos no pueden realizar
se movían en un borde difuso.
Es curioso que los sueños no distingan las partes del vacío y a la vez no las confundan.
Claro que resultaba halagador que tocaran el timbre de mi casa.
Oscuro en cambio, que yo estuviera entre los que preguntaban.
Y en esa oscilación de la ternura entre los vivos y los muertos
entre los lados de las puertas
en esa incertidumbre entre las conclusiones y las deudas de una vida
me tomó la vigilia. Desde entonces
no he dejado de pensar
para qué preguntábamos por mí.
*
Armé un cigarrillo antes de la eutanasia que íbamos a practicarle a la perra.
Lo encendí y la vete me llamó.
Hicimos lo que había que hacer
y,
cuando todo estuvo listo:
la despedida,
la expiración,
el
pozo,
el enterramiento,
recordé el cigarrillo abandonado.
Volví a encenderlo
lo fumé hasta el final
*
El día que murió Maradona
era el título de una historia que no llegué a escribir.
Tenía atractivo:
una puerta de vidrio esmerilado,
la luz de un reflector que ciega y que promete.
Tengo un gran cementerio de historias que no fueron.
Lloro algunas,
reviso sus pedazos,
memoro las perezas y asperezas con que fueron muriendo,
comiéndose a sí mismas.
Muchas me demostraron que estaba equivocado;
otras, que mi torpeza era mayor.
Nonatas,
abortos espontáneos y forzados,
renunciamientos,
golpes al ego y a la potencia,
daños colaterales en la conflagración de las palabras.
Un modo del fracaso,
como otro cualquiera.
Nunca, ninguna,
dio explicaciones tardías del asunto
Nunca, ninguna,
quiso venir al mundo desde el título.
El día que murió Maradona
era una historia que no podía escribirse.
Al menos, yo no podía hacerlo.
¿Quién puede imaginar la amputación,
el coma,
la caída repentina de las uñas,
una rapaz que roba en cada patio al mismo tiempo,
una conspiración universal de sauces?
El día que murió Maradona es un anti relato,
y velas encendidas en medio de las calles.
No hay ninguna historia allí,
porque cualquier historia es negación o distracción.
Nada hay de real en una historia:
no hay puñalada,
orgasmo,
ausencia del mañana.
No hay historia que pueda ser escrita con mayúsculas,
negritas, subrayadas,
como si hiciera falta.
ENTREVISTA CON EL AUTOR
Gilgamesh: Raúl, sos un poeta y un narrador que viene editando su obra desde 1995. ¿Nos contarías tus comienzos con la escritura y tus derivas entre poesía y narrativa?
Raúl Tamargo: Aclaro que no me siento cómodo con el término poeta. Escribo poesía, sí, pero cuando me presentan como poeta no puedo evitar sentirme como un farsante. Probablemente se trate de una idealización, aquella que asigna al poeta funciones de demiurgo. Debo de tener a Teresa de Ávila y a San Juan de la Cruz en la cabeza. Creo que va por ahí, sí. También la molestia proviene de establecer comparaciones con «escritores de poesía» a quienes considero verdaderos poetas.
Los primeros escritos que recuerdo fueron unas rimas en alabanza al «equipo de José», el Racing del 66. Yo tenía 8 años. También entonces dibujaba estadios; vistas panorámicas y detalles. Eran protoplanos. Para ser justo, si fundo mi relación con la escritura en aquellos versos rústicos, también debo encontrar en esos años una afición que me acompañó por bastante tiempo: la construcción y el dibujo técnico.
Hacia los 13 años retomé la escritura, ahora inspirado —imitando, sería más ajustado decir— en el tono declamativo y combativo de Neruda, principalmente. Mi hermana estudiaba letras y la casa se inundó de poetas españoles, traducciones del francés, etc. También novelas de autores latinoamericanos. Con ellos, empezó a crecer el deseo de contar mis propias historias. Pero era demasiado para mí. Demoré muchos años en escribir narrativa seriamente.
Gilgamesh: ¿Qué significó en 1995 y que significa hoy tu primer poemario, «Los otros como juegan»?
Raúl Tamargo: La publicación de aquel libro fue para mí como haber sacado un documento de identidad o una carta de presentación, algo así. Tenía 37 años y me sentía sin documentos, ja, ja. Lo edité yo mismo, junto con un libro de Claudio Ferrari, quien fue el motor del proyecto. Así nació una primera versión de «A Capela». No obstante, previamente había presentado el original a una pequeña editorial que se llamaba «El Caldero». Lo aceptaron, pero lo edité por mi cuenta. Solo necesitaba su aprobación. Hoy, aquel libro solo son esos recuerdos. No me arrepiento ni me avergüenzan esos textos, pero han quedado demasiado lejanos.
Gilgamesh: Pasaron décadas entre ese primer libro y «Vivero al fondo/ Entre junio y agosto» (2021). ¿Son tus tiempos con la poesía? ¿Hay obra en este impasse de publicaciones que no llegan al papel? ¿Podrías dar cuenta de tus procesos creativos?
Raúl Tamargo: Nunca abandoné la escritura de poesía. Pero mi relación con eso es sumamente conflictiva. Creo que la escritura poética y yo formamos una pareja de esas que se llevan a las patadas, se distancian, pero vuelven a juntarse una y otra vez. En los 26 años intermedios no dejé de escribir o intentar escribir poesía, pero el resultado nunca me dejó satisfecho. Y me sigue pasando: la poesía es, para mí, algo muy ingrato. Me engaña, me envuelve, me hace creer cosas que luego se verifican falsas. Y cuando se adquiere cierto «oficio» se vuelve más engañosa. En ese camino, un hallazgo fue reconocer algunos textos como narrativos. Así empecé con algunas novelas, unas fallidas y otras no tanto, creo. Pero fueron los relatos breves los que me sacaron del embrollo. Es un formato al que vuelvo de vez en cuando y siempre me encuentro a gusto con él.
Gilgamesh: ¿Qué temas elegís para tu poesía y para tu narrativa? ¿Hay un límite preciso entre ambas o solo «vasos comunicantes»?
Raúl Tamargo: A veces es justamente la elección del tema lo que determina el modo en que será dicho. Aunque suelo demorarme en advertirlo. Las narraciones casi siempre provienen de algún tipo de obsesión. Los poemas, en cambio, de una fugaz sorpresa —un quiebre podría decirse— frente a algo que vi o que ocurrió en el mundo que me circunda o simplemente en mi pensamiento. Muchísimas veces, también, a partir de algo que estoy leyendo. Un poema temáticamente «suelto» puede convertirse en el pie inicial de una serie. Sin embargo, tiendo a desconfiar de los temas en la poesía; suelen llevarme a encerronas en las que el tema se adueña de la situación y el poema retrocede. De esos cruces, a veces nacen narraciones breves. Es común que crea estar escribiendo un poema y de pronto advierta que si dejo de darle a la tecla «enter» tengo la semilla de un relato. Mis poemas, creo, son fuertemente narrativos. Mis narraciones, algo poéticas.
Los relatos de largo aliento son otra cosa. Ahí sí tengo que tener una historia más o menos definida, ensayar voces, puntos de vista, leer muchos textos ajenos que estén emparentados… Por eso es crucial el tiempo con el que cuente para sentarme a diario durante un lapso más o menos breve. Porque si trabajo a los saltos, hay un momento en el que «se me escapa la tortuga» (qué gran poeta el Diego, ¿no?). Por eso, en los últimos años, que estuve abocado con pasión a mi trabajo como bibliotecario, no he podido avanzar en un antiguo proyecto de novela del cual tengo escrita tal vez la mitad y temo que cuando pueda retomarlo, ya no encuentre el camino.
Volviendo al eje de tu pregunta, vasos comunicantes todo el tiempo. Límites precisos, no tanto. Aunque la deriva siempre va de la poesía a la narración y no al revés.
Gilgamesh: ¿Hubo libros fundacionales en tu camino lector/ escritor? ¿Qué literatura acompaña o incita tu escritura?
Raúl Tamargo: Siempre he sido un lector caótico y desordenado. Y también pobre. He leído lo que me prestaban y lo que podía comprar, que nunca fue mucho. Creo que por eso me convertí en librero, ja, ja. Salvo un breve paso por el profesorado de Literatura, no tengo formación académica. Las primeras lecturas que recuerdo con pasión son las de los poetas españoles de principios del siglo XX: García Lorca, Hernández, Machado, Cernuda. También Vallejo, Guillén, Neruda, Cardenal y la poesía gauchesca. Creo que muchos de ellos eran autores de moda en aquellos años. Leí con interés, pero con poca pasión a los poetas traducidos, sobre todo franceses. Desconfío de las traducciones de poesía. Debí aprender algún otro idioma para poder leerlos, pero no lo hice. Luego descubrí a Gelman y creo que ahí hubo un impacto importante. Esa tradición que arranca tal vez en González Tuñón me apasionó. En el medio hubo muchos otros poetas, pero creo que otro impacto importante como el de Gelman fue el de Leonidas Escudero, mucho más recientemente. Me interesan esas voces bien diferenciadas y poco porteñas: Escudero, Bustriazo Ortiz, Groppa, Juan L. Ortiz, Romilio Ribero, Edith Vera. Cada uno con lo suyo. Y hablando de traducciones, el Raymond Carver que leí y que leo (¿será él o el traductor?) también me gusta mucho. Gelman, Escudero y Carver son tres autores de los que quise aprender conscientemente. A muchos otros los debo haber copiado, pero sin darme mucha cuenta.
Me gusta leer cosas muy distintas, pero no las sigo a todas. No me gusta, por ejemplo, la literatura que habla de literatura. En algún tiempo me sentí deslumbrado por ella, pero dejó de interesarme.
Gilgamesh: Tus ocupaciones, la de librero, bibliotecario, editor, están relacionadas con la de escritor. ¿Cómo transitás en cada una de ellas? ¿Qué aportaron a tu escritura?
Raúl Tamargo: Son ocupaciones que te rodean de libros. Ese es el paisaje en el que siempre quise vivir. Por eso las busqué. Tuve una librería de usados que, además de divertirme muchísimo (sobre todo comprando) me permitió también trazar líneas de tradición entre los autores, las corrientes, los editores, los lectores. Es un universo fascinante. Por grande que sea, una biblioteca personal nunca ofrece esa diversidad. Las bibliotecas públicas sí, pero allí hay algo vinculado a la conservación y la permanencia que tiene su atractivo también, pero es distinto a la librería, donde todo se vuelve inestable. El gran aporte de esas experiencias es, principalmente, como lector. Sería hoy mucho más pobre como lector de no haber pasado por allí. ¿Y en la escritura? Bueno, escribir es una consecuencia del lector, creo.
Gilgamesh: ¿Cómo nace «A Capela»? ¿Cómo vas armando/pensando el catálogo a través del tiempo?
Raúl Tamargo: De aquella experiencia de los años 90 que mencioné antes, solo tomé el nombre. Esta «A capela» nace a partir de una idea y una facilidad técnica. La idea inicial era recuperar aquellos libros de poesía que, valiosos por sus contenidos, se habían agotado en tiradas de 300 ejemplares y a las que ya no es posible acceder. Como lector de poesía, una y otra vez me encontré con la curiosidad de leer a tal o cual autor y no poder hacerlo porque sus libros ya no circulan. Por dar un ejemplo, solamente, ¿cómo conseguir ejemplares de las ediciones de Libros de Tierra Firme? Ni hablar cuando lo que uno quiere leer fue publicado en San Juan, en Jujuy, en Córdoba. Esa fue la idea inicial, y me pareció que la edición digital me permitiría hacerlo, con mucho esfuerzo, pero sin dinero. Estudié maquetación durante un año, mientras sondeaba opiniones acerca del proyecto entre amigos escritores. Por otro lado, ya llevaba unos siete años leyendo con mucho gusto en dispositivos de tinta digital (tipo Kindle). Creí que esa modalidad de lectura se impondría. Me equivoqué en todo. Son pocas las ediciones de libros agotados que se encuentran en el catálogo y la gente sigue leyendo en formato PDF, que es algo bastante terrible. Tal vez esta entrevista ayude a recuperar viejos libros en papel, esos que son como ríos pequeños que se secan antes de llegar al mar.
No obstante, el desvío de los propósitos iniciales, me gusta mucho el trabajo de edición. Empezaron a proponerme la edición de libros autores que desconocía. Es un hermoso viaje.
Gilgamesh: En pandemia fuiste parte de un proyecto muy querido por muchos de nosotros, «La biblioteca virtual». ¿Qué recuerdos y experiencias te quedaron de esa movida?
Raúl Tamargo: Querido proyecto, coincido. El encierro de esos días ha dejado marcas profundas cuyos resultados apenas estamos viendo ahora. Como sociedad, hemos salido peores de lo que éramos. Pura desgracia para el pensamiento. Claro que hubo experiencias novedosas y ricas, como la BV. Me enteré de su existencia pocos días después de creada y enseguida le eché el ojo de bibliotecario. Minuto a minuto crecía una bola de libros digitales compartidos que, paradójicamente, se volvían inaccesibles. Por la cantidad y el desorden. Por eso la contacté a Selva Dipasquale, a quien no conocía. Le propuse ayudar con el tratamiento de esos archivos. Allí nació un vínculo amistoso inesperado. Selva es una especie de viento viajero que va dejando semillas por todos lados. Y en esos días tenía una capacidad de trabajo extraordinario. Daniela Pacilio también fue una máquina de trabajar. Creo que entre los 3 pudimos encauzar la marea, aunque las ideas siempre surgieron de la rama femenina, ja, ja. En lo personal, además de ese hermoso vínculo nuevo, de la posibilidad de conocer a tantísimas personas con quienes hoy todavía mantengo una gustosa relación, fue importante para mí tener un espacio donde tratar de difundir una lectura más agradable de documentos electrónicos. En cuanto a la importancia de la BV, creo que también fue un buen lugar para el debate sobre derechos de autor y el acceso abierto, algo que desde luego no quedó resuelto y no sé si encontró un cauce tan masivo para su discusión.
No deberíamos olvidarnos de la Biblioteca Virtual. Tal vez habría que escribir algo al respecto. Fue muy intenso y de un alcance extraordinario. Así como se recuerdan y rescatan las revistas culturales, literarias, políticas, deberíamos hacer lo mismo con la BV.
Gilgamesh: ¿Vida y escritura van de la mano? ¿Qué trajo, qué dejó atrás tu viaje Buenos Aires/ Córdoba?
Raúl Tamargo: Vida y escritura van de la mano, por supuesto. Lo mágico es cuando la escritura se vuelve vital. En mi caso, tengo avances y pausas con mucha frecuencia. En cuanto al lugar donde vivo, bueno, no creo que tengan una relación directa con la escritura. Nací y viví 50 años en Buenos Aires, una ciudad que nunca me gustó, por muchas razones que no vienen al caso. No siento que haya dejado nada, salvo a mis hijos y amistades. Es todo lo que extraño de allí. Córdoba, por otro lado, además de su maravillosa geografía, es un sitio que no reniega de su historia, y eso me gusta mucho. Además, hay una potencia cultural muy notable. Pero la cabeza de Goliat lo ignora, es una pena.
Gilgamesh: ¿Qué nuevos proyectos te ocupan?
Raúl Tamargo: Actualmente trabajo en una serie breve de poemas vinculados a la vida de los insectos y trabajo en revisión de otra serie que trata de ser un diálogo con mi perra y nuestros paseos a la luz de la luna. Estoy pensando que los animales están presentes en muchos de mis textos, pero no sé por qué será. También trabajo en una serie de relatos breves sobre perros; reales, históricos, imaginarios. Espero mi jubilación para ver si la tortuga de mi novela sigue ahí.
Gilgamesh: ¿Cómo ves el ámbito cultural en medio de esta coyuntura sociopolítica?
Raúl Tamargo: Sinceramente, considero muy limitadas mis opiniones al respecto. Me muevo en medios pequeños y conservo ciertos rasgos ermitaños. Aun así, me parece reconocer que hay mucha producción, más allá de las condiciones adversas. En cualquier lugar, grande o chico, hay músicos, escritores, actores, dibujantes, muchas veces sorprendentemente buenos. Claro que, para algunas disciplinas como el cine, los recursos necesarios son muchos y con gobiernos como el actual, ya se sabe. De todos modos, se siguen generando películas y series. Sigo pensando que el arte ayuda a muchas personas, salva vidas; que sin él, el mundo sería mucho peor, insoportable. Y me parece ver que los jóvenes, lo sepan o no, piensan igual.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Raúl Tamargo: Entiendo el planteo, y coincido parcialmente con el diagnóstico, pero necesita ser matizado con algunas observaciones. La pregunta que me aparece en primer plano es si alguna vez la poesía tuvo un gran público. Me cuesta imaginar que en algún pasado hubo una gran masa de lectores no escritores cuyas bibliotecas estuvieron colmadas de libros de poesía.
Además, ese pequeño público endogámico tiende a ampliarse cuando la poesía se acerca a la música o a la oralidad. Es frecuente que lectores entrenados te digan: no me gusta la poesía, no leo poesía. Pero cuando la poesía se hace voz, cuando es dicha por una voz humana, se producen conexiones. Mucho más con la música, con la canción. Tal vez, el divorcio comienza cuando la poesía lírica abandona la lira. En la música hay un reservorio poético de alcances populares. Un estribillo, un par de versos de una canción se graban en los cuerpos con una inmediatez y profundidad que difícilmente logra la lectura silenciosa. Hay poemas fantásticos en todos los géneros de la música popular. Hay enormes poetas a los que todos cantamos, a veces sin conocer sus nombres.
Algo para pensar o repensar es si el reemplazo de la recitación por la lectura ha sido una buena práctica. Admiro a los poetas que son capaces de recitar. Y he comprobado muchas veces que la recepción de esos encuentros es mayor.
La lectura de una historia es más o menos fácil de seguir. La de un poema casi siempre se complica un poco más. En la tensión con la lengua que propone la poesía percibo una aspiración a la música, a su carácter abstracto y tal vez universal. El «gran público» que menciona tu pregunta puede ingresar en esa atmósfera propuesta cuando se vuelve un poco más expresa: la recitación, el canto, los recursos teatrales… En los libros se suelen buscar sentidos. En la poesía, como en la música, el sentido no es lo central, no es lo importante.
A lo mejor sería una buena idea pensar menos en los libros y más en los encuentros cuerpo a cuerpo.
NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
Raúl
Tamargo nació en Buenos Aires en 1958.
Entre
muchas ocupaciones, las de escritor, librero, bibliotecario y editor
son las que lo han hecho más feliz.
Ha
publicado «Los
otros cómo juegan» (poesía),
Ediciones A capela, 1995; «vivero
al fondo/ entre junio y agosto», El andamio (2021); «Por
la ventana de Sol» (novela
infantil), «Libresa»,
2001 ; «El
hilo del engaño» (cuentos
breves), Alción, 2014 ; «Más
que nada»(novela),
Alción, 2017.
Desde
2019 lleva adelante el proyecto editorial de libros digitales «A
capela».
En ese marco ha publicado también la novela «Lo
que el cuerpo vale», ha
reeditado el poemario «Los
otros cómo juegan» (de
descarga gratuita) y ha compilado la antología de poesía indígena
contemporánea de Abya Yala «De
la tierra floreciente».
Algunos
de sus relatos fueron publicados en antologías, en la revista
peruana «Plesiosaurio» y
en el sitio «Escritores
del mundo».
Ha colaborado con la revista «Imaginaria»,
especializada en literatura infantil.