miércoles, 19 de junio de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a TERESA ARIJÓN

(Publicado en la página de Facebook el 12 de junio de 2024)

Teresa Arijón nació en Buenos Aires. Es poeta, traductora y editora.

En la entrevista, Teresa, dice:
«Siempre he pensado que los poemas, al menos los míos, son fragmentos de fragmentos, trazos suspendidos.»

SELECCIÓN DE SU OBRA

De «LA ESCRITA» (1988)

Yo, mi nombre, una última palabra en el viento, sílabas.
Ella, la lejanía entierra los fantasmas,
los castillos olvidados regresan a la arena,
el tiempo quema el mar con golpes de agua quieta.
Y yo aquí, mi nombre se deshace.
La que pronuncia mi deseada palabra, ella.
Y yo aquí, en la soledad absoluta, esperada.
Ella, la que mira a través de innumerables ojos
la tibia locura de mi mano alzada
en la oscuridad, en la traición,
en el inicio de una nueva fábula.

LO QUE ES POSIBLE
desde aquí
ofrendar
sonidos leves ademanes
a la inocencia de tu cuerpo en sombras
a la delgadez de tu mano sumida en la fuente
del deseo insaciable
a tu pequeña figura de papel
estallando en el abismo
a tus labios debajo de la hierba
pronunciando el idioma
de lo aún no nacido

De «ALIBÍ» (1995)
Sola,
yo permanezco todavía
Donde se ocultaba de mí,
su cara, apenas una exhalación,
el gesto leve de su echarpe
sobre el hombro al pasar,
un reflejo en el agua.
***
Como un pájaro asido a los límites del cielo
—el cielo que fuera la conciencia infinita—
busco el olvido.
Debo tocar la noche,
oscura llamarada de otra luz.
El tacto querrá hacerme revivir de ese silencio.
El tacto querrá que yo no me deshaga.
Pero ¿quién me dará la punta de sus dedos?

De «ORANG-UTANS» (2000)
RAJAH
A veces, el orangután permite que otros le roben la comida.
No hay en sus ojos infinitos lugar ni tiempo
para impedir el gesto ávido y veloz del macaco
cola de chancho, oculto entre las lianas.
Sólo cuando Rajah, el rey, se acerca como el rayo
el invasor retrocede a sitio seguro. Pero antes
de tocar los amarillos racimos, Rajah distrae su mirada
y descansa, colgado de una rama. Todo puede esperar.
Como en un sueño, el rey orangután espera
el fruto rendido de la civilización.

BANANA CAFETERIA
para Bárbara
El rumor de la selva en la noche, cerca, para siempre en los oídos,
después de haber estado.
El rumor de la selva y los pájaros dormidos en la noche,
las mariposas, el fabuloso arcoiris de la delectación.
El cocinero indonesio que después de preparar la cena prepara
la suave música del alma: la guitarra y la voz
entrando apenas en el rumor de la selva.
Los peces en la laguna ¿duermen? Las estrellas ¿duermen?
¿Duerme Noreen en su nido de hojas o mira, como nosotras,
el cielo de la jungla, negro, azul,
esquivo como sus ojos y radiante?
Sobre la mesa de madera y a cielo abierto,
bajo el inquieto rumor de los árboles y las diminutas ranas pardas,
tus manos, humanas, en medio de la noche.
Y el anillo silencioso que forman las pieles ásperas, rojizas,
con tu piel blanca, extraña en su luminosidad, y casi ajena.

De «POEMAS Y ANIMALES SUELTOS» (2005)
La lengua del mar bajo la lluvia,
un discreto paisaje de esplendor
en las gotas rezagadas, y la cabeza fría
de los patos en el agua.
¿Podré recordar esta imagen dichosa en otro instante
y demorarme en su tenue lentitud, en su fantasma?
La lectura devora, y he leído
que en Nepal
hay siete maneras de mirar la luna
sin mirarla. (Mientras los patos
forman un círculo perfecto
en el cielo del alba.)

AMOR
I
No cabía en sus manos, no cabía en sus pies, no cabía en su alma
cuando vino. Como una cebra montaraz, pequeña, como el pelaje de
una oveja descarriada. Como escribir un poema en la mañana fría;
como no escribirlo y dejar que suceda.
II
Deshizo para siempre el emblema de la memoria e incendió las tierras
alambradas, buscó el néctar pasado entre el humo y no encontró nada.
Antes de irse, rompió el cántaro y selló la fuente.
III
Vino y trajo el mundo nuevo, y hablamos de ciudades como cartas
marcadas, de Praga y de Lisboa y del tren que nos llevaría a Cascais
mientras leíamos como si fuéramos un poeta cetrino y su fantasma.
Como si fuéramos la piedra y la honda. La taza de plata de la que bebe
el ogro y la medalla de oro que luce la ogresa. Lo que se oculta y
nombra. Lo que nombra y lleva.
IV
Vino como el tumulto salvaje del corazón salvaje, y me hizo conocer
el relámpago y la selva verdadera, y olimos el aire de una gruta donde
duermen murciélagos centenarios.
Vino para hacerme tocar el río austero, enemigo y reflejo del cielo.
Vino para nombrar a Héspero, la mirada del vigía en la tormenta, el
filo del cuchillo en la penumbra de una casa ajena.
Vino para secar el mar amargo, para que la sagrada espesura del
bosque vuelva a cerrarse, para que el lobo rompa su clausura como
quien congela el metal de un candado y lo parte en dos.

De «OS» (2008)

LA VIDA NUEVA
Sólo quien no vive en el tiempo, y vive en el presente, es feliz.
Ludwig Wittgenstein
Si fuera hombre usaría
la navaja de mi abuelo para afeitarme
— rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso
mirarse cada día al espejo,
navaja en mano.
***
En el fondo de un pozo
cuya boca ha sido tapada desde afuera,
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo desanda.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva
como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba
— querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar
que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas,
destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar
por los labios resecos.
Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez
de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.

POEMAS INÉDITOS

De «POEMAS DE BORNEO» (2018)

2.
En la selva de Borneo no hay luna. No la veré.
No la veremos. Ella vendrá cuando nos hayamos ido.
Pero ¿quiénes somos? ¿qué?
La lluvia traza su rastro en los senderos
siempre húmedos, tapados de hojas blandas que se pudren —
curvas, planas, perfectas.
Nosotras ¿quiénes somos? ¿qué?
Un parpadeo en la noche de un dios.
Un animal que corre entre la bruma.
El canto de los otros, que desconocemos.
El silencio después:
cruce de espadas.
Todo se queda aquí.
Todo respira

De « POEMAS DE JAPÓN» (2018)

HAGAKI
Escribir postales en las hojas del cerezo que protege el salón del trono,
a la izquierda del palacio imperial. Los pétalos del sakura
como copos de nieve caen, flotan, fluctúan, navegan, cruzan mundos,
emisarios del cielo y de la tierra
entre la rama y el aire
rozan las pequeñas piedras del camino,
acompañan el agua del río
que fluye constante, atrapado en un canal.
Dos más dos más dos más dos: al infinito.
Así. En la caligrafía que podría trazar un pincel
—o un maestro— de Nara. En el delicado rodar
de una bicicleta sobre la arena.
Así. Dos más dos más dos
más dos vamos trazando sonidos como letras.
Recorremos el mundo, que es ancho pero no ajeno,
con la frescura espontánea, la inocente juventud
del primer verano.

De «BALLAD OF THE BROKEN HEART Y OTROS POEMAS» (2007-2023)

(...)
y yo, que no tengo canción ni cielo
ni tiempo ni extrema unción
ni escala ni rata por tirante donde resguardarme;
yo que soy el blanco móvil del silencio
me arrojo al mar
con la misma seguridad con que me siento
en el cordón de la vereda. y podría llorar
pero las lágrimas son un humor ácido que alivia
y consuela. y yo no estoy aquí para aliviarme
sino para ¿para qué?
y es que no sé si es un para o un pero. O un pirro
a la conquista o un paro de actividad encantatoria
o el puro afán del perro
que sigue su rumbo aunque no lo tenga.
(…)

De «NOCHES EXTRANJERAS» (2013-2015)

NOCHES EXTRANJERAS
vuelve el sol sobre las cosas,
roza lento las plumas todavía húmedas
del pájaro de alas negras ¿mirlo cuervo tordo?
que busca lombrices recién despejadas por la lluvia en este llano
abierto sin nieve, que colma los ojos en su deseo de extensiones infini-
tas, en esta bruma con pocos ríos y poca luz, cuando la luna morada
asoma al entrar la tarde y aves y humanos despliegan su vocación
primera de superficies y vuelos rasantes.
(…)
Ahora
queda el corazón salvaje
golpeando contra el borde de las cosas.
El corazón salvaje que no resigna a matar
ni a morir.
(…)

De «ARS POETICA» (1988-2023)

(1988)
alguien me llama / pero mi corazón se ahoga / y no responde
la pequeña abandonada / la que apartada del sendero de las flores /
bebe silencio
¿habrá un espacio? quiero decir aquello no invadido por el miedo
quiero decir un árbol
(1999)
elegiste la poesía como quien elige la pesca en río correntoso, tendida
la red o arrojado el anzuelo que evapora la débil carrera de la lombriz
y el pez.
elegiste la poesía como quien esmalta un cuenco para servir la sopa y
desdeña el blanco sin mácula de la porcelana para destacar la plena
oscuridad.
intentaste matar a la abeja sabia que besó los labios de Safo.
imitaste la prudencia de la hija del rayo, naciste
de una lágrima caída en tierra.
(2018)
El poema no es un relato, una larga
y pausada, pensada letanía
como remos que agitan
el agua para narrar una historia.
El poema es el remo, el agua, la luz.

ENTREVISTA CON LA AUTORA

Gilgamesh: Teresa, tu primer libro, «La escrita», aparece en Ediciones Último Reino en 1988. Ya eras una figura reconocida en el ambiente artístico por tus trabajos en la dramaturgia y como modelo vivo. ¿Cómo viviste este ingreso al ámbito poético? ¿Cómo se fueron gestando estos poemas? ¿Cómo fue ese pasaje de la escriba, de la pintada, a “la escrita”?
Teresa Arijón: Mis incursiones teatrales, en los fabulosos ochenta, fueron under dentro del under. Yo no diría que era reconocida, sino apenas alguien que comenzaba... ¡y que se quedó en los comienzos! Lá nos primórdios, como canta Marina Lima. Escribí varias obras e hice algunas cosas como actriz en sótanos, salas de ensayo, pasillos de casas. Mucho work in progress, mucho Grotowski. Una versión cuasi fantasmal de «Las criadas», de Genet, y una performance basada en «La virgen loca y el esposo infernal», de Rimbaud. Sí tenía la audacia de la primera juventud, la necesidad de trastornar los textos, de desplegarlos en otras direcciones, más relacionadas con el cuerpo, con la expansión del cuerpo. Era seguidora y amiga de Sergio de Loof, de Batato Barea. También seguí los comienzos de La Organización Negra. Los que más me marcaron, incluso para escribir poesía, fueron Tadeusz Kantor y Pina Bausch. Y Artaud, siempre. Por lo demás, trabajaba como modelo vivo para ganarme la vida. Y ahí se produjo el pasaje del teatro a la poesía. Porque empecé a escribir poemas en los descansos de las poses. Posar te da mucha libertad mental, espiritual, creativa. Aunque tu cuerpo esté desnudo e inmóvil y sea observado desde todos los ángulos. La mente vaga, deriva, recoge palabras en el aire. Durante los descansos, me sentaba en un rincón con mi cuaderno y escribía. En uno de los talleres donde posaba, una mujer sintió curiosidad al verme enfrascada en mis papeles y ofreció llevarle mis poemas a un maestro de literatura. Y aunque yo era reacia a mostrar mis escritos, acepté. El maestro me dijo que “ahí tenía un libro” y sugirió que lo enviara al concurso del Fondo Nacional de las Artes. Yo nunca había pensado en publicar, pero le hice caso. Entregué cinco carpetas tamaño oficio con unos ochenta poemas mecanografiados en el edificio de la calle Alsina. Y gané el premio del FNA. Así nació y se publicó «La escrita» y así entré en el ámbito de la poesía argentina. Los artífices quizás involuntarios de ese pasaje, y en cierto modo de mi destino de poeta, fueron Natalia Kohen y Juan José Hernández.
Gilgamesh: ¿Qué de lo que se estaba escribiendo y publicando en los 80' y los 90' te interpelaba? ¿Cómo irrumpe tu poética en ese contexto? Leyendo en retrospectiva, ¿influyó en tu escritura esa generación del 90'?
Teresa Arijón: Hasta que se publicó «La escrita», yo leía a Pizarnik, Thénon, Orozco, Madariaga, Bayley y Viel Temperley. Poetas que empezaron a publicar antes de los ochenta. Después conocí a Arturo Carrera, Diana Bellessi, Mirta Rosenberg, Coto Colombo, Irene Gruss, Liliana Ponce. También, trazando una frontera generacional algo borrosa, nombraría a Susana Villalba y Víctor Redondo en esos primerísimos años. Mi vínculo con poetas más cercanos en edad comenzó en “La voz del erizo”, el ciclo que organizaba Delfina Muschietti en el Rojas. Ahí empecé a leer y frecuentar a José Villa y Fabián Casas, con quienes luego hicimos la “18 Whiskys”. A tipos muy queridos y admirados como Circo (Ricardo Cerqueiro) y Juan Desiderio. A poetas únicas como Bárbara Belloc, que llegó en los noventa. A Paula Jiménez España, que además tenía un bar, “Balrog”, donde nos juntábamos todas las semanas. Pero, pese a que circulaba mucho en esa época, creo que siempre estuve un poco aislada. Yo habito una brecha, un hiato, el de los poetas que salimos al mundo durante la dictadura militar, que empezamos a publicar tarde, que no teníamos ni tenemos tanto interés en publicar, que no nos afirmamos en ningún movimiento, que creíamos más en llevar vida de poetas –cada quien tenía su propia manera de vivirla– que en ganar reconocimiento. Con María Mascheroni hicimos un libro que refleja ese pequeño universo, «Hierba sobre el mundo castigado». Un texto colectivo, compuesto como una partitura musical con fragmentos de poemas de 56 poetas de esa “generación arbitraria”: los nacidos entre 1955 y 1965. Entonces, yo no formo parte de lo que se conoce como “poesía de los noventa”, un membrete a mi entender limitado porque deja fuera a muchísimos poetas coetáneos y muy activos en esa década. Y por otra parte hay poetas, como Mario Arteca, que sí representan la poesía de los noventa pero empezaron a publicar en los 2000. Las fronteras, los títulos y hasta los atributos son lábiles, mutantes. Por suerte.
Gilgamesh: ¿Cuándo y dónde nació “este impulso/ azaroso de escribir”?
Teresa Arijón: Leyendo. Y caminando. El impulso de escribir nace en la caminata, en el caminar. Como quería Thoreau. Caminar hasta perderse, sin rumbo, sin horas, sin esperas. Sin respuestas.
Gilgamesh: En estos últimos 36 años, diste a conocer 9 libros de poesía. ¿Qué búsquedas te acompañaron en este tiempo? ¿Cómo fue el proceso de (des)armado en «Ostraca» y en «Un millón de veranos»? ¿Fueron requerimientos editoriales o un íntimo deseo de (re)ordenar tus textos?
Teresa Arijón: “Triste, triste de no poder vestir para alguien / los cristales fugitivos y las sedas frágiles del tiempo”, escribió Juanele. En 2011, cuando Editorial Curandera propuso publicar mi poesía reunida, intenté vestir esos cristales fugitivos; captar y entregar lo que me había revelado el tiempo. Construí el libro guiada por el nombre, «Ostraca». Una palabra de origen griego que designa los fragmentos de cerámica, los pedazos de jarras rotas, que se usaban para aprender a escribir o pintar. Siempre he pensado que los poemas, al menos los míos, son fragmentos de fragmentos, trazos suspendidos. Un movimiento ininterrumpido que, paradójicamente, se interrumpe para dejarse ver, para dejarse transitar. Líneas, figuras fugaces, magnéticas como los giros del bailarín sobre su eje. Entonces, con esa idea del fragmento, compuse mi «Ostraca». Y decidí comenzar por el final, por los últimos poemas, que había escrito en 2010, 2011. Vale decir que a «Ostraca» entrás por los poemas más recientes y, si llegás al final, encontrás alguno que otro de mi primer libro. Fue bastante caprichosa mi tarea de selección y entramado; eliminé poemas, modifiqué versos, incluí otros que no había publicado en su momento. Un millón de veranos recorre el camino inverso. Es una antología que armó y prologó Jorge Monteleone, el mayor crítico de poesía que tenemos en la Argentina y un amigo queridísimo. Monte eligió los poemas y el criterio de composición, y fue más clásico que yo porque empezó por el principio y concluyó con los inéditos, que suman más de 100 páginas. Lo publicó Miño y Dávila en 2023 e integra la colección “Estaciones”, dirigida por Carlos Battilana y Mario Nosotti, que reúne poetas cuya obra está dispersa o es difícil de encontrar. Los inéditos incluidos en «Un millón de veranos» podrían, a su vez, componer cuatro libros separados. Lo mejor de armar poesías reunidas o antologías propias es el encuentro con esa voz que es la tuya y sin embargo se presenta nueva. Vistiendo, como quería Juanele, las sedas frágiles del tiempo.
Gilgamesh: Quisiera volver a «La escrita» y armar un puente hacia «La mujer pintada», una novela en la cual el cuerpo, la voz de la poesía, los trazos (¿trazos sumi-é?) vuelven al “nacimiento de la poesía: la voz antes que la letra” y a la reivindicación de lo femenino con todo lo que eso porta en este momento en donde la lucha continúa. ¿Ves el confluir, la sincronía de esas aguas poéticas/ narrativas? ¿Cómo se implica el cuerpo en la escritura? Como artista, ¿qué lugar tienen hoy estas manifestaciones feministas? ¿Qué lugar le toca a lo poético, a la poesía en este mar agitado, contaminado?
Teresa Arijón: La confluencia ya aparece en los títulos, que trazan un arco temporal: «La escrita», de 1988, y «La mujer pintada», de 2021. Puesta a pensar, yo diría que “la escrita” es una poeta que fue, es, está siendo escrita... ¿por quién? Por ella misma, por otras y otros, por sus lecturas, por sus caminatas. Y “la mujer pintada” es la mujer que fue, es, está siendo pintada... ¿por quién? Por otros, otras, por ella misma. «La escrita» fue una respuesta a la poesía de Alejandra Pizarnik, que me tenía cautiva. Literalmente. «La mujer pintada» es un libro en clave autobiográfica y es también una historia del arte narrada desde otra perspectiva: la de las modelos que posaron para los artistas. Muchas de ellas también artistas. Yo fui modelo vivo durante más de veinte años y soy feminista desde chica. Nunca encontré contradicción entre posar desnuda y ser feminista. Nunca me sentí cosificada. Sí creo haber sido sujeto y objeto de una experiencia artística. Es una diferencia sutil. Eso en cuanto a mi experiencia personal, que narro en «La mujer pintada». Pero allí también narro otras historias menos felices, más dolorosas. Y otras fascinantes por su desparpajo o su ruptura con los límites y los mandatos. En fin. Las mujeres somos poderosas. Siempre lo hemos sido, aunque intenten doblegarnos. Tal vez por eso han intentado subyugarnos. Porque somos fuertes. La poesía es fuerte. Y es la arena donde se libran todas las batallas. La poesía es revolucionaria. Porque conmueve, porque va al tuétano. Porque, más allá de que responda o no a formas prescriptas, es libre e incita a sus amantes a la libertad.
Gilgamesh: Si hablamos de puentes, he vuelto, a propósito de este diálogo, a «Puentes/Pontes» (2003; primera antología bilingüe de poetas argentinos y brasileños contemporáneos traducida por poetas) y a «Poesía total» de Waly Salomão (2022; poeta brasileño que tradujiste por primera vez al español). ¿Qué lugar ocupa la traducción de poesía en tu obra? ¿Cómo permea tu poética este trabajo de lectura y escritura? ¿Elegís, te eligen los poetas para este trasvase?
Teresa Arijón: Traducir poesía es imposible, pero necesario. Dicho esto, traducir es la mejor forma de leer. Porque otorga y exige una profundidad, un despliegue imprevisto ante cada palabra, con cada construcción. Es un desafío enorme, una audacia. Un aprendizaje. Un desprendimiento. Un camino sin retorno. Porque ese arte que es traducir influye luego en tu pensamiento, irrumpe en tu relación con tu propia lengua, va moldeando una nueva sensibilidad... A veces quisiera tener la experiencia de no conocer otra lengua, de contar solamente con mis palabras en castellano, como quien guarda un misterio. En cuanto a los libros que mencionaste, «Puentes/Pontes» surgió de una propuesta que le hice en 1999 a Américo Castilla, entonces director cultural de Fundación Antorchas. Queríamos tender un puente con la cultura brasileña a través de la traducción de poesía. Y que las traducciones fueran obra de poetas. Esa es una convicción que tengo, y que me ha traído algunas críticas adversas. Yo creo que sólo los poetas tenemos la sensibilidad y la temeridad imprescindibles para traducir poesía. Y el rigor. Y la delicadeza. Y la vigorosa palabra. Y como algunos de los poetas incluidos en «Puentes/Pontes» eran también traductores se dio una suerte de enroque. Haroldo de Campos tradujo a Arturo Carrera y Arturo a Haroldo. Diana Bellessi a Adélia Prado e Hilda Hilst. El proyecto llevó tres años en total. Hice varios viajes a Río de Janeiro para trabajar con Heloisa Buarque de Hollanda y tuve largas horas de trabajo aquí en Buenos Aires con Jorge Monteleone para coordinar la selección de poetas, 20 argentinos y 20 brasileños. Heloisa y Jorge escribieron los prólogos y yo me ocupé de la traducción, lo cual implicó colaborar con otros traductores y entrevistarme con los poetas. Así conocí a Waly Salomão, un creador extraordinario, un agitador cultural, una gema. Y de allí surgió, quince años más tarde, la posibilidad de traducir su poesía completa junto a Bárbara Belloc. Waly ya había muerto para entonces, pero su genio y su capacidad de convocar y sembrar persistieron. La relación autor-traductor, si hablamos de poesía, es siempre una elección afectiva. No sé, y no importa, quién da el primer paso. Si el traductor o el poeta. Te puede convocar un poeta muerto hace quinientos años. Y también he sido convocada como poeta por otros traductores. Es un vaivén. Y además, afirmo que traducir es escribir.
Gilgamesh: Leyendo Os me preguntaba si en su escritura estuvieron presentes «Los poemas de amor de Marichiko» de Kenneth Rexroth y «Diario de amor» de Anahí de Hugo Gola. Y te pregunto cuáles son las poéticas que te atravesaron y te atraviesan en tu escritura.
Teresa Arijón: Esa asociación me lleva a un ensayo breve de Luis Verdejo, donde sugiere que Gola podría haber escrito sus poemas de Anahí a partir de los de Marichiko... porque parece ser que, mientras escribía, tenía sobre su mesa el libro de Rexroth. Y después Verdejo se pregunta si eso habrá impulsado a Gola a “asumir voz de mujer para escribir”, como ya lo había hecho Rexroth –gran traductor de poetas mujeres, dicho sea de paso– con su japonesa ficticia. ¿Allí se alude entonces al recurso de la máscara, a un ardid identitario, a un encubrimiento? No lo sé. Nunca me pregunté por qué el protagonista, el personaje retratado en «Os», es un hombre. Tal vez ahí podría haber una identificación con una voz masculina, aunque no me interesa pensar en esos términos. Hay una diferencia, de todos modos. Y es que «Os» está escrito en tercera persona y los otros dos libros en primera. Pero, volviendo a tu pregunta, cuando escribí «Os» yo no había leído esos poemas de Rexroth. Tampoco los de Gola, que recién se publicaron en 2021, creo, de manera póstuma. De modo que no, no estuvieron presentes. Pero ¿cómo saberlo, en realidad? Porque quizás algo de esos poetas resonaba en lo que sí leía mientras escribía Os. Novelas que no podía abandonar y releí varias veces: «El pájaro que da cuerda al mundo», de Haruki Murakami, y «Kitchen», de Banana Yoshimoto. Y «Moonlight Shadow». Entre los poetas que leo y releo, cuyos versos recuerdo de memoria y recito, puedo nombrar a Lorca, June Jordan, Antonio Machado, Safo, Vicente Luy, Juan de la Cruz, Jorge Teillier... Hacer listas es precario: siempre faltará alguien. Por ejemplo ahora: no nombré a Vallejo ni a Pessoa. Ni a Juana Inés de la Cruz. Ni a otra Juana que adoro, Juanita de Ibarbourou. Muchas veces no es un poeta, no es su obra. Es un poema. Un verso basta.
Gilgamesh: Otro aspecto en el cual me gustaría ahondar es en tu trabajo con otros, tu inmersión no solo en la traducción sino en la edición y el ensayo (también he vuelto a «Teoría del cielo», otro de tus libros que atesoro en mi biblioteca). ¿Cómo llegás a estos lugares compartidos?
Teresa Arijón: Me hace feliz hacer cosas con otros. Así de simple. Son formas de la amistad. «Teoría del cielo» nació leyendo. Nos juntábamos a leer con Arturo (Carrera) y ahí apareció el biografema de Barthes... y una cosa llevó a la otra. Y después hicimos otros dos: «El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado» y «El libro de la luna». Así recorrimos la década los noventa. Creo que escribir juntos era un pretexto para encontrarnos, para compartir horas de risas y conversaciones, descubrimientos. Después vinieron las traducciones de Lispector, Waly, Virginia Woolf y tantas otras que hicimos con Bárbara (Belloc), con quien sigo trabajando hasta hoy. Y además codirigimos la Colección Nomadismos, de pensamiento de artistas iberoamericanos, con sedes editoriales en Buenos Aires, Río y Cuenca. Y los libros compartidos con Manuel Hermelo: «El perro continuo», una pieza teatral basada en las «Investigaciones filosóficas» de Wittgenstein que nunca se estrenó, y «Teoría y práctica de la tragedia». Y el que hicimos con María Mascheroni, que ya mencioné, y que nos llevó tres años de investigación y debate. En todos los casos, proyectos nacidos de la pasión por una idea, por una escritura. En todos los casos, maneras de la amistad. Y del amor. Yo florezco trabajando con otros, aunque haya momentos de crisis, que los hubo y los hay. Pero el amor por lo que hacemos y el amor que nos une es más fuerte. Traducir a cuatro manos es una aventura y, nuevamente, un desafío. La percepción, el conocimiento, la intuición, la creatividad, la gracia y la sutileza de Bárbara con el lenguaje me iluminan, me despejan. Y espero que a ella le pase algo parecido conmigo. Con lo que puedo aportar. Y lo mismo puedo decir de Manuel, de María, de Arturo. Y con Monteleone escribimos un cuento infantil en verso, muy largo y muy divertido y lleno de juegos de lenguaje, sobre un perro. Y ese cuento nació del placer de escribir, de rimar. Lo escribimos por correo electrónico. Él escribía unas estrofas, yo continuaba, respondía con otras. Y ahora acabo de saber que murió Edgardo Cozarinsky, y entonces quiero dejar una frase suya: “Siempre sentí que una vida va tomando forma por quienes la cruzan y le dejan huella, así como estos son marcados por el que han cruzado. No hay identidad sin relación, sin conflicto vivido”. Es eso, es eso.
Gilgamesh: ¿Ese llamado de 1988 (“alguien me llama/ pero mi corazón se ahoga/ y no responde [...] ¿habrá un espacio? // quiero decir aquello no invadido por el miedo// quiero decir un árbol”) sigue insistiendo? ¿De qué manera?
Teresa Arijón: Ese llamado es la raíz y es el tallo y la flor y el fruto. Lo que persiste y está latente. Lo que ha muerto y está latente. Lo que respira. El humus.
Gilgamesh: ¿Seguís eligiendo “la poesía como quien elige la pesca en río correntoso”?
Teresa Arijón: Espero que ella me siga eligiendo a mí. Aunque ahora no escribiría ese verso. Un verso que, en esta trama constante de lecturas y despliegues y derivas, evoca otro de Ferlinghetti.
Gilgamesh: “El poema es el remo, el agua, la luz”. ¿Y la escritura del poema? ¿Y la poesía?
Teresa Arijón: Yo solo puedo hablar del poema. La poesía... antes dije que era revolucionaria. Y al decirlo me sentí osada, como quien comete un atrevimiento. Hablo por impulso, por resonancia de las palabras que imantan una idea. Pero no puedo decir qué es la poesía. Ekaterina Maksimova jamás definió qué es la danza. Y a su vez, mientras bailaba, Maksimova era la danza.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que el llamado “gran público” ha quedado fuera de este juego. Alejandra Boero llama a esto el “lazo perdido”. ¿Qué sería necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Teresa Arijón: Disiento con Steiner en su apreciación de lo lírico, aunque entiendo hacia dónde apunta. Y creo que, si hay un lazo perdido, es también un lazo recuperado. La poesía se hace presente en el verso que recordamos de pronto, como una ráfaga, persiste en la oralidad, en las estrofas que alguien tararea, en la rima anónima que se traza sobre una pared. El poema siempre ha sido canto y nunca ha dejado de serlo. Y el canto es memoria.

NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
Teresa Arijón nació en Buenos Aires. Es poeta, traductora y editora. Publicó seis libros de poesía, una obra de teatro, un experimento en tragedia, escritos sobre arte, crónicas de viaje, más de cincuentra traducciones del ingles y del portugués y una Teoría del cielo (biografías mínimas de autores latinoamericanos, con Arturo Carrera).
Entre 199 y 2001 ideó y editó «Puentes/Pontes» (Buenos Aires, FCE, 2003), primera antología bilingüe de poetas argentinos y brasileños contemporáneos traducida por poetas, junto con Heloísa Buarque de Hollanda y Jorge Monteleone. Codirige con Bárbara Belloc y Manuel Hermelo, el proyecto editorial efimero «pato-en-la-cara», y, junto con Belloc, la colección «Nomadismos» (pensamientos y ensayos de artistas iberoamericanos) con sede en Buenos Aires, Cuenca y Río de Janeiro. Fue escritora residente en el IWP (Iowa, Estados Unidos). En 2004recibió el premio Kónex por su trayectoria como traductora literaria. Su poesía fue traducida al portugués, al inglés, al behaya melayu y al neerlandés. En 2021 publicó su primera ficción, «La mujer pintada» (Lumen), una historia del arte contada a través de las modelos.
LIBROS:«La mujer pintada» (Barcelona, Lumen/Ensayo, 2022), «La mujer pintada» (Buenos Aires, Lumen, 2021), «El ladrillo hueco» (Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2019), «OS Minus Other Poems» (Portland, LaMonaProducciones; traducción al inglés de Samuel Gray, 2019), «Panamericana. Diario de ruta» (Cuenca, GAD Municipal del Cantón Cuenca; con Bárbara Belloc y Silvia Ortiz Guerra, 2018), «hierba sobre el mundo castigado. colectivo poético involuntario» (Buenos Aires, hilos editora; con María Mascheroni, 2017), «Teoría y práctica de la tragedia» (Buenos Aires, pato-en-la-cara; con Manuel Hermelo, 2012), «Óstraca. Poesía reunida» (Buenos Aires, Curandera, 2011), «Os» (Málaga, Puerta del Mar /Centro de Ediciones de Diputación de Málaga, 2008), «El perro continuo» (Buenos Aires, pato-en-la-cara; con Manuel Hermelo, 2007), «Poemas y animales sueltos» (Buenos Aires, pato-en-la-cara, 2005), «Orang-utans» (Buenos Aires, La Rara Argentina; con Bárbara Belloc y traducción al inglés de Hillary Gardner, 2000), «El libro de la luna» (Buenos Aires, El Ateneo; con Arturo Carrera y Edgardo Russo, 1988), «El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado» (Buenos Aires, El Ateneo; con Arturo Carrera, 1997), « Alibí» (Buenos Aires, La Rara Argentina, 1995), «Teoría del cielo» (Buenos Aires, Planeta; con Arturo Carrera, 1992), «La escrita» (Buenos Aires, Último Reino, 1988).

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