GILGAMESH: POESÍA Y POÉTICAS presenta a DIEGO SUÁREZ
(Publicado en la página de Facebook el 3 de diciembre de 2025)
Diego E. Suárez
nació en 1979 en Posadas, Misiones, pero reside en la ciudad de Santo Tomé, Santa Fe, Argentina. Es poeta, docente investigador, ensayista.
En la entrevista,
Diego, dice:
«Para la poesía no
quiero apuros ni cronogramas. Yo le doy lo que puedo y ella me da lo
que puede. Estamos en paz.»
SELECCIÓN DE OBRA
MBYÁ CANTA
a
Martín Raninqueo
La
guitarra despojada
de
algunas cuerdas
no
le impide elevar
desde
el suelo
cosas
en guaraní
intangibles
y dulces.
Tiene
algo de pájaro
este
hombre menudo
venido
del monte.
La
mirada perdida por momentos
hace
foco en quien se acerca
a
dejarle una ofrenda,
pero
no para de cantar.
Al
terminar, nos mira y nos regala
dos
caramelos de miel de su rostro.
A
kilómetros de aquí
me
veo diminuto, preocupado
por
corregir y publicar.
Pero
antes de seguir
él
barre el aire con la vista,
me
sonríe y hace foco en mí.
Como
un faro.
(Simple,
2019)
SILENCIO
Mi arte radica en pasar el tiempo y el destiempo
juntando y reciclando lo que se le cae al silencio.
(Infinitaedro
y el arte de la fuga y el silencio,
2013)
CAMINO
todas
las mañanas
de
sol al aire libre
camino
sin cesar
sobre
hojas secas
camino
con marcas
camino
hacia mí
para
despertarme
lo
antes posible
(Sufrimiento
de otro en su cuerpo, 2013)
EPIFONEMA
Lo más hermoso que perdí
es lo más terrible que conservo.
(Infinitaedro
y el arte de la fuga y el silencio,
2013)
ESTO
NO ES LO QUE PARECE
Semeja
un juego,
por
eso no te fíes
de
las palabras.
Te
conocen más
de
lo que dicen.
(Piedritas,
2019)
Para quien está al lado
Para
quien está al lado
los
días pasan pesadamente
arrastrando
los pies.
A no
ser por los ciclos de la luna
y
los resignados amaneceres
cualquiera
pensaría: esto
es
un mal sueño que nunca termina
de
empezar. Después de todo
quien
está al lado sabe que está
ahí
para algo: asiste a otro cuerpo
(al
sufrimiento de otro en su cuerpo)
y al
asirlo por dentro se siente carcomer
a
medida que en su roce contra el suelo
cada
hora levanta una polvareda insoportable.
(Sufrimiento
de otro en su cuerpo, 2013)
RITUAL
DE LO HABITUAL
Años
hemos viajado juntos
sin
conocernos el nombre.
A
veces es una mujer.
A
veces, un hombre.
Me
incomoda
no
saber si está bien
saludar,
o si es mejor
hacer
como si nada.
A lo
largo de este recorrido
nos
hemos vuelto
la
suposición del otro.
Por
la forma de mirarnos, algo
nos
une a la misma altura del día
en
el enigma de lo cotidiano.
(lo
habitual (Santa Fe: De l’aire, 2021)
MI
CORAZÓN SALTA CUANDO CONTEMPLO
Al
salir del trabajo
levanté
la mirada de la vereda
y me
encontré a lo lejos
con
un arco iris duplicado.
Se
me vino a la cabeza
ese
poema de Wordsworth
donde
la luz despliega
su
espectro visible
y
termina diciendo que el Niño
es
el padre del Hombre.
Me
quedé mientras caminaba
pensando
en la cantidad de personas
que
antes de mí al salir
de
la cueva, de la fábrica,
de
la choza, de la escuela,
se
encontraron con este viejo
símbolo
de la alianza divina
que
de forma religiosa
me
hacían pintar en el cielo
del
cuaderno único
mis
maestras adventistas.
Cuestión
que el arco
empezó
a desvanecerse
hacia
la caída del sol
y en
alguna parte
el
Niño que me crió se moría
por
abrir una caja perfumada
con
lápices de colores.
(lo
habitual (Santa Fe: De l’aire, 2021)
HISTORIA
DE LAS IDEAS DEL COLECTIVO
Quien
sujeta el volante cree tener el poder,
quien
abona el pasaje cree tener el poder,
quien
toma asiento cree tener el poder,
el
dueño de la empresa cree tener el poder.
Quien
patentó la máquina de boletos cree tener el poder,
quien
programó los semáforos cree tener el poder,
quien
planificó el recorrido cree tener el poder,
Nuestra
Señora de Luján cree tener el poder.
Quien
toca el timbre cree tener el poder,
quien
aprueba el subsidio cree tener el poder,
quien
coimea al funcionario cree tener el poder,
el
capo del gremio cree tener el poder.
Pero
quien realmente tiene el poder
es
el sereno del corralón,
que
por la madrugada,
cuando
nadie lo ve,
sube
a cualquier unidad,
a
imaginar que maneja.
(de
lo habitual, 2021)
VACÍO
EL MATE POR LA MAÑANA
Vacío
el mate a las 8 de la mañana.
Tiro
al tacho el trabajo insolado y mal pago
de
los tareferos; la explotación,
los
reclamos desoídos, lejos
del
primer canto del gallo
en
Apóstoles, Campo Viera
o
Santo Pipó; lejos
del
primer paso
del
trabajador
rumbo
al yerbatal.
Cargo
de nuevo el mate.
Vierto
en él manos cuarteadas,
ojos
celestes, secaderos, tractores,
carpas
negras, infancias empobrecidas,
que
rocío con ochenta grados centígrados
de
río potabilizado hasta obtener
ese
sabor característico
que
la bombilla me transmite
con
indisimulable amargura.
(Simple,
2019)
COMPOST
Era
marzo, fui al fondo
y vi
la posibilidad.
Parecía
fácil: se apilan
desechos
orgánicos
sobre
materia seca,
se
agrega tierra,
se
mantiene húmedo,
de
vez en cuando se remueve.
Con
el tiempo, todo
se
convierte en abono
negruzco,
granuloso, nutritivo.
Quién
pudiera apilar así
pesadumbres,
culpas,
faltas
de ternura, capa
sobre
capa y mezclar
hasta
hacer de eso
algo
fértil.
Ahora
ya es del año
la
estación florida
y
vuelvo al fondo.
Hundo
mis dedos
en
el nombre del planeta.
Pienso:
quién pudiera.
(Compost,
2024)
JURAMENTO
Justo
cuando subsistir
parecía
un problema menor,
desde
las bases conspiran mis lumbares
y se
me incendia el esófago.
(A
cierta edad
te
volvés un caramelo ácido
y
eso tiene su precio).
El
mío supo ser un cuerpo
hecho
para el placer
y
hoy, gracias
al
sistema capitalista
y a
las esquinas con farmacia,
se
dobla pero no se rompe
hasta
jubilarse un día
y
chocar contra un gigantesco
“¿ahora
qué?”.
Juro
sobre
estos santos vademécums
que
en mi próxima vida
–que
será una sola, como ésta–
voy
a vengarme de todo.
(Compost,
2024)
KURINJI
La
ola me devolvió mi reflejo
y me
mostró diseñado
para
salar tu herida.
En
las montañas de Kerala,
al
sur de la India, se encuentra
una
flor violeta que se abre,
dicen,
cada doce años.
Le
lleva casi una vida nacer.
De
mi parte, ¿ya es tarde
para
reparar cualquier daño?
Trataré
de ser digno
de
lo que la época ha hecho
florecer
en mí.
(Compost,
2024)
ENTREVISTA CON EL
AUTOR
Gilgamesh:
Diego, si pudiese, en una definición, dar cuenta de tu obra poética,
me remitiría a un epígrafe de tu libro «lo habitual». Cito:
«Lo que pasa realmente, lo que vivimos, lo demás, ¿dónde está?
¿Cómo dar cuenta de lo que pasa cada día y de lo que vuelve a
pasar, de lo banal, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo
ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual? ¿Cómo
interrogarlo? ¿Cómo describirlo?», Georges Perec. O dos de tus
versos: «Acopio restos de vida cotidiana/ y voy clasificando los
residuos». ¿Cuándo empezaste a contestar estas preguntas? O
que es lo mismo, ¿cuándo, la escritura comenzó a ser parte de tu
vida? ¿Cómo describirías ese proceso de recolección y selección?
Diego
Suárez: Mi relación con la escritura comenzó por placer,
cuando tenía más o menos diez años. Disfrutaba escribiendo cuentos
de terror ilustrados en hojas de carpeta. No superaban la página,
pero para mí eran novelas… Plagios de películas que veía por el
canal de aire. Después, descubrí otro placer: el de confiarle a los
demás lo que hacía. Primero, a mi madre, que me alentó
-maternalmente- a seguir; después, a mis compañeritas y
compañeritos de grado. Durante la adolescencia cambié la prosa por
la poesía, bajo el influjo de la musicalidad de las letras de las
canciones sentimentales que escuchaba por la radio, o que
coleccionaba en cassettes. Como contrapunto estaban el rap, que a
principios de los años noventa me aportó la novedad de otra
cadencia, y el rock progresivo de los años setenta, que me envolvía
en su atmósfera de fantasía con una lírica indescifrable, pero
intuida. Faltaba todavía para transformarme en un lector de
literatura. En ese entonces, para mí, la ficción estaba en el cine
que veía por la tele y en las canciones populares. ¿Restos de la
cultura? Puede ser. Aun así, seguía escribiendo y compartiendo,
pero de manera más selectiva, ya que los poemas se habían vuelto
criaturas privadas. Una segunda etapa comenzó para mí cuando
terminé la secundaria y me fui de casa a otra provincia a estudiar
una carrera universitaria que abandoné a los pocos meses por falta
de vocación. En esta parte, la película transcurre en dos
locaciones: Corrientes y Posadas. En la primera, compartí momentos
iniciáticos con un grupo de amigas y amigos que escuchaban -¡y
tocaban y cantaban!- otras músicas y además -cosa extraordinaria
para mí- leían libros. Esto renovó mi relación con la escritura,
volviéndola algo mucho más lúdico, aportándole una magia ingenua
y poderosa. Por el camino de los restos, yo, que apenas había
arribado nada más (y nada menos) que a los cuentos de Horacio
Quiroga y a la poesía de Alfonsina Storni, llegaba -bohemia chamiga
mediante- a Gelman, a Benedetti, a Girondo, a Neruda, a García
Lorca, a García Márquez, a Cortázar, a Richard Bach. Mientras
tanto, en Posadas empezaba a frecuentar una librería de canjes y
préstamos, «La Palma», que despertó mi amor irracional por los
libros. Ahí me encontré con Tagore, con Gibran, con Arlt, con
Denevi, con Marechal, con Pizarnik, con Porchia, con Shua, con Lukin.
Comencé a reunir mis escritos en libritos artesanales que fabricaba
con una impresora de chorro de tinta, cartulina o papel misionero,
hilo y aguja, tijera, pegamento; me alegraba verlos pasar de mano en
mano. Este cúmulo de experiencias sentó las bases de una tercera
etapa, en la que se articularon la Licenciatura en Letras de la UNaM
y mi incursión en un grupo literario (“Sones de Letras”,
coordinado por el músico y poeta berissense Víctor Valledor) con el
que realizamos publicaciones, presentaciones, lecturas públicas,
intervenciones, escritura colectiva, en fin, todo lo que acostumbran
hacer con entusiasmo los grupos literarios. Para entonces, la
escritura -propia y ajena, sobre todo gracias a Internet- había
empezado plenamente a formar parte de mi vida. Una vez que egresé y
me establecí en Santa Fe, por el 2005, comenzó la cuarta y última
etapa. La vuelta de tuerca decisiva fue, para mí, el hallazgo de la
poesía de Roberto Malatesta. Hasta ese momento, mis indagaciones
giraban en torno a la materia poética en sí, a la experimentación
con las posibilidades del lenguaje. Lo que la poesía de Roberto
termina de revelarme es un punto de vista, la mirada dirigida no a
las cosas sino “al detrás de las cosas”, como decía Olga
Orozco. Lo cual implica una forma de rebelarse contra las
limitaciones de lo establecido, de lo banal, de lo habitual, a fin de
darle otro sentido, otro valor. Esa estrella vengo siguiendo, a mi
modo, en el mar de lo cotidiano -que a veces es un desierto-
“juntando y reciclando lo que se le cae al silencio”, teniendo
siempre presente lo mucho que hizo, y que sigue haciendo por mí,
aquel chico de, más o menos, diez años.
Gilgamesh:
Entre lo cotidiano y la consciencia de la caída, lo roto, el dolor,
¿nos contarías cómo fuiste encontrando, formulando tu voz
desde «Infinitaedro / El arte de la fuga y el silencio» hasta «lo
habitual»? ¿Qué búsquedas se renuevan o se imponen de un libro a
otro?
Diego
Suárez: Dos proyectos que consideraba concluidos me acompañaron
desde Posadas: «Infinitaedro» y «El arte de la fuga y el
silencio». Ambos sintetizan las búsquedas y los procedimientos de
esa tercera etapa a la que me referí y que abarcó más o menos
cinco años de proceso de escritura. Son poemas y prosas en
miniatura, entre el aforismo y el microrrelato, dos formas breves que
siento muy cercanas a la poesía. En el 2010, aproximadamente,
recorriendo la Feria del Libro de Santa Fe, conocí los libritos
tamaño A6 de «La Gota Microediciones», de Gonzalo Geller, y tanto
el formato como el concepto despertaron en mí el deseo de publicar.
Gonzalo es un editor responsable y puntilloso; me ayudó a darle
forma al que considero mi primer libro, que reúne a ese personaje
oscuro y dramático que es Infinitaedro con sus fugas y silencios.
Salió publicado en el 2013, casi al unísono con «Sufrimiento de
otro un cuerpo en su cuerpo», por circunstancias que comentaré más
adelante. El tercer libro llega en 2018, «Piedritas», también
publicado por «La Gota», en la misma línea miniaturista que
«Infinitaedro...», pero sumándole algunos condimentos que se me
han vuelto indispensables, como la parodia, el humor irónico y la
reutilización de clichés y frases hechas. Al año siguiente,
«Ediciones Arroyo», de Alejandra “Pipi” Bosch, publica
«Simple», con tres poemas que formaban parte de una serie mayor (la
idea era que fuera el “simple” de un “long play” inédito),
pero alcanzaron tal autonomía que se han vuelto una unidad. La
novedad en «Simple» es una escritura solidaria interpelada por la
crisis política y social del país. Ahí aparecen las protestas de
los tareferos ante los abusos sufridos, la dignidad de los pueblos
aborígenes, la indefensión de las víctimas de las malas políticas
del Estado. Publicados por una editorial artesanal que transforma el
plástico en libros, nuevamente mis poemas encontraban una identidad
que los cobijara. En 2021, con suma generosidad, Graciela Prieto Rey
me propone publicar un libro en la colección «La Herida
Fundamental» de «editorial de l’aire». Yo tenía armado un
poemario que en 2014 recibió una mención en el Concurso Literario
Municipal de Santa Fe. Se trataba del último híbrido de escrituras
posadeñas y santafesinas, amalgama de un ensayo poético en torno a
la polisemia del colectivo -como transporte, como categoría
sociológica, etc.- con un conjunto de poemas de índole cotidiana,
amorosa, prosaica. Uní esas propuestas alternando el adentro de la
intimidad y el afuera de lo público. A la par, tenía acopiada una
colección de citas con escenas o alusiones colectivescas (imitando
el gesto que tuvo Augusto Monterroso con la mosca en «Movimiento
perpetuo»). Esas citas aparecen como separadores, epígrafes o
insertos en los poemas. El resultado final fue «lo habitual», un
libro coral que lleva también la marca de cada amiga y amigo que lo
leyó a lo largo de prácticamente una década de elaboración.
Gilgamesh:
«Sufrimiento de otro un cuerpo en su cuerpo» es un poemario
«difícil». ¿Cómo fue escribir estos textos, encontrar la
distancia para decir un dolor tan crudo?
Diego
Suárez: Escribí catorce de los veinticinco poemas de
«Sufrimiento...» de un tirón, entre marzo y abril de 2010, en
medio del padecimiento de mi esposa, Verónica Elizalde Carrillo, por
serias complicaciones tras el nacimiento de nuestro primer hijo. Fue
una situación sumamente dolorosa y traumática en la cual la poesía
vino en mi auxilio en procura de equilibrio, comprensión, empatía.
En los poemas se van entretejiendo dos voces, la de “la internada
en la penumbra” y la de “quien está al lado”. El 9 de abril de
2010 publiqué los primeros poemas en el blog que administraba en
aquel entonces, “La calle de los molinetes”, y los envié por
mail, a modo de agradecimiento, a quienes estuvieron cerca de
nosotros en esos momentos tan difíciles. Para mi sorpresa, Liliana
Lukin me incentiva a hacer con ellos un libro. En un primer momento
me pareció que no correspondía hacer público algo así, pero ella
me ayudó amorosamente a ampliar la serie, a pulirla, a seguir
explorando, a encontrar la distancia, como vos decís, para hacer de
eso no sólo un monumento de dolor, sino, sobre todo, un monumento de
amor. “No me sorprende/ que al tocar el tema/ la poesía sienta un
escalofrío”, digo en una parte. A mí todavía me estremecen esas
páginas. Como dije, el libro termina saliendo el mismo año que
«Infinitaedro / El arte de la fuga y el silencio». Tiene una
contratapa conmovedora de Roberto Malatesta y una postal con
fotografía tomada por mi esposa. La edición de Serapis es de una
delicadeza sublime. Tuve el honor de que Lukin me acompañara en la
presentación. Como ella misma dijo en esa ocasión: se cerraba un
círculo.
Gilgamesh:
En tu escritura se evidencian tus múltiples lecturas, no solo en las
citas sino en versos «robados» que se insertan en los tuyos. Cuando
empezás un poema, un libro, ¿qué lecturas te son imprescindibles?,
¿qué escritores y escrituras te acompañan en ese proceso?
Diego
Suárez: La pregunta me recuerda una frase de Roger Stoddard
(citada por José Luis de Diego) que creo que viene a cuento: “Hagan
lo que hagan, los autores no escriben libros. Los libros no se
escriben. Son manufacturados por escribientes y otros artesanos, por
mecánicos e ingenieros, y por prensas de imprenta y otras máquinas”.
Pero bueno, yendo al punto, no tengo a priori lecturas
imprescindibles durante el proceso de escritura de un poema o el
desarrollo de un proyecto. En todo caso, las lecturas hechas -incluso
las pendientes- operan en segundo plano. Sin embargo, a veces, el
poema o el proyecto en cuestión requieren la deriva hacia otras
lecturas. Para «Sufrimiento...», por ejemplo, por afinidad
temática, recurrí a textos de filosofía y psicología; para «lo
habitual», a diferentes textualidades que abordaban el colectivo, lo
colectivo, la colectividad, etc. Pero no con un objetivo funcional o
extractivo, sino guiado por un anhelo de derivas. A esta altura, me
perece que no tengo mucho control sobre lo que leo y mucho menos
sobre los efectos de escritura que me generan esas lecturas.
Gilgamesh:
¿Qué «Compost» allanó o dificultó tu acercamiento a los libros,
a la poesía? ¿Cómo influyó en tu obra?
Diego
Suárez: El compost es algo sano, nacido de y para la tierra, así
que siempre allana el acercamiento a los libros y a la poesía, nunca
lo dificulta. Es el resultado de un trabajo invisible y silencioso
-recién dije “en segundo plano”- que demanda constancia y
dedicación. André Breton habla del la; frases, flecos de
monólogo o de diálogo extraídos del sueño (o de la vigilia, por
qué no), que como notas de un diapasón dan el tono de lo que luego
vamos a escribir. El la de «Compost» fue la lectura de
«Lirios caminantes. Poemas para las hermanas» (2019), de
Camila García Reyna, a quien tuve el gusto de conocer en San
Francisco, en un evento del Espacio Cultural Somos Viento. Lo que me
pasó ahí es algo habitual en el ámbito de la música. Hay muchas
anécdotas. David Bowie diciéndole a Nile Rodgers, mostrándole un
LP de Little Richard: “Quiero que suene así”; y grabaron «Let’s
Dance». Otra: Charly García, escuchando «Headhunters» de Herbie
Hancock y diciendo: Esto es lo que quiero hacer, y acto seguido, nace
«La máquina de hacer pájaros». Por supuesto, no son calcos
literales, sino apropiaciones y resignificaciones. Pues bien, yo
escuché algunos poemas de Camila y quedé fascinado, no sólo por
las temáticas y esa musicalidad cristalina, sino sobre todo por el
enfoque -ese asunto de la mirada, como me pasó con Malatesta-. Lo
cual desencadenó en mí una honda exploración, que me llevó a
poner en palabras mi infancia a través de la paternidad, y
viceversa, o a revisar cabos sueltos del pasado en vistas al
porvenir. Me resulta difícil explicarlo racionalmente. Lo único que
tengo en claro es que siempre estaré agradecido con la poesía de
Camila por haberme sugerido ese trillo en el bosque de símbolos.
«Compost» propone otras facetas, pero quedan a cargo de quien lea.
Fue editado por Palabrava en 2024, con el acompañamiento de Patricia
Severín y foto de tapa de Verónica.
Gilgamesh:
Naciste en Posadas y vivís en Santa Fe. Dos paisajes que pueden
contrastarse. ¿Cómo conviven en tu escritura?
Diego
Suárez: Viví en Santa Fe diez años. No soy muy
paisajístico que digamos (de hecho, en la vida real, por decir así,
mi familia me recrimina que salgo poco “al mundo”). Ambas son
ciudades capitales de provincia, sumamente urbanizadas. Además, el
mismo río les pasa por el costado. No encuentro contrastes
esenciales por ese lado, salvo que Santa Fe me resulta una ciudad
calcinante, sin sombras vegetales. Sí noto diferencias profundas en
el paisaje humano: las cosmovisiones, los ritmos de vida, las
tonalidades (musicales y discursivas), las sensibilidades. Siempre
intenté que mi escritura rescate lo mejor de ambos mundos. Veinte
años de desapego y desarraigo no son nada. Todavía conservo, y a
mucha honra, la “elle”, como una insignia de pertenencia. Cuando
en el 2015 nos establecimos en un barrio periférico de Santo Tomé,
para mí fue un poco como conectar con el origen, la vereda, jugar en
la calle, dar vueltas en bicicleta. Eso no tiene precio.
Gilgamesh:
Poesía e investigación, dos lugares recurrentes en tu quehacer
cotidiano, ¿cómo se potencian o se acompañan?
Diego
Suárez: Se acompañan y se complementan con mucha naturalidad,
diría yo, a tal punto que a veces una toma el lugar de la otra. Este
año, sin ir más lejos, no escribí prácticamente ni un poema. Y no
me pesa. Parafraseando a Murilo Mendes (quien a su vez parafraseó el
Evangelio de Juan), la poesía sopla donde y cuando quiere. No sirvo
para poeta metódico. La investigación, en cambio, exige disciplina,
porque hay plazos que cumplir, y por suerte cada tanto deja un margen
para el despunte creativo con el lenguaje. Para la poesía no quiero
apuros ni cronogramas. Yo le doy lo que puedo y ella me da lo que
puede. Estamos en paz.
Gilgamesh:
¿Qué opinión te merece la circulación de la poesía desde tu
lugar en la gestión cultural? ¿Qué incidencia tienen los
concursos, talleres de escritura, lecturas públicas en esa
circulación? ¿Y con respecto a tu obra?
Diego
Suárez: Considero que mi lugar en la gestión cultural es
ínfimo. He colaborado, y lo sigo haciendo, coordinando algún que
otro encuentro de lectura destinado al público en general. En la
actualidad, por ejemplo, integro el equipo organizador del Festival
Internacional de Literatura de Santa Fe, el grupo local Santoto Poet
-impulsado por el querido Oscar Agú- y el Grupo Homenaje, que reúne
a amigas y amigos de Horacio C. Rossi. Por otro carril, están las
reseñas, que representan, para mí, un pequeño aporte a la difusión
de nuevas publicaciones. Pero nada más que eso. Sin dudas, son
valiosas todas las acciones. Los concursos son un estímulo y una vía
de legitimación, ya sea a escala colegial o internacional. Los
talleres de escritura posibilitan experiencias que no ocurrirían en
otros ámbitos. Las lecturas públicas, virtuales o presenciales, nos
conectan con lo más humano de la literatura: las voces, los cuerpos,
los gestos, los relatos. Celebro cada una de esas acciones de
intercambio simbólico, de valoración de la grupalidad, más aún en
estos tiempos nihilistas. Respecto a mi poesía, las lecturas orales
son fenómenos de varias dimensiones. Desde lo estrictamente
escritural, habilitan instancias de puesta a prueba de los textos, en
vistas a la posterior corrección o a la búsqueda de una modulación
adecuada. Y desde lo afectivo, el compartir, la circulación de la
palabra, el conectar con otras, con otros, con otres, estoy
convencido de que es lo que realmente le da un sentido profundo a
nuestra labor.
Gilgamesh:
¿Cómo ves este momento histórico en lo que respecta a la cultura,
a la poesía en particular? Vivir, escribir, difundir desde la
provincia de Santa Fe, ¿lo vivís como un pro o una contra si
pensamos en la centralidad de Buenos Aires?
Diego
Suárez: Frente al oprobio por el ataque sistemático a la
cultura y la campaña de desprestigio contra los artistas, los
científicos, los universitarios, lo mejor que podemos hacer es
sostener y generar espacios que pongan públicamente en valor la
palabra, la convivencia, la diversidad, el conocimiento, pero sobre
todas las cosas, la alegría. Un poco como cantaba León Gieco. Que
la cultura sea la sonrisa que necesitamos, lo vinculante, lo
alentador. Arturo Jauretche: «Nos quieren tristes para que nos
sintamos vencidos». La poesía es una acción de política pública.
En «Piedritas» digo: «Mientras todo se derrumba/ sostengo lo único
que tengo/ para dar: mi palabra.» No permitamos que nos saquen eso
quienes subliman su odio con discursos y acciones de violencia y
crueldad. Lo dicen las paredes: La única lucha que se pierde es la
que se abandona. En cuanto a la centralidad de Buenos Aires, depende
del punto de vista. Desde el siglo XIX, la Cabeza de Goliat, como la
bautizó Martínez Estrada, se ha desarrollado materialmente a
expensas de las provincias. Eso generó una desigualdad de recursos y
condiciones que sin dudas dejó secuelas en la cultura de diferentes
maneras a lo largo de la historia. Sin embargo, tengo la impresión
de que su gravitación se ha debilitado en las últimas décadas. Por
motivos que merecen un análisis serio, la cultura porteña ha
perdido el prestigio y la autoridad canónica que tenía. Generación
tras generación se había naturalizado que la literatura argentina
era aquella producida, publicada y legitimada en Buenos Aires. Ya no
es así. El mapa geocultural se ha federalizado. Me consta que
regiones como las de Cuyo, el NOA, ni hablar de la región Centro,
tienen un desarrollo cultural con editoriales, encuentros, dinámicas
y criterios propios, sin tener que rendirle pleitesía a la
metrópoli. Incluso me parecen propuestas más auténticas, que dan
cuenta de otros puertos, más allá del Plata, de circuitos
alternativos, de otras riquezas y otros diálogos con el pasado, el
presente y lo que vendrá. Buenos Aires no es ni un pro ni una contra
para vivir, escribir y difundir literatura desde nuestras
localidades; es una región más entre otras regiones. El centro,
para mí, es Santo Tomé.
Gilgamesh:
¿Qué proyectos te ocupan en este momento?
Diego
Suárez: Desde hace unos años vengo escribiendo y guardando
poemas en versos octosílabos. Empezó como un divertimento, una vez
que parodié el comienzo de “La cautiva” de Echeverría. Después,
me fui hallando en esa forma a medida que descubría sus virtudes.
Llegué hasta a hacer -¡y publicar!- reseñas de libros con esa
métrica. Andaba como poseído por ocho sílabas. Ahora ya se me está
pasando. Algún día me sentaré a ver qué hago con todo ese
material. Pero no me atrevo a hablar de un proyecto concreto.
Gilgamesh:
Nuestra última pregunta es una que, con ligeras variantes, repetimos
de entrevista en entrevista. En «La muerte de la tragedia», George
Steiner afirma (palabra más, palabra menos) que la poesía se ha
vuelto un asunto privado esencialmente lírico y que, por lo tanto,
se ha divorciado de la memoria histórica de los pueblos. Puesto en
otros términos, la poesía es escrita y leída por poetas y quizá,
también leída por alguna de sus amistades... Hace largo tiempo que
el llamado «gran público» ha quedado fuera de este juego.
Alejandra Boero llama a esto el «lazo perdido». ¿Qué sería
necesario, en tu opinión, para reparar en alguna medida esa pérdida?
Diego
Suárez: La nostalgiosa cita de Steiner me trae reminiscencias de
lo que dijo Walter Benjamin acerca del narrador moderno, que en vez
de contar historias a la comunidad congregada en torno al fuego, como
lo hacían el marino o el campesino, se encierra solitario y
desasistido de consejo a escribir novelas que se publican en libros
mudos. Obviando, por las dudas, las distancias con el mundo griego,
donde la tragedia cumple una función política y religiosa
inconmensurable con nuestra vivencia de lo poético, la “memoria
histórica de los pueblos” no ha desaparecido de la poesía -como
tampoco el viejo narrador en la novela-. Sólo hay que saber dónde
encontrarla y bajo qué formas, más o menos veladas o explícitas;
cómo leer las inscripciones de lo social, lo político, lo histórico
y su crítica. Por más privada que sea, la poesía nos habla
metonímicamente de la colectividad. Y no estoy tan seguro de que
alguna vez haya habido una edad de oro en que la poesía haya tenido
un gran público. De donde sí constatamos que prácticamente ha
desaparecido es de las aulas primarias y secundarias, de la agenda
pública, de los medios masivos de comunicación, de los programas de
estudio universitario, de los almanaques, de las casas de familia,
distintas esferas del discurso social que antes fomentaban el
acercamiento a la poesía. Tal vez sea hora de ganar otros
territorios. Apoyo la moción de Ezequiel Zaidenwerg: “La poesía
es una tecnología de la palabra y una pedagogía de la atención (…)
puede influenciar. Hagamos que lxs influencers reciten poesía. Que
lxs famosxs lean poesía en voz alta. Hay que redistribuir el capital
simbólico, que es menos accesible que el financiero. Hackeemos la
atención”. Eso nos lleva de regreso a la acción grupal, a la
ocupación del espacio público concreto y virtual, al uso de la
tecnología como herramienta cultural para una reconexión con la
gente, es decir, con los otros y, por añadidura, con nosotros
mismos.
NOTA
BIOBIBLIOGRÁFICA
Diego E. Suárez
nació en 1979 en Posadas, Misiones, pero reside en la ciudad de Santo Tomé, Santa Fe, Argentina. Es poeta, docente investigador, ensayista. En
poesía ha publicado: «Infinitaedro/ El arte de la fuga y el
silencio» (La gota microediciones, 2013), «Sufrimiento de otro en
su cuerpo» (Serapis, 2013), «Piedritas» (La gota microediciones,
2018), «Simple» (Ed. Arroyo, 2019), «lo habitual» (de l’aire,
2021) y «Compost» (Palabrava, 2024). En ensayo publicó: «Un
hombre escribe la caída de las palabras en un pozo de la luz» (Sta.
Fe, UNL, 2014), que trata sobre la poesía de Roberto D. Malatesta.
Sus poemas pueden encontrarse en diversas antologías al igual que
reseñas y traducciones de su autoría. Tuvo a su cuidado la
selección, el prólogo y la cronología en «En la terraza. Poemas
elegidos.» de Horacio C. Rossi (Palabrava, 2021)