viernes, 3 de mayo de 2024


 GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a MARÍA MAGDALENA

(Publicado en la página de Facebook el 7 de junio de 2023)

María Magdalena nació en Buenos Aires, en 1984. Es poeta, escritora, psicoanalista y editora.
En la entrevista, María, dice:
«Podría decir que escribo siempre lo mismo, pero con distintas voces. Esa variación me salva, al menos en la escritura. Lo que permanece, entonces, es el intento –siempre fallido– de escribir lo que se resiste a la palabra.»

SELECCIÓN DE SU OBRA
De «Un invierno sin Emma» (2022, Vagantes fabulae)
FLUME
I move in water, shore to shore
I.
Quise escapar a las montañas,
traspasar el largo camino
de pinos, quitar la maleza,
un pie detrás del otro,
desviarme, perderme, guiarme
sólo por el canto de los
pájaros, el silbido del viento,
las profundidades de la luz.
No me alumbraron las noches
ni los días, no hubo hambre
ni sed, apenas la insistencia
del caminante que se abandona
en un exilio con la promesa
de regresar a algún lugar.
II.
Crucé de una orilla
hacia la otra, un nado
contra la corriente:
fue tu cuerpo
anunciándose
como faro.
III.
Me sumergí en el agua
con la convicción de quien
anticipa algún refugio
en el naufragio,
un modo propio de respirar
como supervivencia.
Del otro lado aguardabas,
con el corazón llagado y
tembloroso. Tengo el erizo
en la mano, dije. ¿Cómo
tocarte? Y me enseñaste
el camino, una peregrina
que conoce los desvíos
del amor.
IV.
Porque te toqué
como
si hallara un hogar
en tu cuerpo
advertí
tu belleza y peligrosidad.
THE WOLVES (ACT II)
What might have been lost
I.
Cruje el leño, el papel de la
partitura, los signos de los días
por venir, blancos y silentes.
Una casa deshabitada tiene el
olor de lo irreversible, su densidad.
Un continuo partir.
Prendí fuego la música para
conjurarnos, pero éramos
el canto de un pájaro sagrado,
tan frágiles como persistentes.
II.
Anhelaba la comodidad de los
gestos aprendidos, la calma
que trae lo familiar, eso que no
enciende ni atormenta. Un
lento apaciguarse para retornar
a la vida sosegada en la que
me hundía antes del esplendor.
Vislumbré ese otro hábitat
como un cobijo al que podría
aferrarme cuando todo se apague
definitivamente: una casa
en la ciudad, lejos del río y las
montañas, del dolor implacable
de la nieve, una esposa amable
a la que ya no sabré cómo
amar, la serenidad que otorga
la sucesión infinita de los
pequeños actos cotidianos
que llamamos familia.
III.
Sin embargo, aún te hablo.
Atesoro la lengua secreta
que nos guarecía del
miedo y de las tempestades,
del paso decidido de la muerte.
Pido por una ceremonia
que pueda detener lo indetenible.
Pido que me sea dado
renunciar a lo inútil del amor.
Te invoco para perderte.
IV.
Afuera se cubre de niebla,
los lobos regresan, sigilosos:
me rodean como a una presa,
huelen la cobardía del hombre
que se dio por derrotado antes
de comenzar la batalla.
Acá estoy, decías en sueños,
pero ya no hay nada. Somos
una espuma antigua como
el mundo dejándonos llevar
hacia nuevas orillas.
TEAM
I.
Llevabas el río
dentro, como un modo
de conservar algo
de la belleza del mundo.
Son destellos, decías,
apenas un instante
con la apariencia de
lo efímero.
A eso te aferrabas:
lo que podría desvanecerse
y sin embargo persiste
contra todo pronóstico.
II.
Podías ser el corazón
de una tormenta,
la bravura del mar
o el vaivén suave
de las orillas.
Un barco oscilante
entre la ebriedad
y el deseo. La quietud no cabía
en las constelaciones
feroces
de tu cuerpo.
III.
Quise navegar
en tus aguas
aun
sabiéndome derrotado.
Un hombre
a la deriva siempre
es peligroso.
IV.
Buscabas el núcleo
que desata las
tempestades,
el origen del temblor
y la furia, eso
que anida
en toda pasión.
V.
Acurrucada en el pliegue
de una melodía
respirabas el viento
y te dejabas agitar
como si el cuerpo pudiera albergar
alguna levedad. Supiste ver
a través de la bruma
con la claridad que sólo
se obtiene en el fracaso.
Te estremecía
lo que había sido tocado
por la muerte, lo que
conservaba su huella: era
lo único sagrado, tu única
reverencia.
VI.
Y el reencuentro
con la belleza
era un suspenso,
un interludio
entre tu vida y la mía.
Contemplábamos
lo pequeño, lo inadvertido:
el árbol apenas
inclinado por el viento,
una luciérnaga a punto
de morir, el silbido
tenue de ciertos pájaros.
Todo eso
te deslumbraba como
a una niña
enmudecida frente
a lo inaudito.


De «Continente negro» (2018, Alción editora; 2021, el diván negro –México–)
Edema de glotis
Caen los rayos de luz
en el sur del mundo.
Cuando la piel llama a respirar,
es preciso tomar aire.
Incluso el paraíso tiene sus
monstruos:
acechan al disiparse la bruma
en el instante de mayor claridad.
La vespula germánica sabe
dañar sin perder, como toda
reina madre. Sus rodeos
son como las vueltas sigilosas
que da el animal antes
de cazar a su presa.
Bella carnicera, inocula
el veneno a través del aguijón
o muerde: un ritual silvestre
desprovisto de magia.
Me expulso de los lugares
sagrados donde otra vida
parece posible.
Allí donde la tormenta
amenaza con destruirlo todo
recobro el aliento.
Pero el cuerpo no tiene memoria
para combatir la inteligencia
de la naturaleza.
***
Maculopatía o elogio de la ceguera
Las visiones no siempre
son sagradas.
Santa Teresa vislumbró
el infierno.
Sentía en el alma un fuego
de tal violencia…
Luego vino el ángel,
pequeño y hermoso:
el dardo de oro
la penetró hasta el éxtasis.
Fue abrasada por
la gracia de Dios.
Yo parpadeé en mi propia
visión humilde: las luces
brillantes y minúsculas
empañaron mis ojos.
Nos deslizamos
en el lento crepúsculo
de la ceguera, incapaces
de esquivar el destino.
Recordé a una niña
que veía crecer ramas
larguísimas
desde la punta de sus dedos,
hacia el infinito.
Algunas mujeres
no tenemos
a quién rezarle.
***
Mioma
Lo que crece adentro siempre
es ajeno.
Un fruto dulce o un hijo
a la intemperie.
Podrá ser arropado, envuelto
en leche, protegido del gas
de la muerte. O devuelto al universo.
En mí no hay tierra fértil, nada
se aferra. Sólo concibo
una masa inútil que se expande
con la determinación de lo vivo.
Hay laberintos
que no tienen escapatoria.
Hay instantes
para prescindir del retorno.
Sylvia fue maldecida
en París por una gitana furiosa:
“Vous crèverez bientôt”.
Y Ted no supo deshacer el conjuro.
El designio se cumplió.
Medeas enfurecidas o Antígonas
desobedientes
avanzamos exiliadas:
una diáspora interminable.
En territorio extranjero
matar y morir son el mismo sacrificio.
El continente negro es el cuerpo
propio.
Idea Vilariño ama en la penumbra para ocultar la piel descascarada. Piensa a su cuerpo como un bellísimo instrumento que se va deshaciendo en silencio sin que nadie llegue al fin de sus magníficas posibilidades. Pero el cuerpo toca su propia melodía y se mantiene firme aun en la música del derrumbe.
Concierto para dos violines: Idea tensa las cuerdas mientras escribe el poema que la salvará cuando se fuguen las palabras.
Le piden un hijo a cambio de la curación. Ella se niega, no habrá descendencia posible. La vida es lo que ocurre cuando la piel sangra, cura, cicatriza y vuelve a empezar.
De «Los nombres del padre» (2016, Buenos Aires Poetry)
Todo se vuelve místico, en un instante,
para nosotros, los escépticos sin retorno.
De repente condicionados por el universo
y el movimiento de las estrellas
y las predicciones de la tarotista,
que me habló de vos sin saberlo.
Él es así, te quiere pero es así,
cogito ergo sum el amor
lo estira como un chicle.
El amor no tiene que ser magia y me querés igual,
dulce cogito ergo sum, cómo te gusta
quererme así.
Cerré los ojos y viniste a mí, todo
y completo. Lloré mística,
una experiencia religiosa
en una alfombra zen mientras
me invitaban a entregarme a la vibración
del sonido que nos envolvía. Me entregué.
Porque soy la que desea
en silencio
que algúna vez puedas
escupir el chicle
y decirme
no me dejes, nunca
jamás
te dejaría.
No sabés de mí. Mientras yo
temblaba mística, elegías pacientemente
las últimas palabras que sólo dicen
todo eso que nunca vas a poder decir.
Las olvido, desaparecen,
escéptica y rota, todavía tiemblo.
Y vos tan niño y malicioso, tan
cuento infantil en la cama,
ojos de hipocampo que no sabe
cómo avanzar sin hundirse en mí.
No sé si lagos verdes o
montañas decapitadas,
No sé si el pueblo olvidado de Italia
donde me espera Doménico
para comer soppressata y contarme
sobre cómo Norma le rompió el corazón.
Pero sí algún lugar donde el amor
no se estire.
Tengo miedo, intento llorar,
me siento bajo la lluvia y rezo:
Una mano sobre mi pecho, la otra
abierta al universo, esperando recibir
algo de vos. Ya era tarde,
desde el principio era tarde.
Y yo intentaba un decir
buen día y todo va a estar bien.
Mendigar tu cuerpo en la noche, acomodar
tus manos, acariciarme con tus rodillas.
Los idiomas diferentes, la máquina de dios
que te falló para siempre.
Pequeña monja en retiro mojándose los pies
en el agua verde del río de algún sur,
iluminándose y expandiéndose
bajo un cielo en el que las estrellas son fugaces
y forman constelaciones.
No quiero dormir, quiero amor
o muerte. Y es una trampa, dijiste.
No es mitológico un abrazo, ni
épico que me abraces cuando todo tiembla.
Y todo tembló, sentada en el jardín,
la lluvia y el miedo,
y no eras vos a quien invocaba en
el rezo, el santo padre, el derrumbe final.
Es una trampa, dijiste. Eso es todo,
y quizás quiero el amor y no la muerte.
Pero no quiero ser tu infancia
ni tu crisis navideña.
Como un globo inflado
a punto de brillar esperaba.
Miramos hacia otro lado y sólo quedó
el llamado número 72
que sabemos cómo va a terminar.
Un hombre que me limpia, me cura
y me sana, te vas cuando vuelvo a sonreír.
La culpa envejece y vos el animal
entrampado, siempre mirando hacia atrás,
y yo tan de otra fauna, un mar donde
respirar sin inmolarme en nombre del amor.
Con la única vibración posible
tu lengua buceando en mi boca,
tu cuerpo hundiéndose entre mis piernas,
te eleva y te sacude y te provoca
lo que nunca antes,
para después olvidarte en el sueño de la
indiferencia.
Entonces
yo me voy, no sé vos,
porque querer así no se quiere,
se finge querer mientras por dentro se tiembla
de puro miedo.
Queda el hambre y el amor
con sus colores tristes y subterráneos,
y una dedicatoria en un libro
que repito como una plegaria:
Porque estás donde nunca
espero encontrarte, siempre
voy a estar si te duele
la vida, el insomnio,
los días
o una camisa arrugada.

ENTREVISTA CON LA AUTORA
Gilgamesh: María, hasta el momento has publicado cinco libros de poesías. Me detengo en la rigurosidad con que el lenguaje dice en el cuerpo del poema, la tensión que ese decir irrumpe en textos que ponen en juego otro cuerpo, la fragilidad, lo ominoso, las facetas diamantinas de lo bello, de lo indomesticable, los tránsitos y los viajes, del duelo. Un cuerpo/corpus textual que hace eco y hace temblar al lector. De «Spleen» (Letra Viva, 2013) a «Un invierno sin Emma» (Vagantes fabulae, 2022), hay un camino que resuena en lecturas y arriba a ese «Crucé de una orilla/ hacia la otra, un nado// contra la corriente». ¿Cómo irrumpe en vos la necesidad/deseo de escritura? ¿Cómo fuiste (des)armando cada uno de tus poemarios? ¿Qué búsquedas formales se sostuvieron, cuáles fueron enraizando o mutando de uno a otro?
María Magdalena: Tomo estas tres palabras que mencionás: irrupción, necesidad y deseo. Algo irrumpe, sí, como una necesidad imperiosa, y se escribe. Pero no necesariamente en el papel. Pienso la escritura como un conjunto de diferentes momentos que se van entrelazando. Cuando le empiezo a dar forma a un poema –sobre todo me pasa con la poesía–, la escritura comenzó a suceder antes, casi de forma imperceptible. Aun si luego se vuelve urgente materializarlo. El poema se empezó a escribir en un pensamiento de duermevela, en una imagen azarosa de la vida cotidiana que captó mi atención, en alguna sensación fugaz a la que en ese instante no pude ponerle palabras. Pero es el deseo lo que sostiene la escritura, finalmente. El deseo que nos hace volver a lo escrito, una y otra vez, y moldearlo como si las palabras fuesen de arcilla. May Sarton hace un precioso elogio de la corrección (quizás habría que buscar una palabra que esté menos asociada a lo correctivo) y dice que corregir es también crear. Que hay un malentendido respecto de la idea de inspiración, y la cito: «Sé que estoy inspirada cuando me transformo en una furia con suficiente nivel de autocrítica como para cavar hacia aquello que quiero decir, podando muchas irrelevancias que florecieron en la página durante la excitación del comienzo» («Sobre la escritura», editorial Salta el pez). Ahí está la irrupción furiosa que empuja a escribir, pero también la paciencia y la disponibilidad que requiere toda escritura.
En cuanto a las búsquedas, creo que más bien se trata de ciertas insistencias que, por ahora, no cesan: el cuerpo, los duelos, el amor. Podría decir que escribo siempre lo mismo, pero con distintas voces. Esa variación me salva, al menos en la escritura. Lo que permanece, entonces, es el intento –siempre fallido– de escribir lo que se resiste a la palabra.
Gilgamesh: Leo duelos diferentes en «Los nombres del padre» (Buenos Aires Poetry, 2016) y «Un invierno sin Emma» (Vagantes fabulae, 2022). ¿Cómo trabajaste estos libros? ¿Qué se repara desde el trabajo poético? ¿La poesía es un territorio propicio para un trabajo de duelo? ¿Cómo surge y qué te permitió ese yo lírico «él» en «Un invierno sin Emma»?
María Magdalena: Suelo contar una anécdota sobre «Los nombres del padre»: recurrí al poeta Javier Galarza para que me acompañara en la escritura de los poemas porque estaba paralizada pero me urgía escribir. El título original era «Las palabras imposibles». Hace poco me reencontré con el ejemplar que le regalé a Javier, y en la dedicatoria, me parece, lo resumí con bastante precisión: le agradecía el haberme acompañado en el tránsito de las palabras imposibles a los nombres del padre. En ese tránsito, él me hizo una intervención que, de algún modo, pienso que no sólo fue poética sino también psicoanalítica. Me sugirió reemplazar un «hiciste» por un «hicimos». Es decir, me invitó a implicarme, y eso significó un cambio de posición subjetiva que redundó, por supuesto, en el yo poético del libro. Porque no creo que haya escritura que no sea autobiográfica pero, al mismo tiempo, también ficcional. Esa es la paradoja.
En el caso de «Un invierno sin Emma» el origen está en el disco del músico Bon Iver, que se llama «For Emma, forever ago»; un disco que me tuvo cautiva durante muchos años y que necesité traducir. Me cautivaba desde lo musical y lo lírico, pero también me fascinó la historia detrás: un hombre roto –por la enfermedad y el desamor– que decide pasar el invierno solo en un bosque. Allí compone este disco y se recompone él mismo. Hay algo muy potente en ese hombre roto que le hace lugar a su herida. Un hombre que despliega su vulnerabilidad sobre la partitura y dice: estoy furioso, estoy herido, estoy desbocado, estoy arrepentido, estoy resignado. El desamor y sus vicisitudes. Y se hace disponible al duelo, a que acontezca el duelo. En este mundo es una rareza. No hay tiempo para detenerse en la herida. No hay disponibilidad para lo vulnerable. Y quizás porque me parece una rareza quise darle otra voz, inventarle un cuerpo, hablarle a Emma, trasladarme al menos imaginariamente a la cabaña en el bosque y componer poemas como si fueran canciones.
Entré y salí de los poemas un largo tiempo, hasta que logré encontrar esa voz en mi propio invierno de aislamiento, a comienzos de la pandemia. Yo también estaba rota, enferma y de duelo.
Sobre el trabajo poético y la reparación, respondo con dos citas que siempre tengo cerca. Hélne Cixous dice: «Con una mano, sufrir, vivir, palpar el dolor, la pérdida. Pero está la otra: la que escribe». Y Fabio Morábito: «no se puede escribir llorando». Ambos dan cuenta, o así lo entiendo yo, de que la escritura implica un lazo con el mundo. Y también una especie de corrimiento. No se escribe desde el pozo, se sale de él para poder escribir –al menos de forma transitoria. Y si hay trabajo con la escritura –es decir que no queda en lo catártico– hay efectos subjetivos. Y allí, me parece, reside lo que puede haber de reparatorio en la escritura y en la poesía.
Gilgamesh: En «Continente negro» (Alción editora, 2018; el diván negro, 2021) comienza un viaje doble (una geografía inefable, un cuerpo y sus máscaras desintegrándose). El cuerpo, lo femenino, las trampas de lo femenino, la poesía y el psicoanálisis. ¿Nos contarías cómo fue adentrarse en la escritura de ese «Continente negro»?
María Magdalena: «Continente negro» surgió a partir de un viaje en el que me perdí. Me encontré con lo inefable, como decís, tanto en los paisajes y las tierras que iba atravesando como en mi propio cuerpo. El libro empieza con el verso «El río Duero me vio caer», y así fue: caí en una especie de locura, caí en un cuerpo que sentía completamente ajeno, caí incluso en la belleza de ese río. De algún modo fue el puntapié del libro, la extranjería. Con respecto al cuerpo, sobre todo, pero no sin el impacto de ciertas vivencias que implica el estar/estado de viaje –que poco tiene que ver con hacer turismo, cuyos circuitos preestablecidos difícilmente impliquen perderse, en ninguno de sus sentidos. Después supe que existe el síndrome de Stendhal y me causó gracia porque algo de eso hubo, pero en su momento, por sugerencia de mi analista de entonces, volví al texto de Freud sobre su llegada a la Acrópolis y comenzaron a brotar los poemas. Me adentré en la escritura partiendo de lo inefable de mi cuerpo, pero también con un movimiento hacia otras mujeres que, cada una a su modo, lidiaron con cuerpos malheridos, raros, inadecuados, rebeldes (Anna O., Virginia Woolf, Idea Vilariño y otras). Freud definió a lo femenino como el continente negro, pero todo cuerpo lo es.
Gilgamesh: Tu vida y tu obra están atravesadas por la poesía y el psicoanálisis. Pienso en tus poemas y también en tus ensayos. ¿Cómo conjugás en diferentes géneros estos discursos?
María Magdalena: Es cierto que estoy atravesada por la poesía y el psicoanálisis, pero no me gusta pensarme como una psicoanalista que escribe sino como alguien que escribe y además practica el psicoanálisis. Entonces lo conjugo intentando sostener esa diferencia.
Gilgamesh: Tu obra hace foco en un enunciado muy actual: «Lo personal es político». ¿Estuvo y está presente a la hora de ponerte a escribir? ¿Qué tipo de compromiso asumís y creás desde tu escritura?
María Magdalena: Me interesa el compromiso político que no sea panfletario ni propagandístico. Un compromiso que esté, en primer lugar, al servicio de la escritura. No sé si lo he logrado, pero al menos esa es mi búsqueda. Incluso en los ensayos sobre Pizarnik y Plath, en los que me posiciono como feminista para hacer una lectura de sus vidas y sus obras, no me interesó buscar la adhesión fácil y el acuerdo inmediato. Son temáticas sobre las que hay mayor consenso que en otras épocas, y que también, al menos en ciertos ámbitos, se han puesto de moda o han bordeado terrenos políticamente correctos. Por eso me parece que lo político está en no acomodarnos en el consenso sino mantener el espíritu subversivo y transformador del feminismo. Y eso implica, en gran parte, darle lugar a las complejidades y las contradicciones para seguir pensando y haciendo.
Gilgamesh: ¿Cómo fue trabajar junto a Javier Galarza y Leonardo Leibson «La perfecta desnudez. Conversaciones desde Alejandra Pizarnik» (Letra Viva, 2018)? Estas lecturas desde Alejandra, ¿cómo influyeron en tu escritura?
María Magdalena: Con Javier y con Leonardo nos conocíamos desde antes, pero fuimos reunidos en una jornada de literatura y psicoanálisis organizada por Nicolás Cerruti para conversar sobre Pizarnik. En ese encuentro surgió la propuesta de Nicolás de, por un lado, continuar con la conversación, y por otro, de escribirla. Una propuesta que encontró resonancias en nosotros, porque también habíamos sentido que algo pasó en ese diálogo y que nos entusiasmaba continuarlo. La idea era mantener el espíritu de la conversación, y para eso la forma de trabajo que nos propusimos fue un poco atípica: nos encontrábamos en el bar La Paz para conversar y yo tomaba notas, luego enviaba un punteo por mail acompañado de algún fragmento de los diarios de Pizarnik (que seleccionaba al azar, haciendo eso que Cortázar llamaba poetomancia) y continuábamos el diálogo por escrito. La inclusión de la palabra de Alejandra, a través de la poetomancia, fue clave para sostener la apuesta de escribir desde y con ella, y no sobre ella, como si fuese un objeto de estudio. Con todo ese material, Nicolás hizo un gran trabajo de edición para convertirlo en libro. Así que fue una experiencia muy singular, muy novedosa, creo que para todos, y muy enriquecedora. Tanto Leonardo como Javier fueron y son para mí interlocutores muy importantes, en lo poético y en lo psicoanalítico, y me han enseñado muchísimo. En cuanto a mi escritura, creo que hubo algo inaugural en ese posicionamiento, que luego retomé en el libro con Sylvia Plath. Asumir que no puedo ni me interesa abordar el género ensayo desde un lugar de supuesta objetividad y distancia, que mi propia biografía está implicada en las biografías de estas poetas, y que, como psicoanalista, no se trata de interpretarlas sino de leerlas. Con todo lo que significa leer.
Gilgamesh: En «Diario de la errancia» (La Docta Ignorancia, 2020) están el deseo y la geografía poéticos que te habitan. ¿Cómo fue este viaje poético-narrativo?
María Magdalena: Llevo un diario de forma casi ininterrumpida desde los nueve años. Comenzó siendo lo que suele ser en la infancia: un lugar para hablarle a un Otro que se configura como guardián de los secretos. Luego el diario comenzó a ser lo que suele ser para quienes tenemos una relación particular con la escritura. Por un lado, lugar privilegiado para la catarsis, el descargo, el vómito. Por otro lado, lugar privilegiado, también, para el ejercicio de transformación que significa pasar del material en bruto a una forma de escritura. Con el tiempo «el» diario se transformó en «los» diarios. «Diario de la errancia» tuvo su origen en un ritual hermoso compartido con mi compañero Nicolás. La última noche de cada viaje que hacemos, nos leemos mutuamente el diario que escribimos en el viaje anterior. Contrastamos experiencias. A veces, resulta asombroso ver cómo reparamos en lo mismo: el árbol de olivo; la conversación con el anciano que se acercó para halagar, nostálgico, el olor de la pipa; la tormenta que acechaba mientras caminábamos desde la estación de tren hacia el hotel; el café espantoso a la vera de alguna ruta; la sensación de deslumbramiento frente a un paisaje; el agobio causado por la muchedumbre turística de un pueblo que prometía ser pequeño y solitario; la desazón producida por algún malentendido amoroso; la danza de pájaros que nos recibió en un cementerio. Otras veces, sorprende lo nuevo que encontramos en la mirada del otro, eso que sólo el otro logró iluminar, eso que sólo el otro pudo ver, oír y sentir. Y así el viaje se renueva en el relato.
Compuse el libro con versiones trabajadas de esos diarios de viaje. Y con viajar me refiero a la experiencia de producir un corte en el circuito cotidiano que siempre nos lleva al mismo lugar y con los sentidos entumecidos. Poco importa si el viaje implica salir a la ruta sin destino o hacer miles de kilómetros en un avión. Viajar, incluso, puede ser salir a caminar por calles ya transitadas una y otra vez, pero en estado de apertura hacia lo desconocido, la sorpresa, lo impredecible. Si algo me fascina y me lleva al registro del diario una y otra vez, seguramente tiene que ver con la belleza que encuentro en lo inútil de intentar fijar una cotidianeidad que está en constante fuga. Fijar a través del lenguaje esos pequeños despertares que acontecen cuando nos permitimos el estado de viaje. Así, la escritura deviene una forma de la memoria que resiste al tiempo y sus desgastes.
Gilgamesh: En «No hay milagro más cruel que este. Sylvia Plath: amar, maternar, escribir» (Las furias editora, 2022) volvés a una escritora fundamental en tu recorrido intelectual. Volvés al continente negro, a lo personal político. Fuiste a un territorio que siempre explotó los estereotipos y venís vos a explorar las zonas de contradicción, a complejizar desde una postura claramente feminista. ¿Qué significa en tu escritura este libro?
María Magdalena: Creo que vuelvo a ciertas poetas para poder irme. O para poder volver de otra forma, desde otro lugar como lectora. A veces siento que escribo para sacarme algo de encima. En el caso de Pizarnik y en el Plath, comencé a escribir sobre ellas –con, desde­– después de haber pasado largas temporadas sumergida en sus obras y en sus vidas. La escritura introduce cierta distancia en ese sentido, aun cuando también implica un tiempo de llevarlas muy encima, muy cerca. Con el libro de Plath confirmé lo que intuía, que incluso en el terreno del ensayo –que se supone más intelectual, más académico, sobre todo si tiene condimentos biográficos y teóricos– mi escritura siempre estará abiertamente atravesada por mi propia biografía. Una biografía que, al mismo tiempo, se trastoca y se reescribe en ese proceso.
Gilgamesh: Sos parte de una editorial con una impronta definida. ¿Cómo surge esta propuesta? ¿Cómo fue, desde ese lugar, editar el libro sobre Sylvia Plath?
María Magdalena: La editorial deriva de un amor casi feticihista que tenemos por los libros –y me refiero tanto a la escritura como al objeto en sí mismo-, pero también por la necesidad de proponer otra forma de vivir la experiencia de publicar un libro. Una forma más justa y más amena. En algún momento con Nicolás, el otro editor de Las Furias, surgió el debate sobre si debíamos autopublicarnos. Yo estaba más reacia, me daba cierto pudor, sentía que el propósito y la apuesta de la editorial era ofrecer un espacio amoroso y serio para las escrituras de otrxs. ¿Pero por qué no ofrecérnoslo también a nosotros mismos como escritores, si padecimos de la misma manera el maltrato y el descuido como autores? Así que decidimos publicar el libro de Nicolás sobre Joyce, primero, y luego el mío sobre Plath. Ambos estaban en consonancia con el catálogo que intentamos construir, que tiene como pilar fundamental el cruce de géneros, lo inclasificable. Trabajé el libro con Nicolás como editor y su mirada fue fundamental. Le dio lógica de libro a lo que eran fragmentos de escritura.
Gilgamesh: Proliferación de ciclos de lectura, concursos públicos y privados, movida editorial independiente. ¿Cómo te insertás en este ámbito como poeta y editora?
María Magdalena: Mi perspectiva quizás sea pesimista, pero no creo que la proliferación de ciclos, concursos y editoriales signifique un cambio verdadero mientras persistan, actualizándose incluso, ciertas lógicas. Me refiero, por ejemplo, a las condiciones de publicación, que en la mayoría de los casos consiste en pagar por las ediciones y no cobrar regalías. También me refiero a que muchas escrituras permanezcan rezagadas, casi invisibles, porque sus autores no responden a determinadas modas (estéticas, políticas), porque no pertenecen a los espacios de poder, o porque no están dispuestos a hacer una propaganda constante de sí mismos (lo que se ha convertido, sin dudas, es un mandato de época). En ese sentido, proliferan los nombres por sobre las obras, se presta más atención a quién escribió que a lo que fue escrito. Acabo de terminar de leer un libro de Ariana Harwicz, El ruido de una época, que genera las tensiones que me interesan. Dice, por ejemplo: “Se escribe para devenir escritor, o se devino escritor porque se escribió. No hay más misterio en el pasaje de ser y no ser que la concreción de haber escrito y el libro. Hoy los escritores son personajes que se componen para ser vistos, no ya una política de autor, un nombre de guerra, una cruzada”. Por todo esto prefiero mantenerme en los márgenes, como poeta, y militar la editorial apostando por hacer alguna diferencia respecto de esas lógicas.
Gilgamesh: Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George
Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha vuelto un
asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto, se ha divorciado de la
memoria histórica de los pueblos. Puesto en otros términos, la poesía es
escrita y leída por poetas y quizá, también leída por alguna de sus amistades...
Hace largo tiempo que el llamado «gran público» ha quedado fuera de este
juego. Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería necesario, en su opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
María Magdalena: Me surgen más interrogantes que respuestas. Me parece que el mundo en el que Steiner escribió eso no es el mundo actual. La tecnología, las redes sociales y la diversidad de espacios de difusión cultural contribuyeron a restituir ese lazo entre la poesía y el «gran público». Por eso me cuesta pensar que ahora la poesía sea privada, y menos aún, lírica. En muchos de esos espacios circula una versión mercantilizada de lo poético. Me pregunto, en tal caso, como preservar, o incluso restituir, la intimidad del poema en un mundo de ruido y ligereza, donde todo debe ser inmediato y fugaz. El lazo perdido, pienso, es el lazo con la demora, la atención y el silencio que implica la lectura de poesía.

NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
María Magdalena (1984, Buenos Aires). Poeta y escritora. Psicoanalista. Editora en Las Furias. Publicó los libros de poesía «Spleen» (2013, Letra Viva), «Los nombres del padre» (2016, Buenos Aires Poetry), la plaquette artesanal «La pequeña muerte» (2015), «Continente negro» (2018, Alción editora; 2021, el diván negro –México–), «Un invierno sin Emma» (2022, Vagantes fabulae) y los ensayos «La perfecta desnudez. Conversaciones desde Alejandra Pizarnik» (2018, Letra Viva) en co-autoría con Javier Galarza y Leonardo Leibson, «Diario de la errancia. Elogio del viaje» (2020, La Docta Ignorancia) y «No hay milagro más cruel que este. Sylvia Plath: amar, maternar, escribir» (2022, Las Furias).

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