miércoles, 19 de junio de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a TERESA ARIJÓN

(Publicado en la página de Facebook el 12 de junio de 2024)

Teresa Arijón nació en Buenos Aires. Es poeta, traductora y editora.

En la entrevista, Teresa, dice:
«Siempre he pensado que los poemas, al menos los míos, son fragmentos de fragmentos, trazos suspendidos.»

SELECCIÓN DE SU OBRA

De «LA ESCRITA» (1988)

Yo, mi nombre, una última palabra en el viento, sílabas.
Ella, la lejanía entierra los fantasmas,
los castillos olvidados regresan a la arena,
el tiempo quema el mar con golpes de agua quieta.
Y yo aquí, mi nombre se deshace.
La que pronuncia mi deseada palabra, ella.
Y yo aquí, en la soledad absoluta, esperada.
Ella, la que mira a través de innumerables ojos
la tibia locura de mi mano alzada
en la oscuridad, en la traición,
en el inicio de una nueva fábula.

LO QUE ES POSIBLE
desde aquí
ofrendar
sonidos leves ademanes
a la inocencia de tu cuerpo en sombras
a la delgadez de tu mano sumida en la fuente
del deseo insaciable
a tu pequeña figura de papel
estallando en el abismo
a tus labios debajo de la hierba
pronunciando el idioma
de lo aún no nacido

De «ALIBÍ» (1995)
Sola,
yo permanezco todavía
Donde se ocultaba de mí,
su cara, apenas una exhalación,
el gesto leve de su echarpe
sobre el hombro al pasar,
un reflejo en el agua.
***
Como un pájaro asido a los límites del cielo
—el cielo que fuera la conciencia infinita—
busco el olvido.
Debo tocar la noche,
oscura llamarada de otra luz.
El tacto querrá hacerme revivir de ese silencio.
El tacto querrá que yo no me deshaga.
Pero ¿quién me dará la punta de sus dedos?

De «ORANG-UTANS» (2000)
RAJAH
A veces, el orangután permite que otros le roben la comida.
No hay en sus ojos infinitos lugar ni tiempo
para impedir el gesto ávido y veloz del macaco
cola de chancho, oculto entre las lianas.
Sólo cuando Rajah, el rey, se acerca como el rayo
el invasor retrocede a sitio seguro. Pero antes
de tocar los amarillos racimos, Rajah distrae su mirada
y descansa, colgado de una rama. Todo puede esperar.
Como en un sueño, el rey orangután espera
el fruto rendido de la civilización.

BANANA CAFETERIA
para Bárbara
El rumor de la selva en la noche, cerca, para siempre en los oídos,
después de haber estado.
El rumor de la selva y los pájaros dormidos en la noche,
las mariposas, el fabuloso arcoiris de la delectación.
El cocinero indonesio que después de preparar la cena prepara
la suave música del alma: la guitarra y la voz
entrando apenas en el rumor de la selva.
Los peces en la laguna ¿duermen? Las estrellas ¿duermen?
¿Duerme Noreen en su nido de hojas o mira, como nosotras,
el cielo de la jungla, negro, azul,
esquivo como sus ojos y radiante?
Sobre la mesa de madera y a cielo abierto,
bajo el inquieto rumor de los árboles y las diminutas ranas pardas,
tus manos, humanas, en medio de la noche.
Y el anillo silencioso que forman las pieles ásperas, rojizas,
con tu piel blanca, extraña en su luminosidad, y casi ajena.

De «POEMAS Y ANIMALES SUELTOS» (2005)
La lengua del mar bajo la lluvia,
un discreto paisaje de esplendor
en las gotas rezagadas, y la cabeza fría
de los patos en el agua.
¿Podré recordar esta imagen dichosa en otro instante
y demorarme en su tenue lentitud, en su fantasma?
La lectura devora, y he leído
que en Nepal
hay siete maneras de mirar la luna
sin mirarla. (Mientras los patos
forman un círculo perfecto
en el cielo del alba.)

AMOR
I
No cabía en sus manos, no cabía en sus pies, no cabía en su alma
cuando vino. Como una cebra montaraz, pequeña, como el pelaje de
una oveja descarriada. Como escribir un poema en la mañana fría;
como no escribirlo y dejar que suceda.
II
Deshizo para siempre el emblema de la memoria e incendió las tierras
alambradas, buscó el néctar pasado entre el humo y no encontró nada.
Antes de irse, rompió el cántaro y selló la fuente.
III
Vino y trajo el mundo nuevo, y hablamos de ciudades como cartas
marcadas, de Praga y de Lisboa y del tren que nos llevaría a Cascais
mientras leíamos como si fuéramos un poeta cetrino y su fantasma.
Como si fuéramos la piedra y la honda. La taza de plata de la que bebe
el ogro y la medalla de oro que luce la ogresa. Lo que se oculta y
nombra. Lo que nombra y lleva.
IV
Vino como el tumulto salvaje del corazón salvaje, y me hizo conocer
el relámpago y la selva verdadera, y olimos el aire de una gruta donde
duermen murciélagos centenarios.
Vino para hacerme tocar el río austero, enemigo y reflejo del cielo.
Vino para nombrar a Héspero, la mirada del vigía en la tormenta, el
filo del cuchillo en la penumbra de una casa ajena.
Vino para secar el mar amargo, para que la sagrada espesura del
bosque vuelva a cerrarse, para que el lobo rompa su clausura como
quien congela el metal de un candado y lo parte en dos.

De «OS» (2008)

LA VIDA NUEVA
Sólo quien no vive en el tiempo, y vive en el presente, es feliz.
Ludwig Wittgenstein
Si fuera hombre usaría
la navaja de mi abuelo para afeitarme
— rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso
mirarse cada día al espejo,
navaja en mano.
***
En el fondo de un pozo
cuya boca ha sido tapada desde afuera,
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo desanda.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva
como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba
— querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar
que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas,
destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar
por los labios resecos.
Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez
de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.

POEMAS INÉDITOS

De «POEMAS DE BORNEO» (2018)

2.
En la selva de Borneo no hay luna. No la veré.
No la veremos. Ella vendrá cuando nos hayamos ido.
Pero ¿quiénes somos? ¿qué?
La lluvia traza su rastro en los senderos
siempre húmedos, tapados de hojas blandas que se pudren —
curvas, planas, perfectas.
Nosotras ¿quiénes somos? ¿qué?
Un parpadeo en la noche de un dios.
Un animal que corre entre la bruma.
El canto de los otros, que desconocemos.
El silencio después:
cruce de espadas.
Todo se queda aquí.
Todo respira

De « POEMAS DE JAPÓN» (2018)

HAGAKI
Escribir postales en las hojas del cerezo que protege el salón del trono,
a la izquierda del palacio imperial. Los pétalos del sakura
como copos de nieve caen, flotan, fluctúan, navegan, cruzan mundos,
emisarios del cielo y de la tierra
entre la rama y el aire
rozan las pequeñas piedras del camino,
acompañan el agua del río
que fluye constante, atrapado en un canal.
Dos más dos más dos más dos: al infinito.
Así. En la caligrafía que podría trazar un pincel
—o un maestro— de Nara. En el delicado rodar
de una bicicleta sobre la arena.
Así. Dos más dos más dos
más dos vamos trazando sonidos como letras.
Recorremos el mundo, que es ancho pero no ajeno,
con la frescura espontánea, la inocente juventud
del primer verano.

De «BALLAD OF THE BROKEN HEART Y OTROS POEMAS» (2007-2023)

(...)
y yo, que no tengo canción ni cielo
ni tiempo ni extrema unción
ni escala ni rata por tirante donde resguardarme;
yo que soy el blanco móvil del silencio
me arrojo al mar
con la misma seguridad con que me siento
en el cordón de la vereda. y podría llorar
pero las lágrimas son un humor ácido que alivia
y consuela. y yo no estoy aquí para aliviarme
sino para ¿para qué?
y es que no sé si es un para o un pero. O un pirro
a la conquista o un paro de actividad encantatoria
o el puro afán del perro
que sigue su rumbo aunque no lo tenga.
(…)

De «NOCHES EXTRANJERAS» (2013-2015)

NOCHES EXTRANJERAS
vuelve el sol sobre las cosas,
roza lento las plumas todavía húmedas
del pájaro de alas negras ¿mirlo cuervo tordo?
que busca lombrices recién despejadas por la lluvia en este llano
abierto sin nieve, que colma los ojos en su deseo de extensiones infini-
tas, en esta bruma con pocos ríos y poca luz, cuando la luna morada
asoma al entrar la tarde y aves y humanos despliegan su vocación
primera de superficies y vuelos rasantes.
(…)
Ahora
queda el corazón salvaje
golpeando contra el borde de las cosas.
El corazón salvaje que no resigna a matar
ni a morir.
(…)

De «ARS POETICA» (1988-2023)

(1988)
alguien me llama / pero mi corazón se ahoga / y no responde
la pequeña abandonada / la que apartada del sendero de las flores /
bebe silencio
¿habrá un espacio? quiero decir aquello no invadido por el miedo
quiero decir un árbol
(1999)
elegiste la poesía como quien elige la pesca en río correntoso, tendida
la red o arrojado el anzuelo que evapora la débil carrera de la lombriz
y el pez.
elegiste la poesía como quien esmalta un cuenco para servir la sopa y
desdeña el blanco sin mácula de la porcelana para destacar la plena
oscuridad.
intentaste matar a la abeja sabia que besó los labios de Safo.
imitaste la prudencia de la hija del rayo, naciste
de una lágrima caída en tierra.
(2018)
El poema no es un relato, una larga
y pausada, pensada letanía
como remos que agitan
el agua para narrar una historia.
El poema es el remo, el agua, la luz.

ENTREVISTA CON LA AUTORA

Gilgamesh: Teresa, tu primer libro, «La escrita», aparece en Ediciones Último Reino en 1988. Ya eras una figura reconocida en el ambiente artístico por tus trabajos en la dramaturgia y como modelo vivo. ¿Cómo viviste este ingreso al ámbito poético? ¿Cómo se fueron gestando estos poemas? ¿Cómo fue ese pasaje de la escriba, de la pintada, a “la escrita”?
Teresa Arijón: Mis incursiones teatrales, en los fabulosos ochenta, fueron under dentro del under. Yo no diría que era reconocida, sino apenas alguien que comenzaba... ¡y que se quedó en los comienzos! Lá nos primórdios, como canta Marina Lima. Escribí varias obras e hice algunas cosas como actriz en sótanos, salas de ensayo, pasillos de casas. Mucho work in progress, mucho Grotowski. Una versión cuasi fantasmal de «Las criadas», de Genet, y una performance basada en «La virgen loca y el esposo infernal», de Rimbaud. Sí tenía la audacia de la primera juventud, la necesidad de trastornar los textos, de desplegarlos en otras direcciones, más relacionadas con el cuerpo, con la expansión del cuerpo. Era seguidora y amiga de Sergio de Loof, de Batato Barea. También seguí los comienzos de La Organización Negra. Los que más me marcaron, incluso para escribir poesía, fueron Tadeusz Kantor y Pina Bausch. Y Artaud, siempre. Por lo demás, trabajaba como modelo vivo para ganarme la vida. Y ahí se produjo el pasaje del teatro a la poesía. Porque empecé a escribir poemas en los descansos de las poses. Posar te da mucha libertad mental, espiritual, creativa. Aunque tu cuerpo esté desnudo e inmóvil y sea observado desde todos los ángulos. La mente vaga, deriva, recoge palabras en el aire. Durante los descansos, me sentaba en un rincón con mi cuaderno y escribía. En uno de los talleres donde posaba, una mujer sintió curiosidad al verme enfrascada en mis papeles y ofreció llevarle mis poemas a un maestro de literatura. Y aunque yo era reacia a mostrar mis escritos, acepté. El maestro me dijo que “ahí tenía un libro” y sugirió que lo enviara al concurso del Fondo Nacional de las Artes. Yo nunca había pensado en publicar, pero le hice caso. Entregué cinco carpetas tamaño oficio con unos ochenta poemas mecanografiados en el edificio de la calle Alsina. Y gané el premio del FNA. Así nació y se publicó «La escrita» y así entré en el ámbito de la poesía argentina. Los artífices quizás involuntarios de ese pasaje, y en cierto modo de mi destino de poeta, fueron Natalia Kohen y Juan José Hernández.
Gilgamesh: ¿Qué de lo que se estaba escribiendo y publicando en los 80' y los 90' te interpelaba? ¿Cómo irrumpe tu poética en ese contexto? Leyendo en retrospectiva, ¿influyó en tu escritura esa generación del 90'?
Teresa Arijón: Hasta que se publicó «La escrita», yo leía a Pizarnik, Thénon, Orozco, Madariaga, Bayley y Viel Temperley. Poetas que empezaron a publicar antes de los ochenta. Después conocí a Arturo Carrera, Diana Bellessi, Mirta Rosenberg, Coto Colombo, Irene Gruss, Liliana Ponce. También, trazando una frontera generacional algo borrosa, nombraría a Susana Villalba y Víctor Redondo en esos primerísimos años. Mi vínculo con poetas más cercanos en edad comenzó en “La voz del erizo”, el ciclo que organizaba Delfina Muschietti en el Rojas. Ahí empecé a leer y frecuentar a José Villa y Fabián Casas, con quienes luego hicimos la “18 Whiskys”. A tipos muy queridos y admirados como Circo (Ricardo Cerqueiro) y Juan Desiderio. A poetas únicas como Bárbara Belloc, que llegó en los noventa. A Paula Jiménez España, que además tenía un bar, “Balrog”, donde nos juntábamos todas las semanas. Pero, pese a que circulaba mucho en esa época, creo que siempre estuve un poco aislada. Yo habito una brecha, un hiato, el de los poetas que salimos al mundo durante la dictadura militar, que empezamos a publicar tarde, que no teníamos ni tenemos tanto interés en publicar, que no nos afirmamos en ningún movimiento, que creíamos más en llevar vida de poetas –cada quien tenía su propia manera de vivirla– que en ganar reconocimiento. Con María Mascheroni hicimos un libro que refleja ese pequeño universo, «Hierba sobre el mundo castigado». Un texto colectivo, compuesto como una partitura musical con fragmentos de poemas de 56 poetas de esa “generación arbitraria”: los nacidos entre 1955 y 1965. Entonces, yo no formo parte de lo que se conoce como “poesía de los noventa”, un membrete a mi entender limitado porque deja fuera a muchísimos poetas coetáneos y muy activos en esa década. Y por otra parte hay poetas, como Mario Arteca, que sí representan la poesía de los noventa pero empezaron a publicar en los 2000. Las fronteras, los títulos y hasta los atributos son lábiles, mutantes. Por suerte.
Gilgamesh: ¿Cuándo y dónde nació “este impulso/ azaroso de escribir”?
Teresa Arijón: Leyendo. Y caminando. El impulso de escribir nace en la caminata, en el caminar. Como quería Thoreau. Caminar hasta perderse, sin rumbo, sin horas, sin esperas. Sin respuestas.
Gilgamesh: En estos últimos 36 años, diste a conocer 9 libros de poesía. ¿Qué búsquedas te acompañaron en este tiempo? ¿Cómo fue el proceso de (des)armado en «Ostraca» y en «Un millón de veranos»? ¿Fueron requerimientos editoriales o un íntimo deseo de (re)ordenar tus textos?
Teresa Arijón: “Triste, triste de no poder vestir para alguien / los cristales fugitivos y las sedas frágiles del tiempo”, escribió Juanele. En 2011, cuando Editorial Curandera propuso publicar mi poesía reunida, intenté vestir esos cristales fugitivos; captar y entregar lo que me había revelado el tiempo. Construí el libro guiada por el nombre, «Ostraca». Una palabra de origen griego que designa los fragmentos de cerámica, los pedazos de jarras rotas, que se usaban para aprender a escribir o pintar. Siempre he pensado que los poemas, al menos los míos, son fragmentos de fragmentos, trazos suspendidos. Un movimiento ininterrumpido que, paradójicamente, se interrumpe para dejarse ver, para dejarse transitar. Líneas, figuras fugaces, magnéticas como los giros del bailarín sobre su eje. Entonces, con esa idea del fragmento, compuse mi «Ostraca». Y decidí comenzar por el final, por los últimos poemas, que había escrito en 2010, 2011. Vale decir que a «Ostraca» entrás por los poemas más recientes y, si llegás al final, encontrás alguno que otro de mi primer libro. Fue bastante caprichosa mi tarea de selección y entramado; eliminé poemas, modifiqué versos, incluí otros que no había publicado en su momento. Un millón de veranos recorre el camino inverso. Es una antología que armó y prologó Jorge Monteleone, el mayor crítico de poesía que tenemos en la Argentina y un amigo queridísimo. Monte eligió los poemas y el criterio de composición, y fue más clásico que yo porque empezó por el principio y concluyó con los inéditos, que suman más de 100 páginas. Lo publicó Miño y Dávila en 2023 e integra la colección “Estaciones”, dirigida por Carlos Battilana y Mario Nosotti, que reúne poetas cuya obra está dispersa o es difícil de encontrar. Los inéditos incluidos en «Un millón de veranos» podrían, a su vez, componer cuatro libros separados. Lo mejor de armar poesías reunidas o antologías propias es el encuentro con esa voz que es la tuya y sin embargo se presenta nueva. Vistiendo, como quería Juanele, las sedas frágiles del tiempo.
Gilgamesh: Quisiera volver a «La escrita» y armar un puente hacia «La mujer pintada», una novela en la cual el cuerpo, la voz de la poesía, los trazos (¿trazos sumi-é?) vuelven al “nacimiento de la poesía: la voz antes que la letra” y a la reivindicación de lo femenino con todo lo que eso porta en este momento en donde la lucha continúa. ¿Ves el confluir, la sincronía de esas aguas poéticas/ narrativas? ¿Cómo se implica el cuerpo en la escritura? Como artista, ¿qué lugar tienen hoy estas manifestaciones feministas? ¿Qué lugar le toca a lo poético, a la poesía en este mar agitado, contaminado?
Teresa Arijón: La confluencia ya aparece en los títulos, que trazan un arco temporal: «La escrita», de 1988, y «La mujer pintada», de 2021. Puesta a pensar, yo diría que “la escrita” es una poeta que fue, es, está siendo escrita... ¿por quién? Por ella misma, por otras y otros, por sus lecturas, por sus caminatas. Y “la mujer pintada” es la mujer que fue, es, está siendo pintada... ¿por quién? Por otros, otras, por ella misma. «La escrita» fue una respuesta a la poesía de Alejandra Pizarnik, que me tenía cautiva. Literalmente. «La mujer pintada» es un libro en clave autobiográfica y es también una historia del arte narrada desde otra perspectiva: la de las modelos que posaron para los artistas. Muchas de ellas también artistas. Yo fui modelo vivo durante más de veinte años y soy feminista desde chica. Nunca encontré contradicción entre posar desnuda y ser feminista. Nunca me sentí cosificada. Sí creo haber sido sujeto y objeto de una experiencia artística. Es una diferencia sutil. Eso en cuanto a mi experiencia personal, que narro en «La mujer pintada». Pero allí también narro otras historias menos felices, más dolorosas. Y otras fascinantes por su desparpajo o su ruptura con los límites y los mandatos. En fin. Las mujeres somos poderosas. Siempre lo hemos sido, aunque intenten doblegarnos. Tal vez por eso han intentado subyugarnos. Porque somos fuertes. La poesía es fuerte. Y es la arena donde se libran todas las batallas. La poesía es revolucionaria. Porque conmueve, porque va al tuétano. Porque, más allá de que responda o no a formas prescriptas, es libre e incita a sus amantes a la libertad.
Gilgamesh: Si hablamos de puentes, he vuelto, a propósito de este diálogo, a «Puentes/Pontes» (2003; primera antología bilingüe de poetas argentinos y brasileños contemporáneos traducida por poetas) y a «Poesía total» de Waly Salomão (2022; poeta brasileño que tradujiste por primera vez al español). ¿Qué lugar ocupa la traducción de poesía en tu obra? ¿Cómo permea tu poética este trabajo de lectura y escritura? ¿Elegís, te eligen los poetas para este trasvase?
Teresa Arijón: Traducir poesía es imposible, pero necesario. Dicho esto, traducir es la mejor forma de leer. Porque otorga y exige una profundidad, un despliegue imprevisto ante cada palabra, con cada construcción. Es un desafío enorme, una audacia. Un aprendizaje. Un desprendimiento. Un camino sin retorno. Porque ese arte que es traducir influye luego en tu pensamiento, irrumpe en tu relación con tu propia lengua, va moldeando una nueva sensibilidad... A veces quisiera tener la experiencia de no conocer otra lengua, de contar solamente con mis palabras en castellano, como quien guarda un misterio. En cuanto a los libros que mencionaste, «Puentes/Pontes» surgió de una propuesta que le hice en 1999 a Américo Castilla, entonces director cultural de Fundación Antorchas. Queríamos tender un puente con la cultura brasileña a través de la traducción de poesía. Y que las traducciones fueran obra de poetas. Esa es una convicción que tengo, y que me ha traído algunas críticas adversas. Yo creo que sólo los poetas tenemos la sensibilidad y la temeridad imprescindibles para traducir poesía. Y el rigor. Y la delicadeza. Y la vigorosa palabra. Y como algunos de los poetas incluidos en «Puentes/Pontes» eran también traductores se dio una suerte de enroque. Haroldo de Campos tradujo a Arturo Carrera y Arturo a Haroldo. Diana Bellessi a Adélia Prado e Hilda Hilst. El proyecto llevó tres años en total. Hice varios viajes a Río de Janeiro para trabajar con Heloisa Buarque de Hollanda y tuve largas horas de trabajo aquí en Buenos Aires con Jorge Monteleone para coordinar la selección de poetas, 20 argentinos y 20 brasileños. Heloisa y Jorge escribieron los prólogos y yo me ocupé de la traducción, lo cual implicó colaborar con otros traductores y entrevistarme con los poetas. Así conocí a Waly Salomão, un creador extraordinario, un agitador cultural, una gema. Y de allí surgió, quince años más tarde, la posibilidad de traducir su poesía completa junto a Bárbara Belloc. Waly ya había muerto para entonces, pero su genio y su capacidad de convocar y sembrar persistieron. La relación autor-traductor, si hablamos de poesía, es siempre una elección afectiva. No sé, y no importa, quién da el primer paso. Si el traductor o el poeta. Te puede convocar un poeta muerto hace quinientos años. Y también he sido convocada como poeta por otros traductores. Es un vaivén. Y además, afirmo que traducir es escribir.
Gilgamesh: Leyendo Os me preguntaba si en su escritura estuvieron presentes «Los poemas de amor de Marichiko» de Kenneth Rexroth y «Diario de amor» de Anahí de Hugo Gola. Y te pregunto cuáles son las poéticas que te atravesaron y te atraviesan en tu escritura.
Teresa Arijón: Esa asociación me lleva a un ensayo breve de Luis Verdejo, donde sugiere que Gola podría haber escrito sus poemas de Anahí a partir de los de Marichiko... porque parece ser que, mientras escribía, tenía sobre su mesa el libro de Rexroth. Y después Verdejo se pregunta si eso habrá impulsado a Gola a “asumir voz de mujer para escribir”, como ya lo había hecho Rexroth –gran traductor de poetas mujeres, dicho sea de paso– con su japonesa ficticia. ¿Allí se alude entonces al recurso de la máscara, a un ardid identitario, a un encubrimiento? No lo sé. Nunca me pregunté por qué el protagonista, el personaje retratado en «Os», es un hombre. Tal vez ahí podría haber una identificación con una voz masculina, aunque no me interesa pensar en esos términos. Hay una diferencia, de todos modos. Y es que «Os» está escrito en tercera persona y los otros dos libros en primera. Pero, volviendo a tu pregunta, cuando escribí «Os» yo no había leído esos poemas de Rexroth. Tampoco los de Gola, que recién se publicaron en 2021, creo, de manera póstuma. De modo que no, no estuvieron presentes. Pero ¿cómo saberlo, en realidad? Porque quizás algo de esos poetas resonaba en lo que sí leía mientras escribía Os. Novelas que no podía abandonar y releí varias veces: «El pájaro que da cuerda al mundo», de Haruki Murakami, y «Kitchen», de Banana Yoshimoto. Y «Moonlight Shadow». Entre los poetas que leo y releo, cuyos versos recuerdo de memoria y recito, puedo nombrar a Lorca, June Jordan, Antonio Machado, Safo, Vicente Luy, Juan de la Cruz, Jorge Teillier... Hacer listas es precario: siempre faltará alguien. Por ejemplo ahora: no nombré a Vallejo ni a Pessoa. Ni a Juana Inés de la Cruz. Ni a otra Juana que adoro, Juanita de Ibarbourou. Muchas veces no es un poeta, no es su obra. Es un poema. Un verso basta.
Gilgamesh: Otro aspecto en el cual me gustaría ahondar es en tu trabajo con otros, tu inmersión no solo en la traducción sino en la edición y el ensayo (también he vuelto a «Teoría del cielo», otro de tus libros que atesoro en mi biblioteca). ¿Cómo llegás a estos lugares compartidos?
Teresa Arijón: Me hace feliz hacer cosas con otros. Así de simple. Son formas de la amistad. «Teoría del cielo» nació leyendo. Nos juntábamos a leer con Arturo (Carrera) y ahí apareció el biografema de Barthes... y una cosa llevó a la otra. Y después hicimos otros dos: «El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado» y «El libro de la luna». Así recorrimos la década los noventa. Creo que escribir juntos era un pretexto para encontrarnos, para compartir horas de risas y conversaciones, descubrimientos. Después vinieron las traducciones de Lispector, Waly, Virginia Woolf y tantas otras que hicimos con Bárbara (Belloc), con quien sigo trabajando hasta hoy. Y además codirigimos la Colección Nomadismos, de pensamiento de artistas iberoamericanos, con sedes editoriales en Buenos Aires, Río y Cuenca. Y los libros compartidos con Manuel Hermelo: «El perro continuo», una pieza teatral basada en las «Investigaciones filosóficas» de Wittgenstein que nunca se estrenó, y «Teoría y práctica de la tragedia». Y el que hicimos con María Mascheroni, que ya mencioné, y que nos llevó tres años de investigación y debate. En todos los casos, proyectos nacidos de la pasión por una idea, por una escritura. En todos los casos, maneras de la amistad. Y del amor. Yo florezco trabajando con otros, aunque haya momentos de crisis, que los hubo y los hay. Pero el amor por lo que hacemos y el amor que nos une es más fuerte. Traducir a cuatro manos es una aventura y, nuevamente, un desafío. La percepción, el conocimiento, la intuición, la creatividad, la gracia y la sutileza de Bárbara con el lenguaje me iluminan, me despejan. Y espero que a ella le pase algo parecido conmigo. Con lo que puedo aportar. Y lo mismo puedo decir de Manuel, de María, de Arturo. Y con Monteleone escribimos un cuento infantil en verso, muy largo y muy divertido y lleno de juegos de lenguaje, sobre un perro. Y ese cuento nació del placer de escribir, de rimar. Lo escribimos por correo electrónico. Él escribía unas estrofas, yo continuaba, respondía con otras. Y ahora acabo de saber que murió Edgardo Cozarinsky, y entonces quiero dejar una frase suya: “Siempre sentí que una vida va tomando forma por quienes la cruzan y le dejan huella, así como estos son marcados por el que han cruzado. No hay identidad sin relación, sin conflicto vivido”. Es eso, es eso.
Gilgamesh: ¿Ese llamado de 1988 (“alguien me llama/ pero mi corazón se ahoga/ y no responde [...] ¿habrá un espacio? // quiero decir aquello no invadido por el miedo// quiero decir un árbol”) sigue insistiendo? ¿De qué manera?
Teresa Arijón: Ese llamado es la raíz y es el tallo y la flor y el fruto. Lo que persiste y está latente. Lo que ha muerto y está latente. Lo que respira. El humus.
Gilgamesh: ¿Seguís eligiendo “la poesía como quien elige la pesca en río correntoso”?
Teresa Arijón: Espero que ella me siga eligiendo a mí. Aunque ahora no escribiría ese verso. Un verso que, en esta trama constante de lecturas y despliegues y derivas, evoca otro de Ferlinghetti.
Gilgamesh: “El poema es el remo, el agua, la luz”. ¿Y la escritura del poema? ¿Y la poesía?
Teresa Arijón: Yo solo puedo hablar del poema. La poesía... antes dije que era revolucionaria. Y al decirlo me sentí osada, como quien comete un atrevimiento. Hablo por impulso, por resonancia de las palabras que imantan una idea. Pero no puedo decir qué es la poesía. Ekaterina Maksimova jamás definió qué es la danza. Y a su vez, mientras bailaba, Maksimova era la danza.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado “gran público” ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el “lazo perdido”. ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Teresa Arijón: Disiento con Steiner en su apreciación de lo lírico, aunque entiendo hacia dónde apunta. Y creo que, si hay un lazo perdido, es también un lazo recuperado. La poesía se hace presente en el verso que recordamos de pronto, como una ráfaga, persiste en la oralidad, en las estrofas que alguien tararea, en la rima anónima que se traza sobre una pared. El poema siempre ha sido canto y nunca ha dejado de serlo. Y el canto es memoria.

NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
Teresa Arijón nació en Buenos Aires. Es poeta, traductora y editora. Publicó seis libros de poesía, una obra de teatro, un experimento en tragedia, escritos sobre arte, crónicas de viaje, más de cincuentra traducciones del ingles y del portugués y una Teoría del cielo (biografías mínimas de autores latinoamericanos, con Arturo Carrera).
Entre 199 y 2001 ideó y editó «Puentes/Pontes» (Buenos Aires, FCE, 2003), primera antología bilingüe de poetas argentinos y brasileños contemporáneos traducida por poetas, junto con Heloísa Buarque de Hollanda y Jorge Monteleone. Codirige con Bárbara Belloc y Manuel Hermelo, el proyecto editorial efimero «pato-en-la-cara», y, junto con Belloc, la colección «Nomadismos» (pensamientos y ensayos de artistas iberoamericanos) con sede en Buenos Aires, Cuenca y Río de Janeiro. Fue escritora residente en el IWP (Iowa, Estados Unidos). En 2004recibió el premio Kónex por su trayectoria como traductora literaria. Su poesía fue traducida al portugués, al inglés, al behaya melayu y al neerlandés. En 2021 publicó su primera ficción, «La mujer pintada» (Lumen), una historia del arte contada a través de las modelos.
LIBROS:«La mujer pintada» (Barcelona, Lumen/Ensayo, 2022), «La mujer pintada» (Buenos Aires, Lumen, 2021), «El ladrillo hueco» (Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2019), «OS Minus Other Poems» (Portland, LaMonaProducciones; traducción al inglés de Samuel Gray, 2019), «Panamericana. Diario de ruta» (Cuenca, GAD Municipal del Cantón Cuenca; con Bárbara Belloc y Silvia Ortiz Guerra, 2018), «hierba sobre el mundo castigado. colectivo poético involuntario» (Buenos Aires, hilos editora; con María Mascheroni, 2017), «Teoría y práctica de la tragedia» (Buenos Aires, pato-en-la-cara; con Manuel Hermelo, 2012), «Óstraca. Poesía reunida» (Buenos Aires, Curandera, 2011), «Os» (Málaga, Puerta del Mar /Centro de Ediciones de Diputación de Málaga, 2008), «El perro continuo» (Buenos Aires, pato-en-la-cara; con Manuel Hermelo, 2007), «Poemas y animales sueltos» (Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2005), «Orang-utans» (Buenos Aires, La Rara Argentina; con Bárbara Belloc y traducción al inglés de Hillary Gardner, 2000), «El libro de la luna» (Buenos Aires, El Ateneo; con Arturo Carrera y Edgardo Russo, 1988), «El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado» (Buenos Aires, El Ateneo; con Arturo Carrera, 1997), « Alibí» (Buenos Aires, La Rara Argentina, 1995), «Teoría del cielo» (Buenos Aires, Planeta; con Arturo Carrera, 1992), «La escrita» (Buenos Aires, Último Reino, 1988).


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a GUILLERMO SILES

(Publicado en la página de Facebook el 22 de mayo de 2024)

Guillermo Siles nació en Tucumán. Profesor, doctor en Letras. Poeta.

En la entrevista, Guillermo, dice:
«Pienso que la poesía no se difunde ni se enseña, se lee, se escribe, se la siente, como afirma Borges, porque es un hecho simple, un hecho estético que no requiere explicación. »

SELECCIÓN DE SU OBRA

De «El cauce y la costumbre » (En Danza, 2020)

I. Retratos

El artista

Yo saludo al hombre
que pintó lo que veía.
William C. Williams
Que comprenda el tedio
–visión constante de la nada–
que sea ladrón o traficante
un viajero sin ciudad ni destino
su vida
un río de saltos y meandros
donde brille la desgracia de la pena
y del esfuerzo
el gran desgarro
mejor
buscar algún reflejo
en la fuente de la gracia.
Mirar alrededor,
caminar con lentitud
por el boulevard charcas
hasta el café de esquina bulnes
y oír la música del viento.

Plegarias

Llega con el aire abriéndose a la luz
y se instala en mi pecho,
resuena en las habitaciones, en el patio
como si hubiese ardido
ayer en los rincones de la casa.
En el zaguán, dispuesto a ganar la calle, me digo:
¿Qué haré con la pequeña voz que ahora vuelve
y a otro sitio me reclama?
Los ojos abiertos a la luz
eleva día a día su atadito de súplicas.
Reza, madre, reza:
con la luz de tus plegarias
ando solo por el mundo,
reza y no demandes nada.
Madre fruta
madre pájaro
madre teléfono
hacia atrás veo un hombre que es otro
demorado en un tren que no llega a destino.
Callecitas de La Habana o de Quito,
playas de Salvador
palafitos de Castro
Berlín-Barcelona-París...
la pujanza y la ruina.
¿Qué huellas dejará la memoria
en la intensa geografía?
En la orilla de este sueño
reza una y mil veces
tu rosario del alba
pero no pidas nada.
Que la voz no se aparte
que retorne en el aire
en la luz de cada día,
la belleza del mundo y su herida
reclaman ser nombradas.

El pasado

mi abuelo stephan
tenía la costumbre
de comprar
bolsas de azúcar
50 kilos de reserva
vuelan alto y habrá nieve
en la provincia azucarera
“la guerra es lo peor
porque lo pierdes todo”
solía repetir la misma frase
siendo joven todavía
recibió carta de polonia
miró una y otra vez
y lloró
sobre la carta de su madre
hasta casi borrar lo escrito
como quien no entiende
el perdón
sobre la luz de los años
como quien no puede
traducir los signos
de su lengua materna
perdida en los andenes
y en los puertos
de otro mapa en este mundo
mi abuela buscó a alguien
un paisano que escribiera
por encargo una respuesta
pero un relámpago
desalojó las sombras
de la escena
y mi abuelo supo para siempre
qué cosa era el pasado:
“para qué responder
si no podremos
volver a encontrarnos”.

El muro
Leopoldo Brizuela in memoriam
dulce gracia del día
no te escondas
posteando la mañana va
mientras recorro muros virtuales
para hallarte
y no hay ninguna lucecita verde
en tu perfil que conecte a la vida
no hay
quién dirá ahora la frase mordaz
o soltará la risa cruel que iluminaba
el cerco de las horas
la punzante ironía
del “no me cites maldito”,
“mi erudita de Burruyacú”,
“mi sabio de Rumi Punco”
te divertían esos “títulos de nobleza”
te gustaban los topónimos indianos
el Norte con su gracia
coplera, los aires de la zamba
y del gato
nadie como vos para alterar
los géneros y hundirme al son
de un fado con saudade
en el lomo visible de Inglaterra o Lisboa
nadie como vos seguirá el hilo musical
la letra de una canción amada
que se ahoga
una ristra de recuerdos
de chat, los de una vieja
vendedora de remedios
y de ropa en Los Zazos
te reías del cartel fotografiado:
“botiqin y butic”
no era un invento
nadie como vos en la risa hambrienta
de lo bajo
ni en la majestad de nombrar
lo atroz y su belleza
las cosas que la arena
de este indómito desierto
va borrando.

II. Viajes

Vida, qué linda sos
Yo quisiera vivir adormecido
en el suave rumor de la vida.
Sandro Penna
I.
imaginaba océanos e islas
grandes pájaros planeando sobre el mar
el éter cubría con su manto
la superficie de la tierra
dibujaba en grandes planos
–a escala reducida–
ciudades que se alzaban
sobre el continente
y unas islas
a veces soñaba
con dedicarme al cine
otras me veía en la piel
de un cartógrafo notable
unas vacaciones
fuimos a santa catarina y vi
la ciudad edificada
sobre el continente y una isla
álvaro la conocía en detalle
en auto recorrimos su perímetro
en playa de los ingleses
vimos el océano
y pájaros de luto:
fragatas
revoloteando un basural.
II.
de chico había intuido
que todo aquello
me esperaba
coleccionaba autos y trenes
juguetes predilectos
de pobre minotauro
un domingo
para evitar los retenes
del camino
fuimos en cochemotor
a visitar a los abuelos
el pueblo sitiado por militares
no logró borrar nuestra alegría
los años de plomo transcurrieron
los trenes pasaron y pasaron
un día salí a ver cómo es el mundo
navegué por el mediterráneo
por pequeños mares y canales
del atlántico y el pacífico
vagué por aldeas y ciudades
pero una entre tantas
se volvió querible
levantada sobre las márgenes del rhin
con su catedral y su estación de trenes
furiosos trenes para andar la vida
y entender qué linda sos.
III. La tibieza de los días
Marea
Si el viento orquesta
la fanfarria y tanto ruido
marca el compás
en días de odio
si ve alzarse
la furia de una ola
lejos de la arena
abandona la playa
como quien no quiere
mojarse los pies
en tanto fuego.
IV. El cauce y la costumbre
Modos de seguir una consigna
¿Alguien puede escribir en función de una consigna?
Sí y no. Alguien escribe. Piensa en esto y en lo otro.
*
Alguien escribe en función de una consigna
y agrega tímido un secreto profano.
*
Sigue una consigna
fracasa
escribe en la rama
de lo indecidible
se hace luz
arde el rancherío
de los pájaros.
*
Escribe en el aire una consigna
pasa un avión, pasa la historia
el desierto lo ve.
*
Traza con el cuchillo
garabatos en la tierra
alguien desde atrás
y por arriba del hombro
observa su nombre
escrito por primera vez.
*
Una consigna es santo
y seña el punto cardinal
adonde ir a buscarte.
*
Dar una consigna es saciar la sed de los náufragos
o avivar el hambre en la llanura.
*
¿Escribe o no escribe lo anotado en la consigna?
El tiempo ruge en el asfalto.
*
Se entrega
a una consigna
como quien busca
oro entre las piedras.
No encuentra. Aprende
a cortar la fiebre
los colores de la luz
en el cauce del río.
De «El sabor de la fruta »
Boceto
Tomas posición
eliges el punto de mira
la lente finísima y sutil
enfoca ciertos hechos
Te repliegas
recoges los restos
un pálido reflejo
de agua
un oasis
una llovizna
el tren de la memoria
la infancia
en tardes de domingo

Bagayeros
a Diana Bellessi

-Somos pobres, Señor
¿dónde buscar
las mercancías
para un jueves de feria?
Dicen las mujeres en el micro
Desde este lugar
se oye el latido cercano de la selva
hombres sin rostro
preparan la emboscada
en el camino gris.
-Somos pobres, Señor
buscamos un punto
allí donde se junten
los retornos, las partidas,
el cerco que divida
las obedientes rebeliones,
la línea móvil
donde el turbión resista
su recortada lejanía.

Green Park
1996
Mordido por el viento del otoño London tiene otro color. Vestigios de un amor sin
amor te atraen a esta isla. Con ojos de viajero recorres los caminos del tourist. Un
afán de rastrillos hace parvas de hojas secas. El verde reluce en la mañana por tus
ojos heridos. Te hablan del viento de la lluvia, te informan ─ con cierto desparpajo
─ : el clima aquí, subtropical y frío. Compruebas la húmeda humorada más íntima
en los huesos. El orden cede al orden respingado y altivo. Gestos tenues, lejanos,
sombreros de otros tiempos, codiciados abrigos. London-Bath-Nottingham-Edimburg.
No has errado el camino. See the coach. See the ticket. Can you take a picture
– pregunta un japonés–. Haces Click. Sonríe y dice thanks! Se aleja por el parque.
Las ráfagas de viento golpean tus mejillas para comprobar que ninguna forma de belleza
cura las heridas.

ENTREVISTA CON EL AUTOR

Gilgamesh: Guillermo, sos autor de dos poemarios. En 2008 publicaste «El sabor de la fruta» y en 2020, «El cauce y la costumbre». ¿Nos contarías cómo fue el proceso creativo en ambos casos?
Guillermo Siles: Soy autor de dos libros de poemas. Ambos fueron haciéndose con el tiempo. Escribo poemas desde la adolescencia y durante mucho tiempo no pensé publicarlos. A veces se los mostraba a algunos amigos, otras, quedaban archivados en alguna carpeta si es que intentaba organizarlos en una serie, pasarlos en limpio que, en esa época, implicaba escribirlos a máquina. Debo aclarar que la disciplina y la prolijidad eran impulsos esporádicos. Seguí escribiendo y cuando te tomás en serio la tarea es difícil no sentir la obligación de corregir, de descartar y de librar batallas con el lenguaje. He corregido mucho y he compartido algunos buenos momentos de conversaciones en el taller de Osvaldo Bossi mientras viví, una breve temporada, en Buenos Aires. Esto ocurrió hace poco tiempo, cuando pude hacerme cargo de mi deseo. En ese espacio conocí a poetas que no había leído, además de compañeros de camino a los que recuerdo con afecto. Después de esa experiencia no pude escribir como antes, todo se hizo más fluido aunque no pude aplicarle mucha disciplina ni una mayor sistematicidad a esa parte del trabajo ya que existen otras prioridades. A partir de “El cauce y la costumbre” surgió un modo distinto de pensar cómo escribir poesía, entender su inmensa potencialidad y la variedad de registros para decir; también en las murallas infranqueables, en las imposibilidades del lenguaje. Asimismo, empecé a considerarla como trabajo, a comprenderla en sus límites y aceptar que se trata de un no saber que incomoda y nos interpela de continuo. Y esta voluntad autoreflexiva ya revela una actitud vital, una manera de mirar el mundo que nos vuelve diferentes y por momentos ajenos a nosotros mismos.
Tengo otro proyecto en marcha que no logro cerrar porque mis intereses son diversos. Se trata de “Los ojos del recuerdo”. No querría apurar su aparición, aunque ya tengo un número considerable de poemas aunque no todos están en condiciones de ver la luz. La idea es concebir los textos a partir de su unidad temática, la del desplazamiento. No sé si lo lograré, pero quiero intentarlo. Hay que esperar y ver. De hecho, pienso en poetas y escritores que publicaron un libro cada diez años; otros dos o tres libros en su vida, nada más. Mientras la escritura siga, lo demás no importa.
La decisión de publicar, en mi caso, fue tardía y se dio a instancias de dos poetas: primero, Ricardo Herrera me escuchó leer durante un coloquio realizado en Tucumán, en 2005, y me incentivó a publicar una selección de poemas en Hablar de poesía. Gracias a esos textos supe acerca de los temas que trataba mi escritura: la infancia durante la dictadura cívico-militar, los antepasados, la memoria, los viajes y personas que fui encontrando por azar o serendipia. Más adelante, Santiago Sylvester, quien había leído los poemas en la revista, me envió una carta para pedirme más textos; quería incluirlos en la antología “Poesía Joven del Noroeste Argentino”, que apareció en 2008. Como no había publicado ningún libro, Sylvester me recomendó hablar con Carlos Aldazábal. Así se editó “El sabor de la fruta”, un libro muy breve que salió ese mismo año en El suri porfiado. La editorial organizó una recordada presentación colectiva en el Centro Cultural de la Cooperación de la que participamos poetas de diferentes regiones argentinas. Hasta entonces nunca había pensado en publicar ni presentar un libro. Esto de sentir la publicación como instancia inaccesible o lejana, en los comienzos, tal vez debería considerarse a partir de un contexto provinciano donde, en las décadas 1980-1990, era casi impensable, para un joven de clase media, la posibilidad de publicar.
Gilgamesh: ¿Cómo y cuándo empezás a interesarte en la escritura poética?
Guillermo Siles.: En el colegio secundario me aburría a morir, me deprimía, no estudiaba nada, no me relacionaba con la mayor parte de mis compañeros, leía lo que yo quería y escribía poemas para abstraerme de las clases de física, química y matemáticas. A los 15 años me presenté a un concurso de uno de los colegios universitarios. Fue una ingenuidad de mi parte porque ignoraba que ambas instituciones tenían una rivalidad histórica. El colegio al que asistía era privado y religioso en contraste con el humanismo laico del Gymnasium universitario, pero todo salió bien. Me dieron el tercer premio por un poema sobre la lluvia y el logro me consagró como poeta entre mis compañeros de curso. En esa época me hice amigo de dos chicos con quienes compartíamos libros y lecturas. Leíamos a Thomas Mann y a los realistas rusos; recuerdo que uno de ellos me regaló “La montaña mágica”. Por mi lado, ya frecuentaba a poetas fundamentales para mí: César Vallejo, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Borges, a los que tuve acceso a través de antologías, sobre todo hubo una fundamental, “La mejor poesía”, de Héctor Yánover, que me mostró un camino luminoso. De la mano de mi otro amigo vino la poesía: “Poemas humanos” de Vallejo, la obra poética de Borges, “Otoño imperdonable” de María Elena Walsh. Sus padres eran profesores universitarios y tenían una biblioteca increíble. Eran muy generosos a la hora de recomendar libros y prestarlos. Gracias a ellos vi buen cine, escuché buena música y me ayudaron a decidir mi carrera universitaria porque me gustaba la geografía, oficiar de cartógrafo de mis compañeros elaborando mapas de gran tamaño para alguna exposición en las clases, o me abismaba en la construcción de planos de ciudades imaginarias, realizados a escala reducida sobre una cartulina.
Como dije anteriormente, empecé a escribir desde la adolescencia, pero mi encuentro con la poesía fue muy temprano; está unido a la oralidad y no a la escritura. Antes de aprender a leer sabía poemas que escuchaba leer a mis hermanas y la maestra de jardín de infantes me eligió para recitar un poema sobre el mar en un acto. Allí estaban tres marinos que nos visitaban el día de la bandera en la escuela Manuel Belgrano de San Miguel de Tucumán. La maestra estaba enterada de que ese niño que era yo, a comienzos de la década de 1970, tenía la capacidad de memorizar versos.
Gilgamesh: Además de poeta sos narrador de microficciones en donde se mixturan la poesía, la crónica, el ensayo. ¿En esos textos encontrás puntos de encuentro con tus poemarios?
Guillermo Siles.: Escribo poesía. Sí elaboré una extensa investigación sobre la configuración del microrrelato latinoamericano como género y su canonización en las últimas décadas del siglo XX. Fue una tesis de doctorado, defendida en la Universidad Nacional de Tucumán en 2007. El trabajo se publicó en Corregidor ese mismo año. Me parece que las lecturas de ese tiempo ejercieron alguna influencia en la escritura de poemas que a veces relatan un viaje, una anécdota, un encuentro inesperado.
Hasta ahora no he pensado escribir minificciones. La investigación saturó un poco el interés por el tema, y aunque hay autores a los que sigo leyendo –el género tiene aristas interesantísimas– nunca sentí el deseo de expresarme en ese formato porque a menudo los textos me resultan un poco esquemáticos. De todas maneras, tengo pensado escribir algún libro que dé cuenta de experiencias de lectura fusionadas con cuestiones de la vida. Me atraen muchísimo los libros raros, genéricamente inclasificables, también las denominadas escrituras íntimas. Me gustaría escribir un libro de textos breves al estilo de los de Sylvia Molloy (“Animalia”, “Varia imaginación”, “Citas de lectura”) o de Monterroso (“La palabra mágica”, “Pájaros de Hispanoamérica”); “Pequeño mundo ilustrado” de María Negroni o “El idioma materno” de Fabio Morábito, entre otros ejemplos que me importan mucho.
Gilgamesh: ¿Cómo llega la escritura a tu vida? ¿Y la poesía?
Guillermo Siles: Llega a través de la lectura que, como señala Roland Barthes, es conductora del deseo de escribir. Cuando era niño me gustaban las redacciones escolares, imitar críticas de cine como las que leía en los diarios, pero las mías estaban referidas a mis programas de televisión favoritos. Más adelante me dio por escribir preguntas y respuestas de largas entrevistas a personajes inventados que, en general, eran actrices o escritoras. En la adolescencia iba dos veces por semana al cine y fantaseaba con estudiar cine en Buenos Aires, pero después ese deseo se enfocó hacia la literatura. Mi gran aspiración, como la de muchos otros, era vivir del ocio: leer, ver cine, escuchar música, escribir, viajar. Por otra parte, en la adolescencia imitaba a los grandes poetas, reescribía con ligeras variaciones poemas de Darío, de Storni, de Mistral. Eran, pienso ahora, desfiguraciones de la belleza y muy decepcionantes.
Gilgamesh: Tu profesión académica, el ser Doctor en Letras, ¿fue determinante en tu trabajo de escritor, de poeta?
Guillermo Siles.: Creo que relativamente porque en ocasiones esa experiencia fue un obstáculo para la creatividad, a lo que se añade la falta de tiempo por las obligaciones institucionales, las clases, las cuestiones burocráticas, etc. Esto no quiere decir que no haya disfrutado de actividades que suponen un compromiso con la universidad pública y la vida universitaria en general, sus formas de socialización, ya que en ese ámbito conviven varios de mis intereses: la política, la participación gremial, la gestión institucional. La universidad cambió mi vida por completo. Sin embargo, para escribir poesía hay que deshacer muchas cosas, despegarse del discurso académico, de los protocolos de la crítica, de un vocabulario específico impregnado de teorías que son parte de la disciplina. En este sentido coincido con Osvaldo Bossi en que la erudición, llegado el momento de escribir poesía, puede ser un estorbo. Hay gente que logra hacer confluir ambas cosas, o escribir ensayos continuando la tradición de críticos latinoamericanos y de escritores que, a su vez, fueron o son críticos de una gran lucidez.
Gilgamesh: ¿Cómo, desde la academia, hacés confluir la poesía en las aulas?
Guillermo Siles: No pertenezco a ninguna academia, soy docente-investigador de una universidad pública y en ese espacio hago confluir la poesía en las aulas desde el placer por lo que leo y pienso. La decisión de profundizar en el conocimiento de un objeto que me interpela y compartirlo fue una actitud sabia me parece. Así “he contagiado” la preferencia por la poesía a unos cuantos colegas y estudiantes. En algún punto ahora se disputan autores a trabajar, ediciones de libros, prólogos y contratapas; elaboran tesis de licenciatura y de doctorado, generando una fructífera relación, entre poesía y crítica. Esta movida ya había comenzado antes en otras universidades, hoy en día es frecuente encontrar poetas que son, al mismo tiempo, profesores, investigadores, traductores o críticos reconocidos. Cuando los de mi generación cursábamos la carrera universitaria, la poesía “brillaba por su ausencia” en muchos programas de letras. Después vino la pequeña revancha, siendo asistente comencé, con una amiga y colega de inglés, a organizar mesas de lectura, conversatorios, conferencias y un recordado coloquio en 2005, al que vinieron Tamara Kamenszain, Diana Bellessi, Jorge Monteleone, Pablo Ingberg, Ricardo Herrera, Inés Aráoz, David Lagmanovich y muchos más. A partir de esos trabajos, compilamos “La pequeña voz del mundo y otros ensayos” (2007), que incluía un fragmento del que sería después el libro de ensayos de Bellessi. Con María Eugenia Bestani creamos el seminario Wilcock, que incluía creación crítica y traducción de poesía. Después impartí una asignatura optativa de poesía argentina contemporánea. Cuando concursé y me hice cargo de la cátedra Literatura Argentina II, el seminario se transformó en obligatorio para la licenciatura y el profesorado en letras. Al mismo tiempo, trabajé dieciocho años en la sede de Tartagal, de la universidad de Salta, dictando clases de literatura argentina del siglo XIX.
Gilgamesh: ¿Cómo vivís, desde Tucumán, el trabajo de escritor, de difusor de la poesía?
Guillermo Siles.: No me siento difusor de poesía, aunque me gusta tener en casa difusores aromáticos dado que soy muy sensorial. Pienso que la poesía no se difunde ni se enseña, se lee, se escribe, se la siente, como afirma Borges, porque es un hecho simple, un hecho estético que no requiere explicación.
Vivo con satisfacción, pero también con cierta angustia la idea de que me consideren escritor. A esta altura de la vida podría vivir en Tucumán o en cualquier ciudad europea o americana y seguir haciendo mi trabajo. Fui profesor viajero y me he desplazado mucho. El año pasado di unas clases para la universidad San Marcos sin viajar a Lima. El mundo de hoy ofrece nuevas alternativas.
Me siento alguien que tiene el privilegio, pero paralelamente la responsabilidad y el compromiso de pertenecer a una institución universitaria dedicada a la formación de profesionales y de artistas. El trabajo de escritor nunca ha sido fácil, sobre todo para los jóvenes que buscan tener visibilidad y vivir de la escritura. La mayor parte de las veces se tiene más de un trabajo para sostener el oficio de escribir. El año pasado hemos creado, con un grupo de colegas de Córdoba, Buenos Aires, Rosario y Patagonia, una maestría en escritura creativa –la primera del noroeste– que ya fue aprobada por la Universidad Nacional de Tucumán; actualmente continúa su proceso de evaluación para lograr que se acrediten los títulos a nivel nacional. Este es mi proyecto colectivo más reciente en el que me acompañaron colegas y amigos.
Gilgamesh: ¿Qué lecturas acompañan tu escritura? ¿Qué lecturas te decidieron a estudiar letras y a comenzar a crear tu propio camino poético?
Guillermo Siles.: Son algunas de las que ya he mencionado antes. Todo estuvo muy claro desde la infancia, pero yo he tardado en comprenderlo. Al parecer mi primer acercamiento a la poesía no ha sido el extenso poema sobre el mar recitado en la escuela. Mi familia recuerda que la maestra me eligió para la ocasión porque antes había aprendido algunos versos en casa. El origen de ese aprendizaje se debe a una colección de doce volúmenes “Mi libro encantado”, editada en México, que contenía una cuidada selección de nanas, canciones infantiles, adivinanzas, poemas, cuentos. Sus coloridas ilustraciones ejercían una atrapante seducción en mí. Aquellas páginas eran las únicas capaces de calmar mi inquietud de los primeros años. Para que no arrasara con la tranquilidad de mis padres en las siestas y nos mandaran a todos a dormir, mis hermanas me leían poemas y cuentos en voz alta. Así aprendí poemas de Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral, primero; luego descubrí a Antonio Machado, Amado Nervo, Rubén Darío, los romances españoles; lecturas que continué ni bien pude comprender qué decían las letras ordenadas junto a las ilustraciones. El mundo y sus confines estaban a nuestro alcance con sus adorables y horrendas criaturas imaginarias: hadas y gnomos, los siniestros padres de Hansel y Gretel, la insoportable madrastra de Blancanieves, El gato con botas, El patito feo, La princesa a la que nadie podía hacer callar, Un ojito, dos ojitos, tres ojitos y tantos otros, que a veces retornan a la realidad desde tan lejos. Recuerdo el día en que mi papá llegó en su Siambretta de lujo con la caja repleta de tesoros; además de aquella colección estaban los tomos de una enciclopedia sobre los continentes, con ella he viajado al corazón de remotas tribus africanas, vi paisajes de China, India, Mongolia; nevadas cumbres de Japón y Nepal. Gracias al amor y a la paciencia de mis hermanas aprendí a leer antes de leer. En ese ritual de las siestas y en el gusto por el cine, estimulados por mi papá, estaban encerrados deseos de lecturas, de viajes y escrituras, cumplidos en parte a lo largo de la vida.
Gilgamesh: ¿Qué diferencias y semejanzas encontrás en la difusión de la poesía desde el centro que se supone está en Buenos Aires y la periferia que nos toca a quienes residimos en otras geografías?
Gillermo Siles: No encuentro muchas diferencias y sí algunas semejanzas. Tucumán es una ciudad grande con una intensa actividad cultural. Me parece que actualmente esas diferencias y dicotomías han ido reconfigurándose y relativizándose un poco, tanto para los escritores como para otros artistas, porque gracias a las redes y a los deslumbrantes avances tecnológicos que afectan la vida de mujeres y hombres del mundo, no es difícil entrar en contacto con todo tipo de gente en distintas áreas de trabajo, según las posibilidades de cada quien. Al mismo tiempo, todo se acelera, se fragmenta y, muchas veces, se banaliza. No se conoce ni se aprende todo lo que uno pretendería, no nos comunicamos ni tan fluidamente ni con tanta frecuencia como se cree. Abarcarlo todo es materialmente imposible. En el marco de estas tensiones, junto al ritmo veloz que nos impone el mundo capitalista, existen intersticios por donde colarse y crear formas de belleza que nos salvan.
No siento estar en la periferia, estos son conceptos muy relativos. Tucumán o Santa Fe pueden vivirse como periferia respecto de Buenos Aires, pero ¿quién asigna ese valor a una ciudad determinada? A su vez, Buenos Aires, situada en un confín del mundo, puede considerarse periférica con relación a Europa o Estados Unidos. Me parece que hay otras razones de orden social, económico y cultural que instalan las diferencias entre seres humanos, regiones, ciudades y países. Beatriz Sarlo, por ejemplo, le puso el siguiente título a uno de sus libros: “Una modernidad periférica”… para referirse a la cultura de Buenos Aires en las décadas de 1920-1930.
Gilgamesh: ¿Podemos decir, junto a tus versos, que el poeta « se entrega/ a una consigna/ como quien busca/ oro entre las piedras»?
Guillermo Siles: Sí, porque las búsquedas son obstinadas y, en ocasiones, difíciles. A menudo buscamos oro entre las piedras y la riqueza está en otra parte. No afuera sino dentro de uno mismo, o en otra materia: en la oscuridad del carbón siempre dispuesto a arder, como señala Olga Orozco, pero uno tarda en comprender algunas cosas. La sabiduría no viene dada se la obtiene a partir de la experiencia.
Gilgamesh: Como catedrático has estado dictando conferencias en diferentes lugares del mundo. ¿Cómo has vivido esas experiencias y qué de ellas se vuelca a tu trabajo como profesor y escritor? ¿Qué (des)conocimiento hay de nuestra literatura en esas geografías?
Guillermo Siles.: Fueron experiencias muy ricas y diversas que me dieron oportunidad de establecer contactos duraderos con colegas y estudiantes de universidades españolas, francesas y alemanas. Hay conocimientos muy específicos que algunos de ellos tienen de la lengua, la literatura y la cultura latinoamericana, sobre todo quienes han realizado investigaciones en sus posgrados sobre temáticas específicas referidas a América latina. Algunos profesores e investigadores hemos visitado y trabajado dictando seminarios, además compartimos programas de intercambio docente estudiantil entre universidades, proyectos de investigación, etc. Los estudiantes alemanes hablan buen español y otras lenguas en razón de que realizan largas estadías en distintas universidades del mundo, o porque son hijos de migrantes.
La internacionalización de la educación es más reciente en nuestro medio y se ha intensificado de manera exponencial en las últimas décadas. En mi caso, la experiencia me sirvió para coordinar el programa de intercambio ISAP entre 2014 y 2018, que nuestra universidad sostiene desde hace décadas con la Universidad de Colonia (Alemania); asimismo, para desempeñarme como director del departamento de Relaciones Internacionales de mi facultad durante los años mencionados. En cuanto a la escritura, hay poemas, especialmente los de la sección “Viajes” de “El cauce y la costumbre”, que recogen algunos encuentros y vivencias de otros paisajes y ciudades. Mi investigación para el programa de posdoctorado de la UBA, sobre poetas exiliados y migrantes, fue pensada a partir de los vínculos establecidos y de las ideas compartidas en aquellos viajes y estadías.
Gilgamesh: Desde 2014 sos coordinador del Café Literario del Centro Cultural Virla de UNT. ¿Nos hablarías sobre esta experiencia?
Guillermo Siles: En abril festejamos los diez años del ciclo en el que realizamos seis encuentros por año, destinados a compartir experiencias poéticas junto a poetas contemporáneos. Es un trabajo fuerte de extensión al medio que recibe el apoyo de las autoridades de la facultad y de la UNT. Durante la pandemia concretamos ediciones virtuales y logramos conectarnos con poetas argentinos en París, Nueva York, Valencia, Patagonia. Han participado Luisa Futoransky, María Negroni, Laura Giordani, Silvina López Medin, Lucas Margarit, Teuco Castilla, Mario Nosotti, Liliana Lukin, Liliana Ancalao, Guillermo Saavedra, Jorge Spíndola entre otros. Y nos visitaron en Tucumán Silvio Mattoni, Diana Bellessi, Mercedes Roffé, Carlos Aldazábal, Anahí Mallol, Inés Aráoz, Carlos Battilana, María Teresa Andruetto, Susana Cabuchi, Julio Salgado, Eduardo Robino y decenas de poetas de Tucumán y de todo el país. Imposible recordar y nombrar a todos.
A partir de estas lecturas nació la idea de elaborar, junto a Soledad Martínez Zuccardi, la antología “Poetas de Tucumán 1960-1990”, que reúne un total de 34 voces poéticas y fue publicada por el sello Humanitas de la Facultad de Filosofía y Letras. Así, el Café Literario cumple la función de proyectar, a través de la extensión al medio local, el trabajo realizado en la cátedra y en proyectos de investigación.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Guillermo Siles: No estoy de acuerdo, en este aspecto, con el pensamiento un tanto pesimista de Steiner. Pienso que las profecías acerca del debilitamiento de rol de la poesía en las sociedades contemporáneas y su supuesto divorcio de la memoria de los pueblos, no se han cumplido. Por el contrario, ese lazo o ese hilo, no se ha perdido. La poesía fluye como un río cuyo cauce nada puede interrumpir desde el fondo de los siglos; en la actualidad se ha revitalizado y exhibe una sorprendente circulación social. La poesía no compite con otras manifestaciones del arte ni con lo masivo. Su ganancia procede de esa pérdida y de su relativa marginalidad. Las comunidades de poetas, embebidas de eterna juventud y rebeldía se mantienen fieles a sus pasiones, a su religión sin dioses. Al situarse en los límites, en lo transitorio y ser refractaria a las leyes del mercado, la poesía redimensiona su potencia en una tierra de nadie, que es la de todos, dando vida al mundo entero. Basta fijarse en la agenda cultural de mi ciudad para comprobar la cantidad de actividades en las que la poesía es protagonista: el Mayo de las Letras, festivales de literatura y espacios culturales. En nuestro país hay una enorme producción poética multiplicándose como panes y peces, publicada por editoriales y sellos independientes que circulan en una red de ferias y encuentros. Ni siquiera este año, pese a las precarias condiciones económicas y a las políticas de arrasamiento de la cultura promovida por el actual gobierno, las actividades no se han interrumpido. No hay que hacer nada más que invertir dinero en cultura y trabajar a favor de visibilizar a los poetas, sobre todo a los que recién están surgiendo.

BIOBIBLIOGRAFÍA

GUILLERMO SILES: Es profesor y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán y se desempeña como Profesor Asociado de Literatura argentina II e Investigador en el Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Literarias Hispanoamericanas (INSIL) “Dra. Elena Rojas Mayer”, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. En esta misma institución fue director del Departamento de Letras (2010-2014); Coordinador de Relaciones Internacionales (2014-2018) y director del INSIL (2016-2018). Fue profesor adjunto de Literatura argentina en Universidad Nacional de Salta (1991-2010). Publicó artículos en revistas y compilaciones nacionales y extranjeras. Es autor de “El microrrelato Hispanoamericano”, “La formación de un género en el siglo XX” (Corregidor, 2007). Compiló volúmenes de crítica: “La pequeña voz del mundo y otros ensayos de poesía” (2007), con María Eugenia Bestani y “Representaciones de la poesía argentina contemporánea” (2011), entre otros. Editó y prologó “Obra Poética” de Hugo Foguet (2010). Fue becario posdoctoral del DAAD en la Universidad de Potsdam (Alemania, 2012); dictó cursos y conferencias en universidades de Inglaterra, Francia, Alemania y España. Dirigió volúmenes especiales de RILL N° 21 y N° 22: “Poética, poesía y escrituras íntimas” (2016 y 2018) en el marco de los proyectos de investigación que dirige, dedicados a estudios de poesía y escrituras contemporáneas en Latinoamérica. Es co-editor de “Poesía sin música” (2017) que reúne poemas del compositor Pepe Núñez. Publicó “El sabor de la fruta” en 2008 y “El cauce y la costumbre” en 2020 (poemas). Integra las antologías “Poesía Joven del Noroeste argentino” de Santiago Sylvester y “Poetas Siglo XXI” de Fernando Sabido Sánchez. Una selección de sus poemas apareció en la revista Hablar de poesía N° 12 (2006). En el área de Extensión ha organizado un importante número de actividades y desde 2014 coordina el Café Literario del Centro Cultural Virla de la UNT.

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